jueves, 17 de junio de 2010

SÓLO UNO MÁS




 
"True love will find you in the end
You'll find out just who was your friend
Don’t be sad, I know you will,
But don’t give up until
True love finds you in the end.

This is a promise with a catch
Only if you're looking will it find you
‘Cause true love is searching too
But how can it recognize you
Unless you step out into the light?
But don’t give up until
True love finds you in the end."
Daniel Johnston

Mientras el agua caliente caía suavemente desde la ducha adosada a la pared e iba a parar sobre la negra espesura de su cabello, Gin sintió un impulso tan absurdo como irrefrenable: giró por completo la manecilla que regulaba la temperatura del agua y la dispuso de tal modo que el chorro ardiente que le acariciaba la piel se convirtiese en una cascada helada que golpeó su cuerpo violentamente, haciéndole hiperventilar y estremecerse con unos movimientos tan salvajemente enfermizos que si alguien hubiera estado observándole no habría dudado en llamar a una ambulancia. Gin repitió este proceso hasta tres veces más, y por fin abandonó el cuarto de baño sintiendo que la sangre le fluía a toda velocidad. 
Desde que Gina se había marchado él daba la impresión de haberse olvidado que lo que viajaba por sus marcadas venas alcanzando todos los extremos de su cuerpo era sangre.  Sangre, y no horchata, como siempre le gritaba su madre cuando le regañaba por dejarse pegar e insultar por los demás niños en la escuela.
Gin comenzó a caminar desnudo por la agobiante estrechez de su apartamento recorriéndolo obsesivamente de arriba abajo, sintiendo como en su cabeza se agolpaban decenas de pensamientos que no le dejaban reflexionar con claridad y sabiéndose incapaz de ordenarlos.  Encendió un cigarrillo y continuó pisoteando el parquet hasta que la alarma de su teléfono móvil le avisó de que sólo faltaban 20 minutos para entrar a trabajar.  Se vistió a toda prisa con la misma ropa de siempre: zapatos negros, pantalón negro, camisa negra, y salió a toda velocidad de casa lanzándose a las calles con una disparatada energía que ni él mismo sabía muy bien de dónde venía. 
¿Tan importante es la temperatura del agua?
Cuando ya llevaba un par de calles andadas Gin sintió un tremendo impacto dentro de su cabeza.  Una sensación parecida a la de un puñetazo en el rostro que traspasaba la barrera de lo físico trascendiendo a algo más profundo e inexplicable bailando sin sentido en el interior de su cerebro.  Giró sobre sí mismo y, en lugar de ir a trabajar, como cada día, se dirigió al “Mingus”, el bar donde trabajaba Gina.
Sus pasos ahora no eran tan urgentes y decididos como antes, Gin guardó las manos en los bolsillos y comenzó a pasear más que a caminar, mirando a la gente con aire distraído, sin prisa. 
Hacía más de dos meses que no veía a Gina.  Su relación fue una montaña rusa, se quisieron como dos adolescentes y se odiaron del mismo modo.  El día en que todo explotó Gin salió de casa maldiciendo y ella le gritó que si no se daba la vuelta no volviese nunca.  Y no lo hizo.
Gin había repasado cientos de veces esa agónica escena tratando de imaginar mil finales diferentes.  Imaginaba que daba media vuelta, caminaba lentamente marcando los pasos hasta llegar justo enfrente de Gina y, levantándola en el aire, la besaba con toda la pasión que cabía en su imperfecta humanidad mientras le decía que la quería.  Otras veces, viajaba a través de aquellas decadentes imágenes y se veía a sí mismo girándose sobre sus pies y escupiendo en dirección a Gina.  Todo dependía del día y el momento.
No recordaba el final de su romance con rencor o arrepentimiento, simplemente lo recordaba.  Hacía mucho tiempo que se había acostumbrado a equivocarse, y estaba convencido de que cualquier intento de rescatar aquel barco hundiéndose habría sido inútil.
Gin continuó andando perdiéndose en los cientos de recuerdos que le iban asaltando conforme iba dejando atrás lugares comunes: cafeterías, plazas, restaurantes, la esquina donde, borrachos como cubas, se habían vomitado algo parecido a un “te quiero” por primera vez…
Cuando por fin llegó al “Mingus” ya estaba anocheciendo.  Se sentó en el suelo apoyando la espalda contra el contenedor de basura que estaba situado delante de la puerta del bar y encendió otro cigarrillo. 
Las mismas dudas y temores que le llevaban asaltando desde que era un niño fueron poco a poco devorando el valor y la alocada energía inicial y Gin comenzó a pensar que, por enésima vez, se estaba equivocando.
Fue fumando un cigarrillo tras otro, encendiendo el nuevo con los últimos ardores del último, dándose tiempo, esperando que aquel entusiasmo insensato e irracional invadiese de nuevo su mente y lo empujase dentro del bar, le hiciera saltar la barra y besar a Gina como no la habían besado nunca, o al menos le obligase a empujar la puerta con entereza y entrar con semblante serio y melancólico para sentarse en una de las banquetas de la barra, frente a ella.
Sus carcomidos nervios comenzaron a hacerle temblar las manos mientras las colillas se amontonaban a sus pies, y Gin empezó a tener claro que lo mejor sería marcharse.
- Sólo uno más.  – se dijo a sí mismo mientras empalmaba el encendido de otro cigarrillo.
Sentado entre la basura, con la mente divagando por recuerdos tristes y felices y los ojos clavados en la cristalera negra del bar, a Gin casi le parecía ver la silueta de Gina bailando entre copas y hombres a través del humo condensado con olor a tabaco que se amontonaba delante de su cara.
Podía imaginársela dejándose querer por la multitud de borrachos de todos los colores que habitaban en la cutre modernez de su local: jóvenes y viejos, guapos y feos, ricos y pobres, idiotas en su mayoría… Recordaba los tiempos del principio, las noches frías en las que solía ir a buscarla antes de la hora del cierre y cómo cuando él aparecía todos agachaban la cabeza odiándole por tener a la chica más bonita de la ciudad.  Tiempos felices.
- Sólo uno más, ya deben ser las dos de la madrugada.  – volvió a repetir para sí mismo mientras encendía otro cigarro.
Tirado en la acera, Gin emprendió la destructiva tarea de imaginar si ella sería tan infeliz como lo era él desde que todo se rompió.  Imaginó un chico rubio, fuerte y guapo, sentado al otro lado de la barra esperando a que ella terminase su turno para ir a casa a follar como salvajes y después a dormir como ángeles.  Imaginó también que ella ya no trabajaba allí, que se había despedido hacía dos semanas y había regresado a Alemania sin decir adiós a nada ni a nadie.  Imaginó por último su estilizado cuerpo agitándose entre los vapores del alcohol propios de los bares nocturnos, sus enormes ojos brillando por el abatimiento, sus labios rellenos de carne dulce temblorosos mientras servía cerveza, su tristeza.
- Sólo uno más.  – pensó mientras sacaba el último cigarrillo del paquete y arrugaba con rabia el cartón para después lanzarlo contra la cristalera tintada del bar.
Fumó aquel cigarro como si fuese lo último que iba a hacer en la vida, despacio, con calma, extraviado en el torrente de pensamientos incomprensibles y actos inexplicables que se habían apoderado de él desde el momento en que el agua fría le hubo sacudido en la ducha.  Disfrutó cada calada como cuando era niño, jugando con el humo, soñando formas mientras lo miraba.
Cuando el cigarro estaba ya casi quemándole los labios Gin se decidió a tirarlo, se puso en pie y lo apagó pisándolo.  Se quedó inmóvil durante unos instantes frente a la oscuridad que parecía reinar en el interior del bar y pensó en Gina, en su sonrisa, por última vez.  Y sonrió.  Permaneció con una mueca de felicidad idiota en el rostro durante por lo menos un minuto entero, y cuando vio que otra persona, un chico negro joven muy alto iba caminando por la otra acera se dirigió hacia él y le gritó:
- Amigo, ¿sabes dónde puedo comprar tabaco a estas horas?
© D.A.S 2010




Recomendación literaria:  Las tres balas de Boris Bardin - Milo Krmoptic 
Después de la celebrada "Sorbed mi sexo", Milo Krmpotic se desmarca con esta excepcional novela corta en la que mezcla noir,  western, y pura literatura desgarrada y emocionante.  Narrada en un argentino casi histriónico (al final del libro incluso se incluye un glosario), la historia se ambienta en la Argentina de mediados de los 80, un país hundido en la hiperinflación y el "homo homini lupus", y cuenta la relación entre una famila de policías, los Bardin, con Boris a la cabeza, y el asalto de un furgón blindado y su posterior investigación a cargo de un agente llegado desde Buenos Aires.  Con un estilo carnal y directo, Milo engancha al lector desde la primera página y le hace viajar a la desolación de un país que representa a la perfección la caída en desgracia del ser humano y la celebración de sus miserias: egoísmo, aislamiento, muerte, tristeza... todo ello aderezado por una trama intrigante y mágica, que desemboca en un final que conmueve y da rabia al mismo tiempo.  Merece la pena.
Está editado por Caballo de Troya, pequeño reducto "indie" dentro de la gigantesca editorial Mondadori.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Hola,
Muchas gracias por tu comentario. Celebro que el libro haya sido de tu agrado.
Un saludo,

Maximo dijo...

Daniel, me gustó tu relato... estaba impaciente leyendo hasta el final, llegué a pensar que a causa del tabaco el protagonista moriría de un ataque de tos.

Debería de haber entrado al bar y quemar los barcos. Con las pibas merece la pena. Quemar los barcos, siempre.

Un abrazo

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