Paul durmió cómo
un niño y termino despertándose
cerca del mediodía, sobresaltado por el agudo sonido del teléfono.
- ¿Diga?
- Paul, soy
Raymond. Estoy en la comisaría con
un tipo que se llama Elliot, es amigo de tu hermano. Dice que sólo tienes que venir aquí con la chequera lista
para pagar la fianza y me dejarán libre.
Creo que me han citado a uno de esos juicios rápidos para dentro de dos
o tres días. – hablaba Ray
aceleradamente, contento.
- Está bien Ray,
acabo de levantarme, dame media hora ¿de acuerdo?
Paul preparó
café y se aseó y vistió en cuestión de minutos. Bajó al garaje, cogió su motocicleta, una Harley-Davidson de
600cc y color negro mate, y se dirigió a toda velocidad a la comisaría de
Permington.
Paul entró
saludando amablemente al vigilante de la puerta, pasó por el escáner, y se
enfiló hacia el ala derecha del edificio, donde según le comentaron el día
anterior se trataban las salidas de los presos y las fianzas.
Nada más llegar
al pasillo donde varios hombres esperaban sentados frente a la puerta de dos
despachos, uno de ellos, el más elegante, se levantó y se dirigió hacia Paul.
- Hola, ¿Paul
Auschner? - preguntó cortésmente.
- Sí, soy yo,
¿tú debes de ser Elliot no?
- Exacto. Siéntate, te contaré como ha ido. Tienen a Raymond esperando en la sala
común, sólo falta tramitar los papeles de la fianza. – dijo Elliot mientras le invitaba a tomar asiento con un
movimiento de mano.
- Dentro de tres
días tendremos un juicio rápido: conducta violenta, alteración del orden,
atentado contra la salud y el mobiliario público, delito involuntario de
lesiones a terceros… la verdad es que Raymond tiene encima un buen puñado de
cargos. Tendrá que pagar una
indemnización importante a esa mujer, es muy posible que tengan que operarla de
la cadera. No irá a la cárcel,
pero tendrá que hacer servicios sociales durante por lo menos seis meses y
comprometerse a visitar a un psiquiatra para que el equipo médico de la policía
le haga un seguimiento.
Paul suspiró
angustiadamente, dio las gracias encarecidamente a Elliot antes de que este se
marchara y pagó la fianza. Unos
minutos después Raymond estaba libre y los dos salían por fin de allí.
Ambos hombres
abandonaron la comisaría sin apenas cruzar palabra, Raymond estaba arrepentido
y sentía una lógica sensación de vergüenza, y Paul se sentía decepcionado por
la actitud de su amigo y abatido por las consecuencias que había traído
consigo.
Montaron en la
Harley de Paul y, antes de arrancar, este se dirigió a Raymond:
- ¿Te gustaría
que fuéramos a comer al “Vesubio”?
Hoy no voy a ir a la editorial, y al fin y al cabo estás fuera,
deberíamos celebrarlo.
- Eso sería
genial. – contestó Raymond con la
sonrisa de un niño.
Fueron a la zona
centro de la ciudad, aparcaron la moto en Marvin square y fueron caminando
hasta el restaurante, situado cerca de la Avenida Graçe, la calle de las
boutiques.
Nada más
sentarse a la mesa, Raymond cruzó sus manos y miró fijamente a Paul.
- Gracias Paul,
quiero que sepas que agradezco de verás que siempre estés ahí. Siento haberte fallado. – dijo Raymond con tono alicaído,
profundamente arrepentido.
- Estás en un
momento difícil, lo sé, pero debes ser consciente de que eso no debe dejar que
pierdas el control de tu vida.
Podías haber matado a alguien Raymond. Vas a ir un juicio maldita sea, sólo hemos visto juicios en
las películas. – contestó Paul
realmente preocupado.
- Lo sé Paul, lo
sé. Lo siento mucho. No volveré a perder el control. – dijo Raymond esforzándose por parecer
convincente.
- Confío en ti
Ray, sé que no lo harás. –
contestó Paul dando por finalizada la conversación.
Los dos amigos
comieron linguine trufados y bebieron abundante vino, tomaron café y deambularon
por el centro de la ciudad.
Machine era una ciudad preciosa en invierno. El cielo lucía permanentemente un majestuoso color blanco,
el clima era seco y duro, pero casi nunca hacía viento ni llovía, con lo que el
frío era soportable y permitía incluso pasear por la zona alta de la ciudad,
cerca de las montañas, o acercarse al lado del mar. Las calles se llenaban de personas con gorros, guantes y
bufandas, de manos en los bolsillos y alientos vaporizados, el romanticismo que
envuelve al invierno y del que el verano y la primavera carecen.
Bajaron la Matic
coast, la calle turística por excelencia de la ciudad, una especie de boulevard
flanqueado por farolas y repleto a ambos lados de restaurantes, bares y
comercios, y llegaron hasta la zona del puerto. Se sentaron en un banco y observaron el mar en silencio,
ligeramente borrachos, cada uno de ellos sumido en sus pensamientos, sin sentir la más
mínima necesidad de hablar.
Raymond pensaba en Rita y en qué demonios sería lo que podía esconderse
detrás de todo aquello, Paul sentía una profunda y verdadera responsabilidad
para con su amigo, y reflexionaba acerca de la posibilidad de volver a
escribir,
Al cabo de casi
una hora, se miraron, sonriendo ampliamente, como si cada uno por su cuenta
hubiera hecho una necesaria purga interior que le hubiera limpiado la mente y
supiese que el otro también había experimentado lo mismo. Tomaron el camino izquierdo después de
la plaza Sweiss y subieron por el antiguo barrio gótico, donde las calles eran
tan estrechas que los vecinos podían darse la mano desde la ventana. Caminaron por aquellas comprimidas
callejuelas capaces de transportar a quien las transita cientos de años hacia
atrás hasta llegar, de manera casi intuitiva, a los cines “Buñuel”, lugar que
frecuentaban desde que eran unos muchachos y que hacia tiempo no
visitaban. Sin necesidad de
hablar, sobreentendiendo ambos que al otro también le apetecía entrar a ver una
película, se pararon frente a la cartelera.
- Están
reponiendo “Testigo de cargo”. No
me importaría verla. – dijo
Raymond.
- Es una buena
opción. ¿Te has fijado? También ponen “Stranger than paradise”, ¿recuerdas
cuando la vimos en el cine? Fuimos
con Angelina y María y las dos se quedaron dormidas. – dijo Paul entre carcajadas.
- ¿Cómo iba a
olvidarlo? Aquella Angelina tenía
el culo más grande que he visto nunca, no sé como te dejaste engañar. – contestó Raymond riendo más fuerte
todavía.
Tras pasar un
rato discutiendo acerca de qué película ver, Raymond sacó una moneda y la lanzó
al aire.
- Yo gano. Veremos “Stranger than paradise”. – dijo Paul.
Cuando salieron
del cine ya era noche cerrada y hacia frío. Caminaron de nuevo hasta Marvin square, montaron en la moto
y volvieron a casa.
Tomaron un par
de cervezas en el apartamento de Paul y hablaron de los viejos tiempos mientras
escuchaban los discos de bop de la colección de
Paul hasta bien sobrepasada la medianoche.
- Paul, espero
que no te moleste. ¿Te importaría
que durmiese aquí?
- Claro que no
amigo. Te despertaré cuando vaya a
trabajar, tienes que visitar a esa psiquiatra, ¿recuerdas?
- Sí, sí, lo
recuerdo bien. ¿Qué coño se han
creído esa pandilla de idiotas?
¿Qué estoy loco? - dijo
Raymond tomándoselo a broma.
Paul apagó las
luces y entró a su habitación, dejando a Raymond tumbado en el sofá, tapado por
la misma manta que llevaba utilizando desde hacía ya cuatro días.
- Hasta mañana
amigo, procura descansar.
- Gracias
Paul. Buenas noches.
La mañana
siguiente Raymond ya había preparado el desayuno cuando Paul se levantó de la
cama. Bebieron café, comieron
tostadas y comentaron lo que oían de fondo en la primera edición de las
noticias. Bombardeos en oriente
medio, crisis económica en Europa, elecciones fraudulentas en los USA, un
cantante muerto, un equipo de fútbol que había ganado y otro que había perdido…
si se colocase todos los días la misma grabación a la hora de las noticias
nadie notaría la diferencia, la gente estaba ya demasiado acostumbrada a la
desinformación, la pérdida de valor de la vida, los datos que hablaban de
muertos y más muertos, las reseñas sin sentido acerca de la vida privada de los
famosos. El planeta se iba a
pique, el mundo entero lo sabía y nadie hacía nada por evitarlo, pero todo
seguía girando.
Terminaron de
desayunar, se asearon y tomaron el ascensor. Raymond se bajó en la planta calle, dedicándole un cariñoso
adiós a Paul, que continuó hundiéndose hasta llegar al subsuelo para sacar la
moto del garaje.
Al salir del
edificio Raymond se dirigió a Pinto para coger el metro que le llevaría a la
consulta de la doctora Bracco, en Teeside, mientras que Paul fue en moto a su
trabajo, en la parte alta de Rivernord, la zona noble de la ciudad.
Raymond nunca
había estado en el psiquiatra, pero había visto mucho cine y, en cierto modo,
sabía que esperar, conocía el aspecto que ellos y sus consultas acostumbraban a
tener.
Entró en el
magnífico edificio donde se encontraba el gabinete de la doctora y, amablemente
indicado por un portero mayor simpático y atento, subió las escaleras hasta
llegar al cuarto piso, donde se encontraba la consulta.
La de la doctora
Bracco podría ser considerada como el estándar perfecto para una consulta
psiquiátrica de gama media-alta.
Un recibidor luminoso y lleno de plantas exóticas conducía a una pequeña
sala con varios sillones de color negro, donde una moderna lámpara que colgaba
del techo iluminaba espléndidamente el suelo de madera noble que relucía de
puro limpio, y cuyos brillos se reflejaban en la mesa de cristal situada en el
centro de la habitación donde descansaban el periódico del día, el Cahiers du
Cinema edición internacional, la revista Time, el Sports Illustrated…
A los pocos
segundos de llamar al timbre, Raymond se encontró frente a frente con la
doctora Bracco, una preciosa mujer de treinta y pocos años, con un pelo castaño
liso y sedoso peinado estilosamente, con una largura que le hacía caer el
flequillo hasta la barbilla por delante, pero no alcanzaba a taparle la nuca por
detrás, unos grandes ojos marrones claros y penetrantes, y una figura
extremadamente delgada que le daba un aire de gracilidad y delicadeza lleno de
elegancia. Raymond se quedó frente
a ella sin hablar, y la doctora le miró con condescendencia consciente del
efecto que acostumbraba a causar en los hombres. No era extremadamente bella, no tenía un cuerpo de modelo ni
una cara de ángel, pero irradiaba feminidad y magnetismo. En pocas palabras, la doctora Bracco
era la típica mujer por la que uno estaría dispuesto a perder la cabeza.
Raymond entró a
la sala todavía nervioso por la primera sensación que había tenido al ver a la
doctora, se sentó en un gran sillón negro, y ella se recostó en un silla de
oficina muy moderna justo enfrente de él, quedando separados por una enorme
mesa de madera.
- Bien señor Carter, soy la doctora
Gabriela Bracco, psiquiatra y criminalista. Ahora que nos conocemos, ¿por dónde quiere empezar?
© D.A.S 2009
CONTINUARÁ...
Recomendación literaria: El cuervo - Edgar Allan Poe
Audio del famoso poema "El cuervo" de Poe. Es un poema narrativo muy oscuro y gótico, en la línea de las primeras cosas que hacía Poe.
Está muy bien leído, con una voz grave y sobria que le va genial al texto. Merece la pena dedicarle los 10 minutos que dura, cerrar los ojos y escuchar dejándote llevar.
Mas el cuervo, fijo, inmóvil, en la grave efigie aquella,
sólo dijo esa palabra, cual si su alma fuese en ella
vinculada -ni una pluma sacudía, ni un acento
se le oía pronunciar...
Dije entonces al momento: «Ya otros antes se han marchado,
y la aurora al despuntar,
él también se irá volando cual mis sueños han volado»
Y dijo el cuervo: ¡Nunca más!
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