Narrativa breve, artículos de actualidad, críticas de cine, música y literatura, reflexiones, poesía, pensamientos, opiniones.
Divagaciones de una mente crítica en un mundo en crisis.
Recomendación musical: Animal Collective - Merriewather Post Pavilion
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(Ya que es época de listas y de hablar de lo de mejor del año y este disco (merecidamente) está el primero en todos los sitios lo dejo aquí. Lo de siempre: Ecos de los Beach Boys y la psicodelia de los 60 mezclado con la experimentación de los primeros Pink Floyd, pero ahora con un carácter pop que se preocupa por la melodía y la estructura arquetípica de canción dando lugar a un discazo llenito de hits. Bueno es poco)
Recomendación literaria: La carretera - Cormac McCarthy
(Ciencia ficción apocalípitica y descarnada, literatura experimental y atrevida, no es una novela al uso, pero atrapa desde la primera página. Atmosférica, ambiental, metafísica, arriesgada, llena de trasfondo filosófico y con más suspense que cualquier mierda rollo Dan Brown. Del autor de "No country for old man", entre muchos otros. Se lee en dos días y de aquí a un par de meses estrenan la peli con Viggo Mortensen de prota. En Cannes la aplaudieron bastante, promete.)
Raymond
permaneció todo el camino al hospital en silencio, apoyado sobre la
ventanilla. La ambulancia iba
deprisa y la calle estaba mal asfaltada, su cabeza golpeaba una y otra vez
contra el cristal, a veces débilmente, a veces con tal fuerza y redundancia que
provocaba que la doctora y el enfermero, que era quién conducía, apartasen por
un momento la vista de la carretera y observasen con aire abatido la hundida
figura de aquel hombre consternado.
Nada más llegar
al hospital se realizó la autopsia de Rita. No era necesario preguntar mucho para saber las causas de la
muerte. La casa estaba situada en
un sexto piso.
Raymond pasó la
noche con la cabeza hundida en sus grandes manos, con los codos apoyados sobre
los muslos y los ojos muy abiertos, enfocando lúgubremente hacia las
ennegrecidas baldosas de la sala de espera de la unidad de cadáveres. Bebió café y agua, y cuando no pudo
soportar más el hecho de sentirse tan profundamente superado por las
circunstancias bajó al bar del hospital, compró una botella de whisky, y la
bebió despacio sentado en la silla de plástico de la sala de espera, con la
cabeza de nuevo hundida en las manos y los ojos a medio abrir dirigiéndose
hacia al suelo.
Las horas
pasaron, y por los diminutos ventanucos de la sala comenzaron a asomar los
primeros rayos de sol, inundando aquella inhóspita estancia de color blanco
amarillento gastado y tétrico con un soplo de calidez y vida. Raymond casi había acabado la botella,
tenía los ojos hinchados y un buen puñado de minúsculas venitas reventadas en
el interior de los ojos que conferían a su mirada una apariencia de preocupante
alienación.
La doctora
apareció por el interminable pasillo que quedaba a la derecha de la salita, y
se dirigió hacia Raymond.
- Señor Carter,
perdóneme, señor Carter.
Raymond la
miraba con los ojos inyectados en sangre y el gesto demente, sin
contestarle. La doctora miró la
botella que Raymond tenía en sus manos y le volvió a hablar, esta vez más
despacio y poniendo sus manos sobre las de él.
- Escuche señor
Carter, se que es un momento difícil, pero estoy en la obligación de decirle
esto: su esposa era donante de grado uno, supongo que sabe lo qué es. No hemos podido salvar casi ningún
órgano pero sus tejidos y sangre todavía son aprovechables, la voluntad de ella
es que su cuerpo sea donado a la ciencia, y mi código profesional me obliga a
preguntarle si usted desea verla por última vez. Si le sirve de algo mi opinión, no le recomiendo que lo haga
señor Carter, Rita era una mujer muy hermosa, conserve ese recuerdo, por favor.
Raymond no
contestaba, sus ojos apuntaban directamente a los de la doctora pero parecían
traspasarla, ir más allá de donde ella estaba y ser capaces de ver mucho más de
lo que ella ni nadie vería nunca.
La tristeza otorga a los rostros de las personas un aire de oscura
sabiduría. Cuando oímos que
alguien se ha tirado por la ventana no solemos pensar en que lo que hay
después, lo que está detrás de la ínfima columna en la sección de sucesos del
periódico, puede ser un hombre bueno haciéndose añicos en la maloliente sala de
espera de un hospital.
La doctora hizo
acopio de fuerzas y volvió a dirigirse a Raymond, sin ser capaz de despegar sus
suaves manos del tacto frío e inerte de las de él.
- Señor Carter
le repito que se que es un momento muy complicado, pero espero que entienda que
sólo estoy cumpliendo con mi deber.
He traído unos impresos que debe firmar y después…
- Quiero
verla. – dijo Raymond con voz
tierna, adoptando un tono infantil y condescendiente que daba la sensación de
haber aceptado la tragedia.
- ¿Cómo
dice? Disculpe, tengo que
preguntarle si está usted totalmente seguro, señor Carter.
- Lo estoy,
estoy seguro, quiero verla. –
volvió a hablar Raymond en el mismo tono dulce y apacible.
- Está
bien. – dijo la doctora
resignada. Acompáñeme, tendrá que dejar
la botella, las chicas del mostrador se la guardarán.
Raymond recorrió
aquel pasillo estrecho e interminable fríamente iluminado con la sensación de
estar dirigiéndose a su propia muerte, al famoso túnel blanco que termina en
una imponente luz brillante, el final de todo.
Cuando llegaron
a la puerta la doctora volvió a coger su mano, la apretó con fuerza y habló con
voz cálida y comprensiva, como una madre:
- Le esperaré
fuera señor Carter, se lo ruego, no esté ahí dentro más de lo necesario.
Raymond entró en
el depósito y vio a Rita yacer tumbada boca arriba sobre una camilla. El fuerte olor a química llenaba la
estancia de un olor penetrante y embalsamado. Podría decirse que aquel era el olor de la muerte.
Raymond se
mantuvo durante un par de minutos observando la descompuesta figura de su
mujer, totalmente grotesca e irreconocible. Sabía que aquello iba a tener sobre él un impacto mayor que
cualquier otra cosa que hubiera visto a lo largo de toda su existencia, no
sabía baremar el nivel de influencia con el que esa imagen iba a condicionar el
resto de sus días y esto le aterraba, le asustaba profundamente, pero era
incapaz de apartar sus ojos de
aquella maraña de carne muerta, huesos afilados y órganos desnudos y mutilados.
Cuando la
doctora comenzó a golpear levemente la puerta con los nudillos Raymond salió de
su asombro, dio media vuelta y abandonó la habitación. Cruzó por delante de la doctora sin
siquiera mirarla y regresó a la sala de espera, se tumbó en los duros e
incómodos asientos de plástico blanco, encogiéndose como si fuera un niño, y
cerró los ojos.
Raymond estaba
sentado en la primera fila de una Iglesia, tenía la mano de Paul sobre su
rodilla y delante de ellos un gran ataúd vacío que simbolizaba a Rita. Un cura católico se dedicaba a recitar
incongruencias en forma de alabanzas hacia la mujer muerta y su inminente
entrada al reino de los cielos, una suerte de fiesta eterna repleta de comida y
bebida. Raymond agachó la cabeza y
comenzó a llorar, aborrecía la religión.
Había renunciado a su fe judía hacía muchos años, lo cual le había
llevado a ser ignorado y despreciado por la práctica totalidad de su familia, y
ahora se encontraba llorando a Rita delante de un anciano disfrazado con túnica
y gorro que escupía al hablar mientras gritaba sandeces a una caja de madera
vacía que se suponía, era su esposa.
Aquello era demasiado.
Raymond se
levantó enérgicamente y salió de la capilla maldiciendo para sí mismo. Avanzaba por el pasillo central con
gesto firme y decidido, cada paso que daba dejaba atrás una fila de personas
que lo miraban con expresiones que iban desde la total incomprensión hasta el
más absoluto reproche. En la
primera fila se situaban los padres de Rita, su hermana y su marido y sus dos
hijas, la segunda y tercera estaban llenas de familiares no tan cercanos los
cuales Raymond sólo había visto en contadas ocasiones, y el resto de público lo
conformaban amigos y amigas, compañeras de trabajo, antiguos novios, conocidos
y desconocidos. Raymond sabía que
cada paso que daba, cada abarrotada fila que iba dejando atrás, significaba un
hasta nunca para con aquella gente, un final. Durante los escasos segundos que duró su recorrido desde el
ataúd hasta la salida de la capilla pudo sentir como el buen concepto que
aquella gente pudiera tener de él saltaba por los aires. Sabía que aquel era el final de la
historia que comenzó a escribir junto a Rita hacía más de siete años, y no le
importaba.
Cuando por fin
llegó hasta la puerta principal, sintió como una mano se posaba sobre su
hombro, se dio la vuelta y pudo ver a más de la mitad de la Iglesia girada con
los ojos clavados en él, y por encima de aquella ingente cantidad de desprecio,
un hombre con gesto noble que casi parecía que iba a sonreír mientras hablaba.
- Espera
Raymond, voy contigo.
Raymond sintió
como la voz de Paul se le incrustaba en el estómago formándole un nudo. Se mordió los labios para contener las
lágrimas y respondió.
- Gracias Paul.
Cuando llegaron
a casa Raymond invitó a Paul a pasar a su apartamento y tomar un café. Los dos hombres se sentaron en el sofá
y respiraron el silencio. Paul
miraba fijamente a Raymond, y este, jugando con sus dedos y el asa de la taza,
daba la impresión de estar más tranquilo.
- Escucha, sé
que no es lo mismo, sé que no tiene nada que ver, pero cuando yo perdí a
Lucille también creía que era el fin del mundo, y no fue así, la vida sigue, después de todo eso es
lo único seguro, el mundo no se para porque alguien muera. – dijo Paul.
- Lo tuyo fue un
divorcio. Es diferente, maldita
sea. – respondió Raymond sin
llegar a irritarse.
- Lo sé. Ya te he dicho que sé que no es lo
mismo, pero al fin y al cabo, yo no he vuelto a ver a Lucille desde entonces,
para mí es como si estuviera muerta.
Y ojalá lo estuviera, esa víbora.
- Paul, me
conoces mejor que nadie, eres mi mejor amigo, sabes que nunca me he tomado la
muerte muy en serio, siempre he pensado que la gente va y viene, y que la única
persona que siempre se mantiene dentro del cuento es uno mismo, pero esto es
diferente joder, Rita no ha muerto de manera natural, se tiró por la puta
ventana, demonios. Tú la conocías,
nos conocías, sabes que no éramos una pareja modelo, pero no estábamos peor que
cualquier otro matrimonio, últimamente incluso habíamos hablado de tener un
hijo.
Paul suspiró
profundamente observando como Raymond hablaba, alegrándose en cierto modo de
que su natural locuacidad y cordura hubieran parecido regresar.
- Escucha amigo,
esto será duro, pero te conozco bien, lo superarás. Eres un tipo inteligente, y sé que tienes claro que no ha
sido culpa tuya, cada persona tiene un pequeño universo dentro de su cabeza,
Rita tenía el suyo, quién sabe porqué hizo lo que hizo, lo único que puedes
hacer ahora es guardar un buen recuerdo de ella y seguir con tu vida. No será fácil, pero podrás
hacerlo. Yo estaré contigo, de eso
puedes estar seguro, cuando necesites hablar, un trago, o las dos cosas, estaré
contigo, igual que tú estuviste cuando Lucille se marchó e igual que has estado
siempre. Mi puerta sigue al lado
de la tuya, ya lo sabes.
Ambos hombres se
abrazaron sinceramente, como dos amigos.
Se conocían desde hacía mucho tiempo, y se querían desde hacía más
tiempo todavía. Desde niños habían
contado el uno con el otro de una manera tan pura que ablandaba el alma, y
habían conseguido alargar esa profunda amistad sin concesiones que sólo existe
en la infancia hasta la edad adulta.
Se habían casado, tenían familia, amigos, pero únicamente cuando estaban
los dos solos eran los verdaderos Raymond y Paul, sin caretas ni artificios, no
tenían secretos, se comprendían el uno al otro mejor que ninguna otra persona
podía aspirar a comprenderlos.
Después del
abrazo terminaron el café en silencio, Paul se marchó a su apartamento y
Raymond se quedó en la soledad del suyo, son la cabeza hundida en sus grandes
manos, pensando.
Esa misma noche,
alrededor de las tres de la mañana, unos golpes secos y continuados resonaron
en el piso de Paul. Raymond estaba
al otro lado de la puerta, borracho y en pijama. Paul lo hizo entrar y se sentaron en el sofá, sacó una
botella de bourbon y dos vasos bajos y, sin mediar ninguna palabra
introductoria, comenzaron a hablar.
- No me quito de
la cabeza que mientras ella saltaba por la ventana de la cocina yo estaba a
solo unos metros, con Tom Waits sonando a todo volumen en el estéreo mientras
pasaba la aspiradora. – dijo
Raymond.
- Fue una mala
coincidencia, no deberías darle vueltas a eso, seguramente es algo que habría
acabado haciendo antes o después, esas cosas no se deciden así como así. – contestó Paul entre bostezos mientras
servía dos vasos de bourbon.
- Lo sé, lo sé,
¿pero no te resulta grotesco? Yo
estaba canturreando “Union Square” mientras mi esposa agonizaba seis pisos más
abajo. – reflexionaba Raymond
moviendo la cabeza a un lado y a otro.
- Es extraño,
desde luego que lo es, pero ¿qué demonios podías hacer tú? Creo que no deberías darle a esos
pensamientos más trascendencia de la que realmente tienen.
- Paul, mientras
estaba pasando la aspiradora, justo antes de que fuera a abrir la puerta y me
dijeras lo que había pasado, tuve pensamientos sexuales con Rita. Hacía semanas que no los tenía, ¿no te
parece disparatado? - continuó
cavilando Raymond con voz ebria.
- Ray, todo eso
son sólo detalles, pensamientos banales que no hubieran tenido ningún peso si
no hubiera pasado lo que pasó, no les des importancia o te acabarás
obsesionando, hazme caso. – le
aconsejó Paul mientras servía dos vasos de bourbon más, el suyo medio vacío, y
el de Raymond medio lleno.
- Tienes razón
amigo, como siempre. Es sólo que
no sé como debería comportarme a partir de ahora. No entendía a Rita viva y sigo sin entenderla después de
muerta, no sé por qué carajo lo hizo, sé que no importa mucho al fin y al cabo,
pero todo esto me supera.
- Debes
descansar Raymond, tómate unos días para relajarte e ir olvidando esto poco a
poco, es la única manera. Después
regresa al trabajo, continúa con tu vida y las cosas irán volviendo a la
normalidad, no eres el único viudo del mundo, ni tampoco el primero que su
mujer se suicida, sé que es duro escuchar esto joder, pero sólo quiero que no
te hundas. – dijo Paul con
firmeza, a sabiendas de que su amigo era un persona fuerte y pragmática.
- Lo sé Paul,
intentaré no hacerlo.
Los dos hombres
guardaron silencio y, sólo unos instantes después Raymond se quedó dormido en
el sofá. Paul le puso una manta
por encima y bajó la persiana del salón.
Después de esto se acostó, y apenas pudo dormir imaginando a su amigo
bailar por el salón agarrado a la aspiradora con la música a todo volumen,
pensando en follarse a su mujer mientras ella se desvanecía hecha pedazos en la
acera unos cuantos pisos más abajo.
Raymond era un tipo duro, seguramente el más duro de todos cuantos Paul
conocía, pero aquello no era un trago fácil, si no le quisiera tanto y lo
conociera tan bien seguramente diría que tenía bastantes opciones de volverse
completamente loco.
Esa misma noche,
alrededor de las tres de la mañana, unos golpes secos y continuados resonaron
en el piso de Paul. Raymond estaba
al otro lado de la puerta, borracho y en pijama. Paul lo hizo entrar y se sentaron en el sofá, sacó una
botella de bourbon y dos vasos bajos y, sin mediar ninguna palabra
introductoria, comenzaron a hablar.
(Pop-punk en la onda de los Ramones cantado por chicas. Con más guitarras y meno melodías que ellos, suenan un poquito más sucias y garageras, la producción es brutal. Música para ponerse contento, saltarina, divertida, pegadiza y alegre)
Recomendación literaria: Ryu Murakami - Azul casi transparente
Uno de mis libros favoritos de siempre. Un japo de 24 años escribe una novela sobre un grupo de jóvenes que viven cerca de una base militar americana en Yokohama y le sale esto. El grupo consume todo tipo de drogas, va a conciertos de rock, organiza orgías para los soldados yankis... todo sin aparente pasión ni placer, deslizándose pasivamente hacia la más profunda autodestrucción. Literatura fría, antisentimental, cruda, influenciada por el surrealismo, con un lenguaje duro, directo y conmocionante.
- Una mezcla de "La naranja mecánica" de Burgess y "El extranjero" de Camus. (Newsweek magazine) -
* Un último apunte para los que os guste el buen cine. Si queréis ver a Bogart en su mejor interpretación visionad "In a lonely place", de Nicholas Ray. Gran película de uno de los mejores directores del viejo Hollywood.
Él pasaba la
aspiradora cuando sonó el teléfono.
Mientras estiraba el brazo para apagar la música que sonaba a todo
volumen desde el equipo estéreo vio como Rita aparecía por la puerta del salón
y descolgaba el auricular con una gran sonrisa en el rostro. Raymond se quedó quieto un segundo y
enseguida volvió a deslizar la aspiradora por el suelo enmoquetado con rítmicos
movimientos de brazo, clavando los ojos en su esposa. Rita se había dado la vuelta y se contoneaba coquetamente,
acariciándose el pelo que le nacía en la nuca con la mano derecha y moviendo
graciosamente los pies. Raymond
intentaba escuchar la conversación, pero debido al intenso zumbido del viejo aspirador sólo alcanzaba a oír un leve susurro ininteligible. Rita continuó hablando con el teléfono
en la mano, pero había dejado de moverse presumidamente y de tocarse el
cabello, llevaba ya un par de minutos apoyada sobre la mesa del salón con el
cuerpo inclinado rígidamente hacia delante. Cuando colgó, aún permaneció
inmóvil durante unos instantes después de dejar el teléfono sobre la mesa,
manteniendo el cuerpo muy tenso.
Raymond la observaba sorprendido, por fin apagó el aspirador y le
preguntó:
- Bueno, ¿quién
coño era?
- Nadie cariño,
era mi madre. – contestó Rita, sin
prácticamente girarse para mirarle.
Y salió de la habitación dando pequeños pasos.
Raymond la vio
cruzar la puerta y desaparecer y se quedó mirando al vacío, incapaz de
comprender nada. Resopló un par de
veces, encendió otra vez la música, la puso a todo volumen y agitó la cabeza
pensando que no entendía a su mujer y que era muy posible que nunca la fuese a
entender. Activó de nuevo la
aspiradora y volvió a sumirse en sus intrincados pensamientos. Raymond era un fanático de la
limpieza. Su trabajo le sometía a
mucha presión, no era más que un puesto medio más del departamento de
administración en la sucursal de una famosa multinacional de bebidas
alcohólicas, pero solía actuar como enlace sindical y hacer horas extra, lo que
se traducía en poco descanso y un estado de constante agitación mental. Limpiar el polvo de las
estanterías, sacar brillo a las ventanas, lavar obsesivamente la ropa de cama,
las fundas del sofá, los manteles, pasar la aspiradora, eran actividades que le
ayudaban a evadirse de su ajetreada vida y le concedían un respiro, unos
momentos de tranquilidad y de evasión que solía emplear para hacer balance de
su vida y dedicarse tiempo para pensar en los asuntos que normalmente le
quitaban el sueño. Desde hacía
varias semanas una sola cosa ocupaba todas sus reflexiones a la hora de la
limpieza: Rita. Llevaban casi tres
años casados, y antes del matrimonio habían vivido un noviazgo de más de
cuatro. Nunca habían sido la
pareja perfecta, su relación era una montaña rusa, un torbellino de altibajos
que alternaba momentos de felicidad y bonanza con gritos, insultos e incluso
algunos episodios violentos. Pese
a todo, aquello nunca había parecido preocuparles, se soportaban, convivían, se
habían acostumbrado profundamente el uno al otro y entre ellos había nacido un
profundo halo de dulce resignación, un agradable conformismo respecto a su vida
en pareja que les hacía no plantearse otras opciones, a pesar de saber que
dichas opciones existían y que muchas de ellas seguramente serían mejores que
su aburrida y melancólica rutina.
Raymond seguía
pasando la aspiradora con los ojos fijos en el suelo, ensimismado en sus
pensamientos, ausente del resto del mundo y de todo cuanto ocurría en él. Su mirada acompañaba continuamente el
camino que el aspirador describía sobre la espesa moqueta de color rojo hasta
que, de pronto, se detuvo un instante, observando con una leve sonrisa un
pequeño quemazo en la alfombra.
Raymond comenzó a recordar las primeras semanas que pasaron en aquella
casa, nada más casarse. Solían
follar en cualquier sitio, todo era nuevo y desconocido, el sofá, el suelo del
pasillo, la encimera de la cocina, de pie apoyados contra la puerta principal. Eran buenos tiempos. Ahora era incapaz siquiera de recordar
la última vez que habían hecho el amor.
¿Hacía dos semanas? Era muy
posible que fueran tres. Comenzó a
sentirse extrañamente excitado y pensó que quizá aquella sería una buena noche
para volver a descubrir el sexo.
Permaneció unos minutos más pasando la aspiradora con una mueca idiota
de felicidad en el rostro, hasta que unos ruidos le sacaron de su feliz
letargo. Estiró de nuevo el brazo
para apagar la música y comenzó a escuchar el sonido de su timbre mezclado con
unos fuertes golpes, como si alguien estuviese aporreando la puerta. Caminó rápidamente hacia la entrada,
cada paso que daba los ruidos se hacían más intensos y comenzaba a escuchar
también gritos lejanos, motores de coche e incluso la sirena de una ambulancia. Por fin, llegó hasta la puerta, la abrió
y se dio de bruces con la cara desencajada de su vecino Paul, escoltado por dos
policías y varios vecinos más.
- ¿Qué demonios
haces? ¿Qué estabas haciendo
Raymond? ¿No nos oías? - Paul gritaba con los
ojos fuera de las órbitas y el gesto roto. Respiraba con dificultad y lo que decía apenas resultaba
comprensible.
- ¿Qué coño pasa
Paul? ¿De qué estás hablando? - respondió Raymond sorprendido.
- Señor, su
esposa… - dijo el policía que estaba a la izquierda de Paul adelantando
ligeramente su posición.
Raymond giró
rápidamente la cabeza en dirección hacia la cocina totalmente confundido,
aturdido. No veía a su mujer por
ninguna parte.
- ¡Raymond! ¡Raymond! Escúchame por favor, escucha. – dijo Paul mientras lo agarraba con fuerza por los hombros
y le miraba a los ojos presa del pánico.
Raymond, Rita se ha tirado.
Se ha tirado por la ventana.
La ambulancia debe de estar a punto de llevársela ahora mismo.
Raymond se quedó
petrificado, su rostro poco a poco se fue descomponiendo, sus facciones
explotaban una tras otra otorgándole una apariencia cuasi deforme mientras los
ojos comenzaban a abrasarle. Fue
corriendo a la cocina, se asomó a la ventana y vio una ambulancia de color
blanco y una gran multitud que rodeaba la acera. No veía a su mujer.
Atravesó el grupo de gente que taponaba la puerta de su casa con un
fuerte empujón y bajó a toda velocidad las escaleras. Al salir a la calle se hizo hueco violentamente entre la
marabunta de gente hasta llegar al charco de sangre espesa y granate que había
en el borde de la acera y que parecía ser el punto de interés sobre el que se
formaba todo aquel tumulto. Se
acercó a la ambulancia y cuando estaba a punto de entrar por el portón trasero
un corpulento enfermero se lo impidió.
- ¿Dónde va
usted?
- ¡Es mi
esposa! - contestó Raymond
gritando y lleno de ira.
- Lo siento,
cálmese, en este momento no puede pasar, cálmese, nos estamos ocupando de ella,
aguarde unos instantes, se lo ruego.
– inquirió el enfermero tratando de ser amable.
- ¡¿Cómo
está?! ¡Dígame como está maldita
sea! - chillaba Raymond agitando
los musculosos brazos del hombre.
- Ahora mismo le
diremos algo, la doctora está dentro, nos iremos al hospital dentro de un
momento. – contestó tratando de
tranquilizarle.
Raymond se quedó
paralizado delante del hombre con la mirada perdida, el joven enfermero
continuó hablándole tratando de atenuar en la medida de lo posible el shock,
pero Raymond no le escuchaba, sus ojos apuntaban hacia la luna y las estrellas
y daba la impresión de que a pesar de que su cuerpo estuviese erguido y
tembloroso al lado de la ambulancia frente a aquel enfermero, él ya no estaba
allí. Sólo unos instantes después
una médico de urgencias muy joven se acercó por detrás y habló con el enfermero. Ambos se plantaron frente a Raymond, que
continuaba en estado catatónico mirando hacia el cielo y respirando
compulsivamente.
- Señor, tenemos
que ir al hospital enseguida. –
dijo la doctora.
- ¿Cómo
está? ¡Dígame cómo está por
favor! - gritó Raymond. Vamos, voy con ustedes, deprisa. – dijo volviendo en sí repentinamente,
haciendo ademán de entrar en el vehículo.
- Lo siento, lo
siento de verás, pero no es conveniente que venga con nosotros.
- ¿De qué
cojones está hablando? ¡Es mi
jodida esposa! ¿Cómo no voy a ir? - contestó Raymond absolutamente
enfurecido, fuera de sí.
- Escuche señor…
- Carter.
- Señor Carter,
su esposa ha sufrido una caída muy dura.
Lo lamento… lamento decirle que ha fallecido. Será mejor que vaya en uno de los coches de policía, no le
recomiendo que la vea. Lo siento,
lo siento de verás. – dijo la
médico con rostro compungido.
El rostro de
Raymond se quedó seco, sin vida.
Unos segundos después volvió a parpadear y su gesto pareció tornarse más
sereno, más tranquilo.
- ¿Ha.. muerto?
- Me temo que
sí, créame que lo siento señor Carter.
- ¿No puedo
verla? ¿No puedo ir con
ustedes? - preguntó Raymond con
voz cadenciosa, impotente.
- No le
recomiendo que la vea. No puede
venir con nosotros, lo siento, en casos de defunción no se permite que nadie
vaya en la ambulancia.
- Por favor,
déjenme acompañarles, iré delante con ustedes, por favor. – Raymond comenzó a llorar mientras
pronunciaba estas palabras, las lágrimas brotaban de sus ojos e iban a parar
directamente a la acera, dónde casi llegaban a fundirse con el reguero de
sangre que venía deslizándose desde el lugar de la caída.
- Lo siento,
pero las normas son…
- Por favor, se lo ruego. – repitió Raymond con una expresión
capaz de enternecer al mismo diablo.
Recomendación musical: Michael Hurley - Armchair Boogie
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Uno de los discos que más he escuchado nunca y sigo escuchando. Folk cinemático de estar por casa, grabado analógicamente, precursor del anti-folk de Adam Green y la new-weird wave que se lleva tanto ahora en los USA. Te flipará si te gusta Elliot Smith, Bigott, Cass McCombs, Nick Drake, Syd Barret...
Recomendación literaria: Antología - Raymond Carver
- Antología con un montón de piezas del mejor relatista desde Chéjov. Contienen partes de "Catedral", "Quieres hacer el favor de callarte por favor?", "Vidas cruzadas", "De qué hablamos cuando hablamos de amor?". Realismo sucio, la rutina más pútrida y cotidiana convertida en la mejor literatura. Alucinante, uno de mis escritores favoritos. -
Aquí está, de regalo: http://www.4shared.com/file/23653902/cfe406b5/38956.html
Abrí los ojos y únicamente vi un techo enfermizamente
blanco, salpicado por decenas de manchas de humedad tan pronunciadas que si me
hubiera quedado allí mirándolas no me habría costado ningún esfuerzo imaginar cientos
de formas imposibles siguiendo el camino de sus carcomidos márgenes. Me levanté de la cama y sólo cuando
estaba a punto de salir de la habitación fui consciente de que había alguien
más entre las sábanas. Sin querer
mirar atrás salí de la habitación y recorrí tambaleante el estrecho pasillo que
separaba mi cuarto del salón. Una
vez allí fui directo hacia el gran ventanal, clavé los codos en la repisa,
reposé mi cabeza o lo que quedaba de ella sobre las palmas de las manos y
comencé a atravesar la inmensidad blanca del cielo con la mirada. Vivía en un ático, y simplemente con
enfocar la mirada ligeramente hacia arriba conseguía una panorámica en la que
lo único que se veía era el cielo.
Aquel mediodía era especialmente frío, y el cielo no tenía ni rastro de
su color habitual, el inocente azul había mutado a una interminable y marchita
inmensidad de color blanco. Mi
vista comenzó a perderse en aquella desmesurada blancura y enseguida sentí un
profundo mareo debido al todavía latente efecto de las drogas y el alcohol de
la noche anterior. Mi mente
comenzó a nublarse lentamente hasta entrar en un alucinógeno estado de
aletargamiento. Me fui dejando
llevar por extrañas y alucinadas visiones hasta que, súbitamente, un pájaro
negro comenzó a recorrer la imponente mancha de color blanco que era el cielo
rompiendo el halo de infinita pureza que impregnaba todo mi campo de
visión. La figura del pájaro se me
enquistó en la retina y mis ojos intentaron seguir el rastro de su vuelo de un
modo impreciso y torpe.
Finalmente, el pájaro terminó adhiriéndose a una gran bandada que cruzaba
súbitamente el cielo en dirección opuesta. Yo no podía despegar los ojos de aquel extraño espejismo y
mi cerebro comenzó a viajar por él de un modo febril e hipnótico, espoleado
histéricamente por el frenético agitar de las alas de los pájaros, hasta que
por fin, llegó a mi subconsciente, del que extrajo una reminiscencia que al
principio me resultó demasiado difusa y oxidada. Me centré en aquel pensamiento y mi memoria se centró
conmigo, las formas comenzaron a cuajar, los colores se veían cada vez con
mayor nitidez, enseguida empecé a entender todo cuanto tenía delante, y, como
si estuviera observándome a mí mismo dentro de alguna extraña película, comencé
a recordar.
Estaba en un autobús camino a quién sabe
dónde, recostado en mi asiento, con el ordenador portátil en mis rodillas, mirando
una película. Es extraño, pero
recuerdo con total certeza que la cinta que estaba viendo era una de mis
películas favoritas, “Corredor sin retorno”. Justo cuando los títulos de fin asomaban por la pantalla el
vehículo giró bruscamente hacia el lado derecho y nos detuvimos en una estación
de servicio. El conductor avisó
groseramente por el altavoz de que todo aquel que no estuviese dentro del
autocar exactamente 20 minutos después se quedaría en tierra. Bajé de allí todavía aturdido por el
efecto de la película, caminé unos pasos con la cabeza agachada intentando
mantenerme firme, luchando contra un viento huracanado y feroz, y, cuando por
fin levanté la mirada el estómago y todo cuanto había en su interior comenzó a
bailar agitadamente. El cerebro desplegó
brutalmente todo el arsenal de sustancias que supongo acostumbra a segregar
cuando los ojos le mandan información de algo tan tremendamente sobrecogedor
como lo que yo estaba presenciando.
El cielo era una enorme paleta infinita de diferentes tonos encarnados:
rojo sangre, toda una gama de amarillos, desde el más claro hasta el fosforito,
marrones anaranjados, suaves matices granotas, naranjas penetrantes y
definitivos. Desde el suelo, a
modo de réplica, surgían enormes cipreses de color verde que violaban el cielo
con sus puntas redondeadas. A la
izquierda de aquella apocalíptica visión se encontraba una gasolinera cuyos
tonos brillantes y formas confusas contribuían a que la imagen tuviese un
aspecto todavía más opiáceo y decadente.
Pero todo aquello era sólo el contexto, el simple escenario, los
verdaderos protagonistas eran los pájaros. Cientos, miles de pájaros divididos en no más de media
docena de bandadas se agitaban convulsamente surcando a toda velocidad la vasta
extensión de tonos cálidos que era el cielo. El viento, con una fuerza desmesurada, los golpeaba sin
descanso deshaciendo violentamente sus ordenadas agrupaciones una y otra vez. Los pájaros se dispersaban a lo ancho y
a lo largo y sólo unos segundos más tarde volvían a retomar su profundo
concepto de unidad, bailando de un lado a otro del paisaje con las montañas de
fondo, incapaces de hacer frente a aquella corriente de aire implacable y
endemoniada. Caminé unos pasos
hasta dónde pensé tenía la mejor perspectiva de todo el panorama y me apoyé en
unas grandes vallas de obra de color amarillo. Permanecí inmóvil con la boca abierta viendo aquellas gigantescas
hordas de pájaros hacer cabriolas y piruetas al son que les marcaban las
ráfagas de aire y tuve una extraña sensación que sólo había experimentado una
vez anteriormente. Sentí calma y
felicidad, un profundo sentimiento de paz extrema conmigo mismo y con todo lo
que había a mí alrededor.
Las bandadas se diluían una y otra vez,
había algunas enormes, otras no tan grandes, y finalmente un puñado de pájaros
solitarios y perdidos que eran a los que el viento maltrataba con mayor
fiereza. Algunos de estos
descarriados tenían suerte y conseguían, tras muchos intentos, unirse a uno de
los clanes que pasaban por su lado, pero otros se mantenían ajenos y solitarios
a la generalidad, dando tumbos de un extremo a otro sin pausa ni descanso. Por encima de la música que sonaba en
mi reproductor portátil escuchaba los silbidos del viento, penetrantes y
estremecedores, y acompañando a los silbidos un sonido constante y hueco, el
que provenía de los cientos de pájaros que se movían agitando sus alas psicóticamente
frente a uno de los cipreses que estaba a mi lado, originando un aleteo sordo
que unido a su graznido suave e irregular producía una cacofonía que provocaba
un trance profundo y etéreo.
Me mantuve allí quieto a pesar del
horrible frío con la boca abierta y el gesto torcido, apoyado en las vallas de
obra de color amarillo. Hoy en día
ya no hay obras, recuerdo que hace muchos años todas las ciudades, barrios y
carreteras estaban siempre plagadas de ellas. Creo que antes aún teníamos la esperanza de poder mejorar el
mundo, por eso había tantas reformas y reconstrucciones, hoy ya nos hemos dado
por vencidos, no sé si esto es mejor o peor, pero ya no se ven obras por
ninguna parte.
Repentinamente, un sonido familiar y
grave, a lo lejos, me sacó de mi embelesamiento: era el conductor del autobús,
agitando sus brazos como señal de que debía volver inmediatamente a mi asiento
si no quería quedarme allí. Le
pedí perdón y fui corriendo al baño, miccioné, me lavé las manos y subí al autocar. Antes de subir observé a una mujer
china de mediana edad, con gorro y bufanda, paralizada al lado de la puerta de entrada
del autobús exactamente en la misma posición y con el mismo gesto en los que me
encontraba yo hacía sólo unos instantes.
- ¿Qué coño haces chico? Tú y esta tarada de china sois los
únicos que habéis bajado del autobús.
¡Sube de una vez, coño! -
gritó de nuevo el conductor.
Recorrí el pasillo sintiendo como los
ojos de todos los pasajeros se clavaban en mí. Me instalé de nuevo en mi asiento y apoyé la cabeza en la
ventana. Tuve la convicción de que
había experimentado algo realmente místico, algo que trascendía mi capacidad de
entendimiento y que seguramente nunca llegaría a comprender del todo.
El autobús arrancó y dejamos atrás todo
aquello, cerré los ojos y cuando los volví a abrir vi una calle llena de gente,
alcé la mirada y observé de nuevo el gran cielo de color blanco que había visto
sólo unos minutos atrás. Respiré
profundamente, despegué los codos de la repisa de la ventana y caminé hacia la
nevera. Abrí la puerta de color
blanco y bebí un largo trago de leche agria y posiblemente caducada, el líquido
se me derramó por las comisuras de los labios y varios gotas de color blanco
mancharon el suelo, ennegrecido por la suciedad.
Regresé a la habitación y vi que el chico
que había en la cama se había despertado.
Se incorporó, me miró a los ojos y me habló:
- ¿Estás bien? No tienes buena cara.
¿por qué no vienes a dormir un rato más? Apenas hemos descansado.
Recomendación musical: Daniel Johnston - 1990 http://rs359.rapidshare.com/files/300951593/Daniel_Johnston_-_1990__90_.zip (Cantautor norteamericano esquizofrénico, original, ególatra, enfermizo, obsesivo, atrevido, brillante, divertido y tremendamente genial)
Muy recomendable el documental "The devil and Daniel Johnston", trailer aquí: http://www.youtube.com/watch?v=5ucN4DActxA
Recomendación literaria: "El Imperio". Ryszard Kapuscinski. El mejor libro de "el periodista del siglo", una increíble representación del Imperio Ruso fruto de millones de kilómetros recorridos, cientos de viajes y de jugarse la vida por conocer, experimentar, vivir, aprender, y escribir para contárnosolo.
- Uno de los libros del siglo, uno de los libros con los que remata este siglo de muerte gigantesca, este continuo apocalipsis... una de las cumbres de la literatura contemporánea - (Arcadi Espada)
*Recomendación Literaria: Junichiro Tanizaki - El elogio de la sombra
Biblioteca de ensayo - Editorial Siruela
(En Occidente la belleza siempre ha estado ligada a la luz en sus múltiples formas, en Oriente por contra lo esencial está en captar el enigma de la sombra. A partir de esta máxima tan simple Tanizaki trasciende del tema hasta hablar de la mística, la metafísica, el origen de la belleza y la cultura en sí misma. Acojonante. Además es barato y tiene 100 páginas, se lee en dos horitas. )
A las 8 y 16 minutos K. se levantó de la cama, totalmente aturdido y todavía flotando en el mundo de los sueños, incapaz de distinguir si realmente estaba preparándose café o, como acostumbraba a pasarle en los prolegómenos del despertar, lo estaba soñando. Desde que vivía con M., su novia, K. había adoptado la mala costumbre de marcar pequeños retrasos en la alarma del despertador antes de levantarse definitivamente. Anteriormente él era una persona decidida, que sintonizaba el reloj a una hora y en el mismo momento que este emitía la primera señal de alarma se despertaba de un salto de la cama, sin ninguna tentación de volverse a tumbar. Antes, la voluntad de K. solía ser más fuerte que su cuerpo, ahora cada vez tenía más tendencia a evitar cualquier cosa que le supusiese un esfuerzo.
Este hábito tan arraigado le provocaba unos amaneceres llenos de confusión. La alarma sonaba a las 8 en punto, y K. enseguida la retrasaba cinco minutos, después cuatro, después tres, dos, uno… hasta que por fin se levantaba de la cama. Esos escasos minutos los pasaba en un estado de enfermiza duermevela en los que siempre se veía a sí mismo levantarse y realizar las tareas habituales: iba al servicio, preparaba café, leía el periódico digital… pero cuando, por fin, llegaba la hora de levantarse de verás, se daba cuenta de que todo había ocurrido en su imaginación y que ahora tenía que repetirlo en el mundo real. Aquello le agotaba profundamente, y le hacía amanecer de mal humor. Eran las 8 y 39 minutos y k. estaba saliendo de la ducha, luchando por escapar del estado de embriagador letargo en el que se encontraba. La noche anterior se había acostado tarde, muy tarde. Quería impresionar a su jefe presentándole un estudio acerca de las posibilidades de la última película de la productora en el mercado latinoamericano, y prácticamente no había dormido. Le tocaría recibir las felicitaciones y las palmadas en el hombro con una cara y un aspecto lamentables, pero después de todo no por ello dejarían de ser felicitaciones. K. salió de casa a toda prisa, el sueño había hecho disminuir su velocidad normal de acción e iba con el tiempo más justo que de costumbre. El ascensor estaba ocupado, por lo que optó por bajar las cuatro plantas de escaleras que llevaban hasta el garaje corriendo. Cuando llegó al coche se dio cuenta de que había olvidado su maletín, así que dio media vuelta y subió de nuevo las escaleras. Cuando estuvo frente a la puerta, y tras mirar en el bolsillo dónde siempre guardaba las llaves, cayó en la cuenta del terrible suceso. Las había olvidado dentro de casa. No podía creerlo, los nervios y la presión estaban a punto de devorarle. Totalmente derrotado, superado por la situación, k. entró en el ascensor y bajó a la calle, se sentó en uno de los bancos que había bajo su casa y llamó desde el teléfono móvil.
- Hola, querría que me pusiera en contacto con algún servicio de cerrajeros de urgencia, por favor. – dijo K. con un tono entre la más resignada tristeza y la más triste resignación.
- Un momento. – respondió la operadora.
Al cabo de unos minutos, le pasaron con una mujer.
- Buenos días, Key Central servicios urgentes, ¿en qué puedo ayudarle?
- He olvidado las llaves dentro de mi casa, necesitaría abrir la puerta urgentemente, por favor.
- Muy bien, ¿conoce el modelo de su puerta?
- No, no exactamente. La puerta es blindada, bastante gruesa, la llave tiene aspecto de antigua. Vivo en los bloques de al lado del Edificio Diagonal que fueron inaugurados el año pasado.
- No me diga más, conozco el modelo de puerta de esas casas, no es el primero que nos llama. Debe usted ponerse en contacto directamente con la compañía, lo siento. Si quiere puede darle el teléfono.
K. llamó a la compañía, pero andaban
escasos de técnicos y no podrían atenderle hasta última hora del día. Abatido, k. hundió la cara en sus manos
y se dejó llevar por la impotencia.
Cuando abrió los ojos no sabía con
seguridad si habían pasado unos minutos o unas horas. Miró su reloj, habían sido sólo unos minutos.
Llamó por teléfono a m.. Vivían juntos, pero tenían horarios
diferentes, en teoría ella ya llevaba más de una hora trabajando.
- Cariño no puedo hablar ahora, llámame
más tarde, por favor. – contestó
m. nada más descolgar.
- Escucha, escúchame demonios, dame un
minuto. He olvidado las llaves
dentro de casa y el cerrajero no puede venir hasta la noche, necesito tus
llaves, he olvidado el informe de Latinoamérica dentro de casa.
- Cielo, estoy en el aeropuerto, hoy
tenía que coger el puente aéreo, lo hablamos anoche, en la cena,
¿recuerdas? Llegaré a casa
alrededor de las 9, te veré entonces.
k. colgó el teléfono y volvió a hundir el
rostro en sus grandes manos, cerrando los ojos.
A los pocos segundos los abrió, miró
hacia el frente y lanzó el teléfono móvil con todas sus fuerzas contra el
suelo, haciéndolo saltar en mil pedazos.
Se levantó y se dirigió hacia la parada de metro más cercana.
Hacía meses que no cogía el metro,
normalmente sus días consistían en ir en coche de casa al trabajo, de allí al
restaurante que había debajo de la productora, de nuevo al trabajo y por fin a
casa. Los fines de semana
transcurrían entre comidas en sitios de moda, cenas en casas de amigos, copas
caras en bares snobs y algún polvo ocasional y de compromiso. En resumen, K. vivía en una burbuja.
Pasó las 6 paradas que separaban su casa
del centro agarrado a una barandilla sonriendo como un idiota, observando a
todo el mundo con una mueca de asombro.
Adolescentes camino del Instituto, ancianos que leían el periódico, una
multitud de inmigrantes, personas desaliñadas, personas con traje y corbata,
personas gordas, personas flacas.
Personas.
- Así que esto es la gente normal, casi
lo había olvidado. – pensó k. para
sí mismo.
Cuando llegó a su parada la masa humana
le fue deslizando de un modo casi imperceptible hasta la superficie, k. tenía
la impresión de que se desplazaba sin tocar el suelo, como si formase parte de
algo mucho más grande que él que se movía sin pausa arrastrándole sin remedio.
Al salir a la calle se colocó sus gafas
de sol y comenzó a caminar entre la multitud con la mirada perdida. Recorrió las estrechas calles del
Barrio Gótico disfrutando del ajetreo y la prisa que destilaba la ciudad igual
que solía hacer en sus tiempos de estudiante. K. era una persona inevitablemente urbana, cuando era más
joven, solía salir solo a dar largos paseos caminando de un barrio a otro,
fijándose en las personas, en los edificios, los bares, los parques… y en la
conjunción mágica y romántica que este conglomerado de cosas creaba: la ciudad.
Se sintió feliz de reencontrarse con
aquellos antiguos sentimientos que ya creía perdidos, antes consideraba estas
pequeñas excursiones como una de sus prioridades, uno de los pocos momentos en
los que tenía la oportunidad de estar a solas consigo mismo y hacer balance de
la vida, y el hecho de estar recuperando aquella vieja tradición le provocaba
una ilusión semejante a viajar hacia atrás en el tiempo, a ser joven otra vez.
Pero el tiempo había pasado, y de qué
manera. Cuando k. estaba en la Facultad
soñaba con ser un gran guionista, amaba el cine más que ninguna otra cosa, y
gran parte de su tiempo lo dedicaba a escribir historias. Ahora trabajaba en el departamento de
financiación de una gran productora, ganaba mucho dinero y estaba metido dentro
del mundo del cine, pero aquello distaba mucho de lo que k. siempre había
deseado.
Se sorprendió a sí mismo pensando en todo
aquello. Normalmente, su vida iba
tan deprisa que no tenía tiempo para pensar en ella. Su existencia se limitaba a una concatenación de
acontecimientos, la mayoría de ellos rutinarios y repetitivos, pero k. nunca
tenía tiempo para reflexionar acerca de estos e intentar siquiera sacar
conclusiones, simplemente ocurrían, nada más, todo funcionaba demasiado deprisa
como para pararse a pensar si las cosas estaban yendo bien o mal. Hacia ya mucho tiempo que su vida
parecía habérsele ido de las manos, daba la impresión de que nada ni nadie, ni
siquiera él, era capaz de pararla, un ente con autonomía propia que funcionaba
independientemente respecto de su propia persona. En plena calle, rodeado de gente, tuvo la sensación de que
por primera vez en mucho tiempo, tenía tiempo para pensar en sí mismo.
A mitad de estos pensamientos tuvo la
tentación de llamar al trabajo, ni siquiera había avisado de que no iba a
ir. Pero no lo hizo.
Cuando sus piernas comenzaron a sentirse
cansadas k. decidió parar a tomar un café. Se sentó en la barra y comenzó a leer la prensa. No recordaba cuando fue la última vez
que tuvo un periódico en las manos, normalmente leía varios, pero sólo las
ediciones digitales. Ojeando aquel
diario cayó en la cuenta de algo ¿hacía cuanto que no leía un libro? Salió de la cafetería y se dirigió
hacia una vieja librería que solía visitar años atrás. Estaba cerrada. Continuó caminando y finalmente
encontró una librería mucho más moderna que la que buscaba, era una franquicia
que tenía repartidas varias sucursales por Barcelona. Dio varias vueltas hasta que casualmente encontró una
edición de bolsillo de “El viejo y el mar”, uno de sus libros favoritos. Lo compró y fue paseando hasta el
Parque de la Ciudadela. Al llegar
allí se sentó en un banco frente a la fuente y lo leyó de un tirón.
Tenía algo de hambre, así que pensó que
quizá ya sería la hora de comer.
Cruzó Vía Laietana, dejó atrás la Plaza Sant Jaume, bajó la calle Ferrán
y llegó hasta el Raval. Se decidió
por un restaurante vegetariano decorado de un modo muy alegre. Nunca había estado en ninguno y le
pareció que ese era el día perfecto para probarlo. Se sentó en la barra y pidió la carta a una preciosa
camarera bastante joven que tenía un extraño aro colgando de la nariz, igual
que si fuera una vaca, le pareció muy gracioso. K. pasó más de diez minutos mirando la carta, incapaz de
decidirse por nada. Al fin, la
camarera regresó a donde él estaba sentado.
- ¿No lo tienes claro? Si quieres puedo recomendarte
algo. – preguntó con gesto amable.
- No, la verdad es que no logro
decidirme. Es la primera vez que
estoy en un restaurante vegetariano ¿sabes? - contestó k. sonriente, llevaba toda la mañana con mil
sensaciones fluyéndole en la cabeza y tenía ganas de hablar.
- Entiendo. Si quieres mi opinión, te recomiendo la lasaña de queso de
cabra, es mi plato favorito, está buenísima. Y para beber, si te gusta el vino, pide una copa de
Barbazul, es un vino de Cádiz muy poco conocido, a mí me encanta.
- Me has convencido, tomaré lasaña. Y también probaré ese vino, creo que
nunca he bebido un vino de aquella zona y Cádiz es una ciudad que me gusta
mucho. – contestó k. sonriente.
- Buena elección, a mí también me fascina
Cádiz, con sus playas, la gente… es un buen lugar para perderse.
Cuando la camarera estaba a punto de dar
media vuelta se fijó en el libro que K. había dejado encima de la barra.
- ¡Vaya! ¿Te gusta Hemingwey?
“El viejo y el mar” es uno de mis libros preferidos. – dijo la chica sorprendida.
- Mucho, es uno de mis escritores
favoritos.
- ¡Qué sorpresa! Precisamente en la compañía estamos
ensayando la adaptación de uno de sus textos cortos “Hombres sin mujeres”, ¿lo
conoces?
- Por supuesto. No me digas que eres actriz.
- Lo intento. Termine la carrera de Historia hace ya un par de años,
incluso hice un máster, pero creo que mi verdadera vocación es actuar. Sé que es un mundo complicado, pero uno
tiene que luchar por lo que de verdad quiere ¿no?
- Desde luego. – contestó K. ensimismado por el entusiasmo de aquella
joven. Yo estudié Cine, trabajo en
una productora bastante grande desde hace un par de años.
- ¿De verás? ¡Qué emocionante!
Tiene que ser fantástico estar dentro de aquel mundo tan apasionante.
- No te creas, no todo es tan bonito como
parece visto desde fuera. –
replicó k. mirando hacia el suelo.
- Me llamo Clara, ¿y tú? - preguntó muy risueña, con cierto tono
de flirteo.
- Yo soy K., encantado de conocerte Clara. – respondió K.
La chica se marchó y continuó trabajando,
K. comió la lasaña y bebió tres copas de vino más. Cuando terminó, llamó a la joven y le pidió la cuenta. Intercambiaron un par de sonrisas y K.
decidió lanzarse.
- Escucha Clara, ¿a qué hora acaba tu
turno? Me gustaría invitarte a un
café, ¿te apetece? - preguntó K.
muy decidido, espoleado por el vino y la belleza de la chica.
- Termino en menos de diez minutos, me
encantaría. – contestó ella.
Clara se dio la vuelta y continuó
atendiendo. K. estaba totalmente
sorprendido. Si aquella preciosa
chica había terminado la carrera de Historia e incluso había hecho un máster
significaba que no debían llevarse más de dos o tres años, ¿cómo podía ser
posible que ella tuviera un aspecto tan juvenil y K. a su lado se viera tan
viejo? Los años no caen igual a
todo el mundo, pensó.
K. observó a Clara discretamente desde la
barra mientras la chica se movía ágilmente de un lado a otro con platos en las
manos. No recordaba la última vez
que había hablado con una desconocida.
Solía tratar con cientos de personas que pasaban por la productora y
conocer a montones de amigos de amigos, pero nada parecido a un encuentro como
aquel. Él, solo, hablando con otra
persona sin ningún nexo aparente más allá que la atracción y la conversación
espontánea.
A los pocos minutos Clara apareció sin el
delantal y vestida con otra ropa diferente. Llevaba unos pantalones negros muy apretados y un estiloso
jersey gris oscuro con el cuello muy ancho, estaba guapísima.
Se sentaron en una mesa y enseguida les
llevaron los cafés. Hablaron un
poco de Cine, otro poco de Literatura, y K. enseguida comenzó a hacer preguntas
más personales, interesado de verás en aquella chica.
- Y dime Clara, ¿cómo decidiste ser
actriz? A priori, no parece que
tenga mucho con ver con la Historia ¿no?
- preguntó
- No mucho, tienes razón. Siempre me ha encantado actuar, así
que, cuando entré en la facultad, pasé a formar parte del grupo de teatro de la
Universidad. Nos juntábamos a
menudo, ensayábamos, e incluso representamos varias obras. El tercer año ganamos un concurso y
viajamos actuando por varias Universidades de España, fue algo increíble.
- Suena fantástico, debió ser muy
divertido.
- Muchísimo, no te puedes imaginar. La cosa es que cuando terminé la carrera
mis padres se empeñaron en que hiciera un máster en el que da clase un amigo de
mi padre, yo acepté, pero también continué en contacto con mis antiguos
compañeros. Uno de ellos logró
acceder a una compañía muy joven que dirige un amigo suyo, y cuando me ofreció
ingresar no me lo pensé dos veces.
Tuve que dejar el trabajo de profesora que tenía en una academia para
niños porque me ocupaba todo el día, conseguí este trabajo a media jornada y
por las tardes voy a los ensayos.
- Vaya, eres muy valiente, te
admiro. – dijo K. sinceramente
- ¿Hay qué luchar por lo que se quiere
no? - respondió Clara mirando a
los ojos de K.
Cuando terminaron los cafés salieron a la
calle, se intercambiaron los teléfonos y se dijeron adiós. K. le prometió ir a ver uno de sus
ensayos a cambio de que ella aceptase una invitación para cenar. Clara aceptó.
La conversación y el vino parecían haber
hundido la mente de K. en un confuso estado entre el miedo y la emoción, se
quedó parado en la puerta del restaurante viéndola marchar mientras sentía que
su cerebro empezaba a hacer cosas extrañas. Unos segundos después comenzó a caminar sin rumbo fijo y
justo antes de doblar la esquina de la calle se giró y vio la silueta de Clara
alejándose entre la multitud.
Cuando finalmente la perdió de vista dio media vuelta y reemprendió la
marcha con una descabellada idea martilleándole la cabeza como si fuera el
mayor axioma del universo: podría enamorarse de aquella chica sin ningún tipo
de esfuerzo.
Se dejó llevar durante un rato por las
calles y plazas del Raval y súbitamente recordó que había visto en el periódico
que proyectaban una de sus películas favoritas en los cines Meliès. Recorrió ágilmente aquellas calles con
olor a humo y especias hasta llegar al eterno jaleo de Plaza Universitat,
después subió la calle Aribau y recordó como, cuando comenzó a salir con M. y
acostumbraban a hacer inesperadas salidas nocturnas, se colocaban en el
principio de la calle y jugaban a decir un número al azar, tras esto recorrían
el número de pasos que indicaba dicho número y entraban a cenar al restaurante
más cercano. Hacía meses que no lo
hacían. Cuando llegó al cruce con
Aragó giró a la izquierda y caminó viendo como comenzaba a ponerse el sol, finalmente,
cogió la calle Villaroel y entró a ver “En la ciudad” en los viejos cines
Meliès.
El efecto del vino ya había pasado y la
película le dejó un amargo poso de tristeza. Paseó lentamente hasta la parada de metro para volver a
casa, el sol se había puesto hacia ya un par de horas y comenzaba a hacer
frío. Durante el camino de regreso
a casa K. comenzó a plantearse cosas que no le habían venido a la cabeza en el
resto del día, ¿qué pensaría M. cuando le explicase lo que había hecho? ¿qué iban a decirle en la oficina a la
mañana siguiente? Pasó el viaje en
metro sentado con el rictus muy serio dándole vueltas a estos
pensamientos. Él siempre había
pensado que se enamoraría de una chica alegre que compartiría su pasión por el
cine y sería su compañera de viaje hacia lugares extraños, una chica dulce y
sincera con la que pasar las noches bebiendo vino tinto y hablando de sus
sueños. K. solía fantasear con
vivir en un ático abuhardillado pequeño y acogedor, con una gran librería que
tuviese adosada una escalera para poder llegar a los libros que estuviesen más
altos. Su casa actual tenía más de
150 metros y no tenía librería. De
joven se imaginaba a sí mismo como un guionista vividor y despreocupado al que
nunca le faltaban ideas fantásticas sobre las que escribir, un creador de
historias como los que él admiraba desde que era un niño. No conseguía entender en que parte del
camino las cosas se habían torcido tanto como para acabar así. Tenía una novia guapa y seria con un
gran trabajo, una casa de lujo y un trabajo de éxito, se suponía que había
llegado lejos, pero ¿Por qué demonios había llegado hasta allí si él quería ir
a otro lugar? Esta pregunta
retumbaba en su cabeza una y otra vez.
Bajó del metro con las manos en los
bolsillos caminando con pasos deliberadamente cortos, con miedo de llegar a
casa y tener que volver a enfrentarse con su vida real.
Merodeó lentamente cambiando a menudo de
acera, intentando tomar consciencia de lo que le había pasado a lo largo de
aquel día, estaba volviendo en sí y los hechos parecían superarle. Era como si, por unas horas, se hubiera
tomado vacaciones de su propia vida, como si hubiera huido a un lugar en el que
poder fascinarse como si todo fuera nuevo y desconocido, un sitio muy lejano
donde nadie lo conociera y tuviese carta blanca para volver a empezar de cero.
Al llegar al portal de su casa se
encontró con el portero, que estaba sacando la basura del edificio, K. le miró
amablemente y le saludó:
- Buenas noches, abríguese bien, parece
que por fin ha llegado el frío.
- El frío es bueno, le hace a uno
sentirse vivo. ¿Cómo está? La señora M. me ha preguntado por usted
cuando ha llegado. – contestó
sonriente el portero.
- ¿Hace mucho rato que ha llegado? - preguntó K. algo nervioso.
- Una media hora más o menos.
- Gracias, buenas noches.
K. cogió el ascensor, no tenía fuerzas
para subir por las escaleras, llevaba todo el día caminando y se sentía
cansado.
Cuando llegó frente a la puerta de su
casa metió la mano en la chaqueta, buscando las llaves por inercia. No las encontró y por puro impulso
probó en el bolsillo de al lado.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo de arriba abajo y después sacó las
llaves del bolsillo. Se quedó unos
minutos observándolas, totalmente paralizado, sintiendo como el corazón comenzaba
a agitarse a velocidad de vértigo dentro de su pecho. Levantó la cabeza, respiró profundamente y abrió la puerta
de su casa. Nada más hacerlo, M.
salió de la cocina y acudió a su encuentro.
- ¿Se puede saber qué te ha pasado? Tu jefe me ha llamado, ha dicho que no
has ido a trabajar y que tu teléfono ha estado apagado todo el día. ¿Dónde demonios te has metido? ¿De dónde vienes? - preguntó M. acelerada y
nerviosamente.
- Se acabó. – contestó K. muy serio.
- ¿Qué? ¿De qué coño estás hablando? ¿Qué quiere decir “se acabó”? ¿Qué es lo que se acabó? - respondió M. gritando.
(Indietrónica islandesa reposada y envolvente, una maravilla de disco)
Vídeo: Green grass of tunnel: http://www.youtube.com/watch?v=oHTFmJk7fH0
* Recomendación literaria: "Sida mental" de Lionel Tran. Novela experimental que juega con el tiempo cronológico y la estructura gramática. Nihilista, suicida, macabra, dura, sucia, barriobajera y realista. Su autor es guionista de cómics y dirige Terrenoire, uno de los talleres de edición underground más importantes de Francia.
Motel Crisis es un espacio creado con la intención de ofrecer un acceso sencillo a la personalidad estética del autor y a la variedad de una obra en constante desarrollo. (narrativa, poesía, relato, crítica, guión cinematográfico, periodismo...)