viernes, 19 de marzo de 2010

CIRCO MONTISANTTI (2/3)



Lou se quedo callado, y Laura pensó que estaba dormido y no quiso despertarle.  Se puso el camisón y se tumbó en la otra mitad de la cama.
A la mañana siguiente el sol entraba por las rendijas de la persiana y daba directamente en la espalda de Lou.  Cuando este se despertó abrió los ojos y vio la habitación tenuemente iluminada, se mantuvo inmóvil durante unos minutos, sin saber exactamente que hora era y en tensión por el hecho de que quizá Laura estuviese todavía en casa.  Cuando por fin se decidió dio media vuelta y comprobó que la cama estaba vacía.
El día transcurrió como un calco de los anteriores, triste y aburrido.  Cuando cayó la tarde Lou se sirvió una copa de vino y descubrió en el mueble bar la botella de Cirsus que había comprado el día anterior.  Sintió un impulso irracional y melancólico, mezclado con algo que casi parecía ser alegría, y decidió preparar una cena especial y beber el vino junto a Laura aquella noche.
Rebuscó en los armarios y la nevera y encontró dos confits de pato que, casualmente, caducaban precisamente aquel día.  Dio vueltas durante un rato a la manera de cocinarlos y, tras ojear un par de libros de cocina, se decidió por lo que le resultó más llamativo y original, acompañarlos con una salsa de chocolate.  Tras casi dos horas en la cocina el pato estaba en el horno ya cocinado, reposando sus últimos jugos y cubierto por una suave salsa de chocolate y especias, la mesa estaba puesta y en el medio de la misma había una ensalada con un aspecto precioso, como sacada de un cuadro, una fiesta de colores y formas con lechugas de diferentes variedades y pedazos de fruta.  Al lado de la ensalada estaban las dos copas Burdeos con las que antes se emborrachaban juntos y con las que ahora se emborrachaban solos y junto a ellas la botella de Cirsus que Lou había comprado en el Florida la noche anterior.
Lou se relajó en el sofá a esperar a que Laura apareciese por la puerta y se sintió feliz por primera vez en mucho tiempo.  Si había sido capaz de luchar contra sus demonios y dejar a un lado la pereza y la desgana para intentar hacer sonreír a Laura, si había logrado dar ese paso, quizá podría a partir de entonces conseguir dar muchos otros.  Aquello era sólo el principio, estaba volviendo a luchar por lo que quería, quizá después de todo aún estuviese a tiempo de salvar su vida.
Puso un disco de Schubert interpretado por el Keller Quartet que Laura le había regalado hacía varios años y que acostumbraban a poner en las ocasiones especiales y esperó.  Esperó.
El tiempo iba pasando y Lou comenzaba a impacientarse.  Decidió darse de tiempo una pieza más y cuando terminó el Allegro que aparecía en la película “La muerte y la doncella” cogió el teléfono y marcó el número de Laura.
- ¿Hola?
- Hola Lou, ¿qué ocurre?  Estoy en el centro cenando con las chicas.  – dijo la voz de Laura con un suave tumulto como ruido de fondo.
- Hola, llamaba sólo para preguntar si ibas a venir a cenar.  – contestó tímidamente Lou.
- Ya estoy cenando, iré después a casa.
- ¿Llegarás tarde?
- Es posible, quizá salgamos a tomar una copa, es viernes.
- De acuerdo, adiós.  – dijo Lou cerrando la conversación con un tono de absoluta tristeza totalmente imperceptible para Laura.
Nada más colgar el teléfono se dirigió hacia la mesa, descorchó la botella de vino, se sirvió una copa y regresó de nuevo al sofá.  Cuando terminó la botella comenzó a recoger calmadamente la mesa, volviendo a meter los cubiertos en el cajón, las velas en el armario, la copa de Laura en el mueble bar.  Casi no se acordaba de los muslos de pato, abrió el horno y los tiró a la basura.  Tenían un aspecto magnífico, casi idéntico al que presentaban un par de horas atrás, pero ahora le parecían incomibles, además, ya no tenía hambre.  Se sentó de nuevo en el sofá y puso una antigua película muda que solía ponerle de buen humor.  A los pocos minutos, borracho y aburrido, cogió una botella de tinto del mueble bar, la descorchó, volvió a meter el corcho en su sitio y salió a la calle con la botella en una bolsa de plástico.
Al salir se fijó en que su vecina estaba husmeando desde la ventana como de costumbre, la miró fijamente durante unos instantes pero no dijo nada, continuó subiendo calle arriba y cuando pasó por el bar donde primero se emborrachaba con Laura y después se emborrachaba solo y saludó con un movimiento de cabeza al camarero.  Continuó subiendo, a pesar de llevar dos años viviendo en el barrio apenas lo conocía, era una zona residencial con poco movimiento y normalmente cuando salía de casa era para ir al centro o la zona vieja de la ciudad.  Cuando llevaba diez minutos caminando notó que las calles comenzaban a ser más estrechas y las casas más bajas, y en el ambiente se palpaba una algarabía fuera de lo común.  Siguió paseando y descubrió que había cambiado de barrio y que en ese barrio se encontraban en fiestas.  Se dedicó a seguir a las multitudes y estas terminaron por desembocar en una gigantesca explanada en la que había un gran número de casetas de feria y atracciones diversas.  Lou se internó en aquella maraña de ruido, luces deslumbrantes y gente de clase media disparando escopetas y jugando a la tómbola.  Todo el mundo parecía feliz, todos sonreían, gritaban, jugaban.  Lou miraba una y otra vez a su alrededor pero no se sentía desdichado, estaba triste, pero tenía una cosa clara, la felicidad no era eso.
Siguió caminando recorriendo el sendero que parecía llevar al final de todo el entramado ferial, donde se alzaba imponente una enorme carpa de circo en cuya entrada resplandecía brillante un cartel luminoso que rezaba “Circo Montisantti”.  Lou nunca había estado en el circo, lo encontraba romántico, un resquicio de otra época con cierto encanto y unas dosis de excentricidad que le resultaban graciosas, pero nunca había entrado en ninguno.  Sin dudarlo, escondió la botella debajo del brazo, pagó la entrada y pasó al interior. En contraste con la animada aglomeración del exterior, el circo presentaba un aspecto realmente penoso, sin apenas público, a pesar de ser la noche del estreno.
Tras dos horas de payasos, trapecistas, mujeres barbudas, hombres bala y animales imposibles Lou salió con una idea retumbándole en la cabeza: el circo era igual o más triste que la vida misma.  Recorrió de nuevo el camino de salida de la feria peleándose con la marabunta de gente que se amontonaba por todas partes. 
Regresó a casa caminando y poco a poco fue dejando atrás a la ruidosa muchedumbre hasta que, cuando por fin llegó a su barrio, se respiraba una quietud máxima, ya era más de medianoche y normalmente a esas horas no se oía ni un alma.  El bar de la esquina ya estaba cerrado, las luces de su vecina estaban apagadas e incluso el pakistaní tenía ya la persiana de su comercio a medio bajar.
Subió a casa y se sirvió un  bourbon mientras escuchaba de nuevo el disco de Schubert.  Se mantuvo sentado en el sofá con el vaso en la mano moviendo únicamente la cabeza al son de la música que salía del equipo estéreo, hasta que, finalmente, se quedó dormido.
Horas después se despertó nerviosamente, se levantó y miró la hora en el reloj de la cocina.  Eran las 4 de la mañana.  Entró con cuidado a la habitación y se cercioró de que Laura no hubiese regresado todavía.  Se puso el pijama a toda prisa con la intención de no darse tiempo a despertar de verdad y tener que volver a sentirse triste de nuevo, se metió en la cama y, casi al instante, se quedó dormido.
La mañana siguiente el sol en su espalda volvió a despertarle, y de nuevo sintió angustia ante la duda de si Laura estaría todavía tumbada a su lado o preparando café en la cocina.  Decidió esperar un rato y cuando hubo transcurrido alrededor de media hora decidió que era seguro levantarse.  Era más de mediodía y Laura no estaba en casa.  No le dio mucha importancia, preparó el desayuno y leyó la edición digital del periódico.  Cuando estuvo más despejado y tras pensarlo mucho, la llamó por teléfono.
- Hola Laura.
- Hola Lou, ¿leíste mi mensaje?  - dijo Laura secamente.
- No, la verdad es que no.  ¿Dónde has dormido?
- Vinimos a tomar una copa a casa de Marta, se hizo tarde y me quedé aquí, te lo expliqué en el mensaje.
- Entiendo.  ¿vas a venir a comer?
- No creo, hace un día fantástico, ¿no has visto que sol?  Creo que iremos a comer a la terraza del italiano que hay al lado del Museo de Arte Moderno.
- De acuerdo.
- Bien, nos veremos en la cena.  Adiós.
Lou paso el resto del día deambulando entre el mueble-bar, el sofá y la nevera.  Vio un par de películas y se emborrachó.  Se quedó dormido y se despertó cuando ya estaba atardeciendo.  Se dio una ducha y bajó al bar donde solía emborracharse con Laura a ver el partido del sábado.
Salió del portal sintiendo como la mirada de su vecina se le clavaba en la nuca y saludó amablemente al pakistaní que estaba en la puerta de su comercio, el cual le devolvió el saludo con una sonrisa en el rostro.
Cuando entró al bar el partido ya había empezado y había bastante jaleo, se sentó en la barra y pidió una cerveza doble malta.  El camarero le sirvió y se situó junto a él con el codo apoyado en la barra.
- ¿Qué tal te va Lou?  Hacía días que ni Laura ni tú pasabais por aquí.  Al principio veníais juntos, después separados, ahora ni siquiera venís.
- Hola Nigo, qué hay.  No, hacía tiempo que no venía.  No corren buenos tiempos.  – contestó Lou muy serio.  Y después levantó su botella de cerveza y le dio un largo trago, sin dejar de mirar al televisor.
Ambos hombres guardaron silencio unos instantes,  y a pesar del bullicio habitual que se formaba cuando había partido e inundaba todo de gritos, ruidos de botellas chocando y aplausos o abucheos, Lou sintió que todo se detenía y que era incapaz de oír nada.  Se quedó embelesado durante unos instantes, mirando la pantalla sin ver nada, hasta que se dio cuenta de que Nigo le estaba tocando el hombro.
- ¡Chico!  ¡Estás en las nubes!  Te decía que así son las mujeres, no puedes vivir con ellas, pero tampoco puedes pasar sin tenerlas cerca ¿verdad?  - dijo Nigo sonriente.
- Supongo.  – contestó Lou.
Tras unas cuantas botellas más el partido terminó.  El equipo de Lou había empatado.  Salió del bar borracho despidiéndose de Nigo con un apretón de manos y prometiéndole no tardar tanto en volver, y comenzó a andar, siguiendo inconscientemente el mismo camino que había recorrido el día anterior y le había llevado hasta el circo.  Cuando estuvo frente a las taquillas vio que estaba a punto de empezar la última función del día.  Buscó su cartera, casi no le quedaba dinero, pero le llegaba para una de las entradas baratas, así que sacó un ticket y entró.
El circo tenía el mismo aspecto macilento y desangelado del día anterior, y a Lou le dio la impresión de que había exactamente el mismo número de espectadores.  Intentó luchar contra su ebriedad y poner un poco de atención en las caras de las personas que estaban sentadas a su alrededor, no podía asegurarlo, pero habría jurado que aquella gente era la misma que había estado a su lado la noche anterior.  Dio vueltas a este pensamiento durante un rato y llegó incluso a plantearse la disparatada idea de que esas personas siempre estaban allí.
Cuando terminó la función volvió a describir aquel camino que separaba el circo de la puerta de su casa y que comenzaba a resultarle extrañamente familiar.  Cuando metió las llaves se dio cuenta de que la puerta estaba abierta, entró y saludó a Laura, que estaba sentada en el sofá mirando la televisión.
- Hola, ¿qué tal?
- Bien, ¿de dónde vienes?  - preguntó Laura con tono apagado.
- He ido a dar un paseo.
- Creía que estarías aquí a la hora de cenar.  Pensaba que íbamos a cenar juntos.  – volvió a hablar Laura, esta vez con un tono todavía más afligido.
- No estaba seguro de si vendrías o no, la verdad.
- Preparé sushi, se me había ocurrido hacer una cena especial.  He comprado una botella de Cirsus, pensé que podríamos beberla y charlar un rato.
- ¿Y el sushi?  - preguntó extrañado Lou frente a la mesa vacía.
- Lo he tirado.  Yo no tenía hambre, y al ver que no venías lo he bajado al contenedor, no quería que la casa apestase a podrido.
- Ya, entiendo.  ¿Aún te apetece la botella de vino?  - preguntó Lou tratando de parecer conciliador.
- Mejor tómatela tú, yo me voy a la cama, estoy cansada.  – dijo Laura mientras apagaba la televisión, se levantaba del sofá y salía de la habitación, todo en cuestión de segundos.
Lou abrió la botella de vino, puso la película “Maridos y mujeres” con la intención de establecer metáforas con su propia existencia y se hundió en el sofá. Cuando terminó la cinta, pasó por el baño y fue a la habitación.  Al entrar en la cama se dio cuenta de que Laura estaba despierta, se acercó a ella y le habló a su espalda.
- Laura, ¿estás despierta?  - preguntó con voz dócil.
- Sí.  – contestó ella ásperamente.
- ¿Qué nos ha pasado?  ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí?
- No lo sé Lou, pero estoy harta, no aguanto más, esto no tiene arreglo.  – contestó muy decidida.
- ¿De verás crees que esto no tiene solución?  No puedes hablar en serio.  – Aquella pregunta parecía ir más dirigida a él mismo que a Laura, era la primera vez que se planteaba de verás aquello.
- Déjame dormir.  – dijo Laura entre sollozos.  No pudo alcanzar a ver si ella estaba llorando.
Lou dio medio vuelta y se quedó mirando al techo, pensando seriamente en que era muy posible que su historia, como había dicho Laura, y su vida, como él llevaba meses pensando, no tuviesen arreglo.

© D.A.S 2009  





El siempre extravagante John Ringhofer se descuelga definitivamente con este “Cut me down & count my rings”, una bizarra colección de sus compilaciones caseras, EP’s, cassetes antiguos, vinilos y demás rarezas desde el año 2000 hasta la actualidad.  46 temas, la mayoría de ellos de escasa duración, que recorren la trayectoria de uno de los artistas más bizarros, originales y apasionantes del panorama art-pop actual.
Lo extenso del tracklist nos transporta desde terrenos lo-fi ruidosos y saturados, que recuerdan al Ariel Pink menos oscuro y más ligero, hasta atractivas piezas que no superan el minuto y que se basan en dos acordes, un estribillo, un arreglo o un compás, y que resultan atractivas y divertidas a partes iguales a pesar de su reducida duración, como podían serlo las canciones más breves y extravagantes del “69 love songs” de los Magnetic Fields.  Destacar entre todo el entramado del disco los 5 temas sobrearreglados y ornamentales del “What’s the Remedy” (en colaboración con su amiguete Sufjan Stevens), y el frenético medley del 7”  “Why?”.
Un disco extraño y encantador, ajeno a todo convencionalismo y que aúna características del mejor freak-folk de andar por casa con estribillos pop y construcciones luminosas y alegres.  Una obra de musimática amateur confusa y divertida, llena de clase e ingenio, que deja al oyente con una sonrisa en la cara y la sensación de haber escuchado algo bueno y diferente.

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