viernes, 12 de marzo de 2010

EL HOMBRE QUE RONCABA







Donny Michaels decidió finalmente salir de su casa, a pesar de que fuera estaba lloviendo a cántaros y él aborrecía la lluvia.  No era una persona especialmente impulsiva, pero aquella tarde una extraña sensación le agitó por dentro y le dijo que tenía que empezar a aprovechar más el tiempo, así que ojeó la agenda de actividades del periódico, se puso la gruesa chaqueta verde del ejército alemán que Rosalie le trajo de su estancia en Berlín y salió disparado hacia la boca del metro, camino de la filmoteca de la ciudad.  Donny caminó por el irregular adoquinado de su calle con las manos en los bolsillos, maldijo por haber olvidado los guantes, pero no regresó a por ellos, fijó los ojos en el suelo y esquivó los charcos que salían a su paso con pequeños saltos.  Cuando por fin llegó a la boca del metro se dio cuenta de que tenía una gran sonrisa de dibujada en el rostro, una sonrisa idiota.  El juego con los charcos, la impetuosidad de su salida, la lluvia y la calle desierta… todas aquellas cosas le habían hecho sentir niño de nuevo, y Donny no estaba para nada acostumbrado a experimentar ese sentimiento.  Media hora después salió del subsuelo en la otra esquina de la ciudad, el sol brillaba y apenas unas ínfimas gotas caían sobre él, provocándole una agradable sensación.  No tenía nada de frío.  Recorrió la empinada avenida que llevaba hasta la filmoteca de la ciudad con grandes pasos, espoleado por unas incomprensibles ansias de llegar por fin allí, aún a sabiendas de que era temprano y tendría que esperar hasta que comenzase la película.  El aire era más fresco en esa parte de la ciudad, y Donny lo saboreaba con la cabeza alta mientras sentía como diminutas gotas de agua frías le iban rozando la cara.  Cuando llegó a la entrada de la filmoteca pasó por la taquilla y se puso en la pequeña cola, formada únicamente por cinco o seis personas.
Las paredes estaban repletas de pósters de viejas películas, instantáneas de grandes actrices, enormes retratos de los actores más apuestos… Donny pasó los diez escasos minutos que tardó el acomodador en hacerles pasar perdido entre aquella algarabía de imágenes, con la mente campando a sus anchas por los campos a los que normalmente sólo acudía cuando dormía, en sueños.  Eligió cuidadosamente un asiento centrado, el primero de la fila, con la idea de no tener a nadie a su lado izquierdo.  Se sentó, y dejó la chaqueta en el asiento de su derecha, para que tampoco nadie se sentase allí.  Finalmente, se desenroscó la espesa bufanda negra que le protegía el cuello y la dispuso con sumo esmero en el asiento que tenía delante, cuidando de que ocupase el mayor espacio posible, para evitar que alguien decidiese sentarse delante de él y pudiera impedirle la visión. 
La película comenzó y un texto rotulado sobre el fondo negro apareció en la pantalla.  Donny no tuvo tiempo de leerlo con detenimiento, pero decía algo así como “Cuando ellos no quieren morir, la muerte viene a buscarles, y cuando ellos buscan la muerte, es ella quién los evita”.  Era un cita de la Biblia, del Apocalipsis, eso sí alcanzó a distinguirlo con seguridad. 
La película era un documental acerca de un joven alemán que emigra a Estados Unidos para hacerse piloto.  El hombre no tenía dinero y las primeras semanas se vio obligado a dormir en la calle y a mendigar.  Finalmente consiguió un trabajo y pudo ir a la Universidad, con la idea de alistarse después en la Marina.  La guerra de Vietnam coge al mundo por sorpresa y él es llamado a filas.  En su primer vuelo su escuadrilla sufre una emboscada, su avión es derribado, y él hecho prisionero por el Vietcong.  La trama era apasionante, el hombre en primera persona iba narrando su historia y Donny pensaba que el tipo, a pesar de ser bastante mayor, mantenía cierto carisma y magnetismo, le caía bien.  De pronto, un extraño ruido comenzó a surgir de las primeras filas del cine, Donny se sobresaltó, se irguió sobre su asiento y alzó la mirada en dirección hacia delante.  La sala estaba casi vacía, pero la mayoría de las personas hicieron lo mismo.  El ruido se repitió de nuevo y quedó claro qué era y de dónde venía.  Un hombre estaba roncando en la segunda fila.  No era un ronquido normal, era un sonido gutural extremadamente desagradable y molesto, recordaba al jadeo de un cerdo.  Donny no daba crédito, no era la primera vez que oía a alguien roncar en el cine, pero desde luego nunca había escuchado a nadie hacerlo de aquella manera.  Miró a su alrededor y observó como el resto de la gente hacía lo mismo, mirar hacia otro lado. Un aura de confusión se apoderó de la sala hasta que, tal como aparecieron, súbitamente, los ronquidos cesaron de oírse.  Donny trató de relajarse pero aquel incidente le había puesto nervioso, su pulso estaba acelerado y su mente no estaba desde luego centrada en la película. 
El piloto de la pantalla estaba siendo víctima de indecibles torturas.  Los soldados vietnamitas lo ataban a un buey y lo transportaban de un lugar a otro arrastras por el suelo, escupiéndole y dándole patadas.  Por fin, llegaban a un centro de prisioneros, donde lo ataban junto a otros soldados enfermos de disentería.  Todos ellos estaban infectados por multitud de picaduras de los terribles insectos de la selva, alguno se había arrancado los dientes y muchos tenían los miembros amputados.  Cuando el piloto comenzaba a explicar su plan para escapar, el hombre de la segunda fila emitió un potente ronquido.  Donny y el resto de espectadores se levantaron de nuevo, irritados.  Los ronquidos del hombre fueron reduciéndose de volumen paulatinamente, pero no desaparecieron, y mantenían una fuerza suficiente como para molestar a toda la mitad delantera de la sala, donde se encontraba Donny.  Nadie dijo nada, nadie hizo nada, Donny estuvo a punto varias veces de levantarse e ir hasta el hombre para increparle, pero la oscuridad y el hecho de no tener la absoluta certeza de quién era le hicieron desistir. 
El piloto explicaba como el intento de fuga fracasó y el Vietcong le cortó la cabeza a su compañero justo delante suyo.  Él finalmente conseguía escapar, y se disponía a narrar el golpe de suerte que le llevó a ser rescatado.  Cubierto de pies a cabeza por sangre y lodo, dibujó con la escasa ropa que le quedaba una señal de SOS sobre una roca, situándose él sentado en el centro a modo de O.  Una feliz coincidencia había hecho que una patrulla de aviones retrasase su salida varias horas y variase su ruta, gracias a lo cual un piloto se desvió de la trayectoria por error y avistó al héroe.  Llegaron las medallas, los discursos, los elogios… el piloto fue el único que escapó de ese gran campo de prisioneros, y pronto se convirtió en una celebridad.  La escena final de la cinta mostraba al piloto y al hombre que le había salvado la vida dándose un opíparo banquete el día de Acción de Gracias.  A modo de epílogo la voz del narrador decía que el hombre había continuando volando durante toda su vida, que había sufrido cuatro accidentes más, y que aún en el momento en el que se rodó el film, continuaba volando profesionalmente.
Cuando se encendieron las luces el hombre continuaba roncando, y su volumen había ido subiendo hasta alcanzar ahora la estruendosa fuerza de sus inicios.  La gente se apresuró a levantarse y despejar la sala rápidamente, pero Donny continuó sentado, inundado por un profundo sentimiento de rabia.  Finalmente se levantó y se acercó para ver la cara del tipo.  Era un hombre no demasiado viejo, con un aspecto que Donny encontró despreciable.  Nada más salir de la sala Donny se dirigió al WC, y se sorprendió al ver que todo el mundo orinaba en silencio, nadie hacia alusión al lamentable espectáculo del tipo que había pasado la película roncando como un cerdo haciéndoles a todos sentir incómodos, en mayor o menor medida.  Cuando salió del WC se cruzó con el acomodador, y, sin pensarlo un instante, se detuvo a hablar con él.
- Disculpe, he estado dudando si hacerlo, pero creo que debo decírselo.  Vengo muy habitualmente, y tienen hay dentro un hombre que ha estado toda la película roncando como un cerdo.  Entiéndame, no eran ronquidos normales, no sé si ese hombre está enfermo, lo desconozco, y la verdad, no me importa, lo que es cierto es que ha estado molestando a toda la sala.  Es la quinta o sexta vez que lo veo - dijo, mintiendo.  Siempre ocurre lo mismo, creo que deberían meditar prohibirle el acceso a la sala.
El acomodador no daba crédito, buscó al encargado que estaba en el interior de la sala y se fue a hablar con él.  Donny dudó, pero finalmente salió tras él y volvió a repetirle el discurso al encargado.  Se dirigió hacia la salida muy nervioso, y a mitad de camino recordó que necesitaba comprar un nuevo bono, de este modo, las sesiones le resultaban mucho más baratas que si compraba entradas para una sola sesión.  Se acercó a la taquilla y lo compró mientras charlaba con la taquillera sobre a programación del mes siguiente.
Cuando por fin se disponía a marcharse, se encontró de frente con el hombre que roncaba, y, absolutamente colérico, se acercó a él y le dijo.
- Es usted un maleducado, al cine no se viene a dormir, y menos a molestar, para hacer esas cosas es mejor que se quede usted en su casa.
El hombre le miró con cara sombría y una expresión de tristeza, abriendo levemente la boca para decir algo, pero Donny ya no estaba allí, había desaparecido y se encontraba ya andando en la calle.
Ya no llovía, pero la lluvia había dejado como resaca un fuerte frío y una molesta sensación de humedad.  Donny se puso la bufanda y cayó en la cuenta de que no llevaba guantes.  Tenía las manos heladas.  Caminó calle abajo golpeando el suelo con unas fuertes pisadas cargadas de ira e indignación mientras abría y cerraba las manos dentro de los bolsillos para intentar hacerlas entrar en calor.  Su mente iba a cien por hora, estaba fuera de sí, sus ojos brillaban y estaban a punto de desbordar, el corazón le palpitaba frenéticamente y comenzó a sentir unas enfermizas ganas de dar media vuelta y regresar para golpear al hombre.  Intentó apartar ese pensamiento de su cabeza pero el pensamiento cada vez cobraba más fuerza, y Donny empezó a imaginar al piloto de la película golpeando violentamente la cara del hombre con la culata de un fusil.  Después se vio a sí mismo uniéndose al piloto, y como, poco a poco, diminutos vietnamitas miembros del Vietcong iban agregándose para darle al hombre que roncaba su merecido.  No recordaba la última vez que se había sentido tan enfadado, la cólera se había apoderado de su cuerpo y cuando se dio cuenta estaba saliendo de la boca del metro, al lado de su casa, con el abrigo desabrochado y la bufanda en las manos, muerto de calor.  Cuando hubo subido las escaleras hasta la calle sintió como la cordura comenzaba a regresar.  Se paró y miró al cielo, respirando profundamente.  Caminó despacio hasta su casa y cuando llegó abrió una botella de vino, una de las más caras que tenía.  Sabía que después se arrepentiría de hacerlo, pero en ese momento no le importaba lo más mínimo.  Se sentó en el sofá y bebió.  Encendió la televisión y trató de relajarse.  Pensó que era posible que el hombre ni siquiera supiera que roncaba, al fin y al cabo mientras duermes no eres consciente de lo que haces.  Pensó que quizá él también roncaba, pero enseguida supuso que si fuera así Rosalie se lo habría dicho.  Aunque también era posible que antes no roncase y ahora sí lo hiciese, al fin y al cabo, hacía dos años que Rosalie se había marchado, y pocas veces desde entonces había dormido acompañado.  Continuó dándole vueltas a todo aquello y las imágenes de Rosalie, el hombre que roncaba y el Vietcong comenzaban a bailarle en la cabeza.  En un esfuerzo por apartar todo aquello de su mente se puso a cocinar.  Abrió la nevera y buscó lo más caro y apetecible que había en ella.  Comió con avidez un solomillo de ternera a la plancha, acompañándolo por una pequeña lata de paté francés que llevaba casi un año en la nevera y que nunca se había atrevido a tocar.  Cuando terminó, abrió su mejor queso y devoró ansiosamente pedazo tras pedazo hasta que no quedó nada.  Después, a modo de postre, engulló sin prisa los tres yogures de cereales que quedaban, de los cuales solía tomar uno por la mañana para desayunar.  Cuando terminó, lleno y satisfecho, volvió a sentarse en el sofá y sintonizó en el televisor el canal de deportes.  Subió los pies sobre la mesilla y observó el partido de los Jeds mientras bebía cerveza.  Pronto estaba gesticulando y gritándole al televisor, indicando cambios y retoques en esta o aquella jugada.  Los Jeds ganaron y, contento y borracho, decidió llamar a Jeff. 
- ¿Has visto eso, amigo?  Menudo partido, hacía semanas que los chicos no jugaban así.  – dijo Donny con ton alegre.
- Y que lo digas, me han hecho ganar 200 del ala.  – respondió Jeff con su voz grave y profunda.
- ¿Hablas en serio?  Maldita sea, debo apostar un día de estos.  Siempre lo pienso, pero nunca lo hago.  Se me olvida, no tengo dinero encima, o justo en ese momento no me apetece.  – habló Donny más para sí mismo que para la conversación.
- No te preocupes, saldremos a tomar un trago, yo invito, ¿qué te parece?
- Creo que será mejor que lo dejemos para mañana, he cenado mucho y he bebido cerveza, estoy agotado.  – respondió Donny
- De acuerdo, como tú quieras.  – dijo Jeff.
Donny colgó el auricular y cambió de canal.  Sintonizó el canal de cine y vio una vieja película de los años 50, una buena película.  Al cabo de más de dos horas había terminado y ya era tarde, Donny estaba cansado pero no tenía ganas de irse a la cama, así que jugó un rato con el mando de la tele hasta que encontró un episodio de una vieja serie cómica.  Emitían una tanda de seis seguidos.  Cuando comenzó el cuarto episodio eran casi las tres de la mañana, y Donny decidió que era hora de acostarse.  Se lavó los dientes y la cara y se miró fijamente en el espejo.  Tenía la cara salpicada de pequeñas arrugas que a él parecían enormes, y la mirada triste y apagada.  Al pijama le faltaba un botón y tenía dos grandes manchas de tomate que llevaban allí varios días.  Cabizbajo, Donny caminó hasta la cama y se metió en ella sin ganas, se tapó hasta la barbilla y se quedó mirando el techo, levemente iluminado por la luz de la calle que llegaba desde la rendija rota de la persiana.  Se quedó escuchando los leves ruidos que le llegaban desde el exterior.  Un coche, la sirena de una ambulancia, el camión de la basura, alguna pareja noctámbula que caminaba hablando a gritos por debajo de su ventana… en ocasiones oía ladrar a los perros tan cerca que le daban ganas de asomarse y tirarles lo primero que tuviese a mano.  En ocasiones le parecía escuchar gritos lejanos, como de auxilio, pero enseguida se evaporaban y pensaba que eran imaginaciones suyas.  Se quedó escuchando los ruidos de la calle, mirando al techo sin pensar en nada, hasta que la luz que entraba desde la persiana se fue haciendo cada vez más y más fuerte.  Sólo entonces se dio cuenta de que ya estaba amaneciendo, y de que había pasado la noche en vela. 
© D.A.S 2009  


Recomendación musical: Basia Bulat - Heart of my own
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Esta chica lo tiene todo: viene de un país relativamente exótico como Canadá, es pequeña, rubia y guapa, la apariencia perfecta si tu música suena a sentido folk anglosajón (desde USA hasta Irlanda), su voz enamora, tiene personalidad, posee esa fuerza femenina que encandila y deja con ganas de repetir, algo parecido a lo que pasa con divas como Chan Marshall o Hope Sandoval; escribe canciones tristes para escuchar en los días de lluvia pero tan bonitas que te dejan embobado mirando por la ventana esperando que salga el sol (“The Shore”, puro sonido Cat Power, cuanto daño y cuanto bien ha hecho esta mujer al indie cantado por mujeres), tiene el atractivo detalle de hacerse acompañar de un “autoarpa” (en realidad, una cítara con acordes, pero cuyo sonido se asemeja bastante al del arpa convencional) y además maneja a la perfección todos los registros vocales del pop, desde la semi-desnudez vocal (preciosa “I´m forgetting everyone”, con una letra que parece escrita por la veinteañera más lista de la Universidad) hasta el arropamiento de la multi-instrumentación (redondísima “Go on”, la canción que abre el álbum, o “Run”, un himno bucólico delicado y hermoso”).  Una buena banda sonora para estos días de frío polar.  Vale la pena.




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