miércoles, 30 de septiembre de 2009

BREVE ENSAYO SOBRE EL CINE


 I´m William Blake, do you know my poetry?

  Ayer por la noche vi la película “Dead man” por décima vez. Para el que no la conozca, se trata de un atípico western escrito y dirigido por Jim Jarmusch y rodado a mediados de los 90, en riguroso B/N, estilo experimental y minimalista, con constantes fundidos a negro, escenas cortas, muchos silencios, el mismo punteo de guitarra resonando una y otra vez… estéticamente es una genialidad y narrativamente una joya.
  La protagonizan Johnny Depp y Gary Farmer, y aparecen entre otros Crispin Glover, Iggy Pop, Robert Mitchum, Billy Bob Thornton…
  La foto es de Robby Müller (“Down by law”, “Paris, Texas”, “Dancer in the dark”…) y la banda sonora es de Neil Young.
   El argumento es, en esencia, un viaje de búsqueda y un camino a la redención. La película en el fondo es una poesía (el personaje principal se llama William Blake).
  Conozco la cinta de memoria, cada plano, cada diálogo, incluso soy capaz de recitar simultáneamente los soliloquios del personaje del indio (Farmer), enunciados en un idioma extraño y casi ininteligible.
  Anoche volví a repasar el film simplemente porque me apetecía disfrutar contemplando algo bello, que me consiguiera hacer trascender la realidad y me hiciera sonreír, que me provocara esa sensación de plenitud que alcanzamos en nuestros escasos (y breves, sobre todo breves) momentos de felicidad.
  Seguro que sabéis de lo que hablo.
  No es el mejor western del mundo ni tampoco es la mejor película de la historia, pero para mí puede que lo sea, y eso vengo a defender. Los puristas se echaran las manos a la cabeza (Will…) y hablarán de Ford, Hawkes o Ray, pero creo que en el significado final del arte, y el cine, aunque se olvide la mayoría de las veces, es un arte, viene dado de un modo categórico por la subjetividad del espectador, él es quién decide qué es bueno y qué no lo es, en función de lo que le transmita y de la belleza que observe en lo que ve. Para sostener esta tesis me gustaría comparar el cine con el resto de las artes visuales.

* Un cuadro: puede ser observado durante horas y en multitud de circunstancias, sin que por ello dejemos de sorprendernos cada ocasión y seamos capaces de perdernos durante largo tiempo divagando frente a él.
* Una fotografía artística: Ídem que un cuadro.
* Una escultura. Puede ser apreciada cientos de veces fijándonos una vez en los materiales, otra en la composición, la siguiente en el mensaje, en el concepto, en… y todas y cada una de las veces es posible que nos siga entusiasmando como el primer día.
* La arquitectura: ¿No es posible plantarse frente a la torre Eiffel y pasar horas y horas contemplándola y disfrutando de una buena conversación, de la soledad y una botella de vino, de un beso…? Mantiene siempre ese carácter de perpetuidad y esa capacidad para ser siempre diferente dependiendo de la ocasión a pesar del trancurso del tiempo. Es cierto que el cine tiene varias cualidades que resultan inalcanzables para estas artes, principalmente yo hablaría del carácter narrativo y del dinamismo, del movimiento en definitiva. ¿Pero quiere decir esto que no es posible sentarse a contemplar una película durante dos horas y media igual que quién mira un cuadro u observa una catedral gótica? ¿Buscando nada más que el mero disfrute de los sentidos y de la mente? ¿Y es menos cierto que nuestra propia historia y nuestra subjetividad serán los determinantes principales de nuestra percepción acerca de aquello que estamos observando, más allá de la excelencia estética, o de la perfección narrativa?

  Obviamente estamos hablando dentro de unos límites, la obra en sí tiene que alcanzar la categoría de arte. Puede gustarte o no “Persona” de Bergman, pero es arte, pude gustarte mucho “Titanic”, pero de arte tiene lo que yo de bailarina.
  Mi libro favorito es “On the road”. Sé de sobras que no es el mejor libro que se ha escrito. He leído a Proust y a Joyce, a Mailer y Miller, a Hemingwey y a Kafka, a Céline y a Cortázar, a los griegos… pero ese es mi libro favorito. Pues bien, ¿no puede ocurrir lo mismo con el cine? Seguro que Wenders no es tan bueno como Ray ni Jarmusch tanto como Fuller, Allen es inferior a Lubitsch y los Coen no tienen nada que hacer contra Billy Wilder. Pero, ¿qué sentido tiene eso? El academicismo y la rigurosidad son los estigmas que han detenido siempre el progreso de todas las artes.

  Y cómo muestra:
* El Romanticismo y el Renacimiento fueron una maravilla, pero hasta que no pasaron varios siglos y los franceses comenzaron a soltar el trazo y los rusos a pintar formas geométricas (hasta el clímax del “cuadrado blanco sobre fondo blanco” de Malevich) la pintura no salió del letargo aburrido e hiperrealista en el que estaba metida. Y no digo que el realismo no esté bien, ojo, pero no es lo único que está bien. Si yo dibujo cuatro manchas de pintura de diferentes tamaños y colores que conceptualmente pueden tener una fuerza brutal, ¿por qué tiene que estar mal? ¿por qué no está hecho como mandan los cánones? Y una mierda.
* En Literatura hasta que no aparecieron Freud y Breton (éste sobre todo) y se pusieron a hablar de la escritura automática (los beats la aplicaron posteriormente) la gente seguía pensando que para ser escritor tenías que darle mil vueltas a cada palabra escrita, vivir encerrado en una buhardilla apolillada como Rimbaud o mutilarte el hígado como Hemingwey (qué grande). Mailer se pasó toda la vida buscando escribir la gran novela americana al estilo de Tolstoi o Dostoievski en Rusia (y no le fue mal, “los ejércitos de la noche”) y al final resulta que quizá Carver se quedó más cerca de conseguirlo gracias a sus compilaciones de relatos “Catedral” y “Short cuts”, libros en los que en una docena de historias breves trascendía el género de la novela desgranando de un modo global la realidad estadounidense del momento con la precisión de un cirujano y una clase comparable (a mi gusto) a Chéjov, el cuentista por excelencia.
* En Arquitectura por cientos de años se pensó que la magnificencia y el gigantismo eran las cualidades que más acercaban una obra la belleza. Este terreno es más complicado ya que hasta hace poco más de dos siglos toda la arquitectura artística o semi-artística estaba ligada a la religión y su mecenismo, pero ¿os imagináis las obras de Gehry hace un par de siglos? Habrían sido tratadas de aberraciones sin talento. Y así un larguísimo etcétera.

  En mi humildísima opinión, y para terminar, creo que, en el Cine en particular y en el Arte en general, existe una idea demasiado preconcebida de qué es lo que está bien y por qué está bien, una visión muy clara de cómo se tienen que hacer las cosas para que estén hechas de modo correcto, despreciando muchas de las cosas que no entran dentro de esos márgenes o que no cumplen a rajatabla algunas de las máximas; o simplemente porque ya se hizo algo mejor en el pasado. En las películas y en su modo de crearlas, como en cualquier cosa en la vida, hay que renegar de los absolutos, no hacer caso a aquel que defiende la única verdad (es su verdad, no la tuya), huir de las generalidades y de los convencionalismos que tenemos grabados a fuego simplemente porque “eso” es lo que está bien, y esto aquello otro no lo está.

  El Cine tiene encorsetado el pensamiento de que hubo grandes maestros que, en su primera época, hicieron cosas realmente fascinantes, con muchos menos medios que los actuales y en muchas ocasiones con infinito más talento. Pero eso no es la verdad absoluta, la verdad absoluta está en la subjetividad de cada uno, y esa es la grandeza del arte, porque una obra no está hecha sino para ser contemplada por alguien (en casi todos los casos), y para despertar sentimientos en ese alguien. No se entiende pintar un cuadro si no es para que lo veo nadie, aunque sea una sola persona. El artista se muere pero su obra es eterna, y esta obra está siempre a medio hacer, sin terminar, es el espectador el que, con su manera única de interpretarla le da significado y la termina por fin, la termina una y mil veces, tantas como veces la contemple, porque cada vez será diferente, y nadie, NADIE puede ponerle límites a la propia idiosincrasia de cada persona, a su manera de interpretar y disfrutar. El propio artista no puede hacerlo, no está a su alcance, y mucho menos, ni muchísimo menos, podemos hacerlo nosotros.

  Escuchad a la gente que sepa más que vosotros, leer, documentaos, estudiar… pero que NADIE nunca os quite la capacidad analítica de pensar por vosotros mismos y de formaos vuestra propia opinión, porque en nuestra manera de ser únicos está el camino hacia los escasos momentos (y breves, muy breves) de felicidad.
  © D.A.S 2009



TRAILER: http://www.youtube.com/watch?v=07xKQakj1hM
OST: http://www.youtube.com/watch?v=n6aCMgy0ES4


Recomendación musical: The Lounge Lizards - The Lounge Lizards 
http://rapidshare.com/files/77494951/thellizards.rar 
(Para mí gusto el mejor grupo de free-jazz y avantgarde de los últimos 30 años.  Otro de sus discos (el mejor) "Queen of all ears", está colgado también en el blog)

lunes, 28 de septiembre de 2009

THE YEAR OF THE HORSE



                 Estaba sentado en la primera fila del autobús, poniéndome cómodo mientras observaba como ella me decía adiós con la mano desde el andén.  No había conseguido encontrar trabajo, a pesar de llevar varios meses intentándolo, y tenía que regresar forzosamente a casa de mis padres.  Era un gran paso atrás, volvíamos de nuevo a la relación a distancia, las llamadas telefónicas, sacar su recuerdo de la memoria para mirarlo todos los días, echarla de menos.  Antes de subir al autobús nos dimos un beso y quedamos en llamarnos cuando llegara.  No nos dijimos te quiero.  Llevábamos varios años juntos, y calculo que en todo ese tiempo podría contar con los dedos de las manos el número de veces que lo habíamos hecho.  Siempre había pensado que no era necesario, yo sabía que ella me quería y viceversa, no veía ninguna necesidad de recordarlo asiduamente y hacer perder valor a una afirmación tan profunda y sincera.  Esta vez, sin embargo, me había quedado con ganas de hacerlo. 
            La salida del autobús se demoró unos minutos debido a que un negro muy alto tenía el billete equivocado y tuvo que correr hasta las taquillas para que se lo cambiaran por el del horario correcto.  El negro gritaba algo acerca de que acababa de llegar de Italia y el conductor le replicaba diciéndole que le traía sin cuidado y que se diera prisa o saldríamos sin él.  Se armó un gran jaleo, la gente opinaba y se quejaba del retraso en voz alta.  A los pocos minutos, el negro regresó con el billete y por fin pudimos salir.
            Los asientos estaban dispuestos en filas de a dos dejando el pasillo en medio, y, por suerte, el asiento el de al lado mío estaba desocupado.  Ya estábamos a punto de arrancar, así que dispuse mi mochila en el asiento libre para tener a mano el libro que estaba leyendo, la botella de agua y el ordenador portátil.  Me senté cómodamente con la música sonando a través de los auriculares y comencé a mirar por la ventana, el autobús arrancó y a los escasos segundos frenó violentamente.  Dos mujeres de unos 45 años, rubias, desaliñadas y sin sujetador comenzaron a golpear la puerta pidiendo que la abrieran.  Se sentaron en las dos primeras filas, una de ellas compartiendo estancia con una mujer exageradamente gorda, y la otra a mi lado.
            Maldije en silencio, una de mis múltiples manías era la de realizar las 4 horas de aquel trayecto recorrido casi (calculaba) cien veces sin nadie al lado.  Aborrecía a la gente que se sentaba junto a mí en el autobús.  Jamás era un tipo despeinado, con la camisa sucia y mil cosas interesantes que contar, o una estudiante joven y guapa con la que hablar de literatura y vacuidades.  Siempre eran inmigrantes zafios y ruidosos, amas de casa escandalosas y chafarderas, o críos mal vestidos e irritantes que chillaban a través de sus teléfonos móviles.
El conductor estaba enfadado por tanta molestia.  Salimos de la estación con varias maniobras más bruscas de lo necesario mientras la mujer de al lado mío sacaba una cámara reflex digital último modelo, y su compañera, sentada en el asiento más cercano después del pasillo, encendía un mini ordenador portátil de gama alta.  Me interrogaron acerca de la imposibilidad de poder conectarse a Internet dentro del autobús, y la mujer de mi lado preguntó al conductor si era posible sentarse en mitad del pasillo, en el suelo, para sacar fotografías durante el trayecto.  El conductor no daba crédito.  Le respondió negativamente y continuó conduciendo sacudiendo la cabeza a un lado y a otro.
Yo comenzaba a estar irritado.  Guardé el ordenador portátil, que ya estaba preparado para reproducir una película, y volví a encender la música.
            Ambas mujeres hablaban a gritos en un idioma extraño, a las pocas palabras adiviné que eran rusas.  La gente sentada a su alrededor las observaba con una mueca de desaprobación.
            Cuando ya llevábamos un rato circulando por carretera la mujer que estaba sentada a mi lado se abalanzó sobre mí súbitamente.  Casi llegó a apoyarse encima mío para poder tomar una fotografía del paisaje.  Cuando terminó se giró hacía mí sonriendo y me enseñó la fotografía.  Yo no entendía nada.
            De pronto el conductor comenzó a aminorar la marcha y detuvo el autobús en el arcén.  Se levantó enérgicamente y se dirigió a la parte trasera preguntando a gritos quién había sido la persona que había estado fumando en el cuarto de baño.  El culpable no tuvo el valor de revelarse, y el conductor nos amenazó a todos si volvía a activarse la alarma de humo.




            
Al reanudar la marcha el autobús era ya una fiel recreación del camarote de los hermanos Marx.  La gente gritaba y se acusaba, varios niños lloraban desconsoladamente, un fuerte olor a comida comenzaba a inundarlo todo, una de las rusas hablaba con la enorme gorda que estaba sentada a su lado y la otra hacía fotografías constantemente invadiendo mi espacio.
            En cualquier otro tiempo mis nervios habrían saltado y me habría encontrado al borde del colapso, pero por esa época estaba releyendo compulsivamente a Carver y retomando la afición por escribir relatos, así que, lógicamente, comencé a sentirme como uno más de los personajes de mis historias o las de Carver.  Divagué durante un rato por estos pensamientos y me di cuenta de que ya no estaba irritado, sino feliz.  Los personajes excéntricos, las situaciones improbables y disparatadas, las casualidades más inesperadas, no se encontraban sólo en los libros, estaban en cualquier parte.  Una conclusión así, para un escritor, resulta una verdadera toma de contacto con la realidad, es darse cuenta de que aquello sobre lo que él escribe está vivo de verás, que todas las cosas que inventa tienen existencia propia, que el mundo entero está repleto de historias mínimas, insignificantes y fantásticas.
            El sentimiento de júbilo que estaba experimentando comenzaba a ser tan fuerte e irracional que casi me hacía sentir idiota.  Esbocé una leve sonrisa y subí el volumen de los auriculares hasta que no oí nada más que la música, dejé caer mi cuerpo hacia la ventana y me dediqué a disfrutar aquella sensación que casi había olvidado mientras contemplaba el paisaje.  Mi cabeza estaba totalmente saturada, llena por completo de aquel torrente alegre e injustificado, lejos de los cientos de preocupaciones que me atormentaban de manera cruel y permanente.
            Me di cuenta de que llevábamos un rato cruzando por una zona repleta de granjas de caballos.  Aunque nunca me habían gustado demasiado los animales en ese momento decidí que si tuviera que tener uno predilecto, éste sería sin lugar a dudas el caballo.
            La música continuaba sonando.  A pesar de que mi aparato tenía capacidad para albergar cientos, miles de discos, yo tenía la extraña costumbre de escuchar siempre mis álbumes favoritos cuando iba de viaje.  Concebía el viaje como algo parecido a un puente entre dos mundos, entre lo que dejas atrás y lo que está por venir, entre pasado y futuro, entre antes y después, ya no estás dónde estabas pero todavía no has llegado a dónde estarás.  El viaje es un periodo de tiempo que supone un lapso en la existencia, un tiempo muerto para reflexionar, no tienes la responsabilidad de  vivir, no “estás” en ninguna parte, es simplemente tránsito, un pequeño respiro antes de seguir “estando”, con todo lo que ello conlleva.  Pensaba que un momento así siempre necesitaba de la mejor banda sonora posible.
            Varios de mis discos preferidos fueron sucediéndose uno tras otro mientras el sol comenzaba a teñirlo todo de esos tonos naranjas tan difíciles de describir y tan sencillos de contemplar.  Conforme la música iba sonando mi entusiasmo iba reduciéndose poco a poco, paulatinamente.  La alegría continuaba ahí, su pico máximo ya había pasado, pero había sido tan fuerte que el poso que dejaba parecía suficiente como para seguir sonriendo hasta varios días después. 
Quizá la llamase y le dijese que la quería, tenía ganas de hacerlo.  Saqué el teléfono móvil del bolsillo y marqué su número.  Colgué enseguida y pensé que sería mejor hacerlo cuando llegase a casa, no quería que nadie me oyera decir eso, no me gustaba prostituir mi intimidad de ese modo.
            La rusa ya no hacía fotografías, y su amiga había guardado el ordenador en la maleta y ahora estaba durmiendo.  Era casi de noche y la carretera no era más que una inmensidad negra sobre la cual se veían pequeños objetos luminosos.  Mi botella de agua se había acabado y no llevaba más en la mochila, tenía mucha sed.
            Un poco antes de llegar la batería del mp3 se acabó y me quedé sin música.  La mayoría de gente dormía y el autobús respiraba una extraña calma.  En la pantalla de televisión estaban proyectando una superproducción de hollywood horrible cuyos protagonistas eran un hombre viejo y otro joven, los dos guapos y malos actores.
            Comencé a recapacitar acerca de todo lo que dejaba atrás y pensé que no estaría mal viajar para siempre, sin ningún destino concreto, sin buscar nada, simplemente dejarse llevar de un lugar a otro, siempre de paso, sin la responsabilidad de “estar” aquí o allí, nada más que moverse por el mundo huyendo de la responsabilidad de enfrentarse con los deseos y sueños de cada uno, apartándolos en un rincón de la memoria para no dejar que nos hagan daño al darnos cuenta de que nunca jamás van a cumplirse.
            Cuando llegamos, la gente comenzó a despertarse y todos nos levantamos de los asientos sin apenas mirarnos, como desconocidos, o como conocidos que no se quieren ver, moviéndonos de manera extraña y evitando la mirada del otro.  Las rusas, la mujer gorda, el negro que venía de Italia, los niños que ya no lloraban, nadie decía nada mientras por la pantalla comenzaban a aparecer los títulos de crédito de la película.
            Bajamos del autobús rápidamente, buscando huir cuanto antes de todo aquello, lanzándonos a nuestro destino, porque eso pone en los letreros de los autobuses para indicar hacia dónde se dirigen, “Destino:”.
            Salí a la calle, hacía algo de frío y nadie me había venido a buscar.  No lo esperaba, no había acordado con nadie que me vinieran a recoger, pero siempre cruzaba la puerta de salida con la esperanza de que algún rostro amigo sonriese con la mano levantada entre la multitud dirigiéndose a mí.
            Caminé pensando en llamarla por teléfono y decirle lo mucho que la quería, pero el tiempo que tardé en pensarlo fue mayor que el que me llevó hasta mi casa.
            Hice sonar el interfono pero no contestaron, así que supuse que no había nadie en casa y que mi padre habría salido a cenar con alguno de sus ligues, últimamente no le faltaban.           
            Entré a mi habitación, tiré las maletas al suelo y me cambié de ropa.  Estaba exhausto, un viaje de cuatro horas en autobús termina resultando agotador, por mucho que lo hagas sentado.
En la calle hacía frío, pero en mi casa la calefacción ya llevaba un par de horas conectada. Me tumbé en la cama y empecé a mirar al techo mientras jugaba con el teléfono móvil en las manos, dudando si llamar o no.  Recordé la fotografía que me enseñó la mujer rusa que viajaba a mi lado en el autobús.  En la instantánea se observaba una vieja granja de caballos.  Había un gran campo dónde varios caballos, algunos de color marrón, otros de color blanco y uno de color negro, pastaban tranquilamente cerca de la granja con las montañas de fondo.  Era una fotografía preciosa.  Por un momento me imaginé siendo uno de esos caballos.  Animales hermosos y puros que quizá nunca irán de viaje, criaturas simples cuya única tarea es estar, permanecer allí hasta el fin de sus días mientras miles de infelices montados en un autobús que les conduce a una vida mejor o peor pasan cada día por la carretera contemplándoles.
Divagué durante largo rato con la fotografía en las manos, reflexionando acerca de cómo ninguno de ellos tendría nunca la necesidad o la obligación de decir te quiero.
Continué pensando en eso hasta que perdí la noción del tiempo, y finalmente me quedé dormido. 
© D.A.S 2009 
 
Recomendación musical:  The Felice Brothers - Yonder is the clock
http://rapidshare.com/files/215418430/The_Felice_Brothers-Yonder_Is_The_Clock-2009-FNT.rar
(Folk-Rock del bueno, en la línea de Wilco)

jueves, 24 de septiembre de 2009

STEVE EARLE

Fecha: 19/09/09
Lugar: Sala Bikini
Público: ¾ de entrada


Steve Earle y Townes van Zandt

Steve Earle, ex-alcohólico, ex heroinómano, ex-presidiario, y sobre todo ex-marido (se ha casado 7 veces, dos con la misma mujer, Freud se frotaría las manos) el cantautor de garganta rota y verbo afilado, acaba de publicar "Townes", un homenaje a su ídolo y amigo Townes Van Zandt, uno de los artistas más brilantes y olvidados del siglo XX, un icono de la música popular americana.  Nacido en el seno de una familia rica judía, alcohólico, adicto a los fármacos y las mujeres, mentiroso compulsivo y con brotes de esquizofrenia, Townes fue, sobre todo, un genio. 

Steve Earle aparece por el lado izquierdo del escenario, solo, detrás de él guitarra, armónica y mandolina, sobre la mesa un refresco “Light”. A lo largo de casi dos horas homenajea enérgicamente a su ídolo y amigo Townes Van Zandt, intercalando algunos de sus temas más míticos: Colorado girl, Rex’s blues, Pancho and Lefty, Mr. Mudd and Mr. Gold; con otros de su propio repertorio personal: My old friend the blues, Someday, Hardcore troubadour, o una emocionadísima interpretación de I ain’t ever satisfied , en la que el público corea mientras Steve sonríe satisfecho. En la actuación se distinguen ecos de los primeros Tupelo y del country de carretera, y muchos de los clichés del folk-rock americano llevados al extremo de la excelencia, en definitiva, música en estado puro. El virginiano con aspecto de camionero desaliñado nos regaló una lección de cómo se canta con sentimiento, clase y crudeza, una voz rasgada llena de historias que hablan del sueño americano perdido, y a sus espaldas una carrera musical y una trayectoria personal que lo ha convertido en un artista para minorías excitante y maravilloso. Si de verdad existen los músicos de culto se tienen que parecer a esto.


"Townes Van Zandt es el mejor cantante del mundo, y me subiré en la mesa de té de Bob Dylan con mis botas de cowboy para defenderlo si es necesario" (Steve Earle) 


"Conozco a los guardaespaldas de Bob Dylan, y no dejarían acercarse a Steve a menos de diez metros de su mesita de té" (Townes van Zandt) 

© D.A.S 2009 

Recomendación musical: Nina Simone - Greatest hits 
http://sharebee.com/b7b30ab2

miércoles, 23 de septiembre de 2009

MAYER HAWTHORNE

“A strange arrangement”
Stones throw

Esperadísimo debut de la nueva joya de Stones Throw, un treintañero blanco con gafas de pasta que parece cualquier cosa menos crooner del soul.
Dada la marcada tendencia al revival que parece estar instalándose en el negocio de la música sería fácil pensar en este disco cómo un hype oportunista, pero no lo es. Y no lo es porque Mayer Hawthorne compone, toca casi todos los instrumentos y arregla y produce sus propios temas. Un músico con todas las letras poseedor de un talento innato para los registros vocales del soul y el R&B, una enciclopedia viviente y cantante de la escena Motown de los 50 y 60, consumidor compulsivo desde su más tierna infancia del genio y la obra de nombres cómo Isaac Hayes o Barry White (nació y creció muy cerca de Detroit).
Precedido por el éxito de su single (en vinilo) “Just ain’t gonna work out”, una joya de ritmo cadencioso con unos arreglos corales que hipnotizan, el primer disco de Hawthorne posee auténticos hits, cómo la rompepistas “The ills”, una pieza llena de dub y juegos de vientos al son de las trompetas, o la exótica “Green eyed love”, dónde Mayer termina luciéndose con la guitarra eléctrica. En definitiva, una obra nueva que suena a viejo, grabado con pocas pistas y de modo analógico con instrumentos de la época para conseguir un estilo auténtico y lleno de personalidad, un derroche de clase que da cómo resultado un disco lleno de talento y de magia, de alegría y optimismo. Brillante.
© D.A.S 2009


Vídeo de Mayer Hawthorne.  The ills@Boombershot
http://www.youtube.com/watch?v=uhP8-1nNNWI&feature=related


Recomendación musical:  Battles - Mirrored 
http://rapidshare.com/files/66234641/Battles_-_Mirrored.rar

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