Lou y Laura se
habían enzarzado en una violenta discusión por enésima vez en lo que iba de
semana. Era evidente que todo
estaba a punto de estallar, así que Lou, consciente de que era el que más tenía
que perder, salió de casa dando un portazo y maldiciendo y caminó a grandes
pasos hasta la estación de metro más cercana. Recorrió los gastados adoquines de la calle que separaban su
casa del suburbano con los ojos abrasados y la mirada clavada en el suelo,
pensando en como aquella horrible escena había llegado a convertirse en algo
tan terriblemente cotidiano y cavilando sobre si alguien aparte de él y Laura
se darían cuenta de que su vida se estaba yendo al garete. Quizá la vecina cotilla del piso de
enfrente emitiese juicio cada vez que Lou salía del portal jurando en voz alta
con las manos en los bolsillos, puede que hablase con su inerte marido en voz
alta comentando como aquellos jóvenes estaban tirando por la borda su relación,
o quizá el camarero del bar de la esquina donde Laura y Lou se emborrachaban a
menudo cuando fueron a vivir al barrio advirtiese que él ya únicamente iba solo
al bar y se emborrachaba solo o pasaba de largo con gesto grave y la cabeza
agachada y regresaba tambaleándose triste y solo. O era más que posible que nadie, ni los vecinos ni los
camareros ni el pakistaní de la tienda de ultramarinos ni el mendigo que dormía
en su portal ni absolutamente nadie se diera cuenta de que la vida de Lou se
estaba pudriendo. Seguramente esa
sería la afirmación más cercana a la realidad, al fin y al cabo, Lou conocía
ciertos retazos de la vida de toda aquellas personas a las que veía a diario,
hablaba e incluso simpatizaba con alguna de ellas, pero no sabía si su vida iba
bien o mal, si eran felices o no lo eran, y a decir verdad, no le importaba una
mierda, así que lo más lógico era pensar que su estado de ánimo o su futuro
inmediato tampoco significaban nada para el resto del mundo.
Al llegar al
centro de la ciudad Lou fue directamente a la vinoteca Florida, el lugar donde
acudía cuando las cosas con Laura se ponían demasiado oscuras como para que
ninguno de los dos pudiera aclararse.
Nada más entrar Lou levantó la cabeza por primera vez desde que había
salido de casa y sonrió como hacía días que no sonreía. Desde el otro lado de la sala, Vely, el
camarero, le devolvió la sonrisa y le invitó a sentarse en la barra. Vely era un tipo de mediana edad y
largo cabello cano, con una barriga generosa y una sonrisa sincera y cercana
que transmitía una sensación de levedad que ponía a Lou y a cualquiera en paz
con el mundo. A grandes rasgos,
Vely era como se suele decir, un buen tipo. Lou pidió una botella de Cirsus, uno de los tintos favoritos
de Laura, y pidió a Vely que le acompañara.
- Es la tercera
vez que vienes esta semana. – dijo
Vely sosteniendo la copa con dos dedos y mirando a Lou directamente a los ojos.
- Lo sé, las
cosas no están bien en casa.
- ¿No hay
novedades?
- No, no hay
trabajo, busco todo lo que puedo, día tras día me levanto a la misma hora que
Laura, preparo el desayuno y cuando ella se marcha paso horas navegando en
Internet intentando encontrar algo, cualquier cosa, ya no me importa, estoy
dispuesto a recoger la basura de la calle o a vender aspiradoras por teléfono
si es necesario, pero no encuentro nada.
Cada mañana es idéntica a la anterior, paso horas frente a la pantalla,
termino deprimiéndome como si fuera una puta viuda y me tumbo en el sofá,
incapaz de hacer nada.
- Lou, eres sin
duda la persona más inteligente que conozco, no me creo que no haya trabajo
para un tipo como tú. – comentó
Vely sonriente intentando animarle.
- ¿Insinúas que
no busco lo suficiente? -
respondió Lou irritado.
- ¿De qué coño
estás hablando? No me refería a
eso demonios, ya sabes lo que quiero decir.
- Lo siento
Vely, lo siento de verás, no sé que me ocurre, llevo así ya más de tres meses y
cada día que pasa me siento más amargado, un paso más cerca del final.
- ¿Qué
final? ¿De qué hablas?
- No, no te
asustes, no me voy a tirar por el puente, al menos no todavía. – contestó Lou sonriendo, apurando la
que era ya su tercera copa. Me
refiero a que no puedo más, no tengo fuerzas, conforme va pasando el tiempo las
cosas no hacen más que empeorar, es como si estuviera recorriendo triste y
lentamente un intrincado camino lleno de mierda. Estoy hundido hasta el cuello, no sé qué coño es lo que hay
al final de ese camino, pero aunque sé que seguramente no sea nada bueno, cada
vez tengo más ganas de llegar.
Quiero llegar allí, quiero que cambie algo, para bien o para mal, eso ya
no importa, pero cuanta más prisa quiero darme más lento me parece estar
avanzando, es como estar en un callejón sin salida.
- Escucha amigo,
sé que suena a tópico, y de hecho lo es, pero no por ello es menos cierto. Todo pasa, ¿me escuchas?, sé que no
estás en tu mejor momento, pero todo pasará, vendrán tiempos mejores, apuesto
mi culo a que así será maldita sea.
Vely se había
inclinado ligeramente sobre la barra y hablaba con la boca muy cerca del rostro
de Lou. Lou había cerrado los
ojos, ya estaba borracho, y escuchaba las palabras de Vely altas y claras,
penetrando profundamente en su cerebro como un haiku, una voz calmada y
conciliadora que ya había escuchado otras veces y que parecía ser lo único
capaz de transmitirle esperanza en un mundo en el que todos miraban hacia otro
lado. Visitar a Vely era sin duda
lo más parecido a ir a la Iglesia que había hecho en su vida.
Lou pidió otra
botella y la bebió pausadamente, mirando hacia todas partes con gesto confuso,
ebrio. Vely lo miraba desde el
otro lado de la barra, ya sin sonreír, y de vez en cuando se le acercaba e
intentaba entablar algo de conversación.
Cuando Lou comenzó a frecuentar el Florida solía pasar horas parloteando
con Vely. A ambos les apasionaba
el cine y conversaban durante noches enteras debatiendo acerca de si Marlene
Dietricht era más guapa que Rita Hayworth o sobre cual era la mejor película de
Kim Ki Duk. Vely solía ir a la
carrera de un extremo a otro de la barra, sirviendo copas y descorchando
botellas a toda velocidad, tratando de tener atendido a todo el mundo para
regresar volando a su taburete y continuar la conversación con Lou. Hacía ya tiempo que habían dejado de
discutir sobre cine, Lou cada vez estaba más triste y hablaba menos. A Vely esto le preocupaba, pero no son
muchos los problemas que se pueden resolver desde detrás de la barrera.
Cuando Lou
terminó la botella levantó la cabeza y se dio cuenta de que el bar se había ido
llenando de gente de un modo casi imperceptible. Un flujo de personas circulaba constantemente por la barra
flotando alrededor de él, como si no fuera más que un taburete vacío. Vely ya no se acercaba a hablar y casi
ni le miraba cuando pasaba por su lado.
Cuando el lugar se llenó del todo y en el aire bailaba el olor a vino y
se escuchaban las carcajadas de la gente y sus conversaciones alegres y
despreocupadas Lou se puso triste, compró otra botella y salió del local con
una mueca de aturdimiento diciendo adiós a Vely, que le dedicó una última
sonrisa y un ligero movimiento de cabeza.
Afuera se había
hecho de noche, era jueves y la ciudad respiraba un cierto aire festivo. Lou metió las manos en los bolsillos y
volvió a agachar la cabeza, andando despacio y con dificultad entre las parejas
que paseaban cogidas de la mano y los grupos de jóvenes que marchaban ruidosos
ocupando toda la acera.
Caminó
distraídamente hacia la parada de metro con la profunda sensación de no saber a
ciencia cierta a dónde se dirigía, sus pies se movían de modo automático y su
alcoholizado cerebro sólo alcanzaba a marcar el camino a casa, totalmente
incapaz de plantear otra opción.
Se dejó caer en uno de los asientos del vagón y casi inmediatamente se
quedó dormido. Despertó justo una
parada antes de llegar a su destino y se encaminó hacia casa abatido y lleno de
angustia, dispuesto a aceptar lo que le esperase allí, ya fuera un bofetón, las
maletas en la entrada, o algo peor.
Lou introdujo
las llaves en la cerradura y dio dos vueltas, la puerta estaba cerrada. Entró en casa y la recorrió lentamente,
pasando de una habitación a otra con la mirada perdida, hasta que por fin se
desplomó sobre un brazo del extremo del sofá.
Los padres de
Laura habían comprado esa casa como inversión hacía dos años, y les habían
permitido vivir allí sin coste alguno.
Era un apartamento precioso, muy amplio y moderno, decorado con gusto y
muy funcional. Si era posible
establecer una analogía entre una persona y una vivienda, se podría decir que
aquella casa era igual que Laura.
Después de todo, ella había sido la que había decidido la distribución
de las habitaciones, el color de las paredes, los muebles, los cuadros que
colgaban de las paredes. Hacía
meses que Lou se sentía como un extraño dentro de aquel lugar, una persona que
había llegado de paso, un invitado que estaba alargando su estancia más de la
cuenta. Laura era una buena mujer,
Lou quería creer que nunca sería capaz de echarle, pero sabía muy bien que no
le faltaban motivos. Hacía casi
seis meses que no trabajaba, su vida se había convertido en un calvario
autodestructivo de amargura y asilamiento, una existencia nihilista y vacía que
chocaba con el creciente éxito profesional de Laura y su cada vez mayor interés
en las relaciones sociales. Ella
era una persona trabajadora y ambiciosa, y encontrarse día tras día al hombre
del que se enamoró tirado en el sofá con los ojos llorosos maldiciendo su
suerte no ligaba nada bien con su idea acerca de lo que debía ser una pareja
feliz, moderna y actual.
El alcohol se
había evaporado y Lou comenzaba a tener apetito. Fue a la cocina y al ir a abrir la nevera descubrió una nota
pegada sobre la puerta.
“He ido a
cenar con las chicas. No volveré
tarde. Laura”
Lou respiró
tranquilo, se preparó un sandwich y lo comió en el sofá viendo una vieja
película de la Nueva Ola francesa.
Cuando conoció a
Laura solía pensar que tenían muchas cosas en común. A los dos les encantaban los perros, les gustaba la música
clásica y elegían la playa antes que la montaña. Ella prefería el cine de las grandes salas y los
best-sellers en lugar del cine independiente o los libros menos conocidos, pero
a Lou no le importaba, se querían.
Cuando sus
padres les dejaron la casa compraron un cachorro de Retriever y le llamaron “Rid”. Todas las noches miraban alguna
película de la colección de Lou mientras Rid jugueteaba con ellos correteando
por el sofá, fueron tiempos felices.
El pobre perro murió a los nueve meses por una malformación cardíaca y
los dos se quedaron muy tristes.
El tiempo pasó, Lou perdió su trabajo y Laura se enfadaba más a menudo,
a él cada vez le aburría más la conversación de ella y a ella la irritaba que
él siempre pusiera películas soporíferas por las noches. Poco a poco se fueron distanciando,
hasta terminar por aborrecerse el uno al otro.
Cuando Laura
volvió de su cena Lou ya estaba en la cama, ella entró a la habitación y
encendió la lámpara de la mesilla después de tantear torpemente donde se
encontraba el interruptor. Parecía
borracha.
- Lou, ¿estás
despierto? - preguntó Laura con
voz débil.
Lou estaba
tumbado sobre su hombro derecho con los ojos abiertos y los brazos cubriéndole
el torso, como si se estuviera abrazando él mismo. Se concentro en respirar suavemente, evitando hacer ruido, dándose
el mayor tiempo posible para decidir si contestar o no.
© D.A.S 2009
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