- ¿Cómo estás
amigo? - preguntó Paul casi
esbozando una sonrisa.
- He estado
mejor. – respondió Raymond.
- Estoy
seguro. Vamos, pasa. – dijo Paul haciéndole un gesto con la
mano para que entrara y abriendo un poco más la puerta.
Raymond se sentó
en el mismo espacio de sofá donde se sentaba siempre, con Paul recostado en el
sillón de enfrente.
- Me cuesta
estar en casa Paul. Echo de menos
a Rita, dios, si es que hay alguno, bien sabe que es así, pero no es eso lo que
más me atormenta. – dijo Raymond
suspirando quejosamente antes de seguir hablando.
- Paul, eres mi
mejor amigo desde que tengo memoria, estuvimos juntos en la Universidad, nos
casamos y nuestras mujeres se hicieron amigas, tu vecino se mudó y nos
conseguiste el apartamento, sé que puedo contar contigo, pero también se que
soy una persona difícil. Me ha
conmocionado su pérdida, me ha trastornado el modo en el que ha ocurrido, no se
si mi cabeza está preparada para asimilarlo, ya sabes que siempre he sido una
persona nerviosa, y todo esto me está desequilibrando. ¿Por qué demonios se tiró por la
ventana? ¿Qué cojones tenía en la cabeza?
¿Y si después de todo resulta que no conocía a mi mujer?
- Nunca se
conoce a nadie del todo Ray. Es
una situación retorcida, mucho, pero eres una persona fuerte, tienes que estar
por encima de las circunstancias.
- Lo sé, lo sé,
pero sigo sin saber qué pensar Paul, uno comparte tantos años de su vida con
una persona y de repente es como si no supieras quién es. Yo jamás hubiera pensado que ella sería
capaz de suicidarse. - dijo
Raymond mirando fijamente la cara de su amigo.
- Rita no era la
mujer de mis sueños, y yo tampoco era su príncipe azul, pero ¿quién coño es lo
suficientemente iluso como para aspirar a eso hoy en día? Es posible que siguiésemos juntos por
pura inercia, no porque nos quisiéramos como tienen que quererse dos personas
que van a compartir el resto de su vida, pero si te soy sincero, no creo que
nunca hubiese llegado a dejarla. Y
ella a mí tampoco, demonios.
- Mira, sé que
esto es muy espinoso, si quieres que te diga la verdad, yo tampoco tendría muy
claro como actuar. Vuestra
relación no era diferente a la de cualquier matrimonio de Machine, pero no creo
que sea cuestión de buscar un motivo ni de sentirse culpable. Rita era una mujer reservada, algo
desconcertante incluso, siempre lo decías. Sé que esto es demasiado, y que ha sido toda una sorpresa,
pero hoy en día, puedes esperarte casi cualquier cosa de casi cualquier
persona. No te quedan muchas más
opciones que mirar hacia delante.
– dijo Paul tratando de ser comprensivo.
- Tienes razón,
como siempre. – dijo Raymond
aturdido por los efectos del alcohol, sucumbiendo finalmente a la elocuencia de
su amigo. Creo que la mejor opción
es pasar página, intentar no pensar en ello y tratar de rehacer mi vida. Después de todo, acabo de cumplir los
treinta, todavía soy joven.
- Bien dicho
amigo, ese es el espíritu. –
contestó Paul satisfecho. Dame un
minuto, tengo que ir a mear.
Paul fue al
cuarto de baño y se miró al espejo.
Tenía la misma edad que Raymond, pero parecía mucho más viejo. Desde que Lucille le abandonó su
existencia se había vuelto sombría y aburrida. Anteriormente había sido un hombre con mucho éxito en el
arte del flirteo, pero ahora, falto de interes, apenas veía a mujeres y cuando
lo hacía era pagando; trabajaba en el cómo corrector de estilo y traductor en
una importante editorial independiente aislado de todo y de todos, tras un par
de libros de poesía y una novela sin demasiado éxito había dejado de lado la
escritura, su verdadera pasión, no tenía muchos más amigos aparte de Raymond y
su familia vivía a más de 1000 kilómetros de Machine. Se podría decir que su vida no era demasiado apasionante. Estaba contento de poder ayudar a
Raymond, sabía que tenía muchos defectos, pero creía firmemente que era una
gran persona, y estaba dispuesto a hacer lo que fuese necesario para apoyarle. Ser capaz de apreciar la amistad a
niveles tan profundos le hacía sentir una cierta dosis de felicidad.
Cuando Paul
terminó de mear, se lavó las manos y salió del cuarto de baño, henchido de una
renovada energía, entrando al salón casi a punto de sonreír.
- Escucha Ray,
¿sabes qué he pensado que podríamos hacer este fin de semana?
Paul miró al
sofá y vio a Raymond profundamente dormido, con las piernas extendidas sobre la
alfombra, la cabeza colgando hacia un lado y la boca muy abierta. Fue a buscar la misma manta con la que
lo había cubierto el día anterior, y lo tapó cuidadosamente.
La tarde
siguiente era especialmente fría, Paul volvía del trabajo caminando por el
borde de la acera, intentando evitar los ligeros charcos de hielo escarchado
que se acumulaban alrededor de los desgastados adoquines, cruzándose masivamente
con cientos de personas con aspecto de tener una historia que contar. Muchachos de color vestidos con chándal
que iban a jugar a baloncesto a la cancha de detrás del almacén de comida
Molly’s para retar a los chicos blancos de la zona, jóvenes disfrazados a la
última moda que se dirigían a alguna fiesta en un ático desde el que se veía
toda la ciudad, hombres ataviados con trajes de diseño fumando puros con una
puta colgada del brazo, indigentes que proclamaban la buena nueva desde
cualquier esquina, preciosas mujeres ataviadas con elegantes vestidos negros y
cultivadas con tres o cuatro carreras universitarias, capaces de devorar a un
hombre en sólo unas horas, bizarros judíos que discutían a gritos mientras
caminaban, pakistaníes vendiendo perritos calientes en la calzada, taxistas
hindúes regateando el precio de la carrera con algún italiano alborotador,
ejércitos de soldados asiáticos que se dirigían hacia Chinatown, estudiantes
europeos que paseaban fascinados dirección al barrio de los pubs y los teatros
alternativos… la genuina ciudad de Machine, ni más ni menos.
Cuando Paul giró
la esquina de la calle 21 con la 16 vio un coche patrulla en la puerta de su
edificio, el corazón le dio un vuelco e inmediatamente le vino a la mente la
imagen de Rita tendida sobre la acera, cubierta por una manta oscura. Salió corriendo y fue hasta donde se
encontraban los policías.
- ¿Qué ha
pasado? - dijo apresuradamente
dirigiéndose al primer agente que encontró.
- No ha sido
nada, algo parecido a una discusión conyugal. – contestó desinteresadamente el joven policía.
- Vivo aquí,
¿puede decirme en qué piso ha sido?
- preguntó Paul.
- En el
612.
- Maldita sea,
es el piso de Raymond, mi vecino, ¿sería tan amable de decirme que ha pasado,
por favor? - volvió a preguntar
Paul algo irritado.
- Lo siento, no
puedo decirle nada, pregúntele al inspector Chalmers. Él le atenderá.
– dijo el policía señalando con el dedo a un hombre negro con una
gabardina color caqui que le colgaba hasta los tobillos.
Paul se acercó
hasta el hombre y le habló, esta vez en un tono mucho más nervioso.
- ¿Inspector
Chalmers?
- El mismo.
- Escúcheme, por
favor, soy el inquilino del apartamento 611, creo que están aquí por mi
vecino. Ese hombre es mi amigo,
¿podría decirme que ha pasado por favor?
- ¿Es usted el
señor Auschner? - preguntó el
inspector mirando a Paul por encima de unas diminutas lentes ovaladas.
- Sí, soy yo,
Paul Auschner.
- El señor
Carter mencionó su nombre, dijo
que usted lo arreglaría. Acaban de
llevárselo a la comisaría de Perningdale.
¿Quiere acompañarme?
Paul siguió al
hombre negro y ambos se montaron en un Honda de color plata algo viejo y
gastado. Intentó abrir la puerta
del copiloto pero le resultó imposible.
Finalmente, el inspector Chalmers la abrió desde el interior del
vehículo.
- Disculpe, este
coche ya tiene muchos años, pero el presupuesto actual no alcanza para tirar
cohetes. – dijo mientras ponía en
marcha el motor y arrancaba.
- Perdone señor
Chalmers, ¿puede decirme ya qué problema ha habido con mi amigo Raymond? - preguntó Paul con tono de agotado
nerviosismo.
- ¡Ah, sí! Su amigo está como una regadera, tiró
por la ventana un teléfono inalámbrico, un equipo estéreo y un aspirador. Uno de los altavoces alcanzó en el
hombro a una mujer que paseaba por la calle. Está en el hospital, parece que no es nada grave, el hombro
dislocado y un fuerte golpe en la cadera, es posible que tengan que
operarla. ¿Podía haber matado a
alguien sabe? Dos automóviles que
estaban estacionados han sufrido daños considerables. Ese tarado está metido en un buen lío. – dijo el inspector entre risas.
© D.A.S 2009
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