Donny Michaels
decidió finalmente salir de su casa, a pesar de que fuera estaba lloviendo a
cántaros y él aborrecía la lluvia.
No era una persona especialmente impulsiva, pero aquella tarde una
extraña sensación le agitó por dentro y le dijo que tenía que empezar a
aprovechar más el tiempo, así que ojeó la agenda de actividades del periódico,
se puso la gruesa chaqueta verde del ejército alemán que Rosalie le trajo de su
estancia en Berlín y salió disparado hacia la boca del metro, camino de la
filmoteca de la ciudad. Donny
caminó por el irregular adoquinado de su calle con las manos en los bolsillos,
maldijo por haber olvidado los guantes, pero no regresó a por ellos, fijó los
ojos en el suelo y esquivó los charcos que salían a su paso con pequeños saltos. Cuando por fin llegó a la boca del
metro se dio cuenta de que tenía una gran sonrisa de dibujada en el rostro, una
sonrisa idiota. El juego con los
charcos, la impetuosidad de su salida, la lluvia y la calle desierta… todas
aquellas cosas le habían hecho sentir niño de nuevo, y Donny no estaba para
nada acostumbrado a experimentar ese sentimiento. Media hora después salió del subsuelo en la otra esquina de
la ciudad, el sol brillaba y apenas unas ínfimas gotas caían sobre él,
provocándole una agradable sensación.
No tenía nada de frío.
Recorrió la empinada avenida que llevaba hasta la filmoteca de la ciudad
con grandes pasos, espoleado por unas incomprensibles ansias de llegar por fin
allí, aún a sabiendas de que era temprano y tendría que esperar hasta que
comenzase la película. El aire era
más fresco en esa parte de la ciudad, y Donny lo saboreaba con la cabeza alta
mientras sentía como diminutas gotas de agua frías le iban rozando la cara. Cuando llegó a la entrada de la
filmoteca pasó por la taquilla y se puso en la pequeña cola, formada únicamente
por cinco o seis personas.
Las paredes
estaban repletas de pósters de viejas películas, instantáneas de grandes
actrices, enormes retratos de los actores más apuestos… Donny pasó los diez
escasos minutos que tardó el acomodador en hacerles pasar perdido entre aquella
algarabía de imágenes, con la mente campando a sus anchas por los campos a los
que normalmente sólo acudía cuando dormía, en sueños. Eligió cuidadosamente un asiento centrado, el primero de la
fila, con la idea de no tener a nadie a su lado izquierdo. Se sentó, y dejó la chaqueta en el
asiento de su derecha, para que tampoco nadie se sentase allí. Finalmente, se desenroscó la espesa
bufanda negra que le protegía el cuello y la dispuso con sumo esmero en el
asiento que tenía delante, cuidando de que ocupase el mayor espacio posible,
para evitar que alguien decidiese sentarse delante de él y pudiera impedirle la
visión.
La película
comenzó y un texto rotulado sobre el fondo negro apareció en la pantalla. Donny no tuvo tiempo de leerlo con
detenimiento, pero decía algo así como “Cuando ellos no quieren morir, la
muerte viene a buscarles, y cuando ellos buscan la muerte, es ella quién los
evita”. Era un cita de la Biblia,
del Apocalipsis, eso sí alcanzó a distinguirlo con seguridad.
La película era
un documental acerca de un joven alemán que emigra a Estados Unidos para
hacerse piloto. El hombre no tenía
dinero y las primeras semanas se vio obligado a dormir en la calle y a
mendigar. Finalmente consiguió un
trabajo y pudo ir a la Universidad, con la idea de alistarse después en la
Marina. La guerra de Vietnam coge
al mundo por sorpresa y él es llamado a filas. En su primer vuelo su escuadrilla sufre una emboscada, su
avión es derribado, y él hecho prisionero por el Vietcong. La trama era apasionante, el hombre en
primera persona iba narrando su historia y Donny pensaba que el tipo, a pesar
de ser bastante mayor, mantenía cierto carisma y magnetismo, le caía bien. De pronto, un extraño ruido comenzó a
surgir de las primeras filas del cine, Donny se sobresaltó, se irguió sobre su
asiento y alzó la mirada en dirección hacia delante. La sala estaba casi vacía, pero la mayoría de las personas
hicieron lo mismo. El ruido se
repitió de nuevo y quedó claro qué era y de dónde venía. Un hombre estaba roncando en la segunda
fila. No era un ronquido normal,
era un sonido gutural extremadamente desagradable y molesto, recordaba al jadeo
de un cerdo. Donny no daba
crédito, no era la primera vez que oía a alguien roncar en el cine, pero desde
luego nunca había escuchado a nadie hacerlo de aquella manera. Miró a su alrededor y observó como el
resto de la gente hacía lo mismo, mirar hacia otro lado. Un aura de confusión
se apoderó de la sala hasta que, tal como aparecieron, súbitamente, los
ronquidos cesaron de oírse. Donny
trató de relajarse pero aquel incidente le había puesto nervioso, su pulso
estaba acelerado y su mente no estaba desde luego centrada en la película.
El piloto de la
pantalla estaba siendo víctima de indecibles torturas. Los soldados vietnamitas lo ataban a un
buey y lo transportaban de un lugar a otro arrastras por el suelo, escupiéndole
y dándole patadas. Por fin,
llegaban a un centro de prisioneros, donde lo ataban junto a otros soldados
enfermos de disentería. Todos
ellos estaban infectados por multitud de picaduras de los terribles insectos de
la selva, alguno se había arrancado los dientes y muchos tenían los miembros
amputados. Cuando el piloto
comenzaba a explicar su plan para escapar, el hombre de la segunda fila emitió
un potente ronquido. Donny y el
resto de espectadores se levantaron de nuevo, irritados. Los ronquidos del hombre fueron
reduciéndose de volumen paulatinamente, pero no desaparecieron, y mantenían una
fuerza suficiente como para molestar a toda la mitad delantera de la sala,
donde se encontraba Donny. Nadie
dijo nada, nadie hizo nada, Donny estuvo a punto varias veces de levantarse e
ir hasta el hombre para increparle, pero la oscuridad y el hecho de no tener la
absoluta certeza de quién era le hicieron desistir.
El piloto
explicaba como el intento de fuga fracasó y el Vietcong le cortó la cabeza a su
compañero justo delante suyo. Él
finalmente conseguía escapar, y se disponía a narrar el golpe de suerte que le
llevó a ser rescatado. Cubierto de
pies a cabeza por sangre y lodo, dibujó con la escasa ropa que le quedaba una
señal de SOS sobre una roca, situándose él sentado en el centro a modo de
O. Una feliz coincidencia había
hecho que una patrulla de aviones retrasase su salida varias horas y variase su
ruta, gracias a lo cual un piloto se desvió de la trayectoria por error y
avistó al héroe. Llegaron las
medallas, los discursos, los elogios… el piloto fue el único que escapó de ese
gran campo de prisioneros, y pronto se convirtió en una celebridad. La escena final de la cinta mostraba al
piloto y al hombre que le había salvado la vida dándose un opíparo banquete el
día de Acción de Gracias. A modo
de epílogo la voz del narrador decía que el hombre había continuando volando
durante toda su vida, que había sufrido cuatro accidentes más, y que aún en el
momento en el que se rodó el film, continuaba volando profesionalmente.
Cuando se
encendieron las luces el hombre continuaba roncando, y su volumen había ido
subiendo hasta alcanzar ahora la estruendosa fuerza de sus inicios. La gente se apresuró a levantarse y despejar
la sala rápidamente, pero Donny continuó sentado, inundado por un profundo sentimiento
de rabia. Finalmente se levantó y
se acercó para ver la cara del tipo.
Era un hombre no demasiado viejo, con un aspecto que Donny encontró
despreciable. Nada más salir de la
sala Donny se dirigió al WC, y se sorprendió al ver que todo el mundo orinaba
en silencio, nadie hacia alusión al lamentable espectáculo del tipo que había
pasado la película roncando como un cerdo haciéndoles a todos sentir incómodos,
en mayor o menor medida. Cuando
salió del WC se cruzó con el acomodador, y, sin pensarlo un instante, se detuvo
a hablar con él.
- Disculpe, he
estado dudando si hacerlo, pero creo que debo decírselo. Vengo muy habitualmente, y tienen hay
dentro un hombre que ha estado toda la película roncando como un cerdo. Entiéndame, no eran ronquidos normales,
no sé si ese hombre está enfermo, lo desconozco, y la verdad, no me importa, lo
que es cierto es que ha estado molestando a toda la sala. Es la quinta o sexta vez que lo veo -
dijo, mintiendo. Siempre ocurre lo
mismo, creo que deberían meditar prohibirle el acceso a la sala.
El acomodador no
daba crédito, buscó al encargado que estaba en el interior de la sala y se fue
a hablar con él. Donny dudó, pero
finalmente salió tras él y volvió a repetirle el discurso al encargado. Se dirigió hacia la salida muy
nervioso, y a mitad de camino recordó que necesitaba comprar un nuevo bono, de
este modo, las sesiones le resultaban mucho más baratas que si compraba
entradas para una sola sesión. Se
acercó a la taquilla y lo compró mientras charlaba con la taquillera sobre a
programación del mes siguiente.
Cuando por fin
se disponía a marcharse, se encontró de frente con el hombre que roncaba, y,
absolutamente colérico, se acercó a él y le dijo.
- Es usted un
maleducado, al cine no se viene a dormir, y menos a molestar, para hacer esas
cosas es mejor que se quede usted en su casa.
El hombre le
miró con cara sombría y una expresión de tristeza, abriendo levemente la boca
para decir algo, pero Donny ya no estaba allí, había desaparecido y se
encontraba ya andando en la calle.
Ya no llovía,
pero la lluvia había dejado como resaca un fuerte frío y una molesta sensación
de humedad. Donny se puso la
bufanda y cayó en la cuenta de que no llevaba guantes. Tenía las manos heladas. Caminó calle abajo golpeando el suelo
con unas fuertes pisadas cargadas de ira e indignación mientras abría y cerraba
las manos dentro de los bolsillos para intentar hacerlas entrar en calor. Su mente iba a cien por hora, estaba
fuera de sí, sus ojos brillaban y estaban a punto de desbordar, el corazón le
palpitaba frenéticamente y comenzó a sentir unas enfermizas ganas de dar media
vuelta y regresar para golpear al hombre.
Intentó apartar ese pensamiento de su cabeza pero el pensamiento cada
vez cobraba más fuerza, y Donny empezó a imaginar al piloto de la película
golpeando violentamente la cara del hombre con la culata de un fusil. Después se vio a sí mismo uniéndose al
piloto, y como, poco a poco, diminutos vietnamitas miembros del Vietcong iban
agregándose para darle al hombre que roncaba su merecido. No recordaba la última vez que se había
sentido tan enfadado, la cólera se había apoderado de su cuerpo y cuando se dio
cuenta estaba saliendo de la boca del metro, al lado de su casa, con el abrigo
desabrochado y la bufanda en las manos, muerto de calor. Cuando hubo subido las escaleras hasta
la calle sintió como la cordura comenzaba a regresar. Se paró y miró al cielo, respirando profundamente. Caminó despacio hasta su casa y cuando
llegó abrió una botella de vino, una de las más caras que tenía. Sabía que después se arrepentiría de
hacerlo, pero en ese momento no le importaba lo más mínimo. Se sentó en el sofá y bebió. Encendió la televisión y trató de
relajarse. Pensó que era posible
que el hombre ni siquiera supiera que roncaba, al fin y al cabo mientras
duermes no eres consciente de lo que haces. Pensó que quizá él también roncaba, pero enseguida supuso
que si fuera así Rosalie se lo habría dicho. Aunque también era posible que antes no roncase y ahora sí
lo hiciese, al fin y al cabo, hacía dos años que Rosalie se había marchado, y
pocas veces desde entonces había dormido acompañado. Continuó dándole vueltas a todo aquello y las imágenes de
Rosalie, el hombre que roncaba y el Vietcong comenzaban a bailarle en la
cabeza. En un esfuerzo por apartar
todo aquello de su mente se puso a cocinar. Abrió la nevera y buscó lo más caro y apetecible que había
en ella. Comió con avidez un
solomillo de ternera a la plancha, acompañándolo por una pequeña lata de paté
francés que llevaba casi un año en la nevera y que nunca se había atrevido a
tocar. Cuando terminó, abrió su
mejor queso y devoró ansiosamente pedazo tras pedazo hasta que no quedó
nada. Después, a modo de postre,
engulló sin prisa los tres yogures de cereales que quedaban, de los cuales
solía tomar uno por la mañana para desayunar. Cuando terminó, lleno y satisfecho, volvió a sentarse en el
sofá y sintonizó en el televisor el canal de deportes. Subió los pies sobre la mesilla y
observó el partido de los Jeds mientras bebía cerveza. Pronto estaba gesticulando y gritándole
al televisor, indicando cambios y retoques en esta o aquella jugada. Los Jeds ganaron y, contento y
borracho, decidió llamar a Jeff.
- ¿Has visto
eso, amigo? Menudo partido, hacía
semanas que los chicos no jugaban así.
– dijo Donny con ton alegre.
- Y que lo digas,
me han hecho ganar 200 del ala. –
respondió Jeff con su voz grave y profunda.
- ¿Hablas en
serio? Maldita sea, debo apostar
un día de estos. Siempre lo
pienso, pero nunca lo hago. Se me
olvida, no tengo dinero encima, o justo en ese momento no me apetece. – habló Donny más para sí mismo que
para la conversación.
- No te
preocupes, saldremos a tomar un trago, yo invito, ¿qué te parece?
- Creo que será
mejor que lo dejemos para mañana, he cenado mucho y he bebido cerveza, estoy
agotado. – respondió Donny
- De acuerdo,
como tú quieras. – dijo Jeff.
Donny colgó el
auricular y cambió de canal.
Sintonizó el canal de cine y vio una vieja película de los años 50, una
buena película. Al cabo de más de
dos horas había terminado y ya era tarde, Donny estaba cansado pero no tenía
ganas de irse a la cama, así que jugó un rato con el mando de la tele hasta que
encontró un episodio de una vieja serie cómica. Emitían una tanda de seis seguidos. Cuando comenzó el cuarto episodio eran
casi las tres de la mañana, y Donny decidió que era hora de acostarse. Se lavó los dientes y la cara y se miró
fijamente en el espejo. Tenía la
cara salpicada de pequeñas arrugas que a él parecían enormes, y la mirada triste
y apagada. Al pijama le faltaba un
botón y tenía dos grandes manchas de tomate que llevaban allí varios días. Cabizbajo, Donny caminó hasta la cama y
se metió en ella sin ganas, se tapó hasta la barbilla y se quedó mirando el
techo, levemente iluminado por la luz de la calle que llegaba desde la rendija
rota de la persiana. Se quedó
escuchando los leves ruidos que le llegaban desde el exterior. Un coche, la sirena de una ambulancia,
el camión de la basura, alguna pareja noctámbula que caminaba hablando a gritos
por debajo de su ventana… en ocasiones oía ladrar a los perros tan cerca que le
daban ganas de asomarse y tirarles lo primero que tuviese a mano. En ocasiones le parecía escuchar gritos
lejanos, como de auxilio, pero enseguida se evaporaban y pensaba que eran
imaginaciones suyas. Se quedó
escuchando los ruidos de la calle, mirando al techo sin pensar en nada, hasta
que la luz que entraba desde la persiana se fue haciendo cada vez más y más
fuerte. Sólo entonces se dio
cuenta de que ya estaba amaneciendo, y de que había pasado la noche en vela.
© D.A.S 2009
Recomendación musical: Basia Bulat - Heart of my own
http://rapidshare.com/files/351041884/Basia_Bulat_-_Heart_of_my_Own.rar
Esta chica lo
tiene todo: viene de un país relativamente exótico como Canadá, es pequeña,
rubia y guapa, la apariencia perfecta si tu música suena a sentido folk
anglosajón (desde USA hasta Irlanda), su voz enamora, tiene personalidad, posee
esa fuerza femenina que encandila y deja con ganas de repetir, algo parecido a
lo que pasa con divas como Chan Marshall o Hope Sandoval; escribe canciones
tristes para escuchar en los días de lluvia pero tan bonitas que te dejan
embobado mirando por la ventana esperando que salga el sol (“The Shore”, puro
sonido Cat Power, cuanto daño y cuanto bien ha hecho esta mujer al indie cantado por mujeres), tiene el
atractivo detalle de hacerse acompañar de un “autoarpa” (en realidad, una
cítara con acordes, pero cuyo sonido se asemeja bastante al del arpa
convencional) y además maneja a la perfección todos los registros vocales del
pop, desde la semi-desnudez vocal (preciosa “I´m forgetting everyone”, con una
letra que parece escrita por la veinteañera más lista de la Universidad) hasta
el arropamiento de la multi-instrumentación (redondísima “Go on”, la canción
que abre el álbum, o “Run”, un himno bucólico delicado y hermoso”). Una buena banda sonora para estos días de frío polar. Vale la pena.
0 comentarios:
Publicar un comentario