lunes, 27 de diciembre de 2010

GATOS

William S. Burroughs (Portada de Penguin Books para "A man within")


Los gatos maullaban tan fuerte que resultaba imposible
conciliar el sueño.
No podíamos dormir.
Aquella noche, antes de acostarnos, habíamos discutido,
por aquella época no cabía más tensión entre esas cuatro paredes.
Finalmente me levanté y fui hasta la ventana,
descorrí la cortina y miré hacia fuera.
Un grupo de gatos estaba peleando por una bolsa de basura.
Dos de ellos la tenían sujeta por la boca,
y otros tres más pequeños les maullaban coléricamente,
desafiantes, pero incapaces de atacar.
A los pocos instantes apareció otro grupo más numeroso
y se abalanzó contra los dos que tenían 
la bolsa de basura.
Los destrozaron.  Y se llevaron la bolsa.
Fue una carnicería.
Los gatos del principio
quedaron sobre la calzada absolutamente descuartizados.
El grupo de tres gatos pequeños se quedó inmóvil, mirando
como los otros se llevaban la bolsa rota derramando basura
por la comisura de sus bocas manchadas de sangre.
Apoyé la mano sobre la ventana, aturdido,
era como si me costase mantenerme en pie.
Ella se había levantado hacía tiempo (no sabía cuanto)
y estaba detrás de mí,
observando, igual que yo.
 A los pocos instantes los gatos pequeños
se marcharon y sólo quedó oscuridad
y sangre y pedazos de animal esparcidos
por el cemento.
Corrí la cortina y volvimos a la cama.
Ella abrió un libro y yo abrí una botella.
Era imposible que las cosas
se arreglasen entre nosotros.
Ahora los dos lo sabíamos.
 

            © D.A.S 2010

martes, 21 de septiembre de 2010

LIVING ON THE RIGHT SIDE




Giulietta Massina

La tristeza que se filtra por los poros de mi piel
esta madrugada es tan dura
y pesa tanto que
podría moldearla con las manos
para crear con ella una nueva tú
a tu imagen y semejanza.
Mismos ojos, mismo nombre inventado,
mismo lado de la acera al caminar
y nuevos días felices que arderán
cuando el sol y el calor vuelvan
y tu gemela de mentira
se ilumine con el brillo decadente de las miradas
de otros hombres,
las promesas de otros lugares,
la vida por delante,
y escape asustada para refugiarse
junto a ti y los millones de dobles
que cada día te invento
para engañarme a mí mismo
imaginando que no te has ido,
que sigues caminando conmigo
en el lado derecho
del mundo que un día dibujamos juntos,
devorando la vida con prisa y urgencia,
cogidos de la mano,

sin tocarnos.
            © D.A.S 2010

lunes, 20 de septiembre de 2010

BULLETS OVER BROADWAY






TÍTULO ORIGINAL   Bullets over Broadway
AÑO             1994            
DURACIÓN             99 min.               
PAÍS             USA           
DIRECTOR             Woody Allen
GUIÓN             Woody Allen & Douglas McGrath
MÚSICA             George Gershwin
FOTOGRAFÍA    Carlo Di Palma
REPARTO     John Cusack, Dianne Wiest, Chazz Palminteri, Jim Broadbent, Rob Reiner…




Deliciosa comedia de un Allen en estado de gracia (justo después de “Maridos y mujeres” y “Misterioso asesinato en Manhattan” y antes de “Poderosa Afrodita”). 
Un guión brillante que no deja de evolucionar y de girar desde prácticamente el primer minuto de metraje es el arma principal con el que Allen deslumbra y enamora, construyendo una delicada comedia de enredo y situaciones digna del mejor “viejo Hollywood”, con unos personajes absolutamente complejos que de tan perfectamente dibujados se acercan al estereotipo, una ambientación maravillosa que une de modo fantástico dos ambientes tan apasionantes y dispares como el Broadway de los años 20 y el mundo de la mafia.
La temática abarca los campos más recurrentes en la filmografía de Allen: problemas de pareja, inseguridad vital, incapacidad creativa, infidelidad… pero todo ello pasado esta vez por un filtro de agudeza, de buen humor y de vitalidad, que dejan la sonrisa en la boca de una manera más marcada que en otras de las cintas de Allen de corte melodramático (Annie Hall, Manhattan, La rosa púrpura del Cairo), gracias a que esta vez la acidez, el sarcasmo y la doble moral se cambian por la ligereza, la extravagancia y un final feliz (quizá demasiado).
En el reparto nombrar sobre todo a una Dianne West inmensa como casi siempre, bordando su papel de diva histriónica y manipuladora, y un memorable Joe Viterelli.  Palminteri está bastante bien y Cusack, protagonista y alter-ego de Woody, bastante mal.  El resto, como suele suceder en las obras de Allen, rayan a un nivel bastante alto.
En cuanto al aspecto técnico, destacar una maravillosa ambientación, con exteriores naturales en la ciudad de Nueva York, Broadway, el Upper East side… que realmente te transporta a una época que rezuma encanto.  La fotografía es excelente y el tratamiento de las luces más aún, las imágenes desprenden teatralidad.
La banda sonora es magnífica y el montaje, sin llegar a ser acelerado acompaña notablemente el frenético desarrollo de la historia.
En definitiva, una de las obras destacadas de Woody Allen, director/actor/guionista (casi nada) que, si bien, como suelen defender sus detractores, es autor de un buen puñado de obras menores (¿y cuántos hay de estos?), también lo es de otro buen puñado, seguramente más grande, de grandísimas películas y de obras maestras de la Historia del Cine (¿Y cuántos, cuántos pueden decir lo mismo?).
            © D.A.S 2009
Aquí la película:  Balas sobre Broadway


lunes, 13 de septiembre de 2010

ODESSA (CANCIÓN DE VERANO Nº 133)



"Shadows in Paradise" (Aki Kaurismäki)


Afuera llueve, pero aquí parece mucho más.

El mundo se inunda poco a poco
y yo sólo quiero
sumergirme en la profundidad abisal de mis miserias,
sentir la falta de aire en los pulmones
y que tu ausencia explote en mi pecho
ahogándome en la muerte que es tenerte lejos,
hasta quedar reducido a un tranquilo mar de sangre seca.
Esperaré lo que sea necesario,
esperaré que al fin decidas venir a quemar tu piel color canela
a la angustiosa soledad de mi playa
y purifiques con el sabor a sexo salado de tu etérea desnudez
la dulzura contaminada de estas aguas.

Afuera llueve, pero aquí parece mucho más.
Parece que nunca va a volver a salir el sol.
            © D.A.S 2010 


jueves, 9 de septiembre de 2010

THE HUSTLER





FICHA TÉCNICA
Título:  El Buscavidas
Título original: The Hustler
Dirección y producción: Robert Rossen
País: USA
Año: 1961
Duración: 134'
Reparto: Paul Newman, Jackie Gleason, Piper Laurie, George C. Scott
Guión:  Sidney Carroll y Robert Rossen (basado en la novela de Walter Tevis)
Fotografía: Eugen Schüfftan


Mi idolatrado Paul Newman es la punta de lanza de esta cinta superlativa que dibuja como pocas la figura del “hustler”  o buscavidas, el tipo soberbio y encantador pero carente de moral que se rige únicamente por el orgullo más enfermo y basa su ideal de vida en llegar a la cima, cueste lo que cueste.
La historia: Eddie (Newman), un virtuoso del billar, quiere ser el número uno, y para ello debe destronar de lo más alto a Minnesota Fats (memorable Jackie Gleason).  Para lograrlo, Eddie no duda en pasar por encima de quién sea necesario, chica incluida (Piper Laurie), anteponiendo su objetivo y su vanidad personal a todas y cada una de las cosas/personas que le rodean.
Y ya está, en el corazón de la simplicidad de esta historia de apariencia banal se transmiten varios de los clichés negativos más inherentes a la condición humana: vanidad, codicia, amoralidad, autodestrucción... el modus operandi tan en boga hoy en día del yo por encima de todos los demás, aquello de que el fin justifica los medios.  Una historia cien veces repetida y un camino mil veces recorrido por la colección de personajes que se deslizan por la película infinita que es el mundo real, desde el oficinista que quiere tener su propio despacho y para ello deja de lado a su familia y pisotea a sus compañeros, el ama de casa que quiere llevar la ropa más cara de todas sus amistades y exprime a su marido y ningunea a sus amigas, hasta el niño pequeño que pelea por ser el mejor del equipo y desprecia inconscientemente a cualquiera que ose poner en peligro su condición de líder.
En cuanto a la técnica, una dirección absolutamente fabulosa del genial Robert Rossen (que rodó aquí su penúltima película, dejando tras de sí una genial carrera que aún pudo ser mejor de nos ser por su persecución por el McCarthysmo), con giros de eje y planos arriesgadísimos que le acercan en ciertos momentos más a sus contemporáneos franceses nuevaoleros que a sus compatriotas estadounidenses, con un manejo del tiempo narrativo espectacular que provoca que las más de dos horas de metraje pasen en un abrir y cerrar de ojos.  La fotografía y la dirección artística (oscarizadas ambas, en tiempos en los que los Oscar eran premios al buen cine), son una muestra fantástica de cómo conseguir más con menos.  El B/N suavizado y la puesta en escena sobria y sombría a partes iguales son dos de las claves para lograr recrear de un modo tan fiel ambientes tan sórdidos como los lúgubres apartamentos o las salas de billar de mala muerte.
En las actuaciones, como no, mención especial para los ojos azules más famosos de las Historia del Cine.  Newman consigue aquí lo que pocos han sido capaces.  Quieres jugar contra él y quieres que te gane, quieres que te rompan los pulgares a ti en lugar de a él, quieres ser su manager y, demonios, hasta quieres ser tú quién le bese cuando la buena de Laurie se le lanza a la boca.  Stanislavski con mayúsculas, uno de los más grandes, que nos regala aquí una de las mejores interpretaciones de un perdedor/ganador que se hayan hecho jamás.
Hay que verla.
Por lo menos una vez.
Al año.
            © D.A.S 2010

lunes, 6 de septiembre de 2010

CARTA DE AMOR DE JEAN-PAUL A OLIVIA NÚMERO 47



Alice in the cities


La misma inconsciencia y tendencia a la autodestrucción que me hace ser quién soy me obliga a lanzarme a la calle a caminar bajo la lluvia y perderme en las tristezas de los ojos de la gente, intentando olvidarme de que el triste soy yo.
Camino sin dirección los callejones y las esquinas con la cabeza agachada, mirando al suelo y dejándome llevar por una flagelante inercia que termina por escupirme a la  mesa de siempre y exigirme que pida un café solo y corto.  Me siento en uno de los bancos de madera desde el que veo tu portal, y tú sabes que estoy allí y yo sé que tú estás en casa y que casi puedes verme a través de las paredes.  Escucho música mientras con los ojos te dibujo saliendo por la puerta número 21, mirando hacia ambos lados y corriendo hacia mí, abrazándome y haciendo detener la lluvia con tu sonrisa.   
Busco con los dedos las canciones más tristes del mundo en mi reproductor de música portátil, todas están allí.  Una tras otra se van sucediendo mientras el estómago se me hace pequeño y el pecho me comprime.  No puedo apartar la vista del negro 21 de tu portal.  Sé que no vas a aparecer, pero el instinto de estupidez inherente al ser humano que hace perder la razón y soñar cosas que no van a ocurrir me hace quedarme, hundirme poco a poco en el banco de madera, ir haciéndome tan pequeño que soy incapaz de sentirme.  Me automutilo los dedos masticando las uñas con avidez hasta que la visión del rojo sangre consigue hacerme sentir vivo de nuevo, porque no siento las piernas, ni las manos, por mucho que me concentre no alcanzo a oír lo latidos de mi corazón, y la gente que vuela a mi alrededor ni siquiera me mira, soy un mueble más dentro del mundo inerte de personas y humo que son las cafeterías de esta ciudad.
Los minutos pasan y sólo la obligación del horario y el trabajo me hace tomar conciencia de que mis piernas y mis manos están vivas y que debo irme. 
Me levanto con las rodillas a punto de partirse por la mitad y hacerme caer, pero lucho contra la gravedad de la ciencia y de este instante y consigo caminar temeroso hacia la puerta, como el condenado que se dirige a morir en la electricidad.  Y en el mismo instante que estoy a punto de salir a la calle, siento en lo más profundo que algo se rompe.  Mis zapatos tienen la suela desprendida, los bolsillos de mi pantalón están llenos de agujeros, mis dedos sangran, mi espalda cruje, mi cuenta bancaria está en llamas… pero yo estoy convencido de que nada de eso es lo que ha provocado en mi interior el sonido seco y crudo de algo que se rompe.  Algo grande y valioso, algo hermoso y tremendamente débil, ha hecho crack.
El camino de regreso a casa tiene el mismo ánimo que el que realizan los animales cuando marchan hacia el matadero.  Ando con la expresión ausente de aquel que no alcanza a comprender las cosas, y a cada paso lucho porque el nudo de mi estómago se desate y deje salir al fin un mínimo de bilis verde fosforito esperanza. 
Y al llegar a casa, empapado por la lluvia y las lágrimas, abro la puerta y mi compañera de piso viene corriendo hacia mí, me abraza y me pide perdón.  No comprendo nada, la miro con ojos extraños y ella, con la cara desencajada, dirige su mirada hacia una pica llena de jabón y platos a medio fregar y señala mi copa de vino favorita rota en varios pedazos sobre el parquet.
Claro –pienso-, seguramente sería eso lo que había sentido romperse.
No sé si reír o llorar, así que pienso en ti y miro por la ventana.
Sigue caminando, mañana saldrá el sol.
              © D.A.S 2010



Recomendación musical
Vanova - The Mellow tapestry
http://www.myspace.com/vanovamusic


Qué tópico suele quedar eso de decir que la música no tiene fronteras, pero que real resulta en ocasiones.  Vanova son una pareja de músicos de Sitges que fabrican folk-pop delicado y preciosista cantado en inglés, grabado en casa con media docena de instrumentos y producido con un aura amateur que dota al conjunto de un aire lo-fi cautivador.  Composiciones relajadas, mágicas, herederas de la musicalidad ermitaña de gente como Bon Iver y con ciertos elementos pop que pueden recordar a los Grizzly Bear menos arreglados o al Sufjan Stevens más tranquilote.  Un álbum heterogéneo en el que lo importante son las atmósferas y la fascinante conjunción de melodía y voz, lleno de grandes canciones, preciosas letras y una instrumentación tan simple como sugerente que conforman una obra cohesionada y profunda, un canto a la cotidianidad y la belleza, ideal para escuchar de una sentada en los necesarios momentos de desconexión.  “The Mellow tapestry”, gracias a su sencillez y su halo de autenticidad sin pretensiones, tiene todo lo necesario para convertirse en un disco de culto en la cabecera de los amantes del folk-pop acústico de raíces anglosajonas.  Y además está hecho aquí.

lunes, 12 de julio de 2010

STILLSTAND


Abrazabas demasiado fuerte.
Abandonaste demasiado pronto.
Mentías cuando no era necesario.

Todo lo que hicimos mal fue jugar al romance adolescente con unos dados que tenían pintadas caras tristes en cada uno de sus lados,
confiar en las bondades del azar de la naturaleza humana
hizo que tuviéramos todas las de perder.
Y ahora al escuchar las canciones que hicieron llorar a nuestros padres es como si te viera otra vez sentada al piano, con tus estropeadas manos tocando sin descanso las melodías que nos vieron crecer y caer antes de tiempo, y las lágrimas que corren por tus pómulos hinchados ríen de pena pensando en los lejanos momentos en los que el verano de nuestro amor fue la única estación desde la que salía el tren para regresar a casa.

Nunca he creído en el destino, pero sé con certeza que el fin de todo esto estaba escrito desde mucho antes de conocernos, y el hecho de saber con seguridad matemática que las cosas van a terminar trágicamente provoca en mí una necesidad irracional de llegar hasta el final, más allá del fuego y del incendio, hasta que ya no queda nada.
Ya no queda nada.

Aunque a veces pienso/deseo que si te hubieras quedado a mi lado
quizá habríamos acabado bailando juntos en el valle de tus antepasados, vestidos con flores y rodeados de un millar de niños.
Habría sido un bonito final,
pero abrazabas demasiado fuerte.
© D.A.S 2010

 






Puede que “The Nightmare of J B Stanislas” sea el último disco maldito de la historia.  Comparado por la crítica, a posteriori, con otros discos irrepetibles de la época como el “Sgt. Pepper's Lonely Heart's Club Band” de The Beatles y el “Smile” de The beach boys, las canciones de aquel disco, que llegó a reeditar Rev-Ola y Wah Wah en 2005, siguen siendo uno de los secretos mejor guardados de la historia de la música, y la leyenda que guarda entre sus notas, una de las más apasionantes que jamás se pudo contar.
Su historia es la de un joven inglés que se pasó buena parte de su juventud deambulando por Francia, tocando por bares y restaurantes y durmiendo en las playas de Saint Tropez. Va consiguiendo poco a poco un pequeño número de adeptos, uno de los cuales le graba en 1968 una pequeña maqueta acústica. Un año después, dicha maqueta llega a manos del sello discográfico francés DiscAZ (también hogar de artistas como Brigitte Bardot, Francis Lai o Michael Polnareff). Con tan solo escuchar “Deeper tones of blue” el acuerdo queda cerrado. El encargado de producir el disco es Eddie Vartan (hermano de Sylvie Vartan, e importante representante de la escena rock francesa), que echa mano de una orquesta de 56 músicos (entre los que se encontraban algunos de los habituales en los tours de Johnny Hallyday) para grabar el disco en los estudios Davou de Paris. Garrie, amante de lo acústico, se distancia de los ampulosos arreglos de Vartan, pero finalmente tan solo la final “Evening” queda tal y como la deseaba su compositor, con el único apoyo de una trompeta.
un disco tremendamente bello, considerado a día de hoy una pieza vital del baroque-pop, ligeramente remozado a base de psicodelia, y con unas letras que por momentos rozan lo surrealista, dando ese halo de misterio que avanza el título del álbum, y que tanto aumentó su fama de maldito entre los pocos que pudieron llevarse una copia al oído en los lustros siguientes a su publicación. Un álbum que impacta por unos arreglos tan voluptuosos como, por momentos, desconcertantes, que van de lo exquisitamente melódico a lo sorprendentemente complejo; que disfruta al mismo tiempo de la elegancia vocal y melódica de Garrie, y la fantasía voluptuosa de las partituras de Vartan, ocupando algún punto entre Leonard Cohen, Serge Gainsbourg y Tim Buckley. La emoción contenida de “Deeper tones of blue”, la dulzura de “Can stay with you”, la perfección pop de “The Nightmare of J B Stanislas”, los detalles de imaginación de temas como “Ink Pot Eyes” o “The Wanderer” o la impactante “Wheel of fortune” marcan algunos de los muchos puntos álgidos de un disco que quedó escondido en esos recónditos espacios que la industria musical tanto gusta crear, hasta convertirlo, cual artesano proceso de fermentación en bodega, en la obra maestra que hoy, afortunadamente, podemos disfrutar.
(Texto extraído de www.elephant.com)

jueves, 8 de julio de 2010

ENAMORARSE DE TI ES IGUAL QUE COMER CLAVOS



Enamorarse de ti es igual que comer clavos. 
Es apretar los dientes intentando luchar contra algo más duro que la propia carne y esperar sin remedio que la sangre infectada por los asquerosos parásitos del amor enfermo brote salvaje y salvajemente se acumule en las pobres gargantas de los insensatos que nos atrevimos a respirar tu mismo aire, sintiendo sin esperanza como la vida se desgarra y el rojo inunda hasta el último resquicio de nuestro insignificante ser mientras tú observas desde la distancia y sonríes con ternura homicida.
No existe modo alguno de pelear contra el hambre de corazones crudos que te invade cuando el capricho y la locura se vuelcan en tus ojos asesinos, capaces de fulminar torres grandes como hombres y derrumbar murallas de orgullo y dignidad sólo con el sutil poder de la mirada.   
Tu mirada, pupilas sin fondo que diluyen su terrible color negro haciendo que la dulce oscuridad nuble la razón de tu siguiente víctima, sin nada ni nadie que pueda salvarle.
Enamorarse de ti es igual que comer clavos. 
Cuando por fin has tragado todos y una sonrisa de felicidad masoquista se refleja en el charco de sangre granate y brillante que se formado a tus pies caes en la cuenta de que los clavos y ella están dentro de tu cuerpo, y sabes que lo que vendrá a partir de entonces,
va a doler de verdad.
© D.A.S 2010


Recomendación musical: King Khan & BBQ show - Invisible girl
No los conocía y me un experto en el tema me los descubrió en el pasado Primavera.  En directo son brutales, sus conciertos son una fiesta de ruido y desparrame, acostumbran a travestirse y disfrazarse (en la ocasión que los vi lucían pelucas fosforitas y vestidos ultracortos y ultraceñidos), e interactúan con el público con bastante tino.  Por lo que he leído algunos de sus shows han acabado con orgías en el escenario, peleas y desbarres varios.  Divertidos es poco, vaya.
Y en cuanto a lo musical, geniales.  Herederos del garage pop más melódico y saltarín (Ramones, etc), y mucho más auténticos que la mayoría de las cabezas visibles del discreto revival garagero que parece estar surgiendo en los últimos tiempos (Black lips a la cabeza), alternan temas incendiarios y salvajes con otros absolutamente coreables y bonitos, con una estética musical que recuerda horrores a uno de los genios de nuestra generación, el añorado Jay Reatard.
Este disco en concreto es toda una colección de hits, canciones directas y sencillas que llegan desde la primera escucha, con algunos temas ideales para darte de cabezazos bailando con los amigos ("Animal party", "Truth or dare") y otros para retozar con la chica que te hayas tirado esa noche ("I'll be loving you", "Invisible girl", “3rd Avenue”).
Finos finos.

jueves, 1 de julio de 2010

LA HERMANDAD DE LOS ARIOS



Recorrí el camino que llevaba desde la celda de Vinnie “el Cuchara” a la salida de la cárcel con la mirada clavada en la mugre del suelo y la cabeza llena de malos pensamientos. 
Era el tercer hombre que despedía en lo que iba de año. No es que el hecho de saber que cuando yo estuviera conduciendo mi coche camino a casa él ya estaría muerto me afectase en exceso, pero esta vez la conversación me había dejado más consternado que de costumbre. No es fácil sentarse frente a un hombre que está a punto de ser ejecutado y hablar con él sin que te invada la compasión, aún sabiendo que ese hombre es un violador o un brutal asesino. Por mucho que se suponga que Dios está de nuestra parte, no suele ser una experiencia agradable. Supongo que ese era el motivo principal por el cual éramos muy pocos los pastores que nos prestábamos a ello. Era un trago duro, pero estaba muy bien pagado, merecía la pena. Al menos a mí me la merecía. 
Conduje velozmente mi Honda por Clovis Avenue hasta llegar a Sunnyside, la carretera siempre está tranquila a esas horas, apenas había tráfico. Aquí en Fresno las ejecuciones acostumbran a ser nocturnas, y nunca soy capaz de marcharme directamente a casa cuando tengo que trabajar en la cárcel. Aparqué en la esquina de la calle Grant y fui hasta la vieja cervecería de mi amigo Horace. Estaba medio vacía, cómo de costumbre. Me acerqué a la barra y pedí un bourbon. 
- ¿Cómo ha ido Zach? No tienes buena cara, ¿doble? - preguntó Horace con tono amistoso.
- Hola Horace, doble por favor. Ha ido cómo siempre, ya sabes. Mi cara hace tiempo que no tiene buen aspecto. – contesté muy serio. 
- Deberías dejar de ir a darles el ultimo adiós a los condenados a muerte amigo, no puede ser bueno para tu salud. 
- No lo es, pero el cheque que me da la Confederación lo compensa con creces, ¿qué harías tú? 
- No lo sé, yo soy católico. – contestó riéndose. 
Después de tres bourbons y un rato de charla con Horace llegó la hora de cerrar. Conduje camino a casa despacio, el alcohol me hacía pensar más lentamente. Metí el automóvil dentro del porche sin abrir todavía la puerta automática del garaje, lo apagué y me quedé inmóvil con las manos sobre el volante. 
Todavía me encontraba muy turbado, me estaba costando quitarme de la cabeza al joven Vinnie. Parecía mentira que aquel chico enclenque y encantador hubiera sido capaz de asesinar a sus padres armado únicamente con una cuchara de plata. 
Normalmente en estos casos desconectaba tumbándome a ver una película de mi colección con una botella de tinto y terminaba dormido en el sofá, pero decidí que esta vez necesitaba todavía un par de bourbons más para tener el valor de enfrentarme a todos aquellos demonios en la soledad de mi hogar. 
Volví a encender el coche y fui hasta un oscuro bar de Tower District. Cuando llegué, el ambiente estaba extrañamente animado para tratarse de la madrugada de un martes. En las mesas de la entrada había varios grupos bulliciosos de hombres trajeados que hablaban haciendo aspavientos, y en la zona más cercana a la pared del final, dónde la luz era más tenue, unas pocas parejas de mediana edad bebían sus copas a pequeños sorbos mientras intercambiaban caricias discretamente. 
La barra era, cómo siempre, el lugar de los solitarios. Me acerqué hasta el principio de la misma y pedí un bourbon doble. El camarero me lo sirvió sin tan apenas mirarme y regresó a su mecánica labor consistente en secar vasos y copas. 
Bebí la copa despacio, con los codos apoyados sobre la barra mirando las estanterías llenas de botellas que tenía justo enfrente. Las repasé una a una fijándome en sus diseños y colores hasta que la vista comenzó a fallarme y no era ni siquiera capaz de leer la marca escrita sobre la etiqueta. Pedí otra copa y antes de terminarla me levanté de la banqueta mareado y aturdido. Salí del bar y vomité en la acera. 
Caminé apoyándome en los coches intentando recordar dónde había aparcado el mío. Miraba a un lado y a otro de la calle pero me resultaba imposible pensar con claridad. Me tumbé sobre el capó de una furgoneta y al cabo de unos minutos me quedé dormido. 

Me despertó una mujer. Abrí los ojos con dificultad y la vi agitando mis hombros nerviosamente mientras decía palabras que no entendía. Finalmente recobré algo de conciencia y acerté a hablar con ella. 
Se llamaba Anna, llevaba un jersey de color rojo brillante y era preciosa. Trabajaba en el Tower Theatre, esa noche habían clausurado el Festival Anual de cine y se había quedado hasta tarde para recoger todo el montaje. Se apiadó de mi estado y buscamos mi coche durante casi media hora, pero no lo encontramos, así que se ofreció a llevarme a casa. 
- ¿Recuerdas al menos dónde vives? - preguntó divertida. 
- Calle Wishon 44. Contesté con dificultad. 
- Vaya, ¿vives en el Fig Garden? Menudo nivel. Me dejó en la puerta de mi casa y se marchó. No recuerdo nada más. 
Desperté al mediodía con una resaca terrible y unas ganas de volver ver a aquella chica todavía más terribles. Comí algo y me tumbé en el sofá a relajarme mientras escuchaba música. Las horas fueron pasando y cuando llegó el atardecer me sentí por fin con la mente suficientemente clara cómo para ir a buscar mi coche, Dios sabe dónde estaría aparcado. 
No hacía demasiado calor, así que cogí un autobús que me acercó a mitad de camino y recorrí la otra mitad a pie. El coche estaba justo enfrente del bar con una multa de aparcamiento metida por debajo del limpiaparabrisas. Me eché a reír y tomé café en un bar cercano. 
Leí el periódico y vi que habían estrenado la última película de uno de mis directores favoritos, hacía años que no iba al cine, pero finalmente me decidí a ir al Tower Theatre a ver el film, con la esperanza de ver también a Anna. 
Me senté justo en medio de la sala, el cine estaba casi vacío. Disfruté la película, pero no vi a Anna por ninguna parte, a pesar de que antes de entrar recorrí todo el cine con la esperanza de encontrarla vendiendo palomitas o cortando las entradas. Salí de la sala y subí al piso de arriba, dónde se encontraban los servicios. Al salir de los mismos me fijé en que una extraña puerta estaba abierta al final del pasillo y no pude reprimir asomarme, era la sala de proyección. Nunca había visto una, era pequeña, fría y hermética. Estaba totalmente pintada de blanco. El proyector colgaba del techo, era un aparato muy moderno, también había una pequeña silla acolchada de color negro y una mesita sobre la que observé una copa de vino tinto y el libro “El primer tercio” de Cassidy. Continué escrutando aquel pequeño y encantador espacio, parecía un diminuto refugio dónde poder observar la película casi en primera persona, libre de ruidos de palomitas o de parejas demasiado apasionadas. Cuando ya casi todo mi cuerpo estaba en el interior de la habitación una voz me sobresaltó desde atrás. 
- ¿Busca usted algo caballero? Me giré asustado y vi a Anna salir del baño a toda prisa. Cuando me vio, su rostro cambió rápidamente del enfado a la risueña sorpresa. 
- ¡Tú! ¿Qué haces aquí? - preguntó graciosamente. 
- Hola, vaya sorpresa. He venido a ver la película, al salir del baño he visto la puerta abierta y no he podido resistir asomarme. 
- He salido sólo un momento para ir al servicio. Bueno, te presento a mi segunda casa, creo que ya os conocéis. 
- ¿Trabajas ahí dentro? 
- Exacto. No parece muy acogedor, pero es apacible, te lo aseguro. 
- Te creo. Pero pensaba que los proyeccionistas eran cosa del pasado, veo que estaba equivocado. 
- No te equivocas, estos cacharros son casi 100% fiables, pero para ese casi estoy yo, por si acaso. 
- Entiendo, ¿y qué tal es trabajar aquí? 
- Me encanta, veo las mismas películas una y otra vez, pero amo el cine. Escribo guiones ¿sabes? 
- ¿De verás? Eso es genial, me encanta el cine. 
- ¿En serio? Pues nunca te había visto por aquí, y suelo fijarme mucho en el público. – dijo pícaramente 
- No acostumbro a ir a las salas, siempre hay alguien haciendo ruidos al comer, o respirando demasiado fuerte, o incluso hablando. Soy muy irritable, me gusta demasiado el cine cómo para no verlo totalmente tranquilo. Por eso me monté mi propio cine en casa. – dije riendo. 
- ¿Tu propio cine? - preguntó Anna curiosamente. 
- Eso es, compré una buena televisión y un equipo de audio para no tener que aguantar las impertinencias de la gente. 
- Yo tampoco las aguanto, por suerte aquí arriba estoy aislada de todo y de todos. – dijo ella sonriendo. Y dime, ¿cómo es que te has animado a venir esta vez? 
- He visto en el periódico que habían estrenado esta película y aprovechando que tenía que venir aquí al lado a por mi coche me he decidido a entrar, recordaba que dijiste que trabajabas aquí, así que he pensado que además de ver la película quizá tenía la suerte de encontrarme contigo y darte las gracias por lo de anoche, fuiste muy amable. – dije algo sonrojado. 
- No hay de qué, la gente tiene que ayudarse, y tú desde luego ayer necesitabas mucha ayuda si querías regresar sano y salvo a tu casa. – dijo entre risas. 
- Tienes razón, no acostumbro beber alcohol, al menos no alcohol del fuerte, suelo beber vino, pero ayer me pasé con el bourbon, gracias de nuevo – expliqué algo avergonzado pero con un tono inocente que creo que la divertía. 
- No hay por qué darlas. – respondió sinceramente. 
- Bueno, cualquier otra persona habría hecho la vista gorda, ya sabes, podría haber sido un borracho violento, o un vagabundo. 
- No ibas vestido cómo un vagabundo, y en cuanto vi tu cara supe que tampoco eras un tipo violento. 
- Vaya, gracias. – contesté algo cohibido. 
- Oye, el siguiente pase comienza dentro de cinco minutos, ¿te apetece quedarte y hacerme compañía? Tengo una botella de vino, no hace falta que veas la película otra vez, podemos charlar mientras bebemos. – dijo agudamente. 
Me quedé ese pase, salí a comprar otra botella de vino y regresé para el siguiente. Cuando llegó el final de la película estábamos borrachos y nos besamos hasta que acabaron los créditos y la sala quedó en absoluto silencio. Al salir del cine la invité a venir a mi casa, pero se negó excusando que el día siguiente tenía que madrugar. Tampoco me permitió que la acercase en coche alegando que vivía justo al lado, pero quedamos en cenar juntos la noche siguiente. 
Me marché conduciendo con una idea repitiéndose fuerte y clara en mi cabeza, iba a enamorarme de aquella chica. 

La noche siguiente cenamos en un restaurante francés estratégicamente situado cerca de mi casa, comimos bien y bebimos abundante vino. Esta vez, utilizando hábilmente la excusa de enseñarle el home-cinema, no se negó a venir a tomar una copa. Quedó totalmente deslumbrada, y tras maravillarse con mi colección insistió en poner una de sus películas favoritas. Al cabo de unos poco minutos olvidamos la película e hicimos el amor en el sofá. La mañana siguiente despertamos juntos y ella preparó el desayuno mientras yo iba a comprar el periódico, comimos tostadas sentados en el sofá todavía en pijama mientras hojeábamos el diario. 
Recuerdo aquella mañana cómo uno de los momentos más felices de mi vida. No nos conocíamos, ella no sabía quién era yo y yo desconocía realmente quién era ella, pero compartimos una noche de sexo y una mañana de tiernas caricias y dulce rutina, cómo si llevásemos toda la vida juntos. Es probable que ella estuviera acostumbrada a esas situaciones, pero yo no lo estaba, y, tal cómo había supuesto, esa mañana comencé a enamorarme de ella. 
La relación fue avanzando del mismo modo en el que avanzan la mayoría de las relaciones, o al menos esa fue la impresión que me dio a mí, no había tenido muchas. Nos veíamos a menudo y ella cada vez frecuentaba más mi casa. Pasábamos noches enteras viendo películas y bebiendo vino. Yo trabajaba poco, gracias a Dios en mi juventud estudié duro y ahora era un pastor reputado, me ganaba bien la vida. Anna siguió trabajando en el cine y yo pasaba largos ratos con ella, encerrados en la sala de proyecciones, hablando de todo y de nada durante horas en aquella diminuta habitación. No necesitaba nada más para ser feliz. 
Una noche estábamos cenando en la terraza de un restaurante japonés, la noche era calurosa, pero no en exceso, íbamos algo borrachos y Anna estaba jugando rozándome el pene con sus pies por debajo de la mesa. 
- Esta noche tengo ganas de hacer algo especial. – dijo sensualmente. 
- ¿Si? Soy todo tuyo nena, tú mandas. 
De pronto sus ojos se encendieron, dio un pequeño salto hacia atrás sobre la silla y se llevó las manos a la boca. 
- ¡Ya sé! Tengo las llaves, ¡vayamos al cine! 
- ¿Estás loca? ¿Quieres que vayamos al cine ahora? 
- ¿Se te ocurre algo más romántico? 
Pensé durante unos instantes. No. No se me ocurrió nada más romántico. 
Una vez allí Anna puso la película que fui a ver el día después de conocernos, la primera vez que nos besamos. La vimos abrazados en aquella sala totalmente vacía. 
Pensé que podría haberme quedado allí toda la vida, Anna y yo solos aislados del mundo, viendo aquella preciosa película una y otra vez sin saber nada del exterior. Era incapaz de imaginar un futuro mejor. Cuando los títulos de crédito comenzaron a deslizarse por la pantalla Anna se abalanzó sobre mí besándome con fuerza. Yo le respondí e hicimos el amor allí mismo. 
Al terminar, todavía desnudos, cogí su mano y comencé, inconscientemente, a apretarla con fuerza.
- ¿Estás bien Zach? - preguntó. 
- Sí. Sí, estoy bien. 
- ¿Estás llorando? - dijo extrañada. 
- Estoy muy feliz Anna, creo que nunca había sido tan feliz. Me miró tiernamente y nos abrazamos durante largo rato. Después, dejamos el coche aparcado allí mismo y regresamos a casa caminando. Después del verano llegó el otoño, Anna seguía trabajando en sus guiones y en el cine y yo me encontraba en uno de los momentos más dulces de toda mi vida, me recreaba en disfrutarlo. 
Estábamos en la cresta, en lo más alto de la ola. Yo estaba volviendo a aprender cómo funcionaban las relaciones, era algo que ya casi había olvidado. Pasar mucho tiempo juntos, conocerse y sorprenderse cada día, compartir experiencias y aficiones e ir dejando al otro entrar en tu vida hasta convertirse en lo más importante de ella, era el proceso típico y lógico, y nosotros lo interpretábamos a la perfección. 
Pero, nunca llegué a ser del todo consciente que a ese proceso, en ocasiones largo, en ocasiones no tan largo, le sigue irremediablemente el desencanto, el aburrimiento, la falta de emoción, la rutina. Yo tenía 36 años, una gran casa y un bonito coche, una bodega llena de buen vino y una enorme colección de películas para ver un día tras otro en mi televisión gigante junto a la chica de la cual estaba enamorado. No le pedía nada más a la vida. Pero Anna sí, ella no se conformaba. 
Resulta extremadamente llamativo cómo las cosas varían según una percepción u otra. Yo sentía que había llegado a la cima, y quería quedarme allí para siempre, pero Anna parecía estar disfrutando simplemente de su estancia en lo alto de aquella montaña antes de pasar a intentar escalar una más grande. Ambos estábamos viviendo la misma experiencia, los dos éramos parte del mismo asunto, pero, poco a poco me fui dando cuenta, teníamos una idea de las cosas muy distinta. 
Demasiado distinta. Así que, la misma naturalidad que llevo a Anna a ayudarme aquella noche, a besarme por primera vez en la sala de proyección y a enamorarse de mí, esa espontaneidad que la hizo convertirse en el centro de mi vida de un modo inevitable, ese mismo fluir de las cosas instintivo y espontáneo fue el que la empujó, poco a poco a ir distanciándose de mí. Cada vez dedicaba más tiempo a sus guiones, hacíamos el amor con menor frecuencia y ya casi no dormía en mi casa. No alcanzo a recordar la última vez que me dijo que me quería. 
Yo nunca lo entendí del todo, pero no le hice ningún reproche. 
Una noche, ya entrando en el invierno, recibí una llamada. Me extrañé mucho, ya era casi medianoche. Pensé que sería Anna.
- Hola, ¿Zach? 
- Sí, soy yo. – respondí confuso. 
- Hola, soy Martin, llamo de la Confederación. Escucha, mañana ejecutan a un tipo en San Quintín, sé que normalmente no te corresponde, pero quiero que vayas tú. 
- ¿San Quintín? ¿Esa cárcel no suele hacerla José? - pregunté extrañado. 
- Sí, suele hacerla él, pero ha surgido un problema de última hora y en esta ocasión prefiero que lo hagas tú, te corresponderán cuatro días de dieta, además de la tarifa acostumbrada, ¿qué dices? 
- De acuerdo, ¿a qué hora debo estar allí? 
- A las 8 en punto. ¿Conoces el camino? 
- Lo consultaré en el ordenador, descuida, allí estaré. Colgué algo angustiado y a los pocos segundos volvió a sonar el teléfono. 
- ¿Si? Dime Martin. - ¿Zach? - Hola Anna, perdona, creía que eras otra persona. 
- Escucha, ¿puedo ir a tu casa ahora? - la notaba preocupada. 
- Sí claro, ¿qué ocurre, estás bien? 
- Sí, estoy bien, pero necesito que hablemos, dame media hora. 
Busqué una botella de las mejores entre toda mi bodega. La abrí y me senté en sofá a beber mientras esperaba que Anna llegara. Era evidente que iba a dejarme, así que quería estar lo más amable posible. El alcohol me relajaba. 
Antes de que hubieran pasado veinte minutos apareció por mi puerta. 
- Hola Zach. – dijo plantada frente a mí sin ni siquiera acercarse a darme un beso. 
- Hola nena, ¿cómo estás? Pasa, ¿quieres una copa de vino? 
No fue muy doloroso, ninguno de los dos lloró. 
A la media hora se marchó con el gesto triste y la expresión de alguien que acaba de hacer algo malo. Continué bebiendo la botella de vino sentado en el sofá, a través de la cristalera del salón podía ver la calle desierta y los árboles agitarse ligeramente por el frío viento del invierno. 
No le guardaba rencor, pero me inquietaba el modo en el que había ocurrido todo. Del mismo modo que cuando la dejé irse a su casa andando el primer día que nos besamos supe con total certeza que me enamoraría de ella, en algún momento en medio de todo aquello también tomé conciencia de que iba a acabarse. Fue sucediendo poco a poco, con orgullo, sin dolor, cómo el último escuadrón superviviente en la guerra que tiene frente a sí al más poderoso ejército, lucharán, se dejarán la vida en el campo de batalla y darán todo lo que tienen, pero saben que no ganarán. 
Nuestra historia me parecía demasiado hermosa cómo para dejar que se estropease. No fue un final triste ni doloroso, simplemente fue un final. 
La mañana siguiente desperté con la cara pegada al cuero negro del sofá, algo pálido y deprimido. Habia dos botellas vacías sobre la mesa, no recordaba haber abierto la segunda. Me duché y desayuné tostadas. Escuché música y conduje hasta San Quintín. Un poco antes de las 8 estaba en la puerta de la prisión. Un guarda chicano me condujo hasta la celda del condenado. Una vez allí, nos dejó solos. 
- Hola chico, ¿te llamas Harry Hills no es así? - pregunté amablemente. Mi nombre es Zach. 
- Así es señor, encantado de conocerle, no tiene usted muy buena cara. – parecía tranquilo, y desde el primer momento me pareció extremadamente educado. 
- Estoy bien Harry, ¿cómo te encuentras tú? 
- Estoy bien señor, más tranquilo ahora que le tengo delante, tenía miedo de que me enviasen un puto chicano para darme el último adiós. ¿Puede creerlo? Hay mejicanos protestantes. 
Su comentario me sorprendió, había rabia y también violencia en sus palabras, me intimidó levemente. Era evidente que se trataba de un miembro de la “Hermandad Aria”, Martin no me había avisado. Me quedé algo aturdido mirando alrededor de la celda notando que el no apartaba sus ojos de mí. Miré hacia el libro que sostenía en sus manos y puse cara de sorpresa. 
- Vaya, lees a Nietzsche, buena elección. – dije intentando conciliar. 
- Sí. Han pasado más de cien años desde que murió y sigue teniendo tanta razón cómo el primer día, ¿usted conoce su obra? 
- Sí, la conozco, estudié Teología en la Universidad de Sacramento y después Filosofía en la de San Francisco. – contesté. 
- ¡Vaya! - exclamó impresionado. ¿Y qué opina usted? ¿cree en el superhombre? ¿cree en la raza aria? - preguntó excitado, cómo un niño que pregunta a su profesor. 
- No sabría decirte. Las razas son muy distintas entre ellas, y es una evidencia que unas son superiores en algunos aspectos e inferiores en otros, pero… 
- Hable sin miedo, respeto su opinión, no voy a contrariarle. – dijo captando mi reticencia a decir nada que pudiera irritarle. 
- No creo en la supremacía si es a eso a lo que te referías. – contesté con decisión. Su educación y temple al hablar me otorgaban confianza. 
- He leído toda la obra de Nietzsche, varias veces. ¿Ha leído usted a Maquiavelo? ¿Y a Sun Tzu? 
- Sí, los he leído. – respondí. 
- ¿Y qué opina usted? 
- No opina lo mismo que tú, de eso puedes estar seguro. 
Bajó de nuevo su cabeza, desprendía un aura de extraña turbación, más hacia mí que hacia él mismo, estaba preocupado por mis, a su juicio, equivocadas opiniones. 
- Escucha, sé que no entiendes que no piense lo mismo que tú, es sólo que… 
- Lo entiendo perfectamente. Usted ve las cosas de otra manera a cómo yo las veo, nada más. También usted ha leído todos esos libros, y estoy seguro que los ha comprendido, pero simplemente los ha percibido de modo distinto a cómo yo lo he hecho, cada persona interpreta las cosas de manera diferente, según su propia realidad. – dijo con gran elocuencia y claridad. 
- ¿Eso crees? - pregunté inquisitivo. 
- Por supuesto. 
- Entonces ¿porque no respetas a los que piensan diferente a ti, a los que son diferentes a ti? - pregunté con algo de miedo. 
- Yo tengo mis principios, mis ideales, y los llevo hasta el final, aunque en ocasiones eso signifique llevarme a gente por delante. – contestó muy serio pero amablemente. 
Su verborrea me estaba abrumando. Puse mi cabeza entre las manos y miré hacia una de las paredes. Instantes después el carcelero apareció en la puerta. 
Me despedí de Harry con un fuerte apretón de manos y lo observé alejarse con lentos pasos camino a su propio final, una digna muerte. Continué mirando el pasillo incluso una vez que Harry había desaparecido de él, hasta que escuché la voz de un guardia. 
- No era un mal tipo. Estaba algo tarado, pero no era un mal hombre, se encargaba de las sesiones de música y daba clases a los analfabetos todos los días. Sólo a los blancos, claro. 
- ¿Qué hizo? 
- Estaba encerrado por varios robos y tráfico de drogas. Una vez aquí dentro mató a tres hombres en una semana. – dijo el guardia muy serio. 
Conduje de regreso a Fresno pensando en que seguramente Anna interpretaba las cosas de manera muy diferente a como yo lo hacía. Supuse que también ella era de los que llevan sus ideales hasta el final, y que yo simplemente pasaba por allí y se me había llevado por delante. 
Cuando llegué a Sunnyside ya era casi medianoche. Recorrí el camino bajo la tímida luz de las viejas farolas y llegué al viejo bar de Horace, estaba medio vacío, como de costumbre. 
- Hola Horace, ¿cómo estás? – pregunté animado. 
- ¿Qué hay amigo? Hacía días que no te veía por aquí. Se te ve contento, ¿qué tal te va?
- Muy bien, ¿y a ti? 
- Ya puedes verlo, pocos clientes, pero vamos tirando, cómo siempre. ¿Dónde está Anna? - preguntó sonriente. 
- Me ha dejado. – contesté tranquilamente. 
- ¿En serio? Vaya, y cómo estás? 
- Bien, estoy bien, ya te lo he dicho – respondí. 
- Eso es tomarse las cosas con filosofía, claro que sí amigo. – dijo en tono alegre. Qué quieres tomar, esta noche invita la casa. 
- Muchas gracias amigo. Un bourbon, por favor. 
- ¿Doble? 
- Doble. 
© D.A.S 2009


 
Recomendación musical:  The Iguanas - Jumpin' with The Iguanas

The Iguanas fue, entre otras cosas, una de los primeros grupos de Iggy Pop.  Aquí el chico toca la batería y hace algunos coros, pero generalmente no suele cantar.
Solamente tienen este disco reconocido, una colección de versiones en las que combinan una especie de garage sesentero con toques surf'n'roll.
Tienen auténticos hits: "Surfin bird", "Summertime", "Blue Moon" "California sun", "Walk don't run"...  el sonido y la producción final, sucios hasta el límite, y cierto encanto pop en el tratamiento de las melodías, hacen que sea un disco eterno e imprescindible.  De los LP's que más he escuchado seguro.

martes, 22 de junio de 2010

LUZ




Eres luz, pero los días en que el sol se apaga,
las farolas en las calles no brillan
y las bombillas de nuestra casa explotan de odio sin sentido,
es cuando veo tus sombras más pronunciadas
y me pierdo en sus formas y sus curvas
y cierro los ojos
porque me asusta lo que veo.
Te prefiero cuando luces eterna,
como una virgen recién follada de sonrisa cómplice
y mirada perdida
que deslumbra al mundo entero a su paso
y centellea de emoción cada vez que mueve los labios.
Pero incluso los niños saben
que las nubes gritan más alto
que los astros y sus cándidos destellos y que
quizás no vale con el resplandor llameante
del sexo perfecto y el reflejo sincero
de nuestros cuerpos desnudos
irradiando felicidad en el espejo,
quizás que las palabras más bonitas
del mundo las escribas tú
a través de mis manos no baste
para vencer a la oscuridad.
A veces quererse con locura
no es suficiente.
© D.A.S 2010


Recomendación musical:  Michael Galasso - Scenes
Violinista prodigioso fallecido el año pasado, se le conoce principalmente por componer la banda sonora de la obra magna de Wong Kar Wai "In the mood for love", pero además Galasso compuso música para muchas más películas, obras de teatro, de danza, e instalaciones sonoras.  En el año 2000, realizó la primera instalación sonora del museo Guggenheim de Nueva York.
Su estilo, especialmente en este disco, podría adscribirse al de música clásica contemporánea, y subyacería a otras nominaciones como ambient, cinematic, o directamente Arte.
Música para escuchar mientras haces el amor, cierras los ojos hundido en las sábanas, miras por la ventana y ves las nubes... ese tipo de música.  Precioso.

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