sábado, 9 de enero de 2010

GRACIAS RAYMOND, GRACIAS PAUL (IV)





Paul sintió como comenzaba a marearse mientras el coche cruzaba la segunda avenida y él veía pasar frente a sus ojos la noche de Machine, con todo su colorido, su esplendor, y su brillante decadencia.  La cabeza comenzó a no pesarle, y su cuerpo se convulsionó nerviosamente hacia el salpicadero del coche.
- ¡Joder!  ¿Está usted bien?  - dijo el inspector asustado mientras Paul recuperaba la compostura.
- Sí, no se preocupe, me ha parecido perder el conocimiento sólo por un momento.
- Ya casi estamos, tranquilo amigo.
Cuando llegaron a la comisaría de Perlington Raymond estaba en una sala de espera con la cara hundida en sus grandes manos, Paul se acercó, se arrodilló frente a él, y puso las manos sobre sus rodillas.
- ¿Estás bien Ray?
- He estado mejor.  Lo siento mucho Paul, lo siento de verás.  – dijo Raymond avergonzado.
- No te preocupes amigo, saldrás de esta.
Ambos se quedaron en silencio unos instantes, Paul se mantenía a un par de palmos del rostro cabizbajo de Raymond, escudriñándole pacientemente, hasta que no aguanto más.
- Por dios Ray, ¡podías haber matado a alguien!  ¿Te das cuenta de eso maldita sea?  - dijo Paul en voz baja pero con un tono que denotaba rabia y decepción.
- Lo sé Paul, lo siento.  No quiero volver a esa casa, todo cuanto ahí en ella me recuerda lo que pasó.
Raymond no levantaba la cabeza, no miraba a Paul.  Este por su parte miraba al techo con los ojos brillantes a punto de desbordar, empatizando con la terrible ansiedad de su amigo.
- Escucha Ray, ya nos ocuparemos de eso, encontraremos alguna solución, no te preocupes.  Llamaré a Tony ahora mismo, ¿de acuerdo?  Te sacará de aquí en un abrir y cerrar de ojos.
- Lo siento de verás Paul, no sé como ha podido pasar, estoy avergonzado.  – contestó Raymond.
Paul le abrazó, pero Raymond continuaba encogido con la cabeza escondida entre las palmas de sus manos.
Sólo unos segundos después, el inspector Chalmers entró en la sala para anunciar que Raymond tendría que estar en el calabozo como mínimo hasta que el abogado llegase por la mañana, yaque se había negado a aceptar uno de oficio.
Dos agentes se llevaron a Raymond, y Paul salió afuera  para llamar por teléfono a Tony, su abogado.  Y también su hermano.
- ¿Tony?  Espero no molestarte.
- Hola Paul, ¿cómo estás?  No te preocupes, me pillas cenando en Marrit con gente de Festars&Lopz, pero ya estamos con las copas, dame un minuto.
Tony se excusó y se levantó de la mesa, caminó hasta el vestíbulo y reanudó la conversación.
- Dime Paul, ¿cuál es el problema?  - preguntó amablemente.
- Es Raymond, se ha metido en un buen lío.
- ¿Cómo se encuentra?  Mandé una corona de flores, estaba de viaje, he llegado esta misma tarde, lamento no haber podido ir al funeral.  – se excusó Tony.
- Escucha, la cuestión es que…
Paul habló casi sin interrupción durante más de quince minutos.  Cuando al fin dio la impresión de haber terminado, Tony se decidió a quitarle la palabra.
- Hablaré con un amigo del bufete, estará en la comisaría a primera hora de la mañana y a mediodía Raymond estará fuera.  En el juicio alegará enajenación transitoria y le obligarán a visitar a un loquero, tendrá que pagar un buen pellizco y le caerán unos cuantos días de servicios sociales, pero saldrá sin cargos.  – recitó Tony casi de carrerilla con voz orgullosa, amigable y profunda.
- Gracias Tony, te debo una.  – contestó Paul alegremente.
- Ya son unas cuantas hermanito.  Una cosa más, dile a tu amigo que no pierda los nervios, la próxima vez podría verse envuelto en algo más grave.
- Descuida Tony, y gracias otra vez.  Hasta pronto.
- Hasta pronto Paul, cuídate.
Paul caminó hasta la parada de metro de Lullaby y cogió la línea número dos, que le llevaba directamente hasta su casa.  Durante el trayecto en el suburbano se fijó de un modo casi enfermizo en muchas de las personas que fueron pasando por su vagón a lo largo de las siete paradas que había que recorrer hasta Pinto, la estación que quedaba a dos calles de su edificio.  Cualquier hombre o mujer de mediana edad, de los que conviven a millares en Machine, le parecían personas oscuras y misteriosas, incapaces de ser felices pero capaces de suicidarse o incluso de matar a alguien.  Paul examinaba cuidadosamente sus vestimentas, la profundidad y alcance de sus miradas, sus movimientos y gestos, el modo en el que todos evitaban el contacto físico con el resto, por mínimo que este fuera, la manera ruin y cobarde de mirar al suelo desde que entraban al vagón hasta que salían de él, rehuyendo cualquier tipo de conexión con sus semejantes.  Todo aquello le provocaba a Paul unos sentimientos de desconfianza y sospecha para con el mundo que lo llenaban de tristeza y desasosiego.  En el metro también viajaban niños, que por suerte o por desgracia aún no sabían lo que era la infelicidad, jóvenes que todavía estaban a tiempo de luchar por su propia paz de espíritu, y ancianos que hacía ya tiempo que habían arrojado la toalla resignándose a la apatía y la amargura; pero eran los hombres y mujeres de mediana edad, los adultos, las personas en su concepto, los que intrigaban a Paul, aquella jauría de seres en tierra de nadie que daban la impresión de haber vivido ya lo mejor de su vida y ahora no podían sino deslizarse en una melancólica cuesta abajo.  Paul se compadeció de sí mismo, a sabiendas de que, casi con total seguridad, él también era uno de ellos.  Pero, ¿cual era solución? ¿saltar por la ventana?.
Cuando llegó a la parada de Pinto, Paul se encaminó instintivamente hacia su apartamento, pero estaba demasiado deprimido como para encerrarse solo en aquellas cuatro paredes, así que se dirigió al “Armchair Boogie”, el bar dónde solían ir a emborracharse él y Raymond.  Caminó por la media docena de estrechas calles que era necesario recorrer para llegar al bar, fijándose en las estropeadas fachadas de color gris de los enormes edificios residenciales, a punto de caerse a pedazos, contritos y olvidados, con un profundo aspecto de abandonados y sin embargo llenos de vida gracias a las decenas de ventanas que resplandecían luz amarilla y dibujaban siluetas detrás de las cortinas, a las cuerdas con ropa tendida, a los gritos salvajemente humanos que llegaban desde el interior.  Estas construcciones alternaban y contrastaban provocativamente con los edificios de apartamentos que el gobierno de Machine había construido gracias al plan de renovación del suelo de hacía unos cuatro años.  Estrechas y altas estructuras salpicadas de balcones simétricos y pequeñas ventanas, elaboradas con materiales modernos y diseñadas bajo un concepto estético vanguardista y atrevido.  Estos edificios parecían no respirar, se mantenían inertes dentro del amalgama urbano, con sus luces casi siempre apagadas, sus portales vacíos y vigilados cuidadosamente por uno o dos porteros, coquetas edificaciones llenas de sobriedad y seguridad.  Aburrimiento extremo, en definitiva, en comparación con la estampa de alguno de los viejos bloques, escandalosos y al borde del derrumbe, pero siempre dando la impresión de estar apurando el último soplo de vida.  Los pobres suelen estar más capacitados para disfrutar de la vida que los ricos.
Cuando Paul llegó al Boogie el bar presentaba su aspecto habitual.  La vieja gramola sonando y escupiendo a Johnny Cash, Buba en la barra con sus casi dos metros de sonrisa y afabilidad sirviendo whiskys, un buen número de hombres solitarios y bebedores, en su mayoría artistas, y otro puñado no menos numeroso de mujeres liberadas y hermosas, con esa suficiencia abrumadora y llena de encanto que poseen aquellas que han trascendido la imagen de la femme fatale para convertirse simplemente en mujeres de verdad.
Paul se acercó a la barra sonriendo y se sentó mientras estrechaba la mano de Buba.
- Con estas manos habrías ganado millones en el boxeo, ¿lo sabes verdad?  - dijo Paul con tono divertido.
- Eso dicen, pero el negocio del whisky no me va mal, te lo aseguro, me gusta más la gente que bebe que la que se pega puñetazos.  – contestó Buba entre risas.
- ¿Qué tal esta el gran hombre?  Me quedé preocupado el día del funeral, cuando salió por piernas.  – preguntó Buba.
- Bueno, te lo puedes imaginar, es complicado.  – contestó Paul intentando eludir el tema.
- No la conocía mucho, Ray la trajo alguna vez y recuerdo que cuando tú estabas casado solíais venir los cuatro, pero me sorprendió la noticia.  ¿Nunca sabes por dónde demonios va a salir la gente, verdad?  Espero que Ray lo supere pronto, es un gran tipo.  – dijo Buba, hablando desde el más sincero aprecio.
Una preciosa mujer rubia con el pelo a lo garçon a la que sólo le faltaba gritar ¡New York Herald Tribune! entró al bar, llamando la atención de Buba, que sentía devoción por los pelos cortos.  Paul se levantó y se acercó hasta la máquina de discos.  Introdujo un buen puñado de monedas y seleccionó el “Rain dogs”  de Tom Waits al completo.  Volvió al lugar donde estaba sentado, giró su taburete 180º, apoyando la espalda sobre la barra para obtener una panorámica perfecta del interior bar y escuchó el disco mientras iba rellenando su copa una y otra vez con la botella de bourbon que Buba había dejado sobre la barra.
Cuando el disco terminó, una diminuta chica morena muy joven se acercó a la máquina y puso la canción “"Blue suede shoes"” de Carl Perkins.  Paul la miró y pensó que sólo en el Boogie se podían encontrar chicas jóvenes y guapas que metiesen una moneda en la máquina de discos para escuchar aquello.  Se levantó con una sonrisa, dijo adiós con la mano a Buba, que conversaba con la rubia al otro extremo de la barra, y se marchó a casa.
Paul volvió a recorrer la media docena de callejones que separaban el Boogie de su casa, observando de nuevo los viejos y ajados bloques residenciales donde vivían feliz y tristemente los negros y chicanos y los edificios de apartamentos modernos y horteras donde la clase alta simplemente vivía.  Caminó en total soledad disfrutando de la madrugada.  Cuando llegó a casa envió un mensaje a su jefe avisándole de que el día siguiente no iría a trabajar, y se durmió con la ropa puesta.
        © D.A.S 2009  





Recomendación musical: Carl Lee Perkins - Original Sun Records Greatest hits http://rapidshare.com/files/147021423/Carl_Perkins_-_Originel_Sun_Greatest_Hits.rar.html


Carl Perkins
Adoro a Elvis, pero casi adoro más a este tipo, Carl Perkins, ¿el verdadero rey del rock?
Jovencito blanco de familia humilde, creció rodeado del gospel y el blues que cantaban los negros en los campos de algodón.  Cuenta la leyenda que se presentó en Sun Records con su guitarra y una canción escrita en un saco de patatas ("Blue suede shoes").  De ahí al estrellato, llegó enseguida al millón de copias, se coló en todas las listas de éxitos y, lo más importante, comenzó a hacer llegar a la gran masa el verdadero sonido rock'n'roll americano, deudor de la música negra de raíces sureñas.
Cuando el tema estaba en lo más alto, Perkins sufrió un accidente de coche cuando viajaba al programa de TV de Ed Sullivan (algo así como un trampolín hacia la fama) en el que murieron su manager y su hermano.  Estuvo fuera de la circulación más de un año y, adivinen quién eligió Sun Records para versionar "Blue suede shoes" y que la canción siguiera en lo más alto.  Bingo, Elvis Aaron Presley.
El resultado, Carl Perkins se fue a Columbia Records y nunca volvería a estar en la cumbre, y el camino de Elvis es conocido por todos. 


Recomiendo también estas dos joyitas:

The Milllion Dollar Quartet - The Million Dollar Quartet 
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The Million Dollar Quartet 


Super combo formado por Carl Perkins, Elvis Presley, Jerry Lee Lewis y Johnny Cash, que grabó unas cuantas sesiones improvisadas, hoy ya clásicas, el 4 de diciembre de 1956.  No es ningún alarde y todo es bastante caótico, pero oír cantar juntos a esta panda vale millones.
       

Carl Lee Perkins & Friends - Class of '55 
http://rapidshare.com/files/306218079/1986_2__-__Class_of__55_-_A_Memphis_Rock___Roll_Homecoming__Carl_Perkins__Jerry_Lee_Lewis__Roy_Orbis
Carl Perkins, recordando al Million Dollar Quartet, se junta con Johnny Cash, Jerry Lee Lewis y Roy Orbison y edita este disco de nuevo con Sun Records, tributo a sus años dorados en esa discográfica.  Maravilloso.
 

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