La siguiente
semana transcurrió de un modo prácticamente similar a los últimos días. Lou se despertaba por el calor del sol
en su espalda pero ya no sentía miedo ni angustia por si Laura estaría en casa,
y se levantaba tranquilamente nada más abrir los ojos. Pasaba las tardes bebiendo y mirando su
colección de películas y cuando se acercaba la hora en la que Laura regresaba
del trabajo cogía una botella de vino del mueble-bar, la descorchaba, la
envolvía en una bolsa y recorría el camino hasta el circo Montisantti. Una vez allí, se sentaba en la última
fila y pasaba la función bebiendo y dividiendo las miradas entre la gente de su
alrededor y lo que sucedía sobre la pista. Cuando regresaba a casa, Laura ya estaba dormida, él se
acostaba a su lado sin hacer ruido y dormía plácidamente. Ya no le preocupaba encontrar trabajo,
ni siquiera buscaba, tampoco Laura le importaba ya, se había dado cuenta de que
hacía mucho que la había perdido.
Pasaron los días
y las fiestas del barrio vecino terminaron, pero Lou continuaba acudiendo noche
tras noche al desolador circo Montisantti. Cuando se hubo aprendido de memoria todos y cada uno de los
números que se representaban, empezó a fijarse única y compulsivamente en los
escasos espectadores que poblaban los estropeados graderíos de la carpa. Se dio cuenta de que aquellas personas
no eran idénticas, como le pareció el segundo día que acudió a ver la función,
pero que sí eran iguales. Él
solamente era uno más dentro de aquella patética colección de nadies.
Una noche la
puerta de la habitación estaba cerrada cuando Lou llegó, así que durmió vestido
en el sofá del salón. A la mañana
siguiente despertó con un horrible dolor de cabeza, pasó el día exactamente del
mismo modo que los anteriores y cuando se acercó la hora en la que Laura
aparecía Lou emprendió su camino hacia el circo. Habría podido hacerlo con los ojos cerrados, llevaba ya
tantos días acudiendo allí noche tras noche que estaba seguro que podría caminar
los pasos exactos, pagar la entrada con el dinero justo y sentarse exactamente
en el mismo asiento donde lo venía haciendo desde hacía dos semanas. Seguramente ni siquiera haría falta que
abriese los ojos cuando comenzase la función, la conocía tan bien, con tanto
detalle, que no habría sido necesario mirar para saber lo que estaba
ocurriendo.
Callejeó hasta
la explanada donde estaba el Montisantti y, una vez allí, su mente se nubló y
su cuerpo se quedó petrificado, hundido ante el enorme hueco vacío, la tierra
marrón y embarrada que cubría la superficie donde había estado el circo, y
donde ya no había nada.
Regreso
cabizbajo, con las manos en los bolsillos y dando pequeños pasos, sin ninguna
gana de volver a casa. Pasó por
delante del bar de Nigo y entró a tomar una cerveza. Charlaron durante un rato y cuando Nigo estaba ya a punto de
servirle la segunda Lou negó con la cabeza y salió del bar.
Entró en el
portal de su casa y, aunque no la vio y las luces estaban apagadas podía sentir
los ojos de aquella vecina odiosa posados sobre su cuerpo.
Cuando entró en
casa encontró a Laura con varias maletas y cajas extendidas por el salón. Comprendió enseguida lo que ocurría y
no fue necesario hablar mucho. Al
día siguiente se marchó de allí.
Laura comenzó a
frecuentar de nuevo el bar de Nigo, no le gustaba mucho el fútbol antes de su
relación con Lou, pero ahora encontraba reconfortante bajar a ver el partido
mientras tomaba una cerveza, mirando una pantalla sin mayor preocupación que su
equipo ganase o no, y eso no llegaba casi a preocuparle porque ni siquiera
tenía equipo, siempre había animado al de Lou.
La vecina
cotilla ahora la saludaba cuando la veía pasar por debajo de su balcón,
levantaba la mano con gesto amable y soltaba algún grito ininteligible que
Laura imaginaba querría decir algo parecido a hola.
También solía ir
a comprar al comercio del pakistaní a partir de las diez de la noche, cuando el
resto de las tiendas estaban cerradas.
El joven que regentaba el lugar seguía siendo tan amable como cuando Lou
y ella se mudaron al barrio.
Los meses
pasaron y Laura era feliz, o al menos no era infeliz, no tanto como antes, eso
seguro. Lou desapareció y Laura no
quiso saber más, el final de su relación había sido demasiado tormentoso como
para querer mantener el contacto. Su entorno se lo había puesto fácil, sus
amigos y amigos nunca habían simpatizado con él y ya en los últimos tiempos
eran los que más la animaban a que lo dejase, así que nunca lo nombraban. Nadie hablaba nunca de él, ni siquiera
la vecina chismosa o Nigo, nadie nunca preguntaba por Lou, era como si no
hubiera estado allí. La vida de
aquel hombre se hundió delante de sus narices, lo veían caminar día tras día
por aquellas calles que también eran las suyas, pero nadie parecía recordarlo.
Más de un año
después, Laura comenzó a salir con otro hombre, un abogado serio y guapo que la
trataba como merecía. Una noche él
le propuso ir a una vinatería que le habían recomendado sus compañeros de
trabajo, Laura aceptó encantada y cuando vio que se dirigían al Florida el
corazón le dio un ligero vuelco dentro del pecho.
Laura recorrió
en silencio aquel camino tan odiosamente familiar y, casi por primera vez,
comenzó a recordar a Lou, y se dio cuenta de que en todo ese tiempo apenas lo
había hecho. Quizá había sido algo
injusta, pasaron muy buenos momentos, tan buenos que cuando aún estaban juntos
ella solía pensar en él como su primer gran amor. Laura volvió a pisar los viejos adoquinados que llevaban al
Florida recordando las veces en las que había hecho lo mismo colgada del hombro
de Lou, sonriendo y besándose y siendo casi felices. Deseó que el abogado sólo pretendiese tomar una copa o dos y
así poder salir de allí cuanto antes, no quería tener nada que ver con nada que
le pudiera recordar el pasado.
Cuando entraron
al Florida Vely sonrió en dirección a ellos con una mueca que le inundaba toda
la cara y, con los ojos iluminados, abrazó a Laura cariñosamente desde el otro
lado de la barra. Esta presentó a
ambos hombres y la pareja se sentó en la barra, pidieron una botella de vino y
charlaron animadamente con Vely.
En un momento, el abogado serio y guapo fue a hacer cola al baño, el
local estaba abarrotado. Laura se
quedó a solas con Vely, y mientras él le hablaba de un nuevo vino argentino que
había recibido, ella se preparaba mentalmente para lo que parecía inevitable,
hablar de Lou.
- El cultivo de
uva syrah en el centro de Argentina tiene unas condiciones climáticas que nunca
se van a poder alcanzar aquí, pasa lo mismo en Australia, al fin y al cabo la
uva es una fruta y no se desarrolla con la misma capacidad en todas
partes. Los argentinos tardaron
años en descubrir que ese tipo de uva era el ideal para aquellas tierras,
probaron con muchísimas otras, Petit Verdot, Pinot Noir, Merlot… hasta que descubrieron
que esa y no otra, era la más adecuada para ese espacio de terreno en concreto.
- Entiendo, es
muy interesante. – comentaba Laura
con gesto absolutamente ausente.
Vely siguió
hablando de uvas, de vez en cuando se hacía el silencio y ninguno de los dos
hablaba, y sólo se escuchaba el tintineo de los anillos de Laura chocando contra
la copa debido al movimiento nervioso de su mano temblorosa. Continuaron así unos minutos más,
alternando el tema de conversación entre el vino y las cosas más triviales. Laura se relajó, e incluso empezó a
reírle las bromas a Vely.
Unos minutos
después el abogado salió del baño.
Laura y él pidieron otra botella, y cuando la terminaron preguntaron por
una mesa para cenar allí mismo.
© D.A.S 2009
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