jueves, 18 de marzo de 2010

CIRCO MONTISANTTI (PARTE 1/3)



Lou y Laura se habían enzarzado en una violenta discusión por enésima vez en lo que iba de semana.  Era evidente que todo estaba a punto de estallar, así que Lou, consciente de que era el que más tenía que perder, salió de casa dando un portazo y maldiciendo y caminó a grandes pasos hasta la estación de metro más cercana.  Recorrió los gastados adoquines de la calle que separaban su casa del suburbano con los ojos abrasados y la mirada clavada en el suelo, pensando en como aquella horrible escena había llegado a convertirse en algo tan terriblemente cotidiano y cavilando sobre si alguien aparte de él y Laura se darían cuenta de que su vida se estaba yendo al garete.  Quizá la vecina cotilla del piso de enfrente emitiese juicio cada vez que Lou salía del portal jurando en voz alta con las manos en los bolsillos, puede que hablase con su inerte marido en voz alta comentando como aquellos jóvenes estaban tirando por la borda su relación, o quizá el camarero del bar de la esquina donde Laura y Lou se emborrachaban a menudo cuando fueron a vivir al barrio advirtiese que él ya únicamente iba solo al bar y se emborrachaba solo o pasaba de largo con gesto grave y la cabeza agachada y regresaba tambaleándose triste y solo.  O era más que posible que nadie, ni los vecinos ni los camareros ni el pakistaní de la tienda de ultramarinos ni el mendigo que dormía en su portal ni absolutamente nadie se diera cuenta de que la vida de Lou se estaba pudriendo.  Seguramente esa sería la afirmación más cercana a la realidad, al fin y al cabo, Lou conocía ciertos retazos de la vida de toda aquellas personas a las que veía a diario, hablaba e incluso simpatizaba con alguna de ellas, pero no sabía si su vida iba bien o mal, si eran felices o no lo eran, y a decir verdad, no le importaba una mierda, así que lo más lógico era pensar que su estado de ánimo o su futuro inmediato tampoco significaban nada para el resto del mundo.
Al llegar al centro de la ciudad Lou fue directamente a la vinoteca Florida, el lugar donde acudía cuando las cosas con Laura se ponían demasiado oscuras como para que ninguno de los dos pudiera aclararse.  Nada más entrar Lou levantó la cabeza por primera vez desde que había salido de casa y sonrió como hacía días que no sonreía.  Desde el otro lado de la sala, Vely, el camarero, le devolvió la sonrisa y le invitó a sentarse en la barra.  Vely era un tipo de mediana edad y largo cabello cano, con una barriga generosa y una sonrisa sincera y cercana que transmitía una sensación de levedad que ponía a Lou y a cualquiera en paz con el mundo.  A grandes rasgos, Vely era como se suele decir, un buen tipo.  Lou pidió una botella de Cirsus, uno de los tintos favoritos de Laura, y pidió a Vely que le acompañara.
- Es la tercera vez que vienes esta semana.  – dijo Vely sosteniendo la copa con dos dedos y mirando a Lou directamente a los ojos.
- Lo sé, las cosas no están bien en casa.
- ¿No hay novedades?
- No, no hay trabajo, busco todo lo que puedo, día tras día me levanto a la misma hora que Laura, preparo el desayuno y cuando ella se marcha paso horas navegando en Internet intentando encontrar algo, cualquier cosa, ya no me importa, estoy dispuesto a recoger la basura de la calle o a vender aspiradoras por teléfono si es necesario, pero no encuentro nada.  Cada mañana es idéntica a la anterior, paso horas frente a la pantalla, termino deprimiéndome como si fuera una puta viuda y me tumbo en el sofá, incapaz de hacer nada.
- Lou, eres sin duda la persona más inteligente que conozco, no me creo que no haya trabajo para un tipo como tú.  – comentó Vely sonriente intentando animarle.
- ¿Insinúas que no busco lo suficiente?  - respondió Lou irritado.
- ¿De qué coño estás hablando?  No me refería a eso demonios, ya sabes lo que quiero decir.
- Lo siento Vely, lo siento de verás, no sé que me ocurre, llevo así ya más de tres meses y cada día que pasa me siento más amargado, un paso más cerca del final.
- ¿Qué final?  ¿De qué hablas?
- No, no te asustes, no me voy a tirar por el puente, al menos no todavía.  – contestó Lou sonriendo, apurando la que era ya su tercera copa.  Me refiero a que no puedo más, no tengo fuerzas, conforme va pasando el tiempo las cosas no hacen más que empeorar, es como si estuviera recorriendo triste y lentamente un intrincado camino lleno de mierda.  Estoy hundido hasta el cuello, no sé qué coño es lo que hay al final de ese camino, pero aunque sé que seguramente no sea nada bueno, cada vez tengo más ganas de llegar.  Quiero llegar allí, quiero que cambie algo, para bien o para mal, eso ya no importa, pero cuanta más prisa quiero darme más lento me parece estar avanzando, es como estar en un callejón sin salida.
- Escucha amigo, sé que suena a tópico, y de hecho lo es, pero no por ello es menos cierto.  Todo pasa, ¿me escuchas?, sé que no estás en tu mejor momento, pero todo pasará, vendrán tiempos mejores, apuesto mi culo a que así será maldita sea.
Vely se había inclinado ligeramente sobre la barra y hablaba con la boca muy cerca del rostro de Lou.  Lou había cerrado los ojos, ya estaba borracho, y escuchaba las palabras de Vely altas y claras, penetrando profundamente en su cerebro como un haiku, una voz calmada y conciliadora que ya había escuchado otras veces y que parecía ser lo único capaz de transmitirle esperanza en un mundo en el que todos miraban hacia otro lado.  Visitar a Vely era sin duda lo más parecido a ir a la Iglesia que había hecho en su vida.
Lou pidió otra botella y la bebió pausadamente, mirando hacia todas partes con gesto confuso, ebrio.  Vely lo miraba desde el otro lado de la barra, ya sin sonreír, y de vez en cuando se le acercaba e intentaba entablar algo de conversación.  Cuando Lou comenzó a frecuentar el Florida solía pasar horas parloteando con Vely.  A ambos les apasionaba el cine y conversaban durante noches enteras debatiendo acerca de si Marlene Dietricht era más guapa que Rita Hayworth o sobre cual era la mejor película de Kim Ki Duk.  Vely solía ir a la carrera de un extremo a otro de la barra, sirviendo copas y descorchando botellas a toda velocidad, tratando de tener atendido a todo el mundo para regresar volando a su taburete y continuar la conversación con Lou.  Hacía ya tiempo que habían dejado de discutir sobre cine, Lou cada vez estaba más triste y hablaba menos.  A Vely esto le preocupaba, pero no son muchos los problemas que se pueden resolver desde detrás de la barrera.
Cuando Lou terminó la botella levantó la cabeza y se dio cuenta de que el bar se había ido llenando de gente de un modo casi imperceptible.  Un flujo de personas circulaba constantemente por la barra flotando alrededor de él, como si no fuera más que un taburete vacío.  Vely ya no se acercaba a hablar y casi ni le miraba cuando pasaba por su lado.  Cuando el lugar se llenó del todo y en el aire bailaba el olor a vino y se escuchaban las carcajadas de la gente y sus conversaciones alegres y despreocupadas Lou se puso triste, compró otra botella y salió del local con una mueca de aturdimiento diciendo adiós a Vely, que le dedicó una última sonrisa y un ligero movimiento de cabeza.
Afuera se había hecho de noche, era jueves y la ciudad respiraba un cierto aire festivo.  Lou metió las manos en los bolsillos y volvió a agachar la cabeza, andando despacio y con dificultad entre las parejas que paseaban cogidas de la mano y los grupos de jóvenes que marchaban ruidosos ocupando toda la acera.
Caminó distraídamente hacia la parada de metro con la profunda sensación de no saber a ciencia cierta a dónde se dirigía, sus pies se movían de modo automático y su alcoholizado cerebro sólo alcanzaba a marcar el camino a casa, totalmente incapaz de plantear otra opción.  Se dejó caer en uno de los asientos del vagón y casi inmediatamente se quedó dormido.  Despertó justo una parada antes de llegar a su destino y se encaminó hacia casa abatido y lleno de angustia, dispuesto a aceptar lo que le esperase allí, ya fuera un bofetón, las maletas en la entrada, o algo peor.
Lou introdujo las llaves en la cerradura y dio dos vueltas, la puerta estaba cerrada.  Entró en casa y la recorrió lentamente, pasando de una habitación a otra con la mirada perdida, hasta que por fin se desplomó sobre un brazo del extremo del sofá.
Los padres de Laura habían comprado esa casa como inversión hacía dos años, y les habían permitido vivir allí sin coste alguno.  Era un apartamento precioso, muy amplio y moderno, decorado con gusto y muy funcional.  Si era posible establecer una analogía entre una persona y una vivienda, se podría decir que aquella casa era igual que Laura.  Después de todo, ella había sido la que había decidido la distribución de las habitaciones, el color de las paredes, los muebles, los cuadros que colgaban de las paredes.  Hacía meses que Lou se sentía como un extraño dentro de aquel lugar, una persona que había llegado de paso, un invitado que estaba alargando su estancia más de la cuenta.  Laura era una buena mujer, Lou quería creer que nunca sería capaz de echarle, pero sabía muy bien que no le faltaban motivos.  Hacía casi seis meses que no trabajaba, su vida se había convertido en un calvario autodestructivo de amargura y asilamiento, una existencia nihilista y vacía que chocaba con el creciente éxito profesional de Laura y su cada vez mayor interés en las relaciones sociales.  Ella era una persona trabajadora y ambiciosa, y encontrarse día tras día al hombre del que se enamoró tirado en el sofá con los ojos llorosos maldiciendo su suerte no ligaba nada bien con su idea acerca de lo que debía ser una pareja feliz, moderna y actual.
El alcohol se había evaporado y Lou comenzaba a tener apetito.  Fue a la cocina y al ir a abrir la nevera descubrió una nota pegada sobre la puerta.
“He ido a cenar con las chicas.  No volveré tarde.  Laura”
Lou respiró tranquilo, se preparó un sandwich y lo comió en el sofá viendo una vieja película de la Nueva Ola francesa. 
Cuando conoció a Laura solía pensar que tenían muchas cosas en común.  A los dos les encantaban los perros, les gustaba la música clásica y elegían la playa antes que la montaña.  Ella prefería el cine de las grandes salas y los best-sellers en lugar del cine independiente o los libros menos conocidos, pero a Lou no le importaba, se querían.
Cuando sus padres les dejaron la casa compraron un cachorro de Retriever y le llamaron “Rid”.  Todas las noches miraban alguna película de la colección de Lou mientras Rid jugueteaba con ellos correteando por el sofá, fueron tiempos felices.  El pobre perro murió a los nueve meses por una malformación cardíaca y los dos se quedaron muy tristes.  El tiempo pasó, Lou perdió su trabajo y Laura se enfadaba más a menudo, a él cada vez le aburría más la conversación de ella y a ella la irritaba que él siempre pusiera películas soporíferas por las noches.  Poco a poco se fueron distanciando, hasta terminar por aborrecerse el uno al otro.
Cuando Laura volvió de su cena Lou ya estaba en la cama, ella entró a la habitación y encendió la lámpara de la mesilla después de tantear torpemente donde se encontraba el interruptor.  Parecía borracha.
- Lou, ¿estás despierto?  - preguntó Laura con voz débil.
Lou estaba tumbado sobre su hombro derecho con los ojos abiertos y los brazos cubriéndole el torso, como si se estuviera abrazando él mismo.  Se concentro en respirar suavemente, evitando hacer ruido, dándose el mayor tiempo posible para decidir si contestar o no.
© D.A.S 2009  

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