martes, 16 de junio de 2009
THE WRESTLER
Debido a la brutal combinación entre la actual crisis económica y el precio de las entradas de los cines he terminado viendo “The Wrestler”, la última película del titubeante Darren Aronofsky, varios meses después de su estreno.
Y la cruda verdad es que casi habría sido mejor haberla devuelto al videoclub sin abrir siquiera la caja.
Una puesta en escena decente y un tratamiento bastante cuidado del sonido y de la imagen es lo único que separa esta obra de cualquier telefilm de Antena 3. El guión es inaudito, revisando uno tras otro los tópicos de la historia de antiguo héroe caído en desgracia por sus propios excesos, y que obedece a la estructura típica de “personaje hundido en la mierda tiene una revelación, se arrepiente de su pasado y busca la redención, pero fracasa en el intento trágicamente porque es incapaz de cambiar su naturaleza”.
El film no llega a emocionar en ningún momento, y Aronofsky malgasta su talento en pequeños detalles de dirección cómo las escenas de Randy en la charcutería o la firma de autógrafos. Especialmente cargantes resultan las interminables secuencias de lucha, los momentos en que Rourke y Tomei comparten plano y el desarrollo de la subtrama de la hija. La idea de seguir al protagonista continuamente con la cámara en plano medio corto desde atrás, dando la sensación permanente de que este se dirige a uno de sus combates a través del pasillo que lleva hasta el ring, creando un símil entre su vida actual y una lucha resulta convincente e incluso brillante, pero Aronofsky quizá termina por abusar de este recurso.
La foto es buena, pero va a remolque de lo limitado del guión. A pesar de eso mantiene una línea interesante a lo largo de toda la película. Destacaría en la presentación del personaje, una escena en la que Randy con el rostro iluminado y la mirada perdida levanta una lata de cerveza y esta le crea una marcada sombra únicamente en sus ojos. Beber es malo.
El personaje principal es una caricatura de antihéroe y tan excesivo que ofende, pero Rourke lo borda, de lo poco salvable de la película. No se puede decir lo mismo de una Marisa Tomei que aparece aquí cómo una actriz muy limitada.
En definitiva, todo parece vacío, a medio hacer, y el recurso de la lágrima fácil y la emoción de melodrama sólo llegará a amas de casa menopáusicas y fauna similar (que no son, ni mucho menos, el público potencial de esta película).
(Un apunte. El bueno de Mickey Rourke tuvo una experiencia cómo boxeador profesional a principios de los 90 que le dejó cómo consecuencias varias operaciones de cirugía en el rostro y el comienzo del declive de su carrera cómo actor.)
© D.A.S 2009
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