miércoles, 10 de junio de 2009

LA ERA DE LA INFORMACIÓN



El día 31 de Mayo de 2009 el vuelo 477 de la compañía francesa Air France deja súbitamente de observarse en el radar instantes después que su piloto en jefe comunicase a la torre de mando cierto comportamiento anómalo del aparato. Los controladores aéreos no encuentran explicación al suceso, y las familias de los pasajeros y la tripulación no dan crédito a una situación que roza lo grotesco. El avión ha desaparecido.

Días después pequeñas partes son halladas esparcidas en un punto inconcreto del Océano Atlántico. El resto del avión, así cómo los cuerpos de las personas que viajaban en el mismo, no son localizados.
Tras una semana el trágico e increíble suceso comienza a desaparecer de las portadas de los periódicos y las cabeceras de los telediarios, más pendientes de eventos deportivos y elecciones europeas.
Caso cerrado.
Frívolamente da la impresión de que podríamos estar hablando del argumento de una nueva serie de televisión estadounidense, tan propensa en los últimos tiempos a ficciones basadas en supuestos de este tipo, pero no es así. Esta historia bizarra e inaudita es real, al menos a priori, pero cómo tantas otras, se perderá en la memoria del ciudadano de a pie en favor de un nuevo juguete, de algún niño muerto en una manifestación anti-globalización o de la elección de la primera presidenta en los USA, del último capítulo de “Lost” o de la penúltima edición del partido del siglo.
Resulta tan sorprendente que asusta, el modo en el que la realidad sobrepasa con creces la ficción sin que el mundo no sólo no se sorprenda, sino que muestre una capacidad totalmente inhumana de hacer caso omiso a aquello que le supone un mínimo de esfuerzo comprender, a todas aquellas cosas que no digiere de manera sencilla sino que le obligan a ejercer de ser humano, a desarrollar sus capacidades mentales para analizar, juzgar, y sacar sus propias conclusiones. A pensar al fin y al cabo.
Aquellos infelices que se tomen la molestia de cuestionar lo que les ponen frente a los ojos serán tratados de excéntricos, de personas complejas e incluso de pedantes. No está de moda ser crítico. Y desde luego no es tarea fácil. Las fuentes a las que la persona crítica puede acudir para constatar esta o aquella información son igual de fiables que la fuente original de la que procede dicha información. ¿Entonces cual es el modo de conocer la verdad? ¿De que manera alguien puede estar seguro de haber superado el entramado extremadamente unitario de la información global y está en disposición de afirmar que conoce la verdad del asunto? A primera vista parece imposible poder hacerlo.
Al tratar de comparar informaciones acerca de un mismo respecto observando diferentes medios de comunicación, de diferentes líneas ideológicas e incluso de diferentes países, nos encontraremos sin remedio con el filtro de subjetividad inherente a cada fuente, y terminaremos por caer en una espiral de re-interpretaciones que irremediablemente nos conducirán a la confusión. ¿Es arriesgado entonces afirmar que no debemos creer nada que no veamos con nuestros propios ojos? ¿Qué no existe hoy día la información fiable y veraz hasta el punto de poder catalogarla como cierta de un modo absoluto? ¿Debemos adoptar la desconfianza y la duda como postura primera ante cualquier tipo de información antes que predisponernos a creerla?
Entramos de este modo y de manera inevitable en terreno filosófico, ya que la duda absoluta y categórica parece presentarse cómo la única opción válida desde un punto de vista empírico y realista.
El hombre al fin, ha sido capaz de crear un sistema de comunicación global presente en la practica totalidad del planeta, garantizando así el acceso rápido, casi inmediato, a cualquier tipo de información referente a cualquier lugar del mundo en cualquier momento, pero no es capaz casi en ninguno de los casos de poder afirmar con rotundidad que lo que nos ofrezca sea totalmente cierto.
Resulta curioso que esta afirmación cumple en la mayoría de los casos una máxima: “cuanta mayor repercusión social tenga el suceso a tratar, mayor riesgo de deterioro de la realidad existirá”. Y cómo ejemplo:
- “Inaugurado el nuevo Centro Juvenil del barrio de Malasaña en Madrid.”
- “Las torres gemelas caen tras el impacto de dos aviones de pasajeros en el atentado terrorista más sanguinario de la historia”
No hay color.
Y así, corren ríos de tinta (sobre todo digital), a propósito de, por ejemplo y valga la redundancia, el segundo ejemplo que he expuesto: el eterno 11-S.
Se cuentan por cientos las webs que hablan de conspiraciones ocultas basadas en afirmaciones que resultan en primera instancia aberrantes e inhumanas. Una de las más presentes es la que habla de que fue la propia Administración estadounidense la que gestionó el ataque sobre Nueva York, y basa sus argumentos en la pérdida de popularidad del gobierno Bush (previa a los atentados) y en los problemas económicos estructurales parcheados con soluciones insuficientes (cómo por ejemplo empezar una guerra, todo un negocio para el país que esté en ventaja de ganarla).
Suena imposible, irreal, el mundo debería explotar mañana mismo si esto pudiera ser posible. ¿Lo es? No lo sabemos, pero podría serlo, desde luego.
El ser humano, desde sus más altas esferas, ha creado el arma de destrucción masiva más deshumanizadora de todas las que existen: los mass media, Internet, la prensa global, las agencias de información.
La situación tiene un cariz de irreversibilidad que asusta. No da la impresión de que la masa popular, aquella que realmente puede cambiar las cosas, la que corto cabezas en la revolución francesa y se puso frente a los tanques en Tiannamen, esté dispuesta a jugarse el cuello de nuevo en pos de un mundo diferente. Esos ideales quedan ya lejos, quizá demasiado. El supuesto mundo mejor por el que nuestros antepasados perdieron la vida y que tenía que haber llegado no lo ha hecho, y no parece que vaya a hacerlo.
Somos capaces de subir a la luna y de crear ovejas idénticas, pero se nos ha olvidado algo en el camino y hemos andado tan deprisa que se nos ha hecho tarde para volver a buscarlo.
Resulta duro, pero no hay que dramatizar, al fin y al cabo la vida sigue, ayer rescataron 41 cuerpos de los 228 fallecidos en la catástrofe del vuelo 477, y se descubrió, gracias al Meteosat, que tuvieron que atravesar una tormenta de frío con nubes de hasta 83 grados bajo cero.
Finalmente no era para tanto , las cosas terminan cobrando sentido si se les presta un poco de atención.
Además, dentro de poco empieza el Mundial.
© D.A.S 2009

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