Lou se quedo
callado, y Laura pensó que estaba dormido y no quiso despertarle. Se puso el camisón y se tumbó en la otra
mitad de la cama.
A la mañana
siguiente el sol entraba por las rendijas de la persiana y daba directamente en
la espalda de Lou. Cuando este se
despertó abrió los ojos y vio la habitación tenuemente iluminada, se mantuvo
inmóvil durante unos minutos, sin saber exactamente que hora era y en tensión
por el hecho de que quizá Laura estuviese todavía en casa. Cuando por fin se decidió dio media
vuelta y comprobó que la cama estaba vacía.
El día
transcurrió como un calco de los anteriores, triste y aburrido. Cuando cayó la tarde Lou se sirvió una
copa de vino y descubrió en el mueble bar la botella de Cirsus que había
comprado el día anterior. Sintió
un impulso irracional y melancólico, mezclado con algo que casi parecía ser
alegría, y decidió preparar una cena especial y beber el vino junto a Laura
aquella noche.
Rebuscó en los
armarios y la nevera y encontró dos confits de pato que, casualmente, caducaban
precisamente aquel día. Dio
vueltas durante un rato a la manera de cocinarlos y, tras ojear un par de
libros de cocina, se decidió por lo que le resultó más llamativo y original,
acompañarlos con una salsa de chocolate.
Tras casi dos horas en la cocina el pato estaba en el horno ya cocinado,
reposando sus últimos jugos y cubierto por una suave salsa de chocolate y
especias, la mesa estaba puesta y en el medio de la misma había una ensalada
con un aspecto precioso, como sacada de un cuadro, una fiesta de colores y
formas con lechugas de diferentes variedades y pedazos de fruta. Al lado de la ensalada estaban las dos
copas Burdeos con las que antes se emborrachaban juntos y con las que ahora se
emborrachaban solos y junto a ellas la botella de Cirsus que Lou había comprado
en el Florida la noche anterior.
Lou se relajó en
el sofá a esperar a que Laura apareciese por la puerta y se sintió feliz por
primera vez en mucho tiempo. Si
había sido capaz de luchar contra sus demonios y dejar a un lado la pereza y la
desgana para intentar hacer sonreír a Laura, si había logrado dar ese paso,
quizá podría a partir de entonces conseguir dar muchos otros. Aquello era sólo el principio, estaba
volviendo a luchar por lo que quería, quizá después de todo aún estuviese a
tiempo de salvar su vida.
Puso un disco de
Schubert interpretado por el Keller Quartet que Laura le había regalado hacía
varios años y que acostumbraban a poner en las ocasiones especiales y
esperó. Esperó.
El tiempo iba
pasando y Lou comenzaba a impacientarse.
Decidió darse de tiempo una pieza más y cuando terminó el Allegro que
aparecía en la película “La muerte y la doncella” cogió el teléfono y marcó el
número de Laura.
- ¿Hola?
- Hola Lou, ¿qué
ocurre? Estoy en el centro cenando
con las chicas. – dijo la voz de
Laura con un suave tumulto como ruido de fondo.
- Hola, llamaba
sólo para preguntar si ibas a venir a cenar. – contestó tímidamente Lou.
- Ya estoy
cenando, iré después a casa.
- ¿Llegarás
tarde?
- Es posible,
quizá salgamos a tomar una copa, es viernes.
- De acuerdo,
adiós. – dijo Lou cerrando la
conversación con un tono de absoluta tristeza totalmente imperceptible para
Laura.
Nada más colgar
el teléfono se dirigió hacia la mesa, descorchó la botella de vino, se sirvió
una copa y regresó de nuevo al sofá.
Cuando terminó la botella comenzó a recoger calmadamente la mesa,
volviendo a meter los cubiertos en el cajón, las velas en el armario, la copa
de Laura en el mueble bar. Casi no
se acordaba de los muslos de pato, abrió el horno y los tiró a la basura. Tenían un aspecto magnífico, casi
idéntico al que presentaban un par de horas atrás, pero ahora le parecían
incomibles, además, ya no tenía hambre.
Se sentó de nuevo en el sofá y puso una antigua película muda que solía
ponerle de buen humor. A los pocos
minutos, borracho y aburrido, cogió una botella de tinto del mueble bar, la
descorchó, volvió a meter el corcho en su sitio y salió a la calle con la
botella en una bolsa de plástico.
Al salir se fijó
en que su vecina estaba husmeando desde la ventana como de costumbre, la miró
fijamente durante unos instantes pero no dijo nada, continuó subiendo calle
arriba y cuando pasó por el bar donde primero se emborrachaba con Laura y
después se emborrachaba solo y saludó con un movimiento de cabeza al
camarero. Continuó subiendo, a
pesar de llevar dos años viviendo en el barrio apenas lo conocía, era una zona
residencial con poco movimiento y normalmente cuando salía de casa era para ir
al centro o la zona vieja de la ciudad.
Cuando llevaba diez minutos caminando notó que las calles comenzaban a
ser más estrechas y las casas más bajas, y en el ambiente se palpaba una algarabía
fuera de lo común. Siguió paseando
y descubrió que había cambiado de barrio y que en ese barrio se encontraban en
fiestas. Se dedicó a seguir a las
multitudes y estas terminaron por desembocar en una gigantesca explanada en la
que había un gran número de casetas de feria y atracciones diversas. Lou se internó en aquella maraña de
ruido, luces deslumbrantes y gente de clase media disparando escopetas y
jugando a la tómbola. Todo el
mundo parecía feliz, todos sonreían, gritaban, jugaban. Lou miraba una y otra vez a su
alrededor pero no se sentía desdichado, estaba triste, pero tenía una cosa
clara, la felicidad no era eso.
Siguió caminando
recorriendo el sendero que parecía llevar al final de todo el entramado ferial,
donde se alzaba imponente una enorme carpa de circo en cuya entrada
resplandecía brillante un cartel luminoso que rezaba “Circo Montisantti”. Lou nunca había estado en el circo, lo
encontraba romántico, un resquicio de otra época con cierto encanto y unas
dosis de excentricidad que le resultaban graciosas, pero nunca había entrado en
ninguno. Sin dudarlo, escondió la
botella debajo del brazo, pagó la entrada y pasó al interior. En contraste con
la animada aglomeración del exterior, el circo presentaba un aspecto realmente
penoso, sin apenas público, a pesar de ser la noche del estreno.
Tras dos horas
de payasos, trapecistas, mujeres barbudas, hombres bala y animales imposibles
Lou salió con una idea retumbándole en la cabeza: el circo era igual o más
triste que la vida misma. Recorrió
de nuevo el camino de salida de la feria peleándose con la marabunta de gente
que se amontonaba por todas partes.
Regresó a casa
caminando y poco a poco fue dejando atrás a la ruidosa muchedumbre hasta que,
cuando por fin llegó a su barrio, se respiraba una quietud máxima, ya era más
de medianoche y normalmente a esas horas no se oía ni un alma. El bar de la esquina ya estaba cerrado,
las luces de su vecina estaban apagadas e incluso el pakistaní tenía ya la
persiana de su comercio a medio bajar.
Subió a casa y
se sirvió un bourbon mientras
escuchaba de nuevo el disco de Schubert.
Se mantuvo sentado en el sofá con el vaso en la mano moviendo únicamente
la cabeza al son de la música que salía del equipo estéreo, hasta que,
finalmente, se quedó dormido.
Horas después se
despertó nerviosamente, se levantó y miró la hora en el reloj de la
cocina. Eran las 4 de la
mañana. Entró con cuidado a la
habitación y se cercioró de que Laura no hubiese regresado todavía. Se puso el pijama a toda prisa con la
intención de no darse tiempo a despertar de verdad y tener que volver a
sentirse triste de nuevo, se metió en la cama y, casi al instante, se quedó
dormido.
La mañana
siguiente el sol en su espalda volvió a despertarle, y de nuevo sintió angustia
ante la duda de si Laura estaría todavía tumbada a su lado o preparando café en
la cocina. Decidió esperar un rato
y cuando hubo transcurrido alrededor de media hora decidió que era seguro
levantarse. Era más de mediodía y
Laura no estaba en casa. No le dio
mucha importancia, preparó el desayuno y leyó la edición digital del
periódico. Cuando estuvo más
despejado y tras pensarlo mucho, la llamó por teléfono.
- Hola Laura.
- Hola Lou,
¿leíste mi mensaje? - dijo Laura
secamente.
- No, la verdad
es que no. ¿Dónde has dormido?
- Vinimos a
tomar una copa a casa de Marta, se hizo tarde y me quedé aquí, te lo expliqué
en el mensaje.
- Entiendo. ¿vas a venir a comer?
- No creo, hace
un día fantástico, ¿no has visto que sol?
Creo que iremos a comer a la terraza del italiano que hay al lado del
Museo de Arte Moderno.
- De acuerdo.
- Bien, nos
veremos en la cena. Adiós.
Lou paso el
resto del día deambulando entre el mueble-bar, el sofá y la nevera. Vio un par de películas y se
emborrachó. Se quedó dormido y se
despertó cuando ya estaba atardeciendo.
Se dio una ducha y bajó al bar donde solía emborracharse con Laura a ver
el partido del sábado.
Salió del portal
sintiendo como la mirada de su vecina se le clavaba en la nuca y saludó
amablemente al pakistaní que estaba en la puerta de su comercio, el cual le
devolvió el saludo con una sonrisa en el rostro.
Cuando entró al
bar el partido ya había empezado y había bastante jaleo, se sentó en la barra y
pidió una cerveza doble malta. El
camarero le sirvió y se situó junto a él con el codo apoyado en la barra.
- ¿Qué tal te va
Lou? Hacía días que ni Laura ni tú
pasabais por aquí. Al principio
veníais juntos, después separados, ahora ni siquiera venís.
- Hola Nigo, qué
hay. No, hacía tiempo que no
venía. No corren buenos tiempos. – contestó Lou muy serio. Y después levantó su botella de cerveza
y le dio un largo trago, sin dejar de mirar al televisor.
Ambos hombres
guardaron silencio unos instantes,
y a pesar del bullicio habitual que se formaba cuando había partido e
inundaba todo de gritos, ruidos de botellas chocando y aplausos o abucheos, Lou
sintió que todo se detenía y que era incapaz de oír nada. Se quedó embelesado durante unos
instantes, mirando la pantalla sin ver nada, hasta que se dio cuenta de que
Nigo le estaba tocando el hombro.
- ¡Chico! ¡Estás en las nubes! Te decía que así son las mujeres, no
puedes vivir con ellas, pero tampoco puedes pasar sin tenerlas cerca ¿verdad? - dijo Nigo sonriente.
- Supongo. – contestó Lou.
Tras unas
cuantas botellas más el partido terminó.
El equipo de Lou había empatado.
Salió del bar borracho despidiéndose de Nigo con un apretón de manos y
prometiéndole no tardar tanto en volver, y comenzó a andar, siguiendo
inconscientemente el mismo camino que había recorrido el día anterior y le
había llevado hasta el circo.
Cuando estuvo frente a las taquillas vio que estaba a punto de empezar
la última función del día. Buscó
su cartera, casi no le quedaba dinero, pero le llegaba para una de las entradas
baratas, así que sacó un ticket y entró.
El circo tenía
el mismo aspecto macilento y desangelado del día anterior, y a Lou le dio la
impresión de que había exactamente el mismo número de espectadores. Intentó luchar contra su ebriedad y
poner un poco de atención en las caras de las personas que estaban sentadas a
su alrededor, no podía asegurarlo, pero habría jurado que aquella gente era la
misma que había estado a su lado la noche anterior. Dio vueltas a este pensamiento durante un rato y llegó
incluso a plantearse la disparatada idea de que esas personas siempre estaban
allí.
Cuando terminó
la función volvió a describir aquel camino que separaba el circo de la puerta
de su casa y que comenzaba a resultarle extrañamente familiar. Cuando metió las llaves se dio cuenta
de que la puerta estaba abierta, entró y saludó a Laura, que estaba sentada en
el sofá mirando la televisión.
- Hola, ¿qué
tal?
- Bien, ¿de
dónde vienes? - preguntó Laura con
tono apagado.
- He ido a dar
un paseo.
- Creía que
estarías aquí a la hora de cenar.
Pensaba que íbamos a cenar juntos.
– volvió a hablar Laura, esta vez con un tono todavía más afligido.
- No estaba
seguro de si vendrías o no, la verdad.
- Preparé sushi,
se me había ocurrido hacer una cena especial. He comprado una botella de Cirsus, pensé que podríamos
beberla y charlar un rato.
- ¿Y el
sushi? - preguntó extrañado Lou
frente a la mesa vacía.
- Lo he
tirado. Yo no tenía hambre, y al
ver que no venías lo he bajado al contenedor, no quería que la casa apestase a
podrido.
- Ya,
entiendo. ¿Aún te apetece la
botella de vino? - preguntó Lou
tratando de parecer conciliador.
- Mejor tómatela
tú, yo me voy a la cama, estoy cansada.
– dijo Laura mientras apagaba la televisión, se levantaba del sofá y
salía de la habitación, todo en cuestión de segundos.
Lou abrió la
botella de vino, puso la película “Maridos y mujeres” con la intención de
establecer metáforas con su propia existencia y se hundió en el sofá. Cuando
terminó la cinta, pasó por el baño y fue a la habitación. Al entrar en la cama se dio cuenta de
que Laura estaba despierta, se acercó a ella y le habló a su espalda.
- Laura, ¿estás
despierta? - preguntó con voz
dócil.
- Sí. – contestó ella ásperamente.
- ¿Qué nos ha
pasado? ¿Cómo hemos podido llegar
hasta aquí?
- No lo sé Lou,
pero estoy harta, no aguanto más, esto no tiene arreglo. – contestó muy decidida.
- ¿De verás
crees que esto no tiene solución?
No puedes hablar en serio.
– Aquella pregunta parecía ir más dirigida a él mismo que a Laura, era
la primera vez que se planteaba de verás aquello.
- Déjame
dormir. – dijo Laura entre
sollozos. No pudo alcanzar a ver
si ella estaba llorando.
Lou dio medio
vuelta y se quedó mirando al techo, pensando seriamente en que era muy posible
que su historia, como había dicho Laura, y su vida, como él llevaba meses
pensando, no tuviesen arreglo.
© D.A.S 2009
Recomendación musical : Half Handed-clouded - Cut me down & count my rings
El siempre
extravagante John Ringhofer se descuelga definitivamente con este “Cut me down
& count my rings”, una bizarra colección de sus compilaciones caseras,
EP’s, cassetes antiguos, vinilos y demás rarezas desde el año 2000 hasta la
actualidad. 46 temas, la mayoría
de ellos de escasa duración, que recorren la trayectoria de uno de los artistas
más bizarros, originales y apasionantes del panorama art-pop actual.
Lo extenso del
tracklist nos transporta desde terrenos lo-fi ruidosos y saturados, que
recuerdan al Ariel Pink menos oscuro y más ligero, hasta atractivas piezas que
no superan el minuto y que se basan en dos acordes, un estribillo, un arreglo o
un compás, y que resultan atractivas y divertidas a partes iguales a pesar de
su reducida duración, como podían serlo las canciones más breves y
extravagantes del “69 love songs” de los Magnetic Fields. Destacar entre todo el entramado del
disco los 5 temas sobrearreglados y ornamentales del “What’s the Remedy” (en
colaboración con su amiguete Sufjan Stevens), y el frenético medley del 7” “Why?”.
Un disco extraño
y encantador, ajeno a todo convencionalismo y que aúna características del
mejor freak-folk de andar por casa con estribillos pop y construcciones
luminosas y alegres. Una obra de
musimática amateur confusa y divertida, llena de clase e ingenio, que deja al
oyente con una sonrisa en la cara y la sensación de haber escuchado algo bueno
y diferente.
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