jueves, 26 de noviembre de 2009

LA LLAVE


A las 8 y 16 minutos K. se levantó de la cama, totalmente aturdido y todavía flotando en el mundo de los sueños, incapaz de distinguir si realmente estaba preparándose café o, como acostumbraba a pasarle en los prolegómenos del despertar, lo estaba soñando. Desde que vivía con M., su novia, K. había adoptado la mala costumbre de marcar pequeños retrasos en la alarma del despertador antes de levantarse definitivamente. Anteriormente él era una persona decidida, que sintonizaba el reloj a una hora y en el mismo momento que este emitía la primera señal de alarma se despertaba de un salto de la cama, sin ninguna tentación de volverse a tumbar. Antes, la voluntad de K. solía ser más fuerte que su cuerpo, ahora cada vez tenía más tendencia a evitar cualquier cosa que le supusiese un esfuerzo. Este hábito tan arraigado le provocaba unos amaneceres llenos de confusión. La alarma sonaba a las 8 en punto, y K. enseguida la retrasaba cinco minutos, después cuatro, después tres, dos, uno… hasta que por fin se levantaba de la cama. Esos escasos minutos los pasaba en un estado de enfermiza duermevela en los que siempre se veía a sí mismo levantarse y realizar las tareas habituales: iba al servicio, preparaba café, leía el periódico digital… pero cuando, por fin, llegaba la hora de levantarse de verás, se daba cuenta de que todo había ocurrido en su imaginación y que ahora tenía que repetirlo en el mundo real. Aquello le agotaba profundamente, y le hacía amanecer de mal humor. 
Eran las 8 y 39 minutos y k. estaba saliendo de la ducha, luchando por escapar del estado de embriagador letargo en el que se encontraba. La noche anterior se había acostado tarde, muy tarde. Quería impresionar a su jefe presentándole un estudio acerca de las posibilidades de la última película de la productora en el mercado latinoamericano, y prácticamente no había dormido. Le tocaría recibir las felicitaciones y las palmadas en el hombro con una cara y un aspecto lamentables, pero después de todo no por ello dejarían de ser felicitaciones. K. salió de casa a toda prisa, el sueño había hecho disminuir su velocidad normal de acción e iba con el tiempo más justo que de costumbre. El ascensor estaba ocupado, por lo que optó por bajar las cuatro plantas de escaleras que llevaban hasta el garaje corriendo. Cuando llegó al coche se dio cuenta de que había olvidado su maletín, así que dio media vuelta y subió de nuevo las escaleras. Cuando estuvo frente a la puerta, y tras mirar en el bolsillo dónde siempre guardaba las llaves, cayó en la cuenta del terrible suceso. Las había olvidado dentro de casa. No podía creerlo, los nervios y la presión estaban a punto de devorarle. Totalmente derrotado, superado por la situación, k. entró en el ascensor y bajó a la calle, se sentó en uno de los bancos que había bajo su casa y llamó desde el teléfono móvil. 
- Hola, querría que me pusiera en contacto con algún servicio de cerrajeros de urgencia, por favor. – dijo K. con un tono entre la más resignada tristeza y la más triste resignación. 
- Un momento. – respondió la operadora. 
Al cabo de unos minutos, le pasaron con una mujer. 
- Buenos días, Key Central servicios urgentes, ¿en qué puedo ayudarle? 
- He olvidado las llaves dentro de mi casa, necesitaría abrir la puerta urgentemente, por favor. 
- Muy bien, ¿conoce el modelo de su puerta? 
- No, no exactamente. La puerta es blindada, bastante gruesa, la llave tiene aspecto de antigua. Vivo en los bloques de al lado del Edificio Diagonal que fueron inaugurados el año pasado. 
- No me diga más, conozco el modelo de puerta de esas casas, no es el primero que nos llama. Debe usted ponerse en contacto directamente con la compañía, lo siento. Si quiere puede darle el teléfono.

K. llamó a la compañía, pero andaban escasos de técnicos y no podrían atenderle hasta última hora del día.  Abatido, k. hundió la cara en sus manos y se dejó llevar por la impotencia.
Cuando abrió los ojos no sabía con seguridad si habían pasado unos minutos o unas horas.  Miró su reloj, habían sido sólo unos minutos.
Llamó por teléfono a m..  Vivían juntos, pero tenían horarios diferentes, en teoría ella ya llevaba más de una hora trabajando.
- Cariño no puedo hablar ahora, llámame más tarde, por favor.  – contestó m. nada más descolgar.
- Escucha, escúchame demonios, dame un minuto.  He olvidado las llaves dentro de casa y el cerrajero no puede venir hasta la noche, necesito tus llaves, he olvidado el informe de Latinoamérica dentro de casa.
- Cielo, estoy en el aeropuerto, hoy tenía que coger el puente aéreo, lo hablamos anoche, en la cena, ¿recuerdas?  Llegaré a casa alrededor de las 9, te veré entonces.
k. colgó el teléfono y volvió a hundir el rostro en sus grandes manos, cerrando los ojos.
A los pocos segundos los abrió, miró hacia el frente y lanzó el teléfono móvil con todas sus fuerzas contra el suelo, haciéndolo saltar en mil pedazos.  Se levantó y se dirigió hacia la parada de metro más cercana.
Hacía meses que no cogía el metro, normalmente sus días consistían en ir en coche de casa al trabajo, de allí al restaurante que había debajo de la productora, de nuevo al trabajo y por fin a casa.  Los fines de semana transcurrían entre comidas en sitios de moda, cenas en casas de amigos, copas caras en bares snobs y algún polvo ocasional y de compromiso.  En resumen, K. vivía en una burbuja.
Pasó las 6 paradas que separaban su casa del centro agarrado a una barandilla sonriendo como un idiota, observando a todo el mundo con una mueca de asombro.  Adolescentes camino del Instituto, ancianos que leían el periódico, una multitud de inmigrantes, personas desaliñadas, personas con traje y corbata, personas gordas, personas flacas.  Personas.
- Así que esto es la gente normal, casi lo había olvidado.  – pensó k. para sí mismo.
Cuando llegó a su parada la masa humana le fue deslizando de un modo casi imperceptible hasta la superficie, k. tenía la impresión de que se desplazaba sin tocar el suelo, como si formase parte de algo mucho más grande que él que se movía sin pausa arrastrándole sin remedio.
Al salir a la calle se colocó sus gafas de sol y comenzó a caminar entre la multitud con la mirada perdida.  Recorrió las estrechas calles del Barrio Gótico disfrutando del ajetreo y la prisa que destilaba la ciudad igual que solía hacer en sus tiempos de estudiante.  K. era una persona inevitablemente urbana, cuando era más joven, solía salir solo a dar largos paseos caminando de un barrio a otro, fijándose en las personas, en los edificios, los bares, los parques… y en la conjunción mágica y romántica que este conglomerado de cosas creaba: la ciudad.
Se sintió feliz de reencontrarse con aquellos antiguos sentimientos que ya creía perdidos, antes consideraba estas pequeñas excursiones como una de sus prioridades, uno de los pocos momentos en los que tenía la oportunidad de estar a solas consigo mismo y hacer balance de la vida, y el hecho de estar recuperando aquella vieja tradición le provocaba una ilusión semejante a viajar hacia atrás en el tiempo, a ser joven otra vez.
Pero el tiempo había pasado, y de qué manera.  Cuando k. estaba en la Facultad soñaba con ser un gran guionista, amaba el cine más que ninguna otra cosa, y gran parte de su tiempo lo dedicaba a escribir historias.  Ahora trabajaba en el departamento de financiación de una gran productora, ganaba mucho dinero y estaba metido dentro del mundo del cine, pero aquello distaba mucho de lo que k. siempre había deseado.
Se sorprendió a sí mismo pensando en todo aquello.  Normalmente, su vida iba tan deprisa que no tenía tiempo para pensar en ella.  Su existencia se limitaba a una concatenación de acontecimientos, la mayoría de ellos rutinarios y repetitivos, pero k. nunca tenía tiempo para reflexionar acerca de estos e intentar siquiera sacar conclusiones, simplemente ocurrían, nada más, todo funcionaba demasiado deprisa como para pararse a pensar si las cosas estaban yendo bien o mal.  Hacia ya mucho tiempo que su vida parecía habérsele ido de las manos, daba la impresión de que nada ni nadie, ni siquiera él, era capaz de pararla, un ente con autonomía propia que funcionaba independientemente respecto de su propia persona.  En plena calle, rodeado de gente, tuvo la sensación de que por primera vez en mucho tiempo, tenía tiempo para pensar en sí mismo.
A mitad de estos pensamientos tuvo la tentación de llamar al trabajo, ni siquiera había avisado de que no iba a ir.  Pero no lo hizo.
Cuando sus piernas comenzaron a sentirse cansadas k. decidió parar a tomar un café.  Se sentó en la barra y comenzó a leer la prensa.  No recordaba cuando fue la última vez que tuvo un periódico en las manos, normalmente leía varios, pero sólo las ediciones digitales.  Ojeando aquel diario cayó en la cuenta de algo ¿hacía cuanto que no leía un libro?  Salió de la cafetería y se dirigió hacia una vieja librería que solía visitar años atrás.  Estaba cerrada.  Continuó caminando y finalmente encontró una librería mucho más moderna que la que buscaba, era una franquicia que tenía repartidas varias sucursales por Barcelona.  Dio varias vueltas hasta que casualmente encontró una edición de bolsillo de “El viejo y el mar”, uno de sus libros favoritos.  Lo compró y fue paseando hasta el Parque de la Ciudadela.  Al llegar allí se sentó en un banco frente a la fuente y lo leyó de un tirón. 
Tenía algo de hambre, así que pensó que quizá ya sería la hora de comer.  Cruzó Vía Laietana, dejó atrás la Plaza Sant Jaume, bajó la calle Ferrán y llegó hasta el Raval.  Se decidió por un restaurante vegetariano decorado de un modo muy alegre.  Nunca había estado en ninguno y le pareció que ese era el día perfecto para probarlo.  Se sentó en la barra y pidió la carta a una preciosa camarera bastante joven que tenía un extraño aro colgando de la nariz, igual que si fuera una vaca, le pareció muy gracioso.  K. pasó más de diez minutos mirando la carta, incapaz de decidirse por nada.  Al fin, la camarera regresó a donde él estaba sentado.
- ¿No lo tienes claro?  Si quieres puedo recomendarte algo.  – preguntó con gesto amable.
- No, la verdad es que no logro decidirme.  Es la primera vez que estoy en un restaurante vegetariano ¿sabes?  - contestó k. sonriente, llevaba toda la mañana con mil sensaciones fluyéndole en la cabeza y tenía ganas de hablar.
- Entiendo.  Si quieres mi opinión, te recomiendo la lasaña de queso de cabra, es mi plato favorito, está buenísima.  Y para beber, si te gusta el vino, pide una copa de Barbazul, es un vino de Cádiz muy poco conocido, a mí me encanta.
- Me has convencido, tomaré lasaña.  Y también probaré ese vino, creo que nunca he bebido un vino de aquella zona y Cádiz es una ciudad que me gusta mucho.  – contestó k. sonriente.
- Buena elección, a mí también me fascina Cádiz, con sus playas, la gente… es un buen lugar para perderse.
Cuando la camarera estaba a punto de dar media vuelta se fijó en el libro que K. había dejado encima de la barra.
- ¡Vaya!  ¿Te gusta Hemingwey?  “El viejo y el mar” es uno de mis libros preferidos.  – dijo la chica sorprendida.
- Mucho, es uno de mis escritores favoritos.
- ¡Qué sorpresa!  Precisamente en la compañía estamos ensayando la adaptación de uno de sus textos cortos “Hombres sin mujeres”, ¿lo conoces?
- Por supuesto.  No me digas que eres actriz.
- Lo intento.  Termine la carrera de Historia hace ya un par de años, incluso hice un máster, pero creo que mi verdadera vocación es actuar.  Sé que es un mundo complicado, pero uno tiene que luchar por lo que de verdad quiere ¿no?
- Desde luego.  – contestó K. ensimismado por el entusiasmo de aquella joven.  Yo estudié Cine, trabajo en una productora bastante grande desde hace un par de años.
- ¿De verás?  ¡Qué emocionante!  Tiene que ser fantástico estar dentro de aquel mundo tan apasionante.
- No te creas, no todo es tan bonito como parece visto desde fuera.  – replicó k. mirando hacia el suelo.
- Me llamo Clara, ¿y tú?  - preguntó muy risueña, con cierto tono de flirteo.
- Yo soy K., encantado de conocerte Clara.  – respondió K.
La chica se marchó y continuó trabajando, K. comió la lasaña y bebió tres copas de vino más.  Cuando terminó, llamó a la joven y le pidió la cuenta.  Intercambiaron un par de sonrisas y K. decidió lanzarse.
- Escucha Clara, ¿a qué hora acaba tu turno?  Me gustaría invitarte a un café, ¿te apetece?  - preguntó K. muy decidido, espoleado por el vino y la belleza de la chica.
- Termino en menos de diez minutos, me encantaría.  – contestó ella.
Clara se dio la vuelta y continuó atendiendo.  K. estaba totalmente sorprendido.  Si aquella preciosa chica había terminado la carrera de Historia e incluso había hecho un máster significaba que no debían llevarse más de dos o tres años, ¿cómo podía ser posible que ella tuviera un aspecto tan juvenil y K. a su lado se viera tan viejo?  Los años no caen igual a todo el mundo, pensó.
K. observó a Clara discretamente desde la barra mientras la chica se movía ágilmente de un lado a otro con platos en las manos.  No recordaba la última vez que había hablado con una desconocida.  Solía tratar con cientos de personas que pasaban por la productora y conocer a montones de amigos de amigos, pero nada parecido a un encuentro como aquel.  Él, solo, hablando con otra persona sin ningún nexo aparente más allá que la atracción y la conversación espontánea. 
A los pocos minutos Clara apareció sin el delantal y vestida con otra ropa diferente.  Llevaba unos pantalones negros muy apretados y un estiloso jersey gris oscuro con el cuello muy ancho, estaba guapísima.
Se sentaron en una mesa y enseguida les llevaron los cafés.  Hablaron un poco de Cine, otro poco de Literatura, y K. enseguida comenzó a hacer preguntas más personales, interesado de verás en aquella chica.
- Y dime Clara, ¿cómo decidiste ser actriz?  A priori, no parece que tenga mucho con ver con la Historia ¿no?  - preguntó
- No mucho, tienes razón.  Siempre me ha encantado actuar, así que, cuando entré en la facultad, pasé a formar parte del grupo de teatro de la Universidad.  Nos juntábamos a menudo, ensayábamos, e incluso representamos varias obras.  El tercer año ganamos un concurso y viajamos actuando por varias Universidades de España, fue algo increíble.
- Suena fantástico, debió ser muy divertido.
- Muchísimo, no te puedes imaginar.  La cosa es que cuando terminé la carrera mis padres se empeñaron en que hiciera un máster en el que da clase un amigo de mi padre, yo acepté, pero también continué en contacto con mis antiguos compañeros.  Uno de ellos logró acceder a una compañía muy joven que dirige un amigo suyo, y cuando me ofreció ingresar no me lo pensé dos veces.  Tuve que dejar el trabajo de profesora que tenía en una academia para niños porque me ocupaba todo el día, conseguí este trabajo a media jornada y por las tardes voy a los ensayos.
- Vaya, eres muy valiente, te admiro.  – dijo K. sinceramente
- ¿Hay qué luchar por lo que se quiere no?  - respondió Clara mirando a los ojos de K.
Cuando terminaron los cafés salieron a la calle, se intercambiaron los teléfonos y se dijeron adiós.  K. le prometió ir a ver uno de sus ensayos a cambio de que ella aceptase una invitación para cenar.  Clara aceptó.
La conversación y el vino parecían haber hundido la mente de K. en un confuso estado entre el miedo y la emoción, se quedó parado en la puerta del restaurante viéndola marchar mientras sentía que su cerebro empezaba a hacer cosas extrañas.  Unos segundos después comenzó a caminar sin rumbo fijo y justo antes de doblar la esquina de la calle se giró y vio la silueta de Clara alejándose entre la multitud.  Cuando finalmente la perdió de vista dio media vuelta y reemprendió la marcha con una descabellada idea martilleándole la cabeza como si fuera el mayor axioma del universo: podría enamorarse de aquella chica sin ningún tipo de esfuerzo.
Se dejó llevar durante un rato por las calles y plazas del Raval y súbitamente recordó que había visto en el periódico que proyectaban una de sus películas favoritas en los cines Meliès.  Recorrió ágilmente aquellas calles con olor a humo y especias hasta llegar al eterno jaleo de Plaza Universitat, después subió la calle Aribau y recordó como, cuando comenzó a salir con M. y acostumbraban a hacer inesperadas salidas nocturnas, se colocaban en el principio de la calle y jugaban a decir un número al azar, tras esto recorrían el número de pasos que indicaba dicho número y entraban a cenar al restaurante más cercano.  Hacía meses que no lo hacían.  Cuando llegó al cruce con Aragó giró a la izquierda y caminó viendo como comenzaba a ponerse el sol, finalmente, cogió la calle Villaroel y entró a ver “En la ciudad” en los viejos cines Meliès.
El efecto del vino ya había pasado y la película le dejó un amargo poso de tristeza.  Paseó lentamente hasta la parada de metro para volver a casa, el sol se había puesto hacia ya un par de horas y comenzaba a hacer frío.  Durante el camino de regreso a casa K. comenzó a plantearse cosas que no le habían venido a la cabeza en el resto del día, ¿qué pensaría M. cuando le explicase lo que había hecho?  ¿qué iban a decirle en la oficina a la mañana siguiente?  Pasó el viaje en metro sentado con el rictus muy serio dándole vueltas a estos pensamientos.  Él siempre había pensado que se enamoraría de una chica alegre que compartiría su pasión por el cine y sería su compañera de viaje hacia lugares extraños, una chica dulce y sincera con la que pasar las noches bebiendo vino tinto y hablando de sus sueños.  K. solía fantasear con vivir en un ático abuhardillado pequeño y acogedor, con una gran librería que tuviese adosada una escalera para poder llegar a los libros que estuviesen más altos.  Su casa actual tenía más de 150 metros y no tenía librería.  De joven se imaginaba a sí mismo como un guionista vividor y despreocupado al que nunca le faltaban ideas fantásticas sobre las que escribir, un creador de historias como los que él admiraba desde que era un niño.  No conseguía entender en que parte del camino las cosas se habían torcido tanto como para acabar así.  Tenía una novia guapa y seria con un gran trabajo, una casa de lujo y un trabajo de éxito, se suponía que había llegado lejos, pero ¿Por qué demonios había llegado hasta allí si él quería ir a otro lugar?  Esta pregunta retumbaba en su cabeza una y otra vez.
Bajó del metro con las manos en los bolsillos caminando con pasos deliberadamente cortos, con miedo de llegar a casa y tener que volver a enfrentarse con su vida real.
Merodeó lentamente cambiando a menudo de acera, intentando tomar consciencia de lo que le había pasado a lo largo de aquel día, estaba volviendo en sí y los hechos parecían superarle.  Era como si, por unas horas, se hubiera tomado vacaciones de su propia vida, como si hubiera huido a un lugar en el que poder fascinarse como si todo fuera nuevo y desconocido, un sitio muy lejano donde nadie lo conociera y tuviese carta blanca para volver a empezar de cero.
Al llegar al portal de su casa se encontró con el portero, que estaba sacando la basura del edificio, K. le miró amablemente y le saludó:
- Buenas noches, abríguese bien, parece que por fin ha llegado el frío.
- El frío es bueno, le hace a uno sentirse vivo.  ¿Cómo está?  La señora M. me ha preguntado por usted cuando ha llegado.  – contestó sonriente el portero.
- ¿Hace mucho rato que ha llegado?  - preguntó K. algo nervioso.
- Una media hora más o menos.
- Gracias, buenas noches.
K. cogió el ascensor, no tenía fuerzas para subir por las escaleras, llevaba todo el día caminando y se sentía cansado.
Cuando llegó frente a la puerta de su casa metió la mano en la chaqueta, buscando las llaves por inercia.  No las encontró y por puro impulso probó en el bolsillo de al lado.  Un escalofrío le recorrió el cuerpo de arriba abajo y después sacó las llaves del bolsillo.  Se quedó unos minutos observándolas, totalmente paralizado, sintiendo como el corazón comenzaba a agitarse a velocidad de vértigo dentro de su pecho.  Levantó la cabeza, respiró profundamente y abrió la puerta de su casa.  Nada más hacerlo, M. salió de la cocina y acudió a su encuentro.
- ¿Se puede saber qué te ha pasado?  Tu jefe me ha llamado, ha dicho que no has ido a trabajar y que tu teléfono ha estado apagado todo el día.  ¿Dónde demonios te has metido?  ¿De dónde vienes?  - preguntó M. acelerada y nerviosamente.
- Se acabó.  – contestó K. muy serio.
- ¿Qué?  ¿De qué coño estás hablando?  ¿Qué quiere decir “se acabó”?  ¿Qué es lo que se acabó?  - respondió M. gritando.
- Todo.  Se acabó.
      © D.A.S 2009

Recomendación musical:  Mùm - Finally we are no one

http://rapidshare.com/files/88082085/Mum_-_Finally_We_Are_No_One.rar

(Indietrónica islandesa reposada y envolvente, una maravilla de disco)

Vídeo:  Green grass of tunnel: http://www.youtube.com/watch?v=oHTFmJk7fH0



* Recomendación literaria:  "Sida mental" de Lionel Tran.  Novela  experimental que juega con el tiempo cronológico y la estructura gramática.  Nihilista, suicida, macabra, dura, sucia, barriobajera y realista.  Su autor es guionista de cómics y dirige Terrenoire, uno de los talleres de edición underground más importantes de Francia.

lunes, 9 de noviembre de 2009

FAMILY










Cuando salí a la calle sentí un tremendo golpe de frío en el rostro, suspiré profundamente y el vapor se acumuló frente a mis ojos: por fin había llegado el invierno. No podría decir con seguridad si llevaba colocados o no los auriculares ni si el reproductor de música portátil estaba conectado, pero recuerdo perfectamente escuchar música en mi cabeza mientras comenzaba a andar bajo aquel cielo insultantemente azul con las manos metidas en los bolsillos. Los niños caminaban en dirección a sus respectivas escuelas dando saltos por las aceras, gritando y riendo, insuflando vida a las estrechas y aletargadas callejuelas, hacía casi una hora que había amanecido y la ciudad empezaba a despertar. Entré en una cafetería de aspecto moderno y pedí un expresso. Lo tomé tranquilamente mientras ojeaba el periódico y llamé a Luka desde el teléfono móvil.


- ¿Davi?


- Luka te he dicho mil veces que no me cojas el teléfono cuando llamo por la mañana. Cuelga y llámame tú maldito tacaño, tu compañía no te cobra por hablar por las mañanas. – dije algo irritado.


- Está bien, está bien. Dame un minuto


A los pocos segundos mi móvil comenzó a sonar. Descolgué rápidamente y hablé.


- Hola Luka, ¿está tu padre despierto?


- Sí, acaba de levantarse, ¿cómo ha ido todo?


- Perfecto, no ha habido ningún problema, ha sido como robarle un caramelo a un niño.


- Lo celebro, papá se pondrá muy contento, te esperamos a la hora de comer, sé puntual.


- Descuida, hasta entonces.


Me sentía realmente bien, paseé sonriente hasta West Avenue y torcí en la segunda hacia Ryde Park. Caminé por aquella inmensidad verde durante un rato con la mirada dividida entre las traviesas ardillas y las caras de la gente, muchas de ellas todavía dormidas. Comencé a fijarme especialmente en los ancianos. Resulta llamativo el modo en el que envejecen los rostros de las personas: arrugas profundas e infinitas que parecen ser el recorrido vital de la persona en cuestión, grandes bolsas bajo los párpados que dan la impresión de querer indicar cuanto ha sufrido o no ha sufrido esa persona, horribles pelos que salen de los enormes y eternamente dilatados orificios nasales, dobleces por todos los rincones de las mejillas, orejas demasiado grandes, ojos demasiado pequeños… es el precio que tenemos que pagar por seguir viviendo, irnos estropeando sin remedio.


Observando a todos aquellos ancianos e intentando reconstruir fantasiosamente sus vidas no tardé en animarme con el ejercicio de vislumbrar como sería mi propia vejez. Intenté hacerme una imagen mental de cómo luciría mi apariencia cuando fuese un respetable anciano, pero no conseguí dibujar en mi mente ninguna figura que me resultase satisfactoria. No estaba acostumbrado a pensar en el futuro, el presente solía ser tan duro que intentar adivinar qué demonios sería lo que vendría después me bajaba la moral.


Continué caminando pensando en cientos de cosas, observando a los pájaros, contemplando a las personas, perdiéndome en la forma de las nubes, la altura de los árboles… desde niño había tenido una enorme facilidad para la ensoñación, los profesores y psicólogos siempre habían dicho de mí que era un chico muy despierto y que la inteligencia creativa era la que dominaba mi cerebro. Siempre andaba absorto en múltiples cavilaciones, ya estuviera caminando por la calle, masticando un filete en el comedor de la escuela, o tumbado en la cama con los ojos como platos, mi mente acostumbraba a andar perdida en mi pequeño mundo. Recuerdo que, cuando era muy pequeño, soñaba con ser bombero, tengo que decir que dista mucho de lo que he llegado a ser en realidad, pero en mi cabeza poseo una cantidad ingente de recuerdos extraordinariamente nítidos de la época en la que soñaba que apagaba fuegos y rescataba a personas de rascacielos ardiendo. Casi como si realmente hubiese ocurrido.


Lo mismo pasó cuando mis padres me apuntaron a clases de tenis, cuando gané el concurso de redacción del Instituto o la temporada que me dio por aprender a tocar la guitarra. Todos aquellos sueños se quedaron por el camino, pero mi cerebro está rebosante de recuerdos de grandes victorias en Wimbledon, Premios Nobel de Literatura o conciertos con más público que los Stones en los que yo era el guitarrista principal.


Estaba profundamente alegre, eufórico, la satisfacción del trabajo bien hecho me hacía sentirme orgulloso de mí mismo. Seguramente la cocaína también estaba ayudando, me encontraba algo inseguro esa mañana al levantarme de la cama y decidí darme un par de empujoncitos para terminar de animarme, no quería que me temblasen las piernas cuando llegase el momento.


Salí por la parte Oeste del parque y caminé durante unos minutos más. Fui a parar a Madison Garden y me acerqué hasta los viejos Cines Buñuel. Programaban “One, two, three” de Wilder en la sesión matinal. Compré una entrada sin dudarlo y entré en aquel destartalado y desierto cine. Me reí sonoramente durante dos horas y al salir cogí el metro hasta Permington, la parada sólo estaba a cinco minutos caminando de la casa de los Herzog.


Cuando llegué allí Luka salió a recibirme y nos fundimos en un abrazo.


- Sabia que todo iba a salir bien amigo, no lo dudé ni un solo instante. – dijo poniendo sus manos sobre mis hombros y dedicándome una gran sonrisa.


- Gracias hermano, yo tampoco lo dudé.


Aquella frase se fundió con una voz que gritaba mi nombre proveniente del interior de la casa.


-¿Davi Romunn? ¡Acércate aquí maldito cabrón, sabía que no nos fallarías! No era un trabajo fácil pero sabía que no ibas a fallarnos. Dime, ¿cómo ha sido? - preguntó expectante Carlo, el padre de Luka, el jefe, el señor, el dueño de todo, mientras se acercaba a mí con un gesto de aprobación en su rostro.


- Ha sido más sencillo de lo que esperaba señor Romunn. He llegado temprano, me he colado en su garaje y he esperado pacientemente a que bajara, cuando lo ha hecho he aparecido desde detrás de una columna y le he metido una bala entre los ojos, tal y como teníamos planeado. El garaje estaba desierto y estos silenciadores Benson funcionan como la seda, así que he salido de allí enseguida y me he marchado caminando tranquilamente, sin dejar rastro.


- Perfecto chico, perfecto. Trabajas con nosotros desde hace ya tres años pero ahora puedo decir que eres oficialmente uno más de la familia. Hacer negocios con cocaína es una cosa, hacerlos con la clase y rentabilidad que lo haces tú otra muy distinta, pero este tipo de encargos están reservados a gente de extrema confianza. Bienvenido hijo, vamos a comer.


Pasamos al gran salón en el cual la mesa estaba dispuesta de un modo tan fantástico que parecía un enorme bodegón antiguo. Luka levantó la copa en mi honor y todos brindaron enérgicamente. Pocas veces me he sentido mejor que en ese momento. No era el guitarrista de los Stones, ni el Nobel, ni siquiera eran unos octavos de final en Wimbledon, pero era mi triunfo, y me había ganado a pulso el derecho de saborearlo.


Devoré sin mesura blinnis con caviar, foie artesano, langosta y chocolate mexicano, bebí un champagne tan sabroso que debía ser la meada del mismo Dios y Carlo me invitó al puro más grande que había visto nunca. Hablamos y reímos hasta bien entrada la tarde. Cuando el sol comenzó a ponerse me despedí de ellos y me marché.


Las tiendas todavía estaban abiertas, así que en lugar de coger el metro a mi casa me acerqué hasta el boulevard de las boutiques con la intención de comprarle algo bonito a Michelle para celebrar la buena noticia. Deambulé bajo las farolas estilo años 20 de las cuales brotaba una luz naranja que llenaba todo de calma y sosiego mientras decenas de preciosas mujeres vestidas igual que las modelos de las revistas me dedicaban miradas que parecían decir “vamos, acércate, pregúntame si quiero follar contigo, contestaré que no, pero los dos sonreiremos”.


Ya sabía desde un principio lo que le iba a regalar a Michelle, pero a pesar de eso me paseé por varias de aquellas tiendas barrocas y aterradoramente caras por el simple hecho de sentirme a la altura de todos aquellos desgraciados a los que siempre había despreciado, aquella masa uniforme de gente podrida de billetes y vestida a la última moda.


Cuando mi ego estaba a punto de sobrepasarme me dirigí a Chanel y compré un pequeño bolso de color negro por un poco más de 2000 euros.


Anduve el camino a casa durante algo más de media hora observando cosas totalmente familiares con un aire de extrañeza. Los vagabundos, los pubs donde sirven cerveza las 24 horas del día, el viejo drugstore de la esquina de la calle Maine con la 55, los perros que siempre se reunían enfrente de mi edificio. No tardaríamos mucho en mudarnos y todo aquello se convertiría dentro de poco en nada más que recuerdos. Me entristeció pensar eso, pero para poder ir hacia delante con fuerza tienes que permitir que el suelo que dejas atrás se derrumbe a tu paso.


Al entrar en el patio y revisar el correo me di cuenta de que el nombre de Sonny no aparecía en la etiqueta del buzón. Cuando nos cambiásemos de casa escribiría también su nombre en la etiqueta, después de todo, ya estaba a punto de cumplir 5 años.


Subí corriendo las escaleras, siempre lo hacía, son mucho más rápidas que el ascensor, y ayudan a tener las piernas en forma para poder subir más rápido. Y a mí me gustaba subir rápido.


Recorrí el pasillo que llevaba hasta el loft con la chaqueta colgando del hombro. Llegué hasta la puerta y desde el mismo momento en el que empecé a abrirla y noté que toda la estancia estaba a oscuras sentí un terrible cosquilleo por la parte final de la columna. Los nervios comenzaron a aflorar, saqué la pistola y terminé de abrir la puerta muy despacio. Llamé a mi mujer dos veces.


- ¡Michelle! ¡Michelle!


Nadie contestaba, di dos pequeños pasos acercándome hasta el salón con la pistola empuñada firmemente con ambas manos, respirando cada vez más y más acelerado. Oí un ruido detrás del sofá, apunté y con la mano izquierda intenté activar el interruptor. No alcanzaba, así que di un pequeño paso hacia atrás sin dejar de apuntar y encendí la luz.


- ¡Bu! Jajaja ¡Te has asustado! ¡Te has asustado! ¡Papá se ha asustado!. – Sonny apareció de detrás del sofá muriéndose de risa y corriendo como un loco hacia mí.


El pequeño Sonny gritaba y reía, y creo que ni siquiera se percató de la pistola, lo subí en brazos y con cuidado me guardé el arma en la parte trasera del pantalón.


- ¿Te parece bonito asustar así a tu padre jovencito? ¡Podía haber sido un ladrón!


- No eras un ladrón, tus zapatos siempre hacen el mismo ruido cuando llegas por el pasillo. – contestó Sonny riendo, era un chico muy listo.


Sólo unos instantes después Michelle salió del baño con una diminuta toalla blanca enrollándole el torso y otra toalla también de color blanco que le sujetaba el pelo.


- Cariño te he llamado cuando he entrado, ¿no me has oído?


- Estaba en la ducha con el cassette, no te he escuchado entrar cielo.


Suspiré y me acerqué hasta ella con el pequeño Sonny colgando de mis brazos, la besé en los labios y sonrió profundamente.


- ¿Ha ido bien verdad?


- Ha ido perfecto cariño, vamos a preparar la cena.


Cenamos relajadamente una ensalada de pollo y al terminar nos tumbamos los tres en el sofá a ver una vieja película de Robert Mitchum que pasaban por el canal de cine.


En ella Mitchum interpretaba a un predicador corrupto recién salido de prisión que llega hasta un pequeño pueblo y consigue ganarse el favor de una joven viuda de la que sospecha tiene escondida una gran cantidad de dinero que su marido robó antes de morir.


Mitchum consigue engañar a la mujer pero no a sus hijos, que son los que terminan por desenmascararle y mandarle de nuevo a la cárcel. Hay algunos niños que son más listos que muchas personas adultas. El niño pequeño que protagonizaba la cinta me recordaba enormemente a Sonny, igual de pequeñito y avispado.


Cuando terminó la película acostamos al pequeño Sonny y Michelle y yo abrimos una botella de Riesling para celebrar el gran día.


Después de la segunda copa le di su regalo.


- ¡Davi! ¡Dios mío, es un Chanel auténtico, debe haberte costado una fortuna! - exclamó Michelle excitada.


- Todo es poco para mi chica. Y más vale que te vayas acostumbrando, ya somos parte de la familia, las cosas comenzarán a ir mucho mejor a partir de ahora.


- Me muero de ganas de ir a la cena de Navidad de casa de los Herzog. Dime cariño, ¿por dentro es tan bonita como por fuera? - preguntaba Michelle totalmente embriagada de la felicidad que prometían los nuevos tiempos.


- Mucho mejor. Tiene un salón enorme. Igual que las casas de las revistas que sueles comprar.


Terminamos la botella de vino y nos metimos en la cama. Hicimos el amor apasionadamente con los ojos cerrados. Fue uno de los mejores polvos de toda mi vida.


El sexo adquiere otra dimensión cuando supone una sublimación del momento y las circunstancias vitales, trascendiendo el simple acto de amor físico. Hay ocasiones en las que la felicidad y el entusiasmo exaltan al cuerpo de un modo mucho más agudo que la simple atracción sexual o la necesidad física. Un ascenso en el trabajo, un golpe de suerte, o una simple buena noticia hacen enardecer el interior de las personas de tal modo que el sexo no es más que la consecuencia lógica en la cual tiene que desembocar ese estado de emoción.


Durante más de media hora estuve en comunión con el cuerpo de Michelle como si me estuviera follando a mi futuro. La besaba pensando en los trajes italianos o en un nuevo coche, seguramente el último modelo que acababa de sacar Mercedes, un deportivo de 4 plazas absolutamente precioso. La familia Herzog tenía negocios con el distribuidor de Mercedes en la ciudad y disfrutaban de privilegios. Michelle giraba la cabeza a un lado mientras yo me movía arriba y abajo encima suyo, y casi podía sentir como ella hacía viajar a su mente al boulevard de las boutiques, después a Europa, haciendo turismo por las viejas capitales, y después mucho más lejos, a Japón, Estados Unidos, o al mismo fin del mundo.


Al terminar nos abrazamos y cada uno se apartó a un lado de la cama todavía casi sin abrir los ojos. Aquello no fue hacer el amor, nos acabábamos de follar salvajemente la etérea promesa de una vida mejor. No era sexo entre simples personas físicas, era un acto de unión entre Michelle, yo y nuestras respectivas mentes que dibujaban momentos de felicidad a golpes de cadera y sonidos jadeantes. Todos nuestros sueños estaban a punto de hacerse realidad.






Michelle se durmió enseguida, emitiendo su característico leve ronquido que al principio de nuestra relación yo aborrecía y al cual había acabado por acostumbrarme, llegando casi a resultarme agradable.


Yo, por mi parte, todavía estaba demasiado ensimismado como para conciliar el sueño y mi mente comenzó a trazar un recorrido imaginario por lo que predecía iba a ser mi vida a partir de entonces. Un hogar más grande, un crucero por Grecia, la Universidad de Sonny, una casa de campo en las montañas, mi retirada con honores… Sólo en una ocasión y por un segundo vino a mi mente que el precio que había tenido que pagar por todo eso y que a partir de entonces sería una cuota periódica era la muerte. Recordé al pobre desgraciado de aquella mañana derrumbado sobre el sucio suelo del garaje, con la boca y los ojos abiertos mientras los sesos se le iban escapando lentamente por el agujero que la bala había hecho en su cabeza. No sentí ni un mínimo atisbo de arrepentimiento. La muerte era un alto precio que estaba dispuesto a pagar, siempre que no fuera la mía. Seguramente aquello me convertía en una mala persona, pero ¿qué es exactamente ser una buena persona? ¿Quién demonios hoy en día puede decir con la cabeza alta que es una buena persona? Yo estaba luchando por darle a mi familia la mejor vida posible, no se me ocurría mejor actitud que aquella, y por lo que a mí respecta, la gente que esta lucha dejaba en el camino no existía, no los veía, no los conocía, y por lo tanto no formaban parte de mis pensamientos. Además, después de todo, se me ocurrían cientos, miles de cosas mucho más importantes que el ser buena persona, así que aparté aquella idea de mi cabeza.


Continué divagando, hasta que, casi sin darme cuenta, llegué por fin a una representación de mi yo anciano que me pareció absolutamente real, como nunca antes podía haber llegado a imaginar.


Las orejas grandes, los ojos brillantes y diminutos, los pelos de la nariz, la sonrisa amable y distraída, el tono de voz lastimoso y alegre… conseguí mantener esta imagen de mí mismo durante un buen rato, haciéndola viajar de visita a casa de sus nietos, conversar en la residencia con varios colegas de juventud compartiendo historias de la familia, tomar la medicación regularmente para conseguir una muerte dulce e indolora…


A la mañana siguiente desperté con una sonrisa en el rostro, escuchando de fondo los suaves ronquidos de Michelle. La cogí por el hombro, la agité suavemente, y contemplé como el rostro se le inundaba de cabellos rubios que caían desde su larga melena mientras, con los ojos todavía cerrados y el gesto ausente, se giraba hacia mí y me decía:


- ¿Qué hora es?


- Buenos días cariño, es hora de levantarse. ¿Has dormido bien?


- No, he tenido un sueño horrible.


© D.A.S 2009






Recomendación musical: Tom Waits - Rain dogs
http://www.megaupload.com/?d=o743mnrz


(Uno de los mejores discos de unos de los mejores artistas vivos)




martes, 3 de noviembre de 2009

ESTO NO ES UNA SALIDA








            Cuando por fin F. consiguió reunir el valor suficiente para entrar, empujó con decisión la puerta y esta se abrió sin apenas dificultad, mostrándole un largo y estrecho pasillo del que era imposible saber con exactitud donde se encontraba el final.
            El pasadizo era muy estrecho y desprendía un penetrante olor que a F. le resultaba extrañamente familiar.  Estaba iluminado únicamente por dos neones cilíndricos de color violáceo, uno a cada lado, que brillaban de modo muy tenue y actuaban a modo de barandilla infinita que terminaba por perderse en la oscuridad.  F. avanzó varios pasos pero continuaba sin poder vislumbrar el final del pasillo, si es que lo tenía.  Aquello comenzaba a resultarle demasiado tétrico.
            A pesar de que F. siempre había sido un hombre bastante temerario la situación era ya excesivamente atípica y una sensación de desconfianza invadió su ánimo.  Luchó durante unos instantes contra el mar de dudas que se agitaba salvaje en su cabeza y terminó por dar medio vuelta apresuradamente con la idea de salir de allí cuanto antes.  Sacudió el pestilente suelo con cuatro largos pasos y cuando llegó hasta la puerta el miedo le inundó definitivamente al comprobar que estaba cerrada.  Tiró del pomo con empeño y cuando el dolor en las manos empezaba a ser insoportable se dejó dominar por el terror, soltó la empuñadura y comenzó a atacar la vieja puerta con sonoras patadas llenas de rabia.  Jadeante, tras observar que su esfuerzo estaba siendo totalmente en vano, F. trató de calmarse apoyando su cuerpo agotado sobre la superficie de la puerta.  Cuando hubo recuperado el aliento, alzó sus ojos y descubrió un cartel pegado a la puerta en el cual se leía “ESTO NO ES UNA SALIDA”.  Intentó controlar sus nervios y, recuperando parte de su antiguo valor, comenzó a recorrer lentamente aquel lúgubre pasadizo con la mirada fija en la oscuridad final, plena e inescrutable.
            Caminaba torpemente, con pasos cortos y temblorosos, las manos ligeramente por delante del cuerpo, los ojos clavados en la negrura.  Tras una docena de pasos comenzó a atisbar un ligero destello de color rojo que se iba haciendo cada vez más fuerte, esto le tranquilizó y sus pies volvieron al ritmo normal.  Adivinó el marco de una puerta y se dirigió hacia él con la cabeza alta, esperando encontrar a alguien y tratando de que su reciente ataque de pánico hubiese pasado desapercibido.  Cuando cruzó la entrada se encontró absolutamente solo dentro de un diáfano espacio circular sobre el que colgaba una bombilla de color rojo que inundaba toda la sala.  Alrededor de aquella siniestra estancia no había nada más que puertas, y en cada una de ellas un letrero idéntico al que ya había visto antes con la inscripción “ESTO NO ES UNA SALIDA”.
Los nervios y el miedo afloraron de nuevo, esta vez con una sensación de urgencia mucho mayor que en su anterior brote de desasosiego.  F. comenzó a caminar trazando círculos observando una y otra vez las puertas, todas de idéntico color y en similar estado de dejadez y suciedad.  Entre dientes y con la mandíbula temblorosa a causa del miedo, habló por primera vez desde que entró en aquel siniestro lugar.
- ¿Hola?  ¿Hay alguien?
Su voz rebotó por las paredes provocando un eco sucio y entrecortado que devolvió las palabras con un extraño timbre muy diferente al suyo.  Esto le causó aún más temor y decidió no volver a abrir la boca.
F. metió su mano derecha en el bolsillo y sacó el teléfono móvil, no había cobertura, pero trató de hacer una llamada de emergencia.  No encontró respuesta.
F. era un tipo tranquilo, acostumbrado por su trabajo a tomar decisiones importantes y a verse atrapado en situaciones de cierto riesgo con bastante frecuencia, sabía aguantar la presión.  No obstante, una cosa es estar experimentado en entornos que implican tensión relacionados con tu profesión y otra muy diferente verte enfrentado a un hecho ilógico que parece poner a prueba tus nervios.  El miedo a lo desconocido es el más irracional y peligroso de todos los miedos que puede sufrir el ser humano.  Cuando un hombre no sabe contra qué se enfrenta, cuando no conoce aquello con lo que tiene que luchar, es cuando la desesperación y el terror se adueñan de él y le llevan a cometer los actos más absolutamente idiotas e inesperados.
Pasaron unos minutos y F. tomó la determinación de intentar abrir una de las puertas.  Optó por la que tenía un aspecto más ajado y estropeado, pensando que esto le daría ventaja para echarla abajo en el caso de que estuviese cerrada.  Agarró el pomo, que estaba recubierto por una fina película de una sustancia grasosa y desagradable al tacto y, sin demasiadas esperanzas, lo giró.  La puerta se abrió sin ningún problema, F. empujó y entró con decisión, escuchando como la puerta se cerraba a su paso.  En el interior de la habitación había una cama vieja muy trillada iluminada por una bombilla de color amarillo, tras esta un pequeño bidet y al lado del bidet una chica joven sentada en una silla diminuta que miraba directamente hacia él.  F. se detuvo y la miró.  La muchacha no debía de tener más de 20 años y estaba vestida únicamente con un conjunto de lencería extremadamente atrevido  incluso para una puta.  Aletargado y confundido, F. se quedó petrificado delante de aquella hermosa mujer hasta que por fin ella dijo:
- Hola cariño, me llamo Vega, acércate.




  © D.A.S 2009


Recomendación musical: Buddy Holly - 25 greatest hits
http://rapidshare.com/files/216565341/DD.rar
(Pionero del R'N'R con mayúsculas, contemporáneo de Elvis y superior a él)
http://www.youtube.com/watch?v=WQiIMuOKIzY



DO YOU LIKE IT?

COMPARTE

 
¡Recomienda este blog!