jueves, 21 de enero de 2010

GRACIAS RAYMOND, GRACIAS PAUL (V)




Paul durmió cómo un niño  y termino despertándose cerca del mediodía, sobresaltado por el agudo sonido del teléfono.
- ¿Diga?
- Paul, soy Raymond.  Estoy en la comisaría con un tipo que se llama Elliot, es amigo de tu hermano.  Dice que sólo tienes que venir aquí con la chequera lista para pagar la fianza y me dejarán libre.  Creo que me han citado a uno de esos juicios rápidos para dentro de dos o tres días.  – hablaba Ray aceleradamente, contento.
- Está bien Ray, acabo de levantarme, dame media hora ¿de acuerdo?
Paul preparó café y se aseó y vistió en cuestión de minutos.  Bajó al garaje, cogió su motocicleta, una Harley-Davidson de 600cc y color negro mate, y se dirigió a toda velocidad a la comisaría de Permington.
Paul entró saludando amablemente al vigilante de la puerta, pasó por el escáner, y se enfiló hacia el ala derecha del edificio, donde según le comentaron el día anterior se trataban las salidas de los presos y las fianzas. 
Nada más llegar al pasillo donde varios hombres esperaban sentados frente a la puerta de dos despachos, uno de ellos, el más elegante, se levantó y se dirigió hacia Paul.
- Hola, ¿Paul Auschner?  - preguntó cortésmente.
- Sí, soy yo, ¿tú debes de ser Elliot no?
- Exacto.  Siéntate, te contaré como ha ido.  Tienen a Raymond esperando en la sala común, sólo falta tramitar los papeles de la fianza.  – dijo Elliot mientras le invitaba a tomar asiento con un movimiento de mano.
- Dentro de tres días tendremos un juicio rápido: conducta violenta, alteración del orden, atentado contra la salud y el mobiliario público, delito involuntario de lesiones a terceros… la verdad es que Raymond tiene encima un buen puñado de cargos.  Tendrá que pagar una indemnización importante a esa mujer, es muy posible que tengan que operarla de la cadera.  No irá a la cárcel, pero tendrá que hacer servicios sociales durante por lo menos seis meses y comprometerse a visitar a un psiquiatra para que el equipo médico de la policía le haga un seguimiento.
Paul suspiró angustiadamente, dio las gracias encarecidamente a Elliot antes de que este se marchara y pagó la fianza.  Unos minutos después Raymond estaba libre y los dos salían por fin de allí.
Ambos hombres abandonaron la comisaría sin apenas cruzar palabra, Raymond estaba arrepentido y sentía una lógica sensación de vergüenza, y Paul se sentía decepcionado por la actitud de su amigo y abatido por las consecuencias que había traído consigo.
Montaron en la Harley de Paul y, antes de arrancar, este se dirigió a Raymond:
- ¿Te gustaría que fuéramos a comer al “Vesubio”?  Hoy no voy a ir a la editorial, y al fin y al cabo estás fuera, deberíamos celebrarlo. 
- Eso sería genial.  – contestó Raymond con la sonrisa de un niño.
Fueron a la zona centro de la ciudad, aparcaron la moto en Marvin square y fueron caminando hasta el restaurante, situado cerca de la Avenida Graçe, la calle de las boutiques.
Nada más sentarse a la mesa, Raymond cruzó sus manos y miró fijamente a Paul.
- Gracias Paul, quiero que sepas que agradezco de verás que siempre estés ahí.  Siento haberte fallado.  – dijo Raymond con tono alicaído, profundamente arrepentido.
- Estás en un momento difícil, lo sé, pero debes ser consciente de que eso no debe dejar que pierdas el control de tu vida.  Podías haber matado a alguien Raymond.  Vas a ir un juicio maldita sea, sólo hemos visto juicios en las películas.  – contestó Paul realmente preocupado.
- Lo sé Paul, lo sé.  Lo siento mucho.  No volveré a perder el control.  – dijo Raymond esforzándose por parecer convincente.
- Confío en ti Ray, sé que no lo harás.  – contestó Paul dando por finalizada la conversación.
Los dos amigos comieron linguine trufados y bebieron abundante vino, tomaron café y deambularon por el centro de la ciudad.  Machine era una ciudad preciosa en invierno.  El cielo lucía permanentemente un majestuoso color blanco, el clima era seco y duro, pero casi nunca hacía viento ni llovía, con lo que el frío era soportable y permitía incluso pasear por la zona alta de la ciudad, cerca de las montañas, o acercarse al lado del mar.  Las calles se llenaban de personas con gorros, guantes y bufandas, de manos en los bolsillos y alientos vaporizados, el romanticismo que envuelve al invierno y del que el verano y la primavera carecen.
Bajaron la Matic coast, la calle turística por excelencia de la ciudad, una especie de boulevard flanqueado por farolas y repleto a ambos lados de restaurantes, bares y comercios, y llegaron hasta la zona del puerto.  Se sentaron en un banco y observaron el mar en silencio, ligeramente borrachos, cada uno de ellos sumido en sus pensamientos, sin sentir la más mínima necesidad de hablar.  Raymond pensaba en Rita y en qué demonios sería lo que podía esconderse detrás de todo aquello, Paul sentía una profunda y verdadera responsabilidad para con su amigo, y reflexionaba acerca de la posibilidad de volver a escribir,
Al cabo de casi una hora, se miraron, sonriendo ampliamente, como si cada uno por su cuenta hubiera hecho una necesaria purga interior que le hubiera limpiado la mente y supiese que el otro también había experimentado lo mismo.  Tomaron el camino izquierdo después de la plaza Sweiss y subieron por el antiguo barrio gótico, donde las calles eran tan estrechas que los vecinos podían darse la mano desde la ventana.  Caminaron por aquellas comprimidas callejuelas capaces de transportar a quien las transita cientos de años hacia atrás hasta llegar, de manera casi intuitiva, a los cines “Buñuel”, lugar que frecuentaban desde que eran unos muchachos y que hacia tiempo no visitaban.  Sin necesidad de hablar, sobreentendiendo ambos que al otro también le apetecía entrar a ver una película, se pararon frente a la cartelera.
- Están reponiendo “Testigo de cargo”.  No me importaría verla.  – dijo Raymond.
- Es una buena opción.  ¿Te has fijado?  También ponen “Stranger than paradise”, ¿recuerdas cuando la vimos en el cine?  Fuimos con Angelina y María y las dos se quedaron dormidas.  – dijo Paul entre carcajadas.
- ¿Cómo iba a olvidarlo?  Aquella Angelina tenía el culo más grande que he visto nunca, no sé como te dejaste engañar.  – contestó Raymond riendo más fuerte todavía.
Tras pasar un rato discutiendo acerca de qué película ver, Raymond sacó una moneda y la lanzó al aire.
- Yo gano.  Veremos “Stranger than paradise”.  – dijo Paul.
Cuando salieron del cine ya era noche cerrada y hacia frío.  Caminaron de nuevo hasta Marvin square, montaron en la moto y volvieron a casa.
Tomaron un par de cervezas en el apartamento de Paul y hablaron de los viejos tiempos mientras escuchaban los discos de bop de la colección de Paul hasta bien sobrepasada la medianoche.
- Paul, espero que no te moleste.  ¿Te importaría que durmiese aquí?
- Claro que no amigo.  Te despertaré cuando vaya a trabajar, tienes que visitar a esa psiquiatra, ¿recuerdas?
- Sí, sí, lo recuerdo bien.  ¿Qué coño se han creído esa pandilla de idiotas?  ¿Qué estoy loco?  - dijo Raymond tomándoselo a broma.
Paul apagó las luces y entró a su habitación, dejando a Raymond tumbado en el sofá, tapado por la misma manta que llevaba utilizando desde hacía ya cuatro días.
- Hasta mañana amigo, procura descansar.
- Gracias Paul.  Buenas noches.


La mañana siguiente Raymond ya había preparado el desayuno cuando Paul se levantó de la cama.  Bebieron café, comieron tostadas y comentaron lo que oían de fondo en la primera edición de las noticias.  Bombardeos en oriente medio, crisis económica en Europa, elecciones fraudulentas en los USA, un cantante muerto, un equipo de fútbol que había ganado y otro que había perdido… si se colocase todos los días la misma grabación a la hora de las noticias nadie notaría la diferencia, la gente estaba ya demasiado acostumbrada a la desinformación, la pérdida de valor de la vida, los datos que hablaban de muertos y más muertos, las reseñas sin sentido acerca de la vida privada de los famosos.  El planeta se iba a pique, el mundo entero lo sabía y nadie hacía nada por evitarlo, pero todo seguía girando.
Terminaron de desayunar, se asearon y tomaron el ascensor.  Raymond se bajó en la planta calle, dedicándole un cariñoso adiós a Paul, que continuó hundiéndose hasta llegar al subsuelo para sacar la moto del garaje.
Al salir del edificio Raymond se dirigió a Pinto para coger el metro que le llevaría a la consulta de la doctora Bracco, en Teeside, mientras que Paul fue en moto a su trabajo, en la parte alta de Rivernord, la zona noble de la ciudad. 

Raymond nunca había estado en el psiquiatra, pero había visto mucho cine y, en cierto modo, sabía que esperar, conocía el aspecto que ellos y sus consultas acostumbraban a tener. 
Entró en el magnífico edificio donde se encontraba el gabinete de la doctora y, amablemente indicado por un portero mayor simpático y atento, subió las escaleras hasta llegar al cuarto piso, donde se encontraba la consulta.
La de la doctora Bracco podría ser considerada como el estándar perfecto para una consulta psiquiátrica de gama media-alta.  Un recibidor luminoso y lleno de plantas exóticas conducía a una pequeña sala con varios sillones de color negro, donde una moderna lámpara que colgaba del techo iluminaba espléndidamente el suelo de madera noble que relucía de puro limpio, y cuyos brillos se reflejaban en la mesa de cristal situada en el centro de la habitación donde descansaban el periódico del día, el Cahiers du Cinema edición internacional, la revista Time, el Sports Illustrated…
A los pocos segundos de llamar al timbre, Raymond se encontró frente a frente con la doctora Bracco, una preciosa mujer de treinta y pocos años, con un pelo castaño liso y sedoso peinado estilosamente, con una largura que le hacía caer el flequillo hasta la barbilla por delante, pero no alcanzaba a taparle la nuca por detrás, unos grandes ojos marrones claros y penetrantes, y una figura extremadamente delgada que le daba un aire de gracilidad y delicadeza lleno de elegancia.  Raymond se quedó frente a ella sin hablar, y la doctora le miró con condescendencia consciente del efecto que acostumbraba a causar en los hombres.  No era extremadamente bella, no tenía un cuerpo de modelo ni una cara de ángel, pero irradiaba feminidad y magnetismo.  En pocas palabras, la doctora Bracco era la típica mujer por la que uno estaría dispuesto a perder la cabeza.
Raymond entró a la sala todavía nervioso por la primera sensación que había tenido al ver a la doctora, se sentó en un gran sillón negro, y ella se recostó en un silla de oficina muy moderna justo enfrente de él, quedando separados por una enorme mesa de madera.
- Bien señor Carter, soy la doctora Gabriela Bracco, psiquiatra y criminalista.  Ahora que nos conocemos, ¿por dónde quiere empezar?   
          © D.A.S 2009  


CONTINUARÁ...


Recomendación literaria: El cuervo - Edgar Allan Poe
Audio del famoso poema "El cuervo" de Poe.  Es un poema narrativo muy oscuro y gótico, en la línea de las primeras cosas que hacía Poe.
Está muy bien leído, con una voz grave y sobria que le va genial al texto.  Merece la pena dedicarle los 10 minutos que dura, cerrar los ojos y escuchar dejándote llevar.


Mas el cuervo, fijo, inmóvil, en la grave efigie aquella,
sólo dijo esa palabra, cual si su alma fuese en ella
vinculada -ni una pluma sacudía, ni un acento
se le oía pronunciar...
Dije entonces al momento: «Ya otros antes se han marchado,
y la aurora al despuntar,
él también se irá volando cual mis sueños han volado»
Y dijo el cuervo: ¡Nunca más!



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