Alice in the cities |
La misma
inconsciencia y tendencia a la autodestrucción que me hace ser quién soy me
obliga a lanzarme a la calle a caminar bajo la lluvia y perderme en las tristezas
de los ojos de la gente, intentando olvidarme de que el triste soy yo.
Camino sin
dirección los callejones y las esquinas con la cabeza agachada, mirando al
suelo y dejándome llevar por una flagelante inercia que termina por escupirme a
la mesa de siempre y exigirme que
pida un café solo y corto. Me
siento en uno de los bancos de madera desde el que veo tu portal, y tú sabes
que estoy allí y yo sé que tú estás en casa y que casi puedes verme a través de
las paredes. Escucho música
mientras con los ojos te dibujo saliendo por la puerta número 21, mirando hacia
ambos lados y corriendo hacia mí, abrazándome y haciendo detener la lluvia con tu sonrisa.
Busco con los dedos las canciones más tristes del mundo en mi
reproductor de música portátil, todas están allí. Una tras otra se van sucediendo mientras el estómago se me
hace pequeño y el pecho me comprime.
No puedo apartar la vista del negro 21 de tu portal. Sé que no vas a aparecer, pero el
instinto de estupidez inherente al ser humano que hace perder la razón y soñar
cosas que no van a ocurrir me hace quedarme, hundirme poco a poco en el banco
de madera, ir haciéndome tan pequeño que soy incapaz de sentirme. Me automutilo los dedos masticando las
uñas con avidez hasta que la visión del rojo sangre consigue hacerme sentir
vivo de nuevo, porque no siento las piernas, ni las manos, por mucho que me
concentre no alcanzo a oír lo latidos de mi corazón, y la gente que vuela a mi
alrededor ni siquiera me mira, soy un mueble más dentro del mundo inerte de
personas y humo que son las cafeterías de esta ciudad.
Los minutos
pasan y sólo la obligación del horario y el trabajo me hace tomar conciencia de
que mis piernas y mis manos están vivas y que debo irme.
Me levanto con
las rodillas a punto de partirse por la mitad y hacerme caer, pero lucho contra
la gravedad de la ciencia y de este instante y consigo caminar temeroso hacia
la puerta, como el condenado que se dirige a morir en la electricidad. Y en el mismo instante que estoy a
punto de salir a la calle, siento en lo más profundo que algo se rompe. Mis zapatos tienen la suela
desprendida, los bolsillos de mi pantalón están llenos de agujeros, mis dedos
sangran, mi espalda cruje, mi cuenta bancaria está en llamas… pero yo estoy
convencido de que nada de eso es lo que ha provocado en mi interior el sonido
seco y crudo de algo que se rompe.
Algo grande y valioso, algo hermoso y tremendamente débil, ha hecho
crack.
El camino de
regreso a casa tiene el mismo ánimo que el que realizan los animales cuando
marchan hacia el matadero. Ando
con la expresión ausente de aquel que no alcanza a comprender las cosas, y a
cada paso lucho porque el nudo de mi estómago se desate y deje salir al fin un
mínimo de bilis verde fosforito esperanza.
Y al llegar a
casa, empapado por la lluvia y las lágrimas, abro la puerta y mi compañera de
piso viene corriendo hacia mí, me abraza y me pide perdón. No comprendo nada, la miro con ojos
extraños y ella, con la cara desencajada, dirige su mirada hacia una pica llena
de jabón y platos a medio fregar y señala mi copa de vino favorita rota en
varios pedazos sobre el parquet.
Claro –pienso-,
seguramente sería eso lo que había sentido romperse.
No sé si reír o
llorar, así que pienso en ti y miro por la ventana.
Sigue caminando,
mañana saldrá el sol.
© D.A.S 2010
Qué tópico suele quedar eso de decir que la música no tiene fronteras, pero que real resulta en ocasiones. Vanova son una pareja de músicos de Sitges que fabrican folk-pop delicado y preciosista cantado en inglés, grabado en casa con media docena de instrumentos y producido con un aura amateur que dota al conjunto de un aire lo-fi cautivador. Composiciones relajadas, mágicas, herederas de la musicalidad ermitaña de gente como Bon Iver y con ciertos elementos pop que pueden recordar a los Grizzly Bear menos arreglados o al Sufjan Stevens más tranquilote. Un álbum heterogéneo en el que lo importante son las atmósferas y la fascinante conjunción de melodía y voz, lleno de grandes canciones, preciosas letras y una instrumentación tan simple como sugerente que conforman una obra cohesionada y profunda, un canto a la cotidianidad y la belleza, ideal para escuchar de una sentada en los necesarios momentos de desconexión. “The Mellow tapestry”, gracias a su sencillez y su halo de autenticidad sin pretensiones, tiene todo lo necesario para convertirse en un disco de culto en la cabecera de los amantes del folk-pop acústico de raíces anglosajonas. Y además está hecho aquí.
Recomendación musical
Vanova - The Mellow tapestry
http://www.myspace.com/vanovamusicVanova - The Mellow tapestry
Qué tópico suele quedar eso de decir que la música no tiene fronteras, pero que real resulta en ocasiones. Vanova son una pareja de músicos de Sitges que fabrican folk-pop delicado y preciosista cantado en inglés, grabado en casa con media docena de instrumentos y producido con un aura amateur que dota al conjunto de un aire lo-fi cautivador. Composiciones relajadas, mágicas, herederas de la musicalidad ermitaña de gente como Bon Iver y con ciertos elementos pop que pueden recordar a los Grizzly Bear menos arreglados o al Sufjan Stevens más tranquilote. Un álbum heterogéneo en el que lo importante son las atmósferas y la fascinante conjunción de melodía y voz, lleno de grandes canciones, preciosas letras y una instrumentación tan simple como sugerente que conforman una obra cohesionada y profunda, un canto a la cotidianidad y la belleza, ideal para escuchar de una sentada en los necesarios momentos de desconexión. “The Mellow tapestry”, gracias a su sencillez y su halo de autenticidad sin pretensiones, tiene todo lo necesario para convertirse en un disco de culto en la cabecera de los amantes del folk-pop acústico de raíces anglosajonas. Y además está hecho aquí.
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