"True love will find you in the end
You'll find out just who was your friend
Don’t be sad, I know you will,
But don’t give up until
True love finds you in the end.
This is a promise with a catch
Only if you're looking will it find you
‘Cause true love is searching too
But how can it recognize you
Unless you step out into the light?
But don’t give up until
True love finds you in the end."
You'll find out just who was your friend
Don’t be sad, I know you will,
But don’t give up until
True love finds you in the end.
This is a promise with a catch
Only if you're looking will it find you
‘Cause true love is searching too
But how can it recognize you
Unless you step out into the light?
But don’t give up until
True love finds you in the end."
Daniel Johnston
Mientras el agua
caliente caía suavemente desde la ducha adosada a la pared e iba a parar sobre
la negra espesura de su cabello, Gin sintió un impulso tan absurdo como
irrefrenable: giró por completo la manecilla que regulaba la temperatura del
agua y la dispuso de tal modo que el chorro ardiente que le acariciaba la piel
se convirtiese en una cascada helada que golpeó su cuerpo violentamente,
haciéndole hiperventilar y estremecerse con unos movimientos tan salvajemente
enfermizos que si alguien hubiera estado observándole no habría dudado en
llamar a una ambulancia. Gin repitió este proceso hasta tres veces más, y por
fin abandonó el cuarto de baño sintiendo que la sangre le fluía a toda
velocidad.
Desde que Gina
se había marchado él daba la impresión de haberse olvidado que lo que viajaba
por sus marcadas venas alcanzando todos los extremos de su cuerpo era
sangre. Sangre, y no horchata,
como siempre le gritaba su madre cuando le regañaba por dejarse pegar e
insultar por los demás niños en la escuela.
Gin comenzó a
caminar desnudo por la agobiante estrechez de su apartamento recorriéndolo
obsesivamente de arriba abajo, sintiendo como en su cabeza se agolpaban decenas
de pensamientos que no le dejaban reflexionar con claridad y sabiéndose incapaz
de ordenarlos. Encendió un
cigarrillo y continuó pisoteando el parquet hasta que la alarma de su teléfono
móvil le avisó de que sólo faltaban 20 minutos para entrar a trabajar. Se vistió a toda prisa con la misma
ropa de siempre: zapatos negros, pantalón negro, camisa negra, y salió a toda
velocidad de casa lanzándose a las calles con una disparatada energía que ni él
mismo sabía muy bien de dónde venía.
¿Tan importante
es la temperatura del agua?
Cuando ya
llevaba un par de calles andadas Gin sintió un tremendo impacto dentro de su
cabeza. Una sensación parecida a
la de un puñetazo en el rostro que traspasaba la barrera de lo físico
trascendiendo a algo más profundo e inexplicable bailando sin sentido en el
interior de su cerebro. Giró sobre
sí mismo y, en lugar de ir a trabajar, como cada día, se dirigió al “Mingus”,
el bar donde trabajaba Gina.
Sus pasos ahora
no eran tan urgentes y decididos como antes, Gin guardó las manos en los
bolsillos y comenzó a pasear más que a caminar, mirando a la gente con aire
distraído, sin prisa.
Hacía más de dos
meses que no veía a Gina. Su
relación fue una montaña rusa, se quisieron como dos adolescentes y se odiaron
del mismo modo. El día en que todo
explotó Gin salió de casa maldiciendo y ella le gritó que si no se daba la
vuelta no volviese nunca. Y no lo
hizo.
Gin había
repasado cientos de veces esa agónica escena tratando de imaginar mil finales
diferentes. Imaginaba que daba
media vuelta, caminaba lentamente marcando los pasos hasta llegar justo
enfrente de Gina y, levantándola en el aire, la besaba con toda la pasión que
cabía en su imperfecta humanidad mientras le decía que la quería. Otras veces, viajaba a través de
aquellas decadentes imágenes y se veía a sí mismo girándose sobre sus pies y
escupiendo en dirección a Gina.
Todo dependía del día y el momento.
No recordaba el
final de su romance con rencor o arrepentimiento, simplemente lo
recordaba. Hacía mucho tiempo que
se había acostumbrado a equivocarse, y estaba convencido de que cualquier
intento de rescatar aquel barco hundiéndose habría sido inútil.
Gin continuó
andando perdiéndose en los cientos de recuerdos que le iban asaltando conforme
iba dejando atrás lugares comunes: cafeterías, plazas, restaurantes, la esquina
donde, borrachos como cubas, se habían vomitado algo parecido a un “te quiero”
por primera vez…
Cuando por fin
llegó al “Mingus” ya estaba anocheciendo.
Se sentó en el suelo apoyando la espalda contra el contenedor de basura
que estaba situado delante de la puerta del bar y encendió otro cigarrillo.
Las mismas dudas
y temores que le llevaban asaltando desde que era un niño fueron poco a poco
devorando el valor y la alocada energía inicial y Gin comenzó a pensar que, por
enésima vez, se estaba equivocando.
Fue fumando un
cigarrillo tras otro, encendiendo el nuevo con los últimos ardores del último,
dándose tiempo, esperando que aquel entusiasmo insensato e irracional invadiese
de nuevo su mente y lo empujase dentro del bar, le hiciera saltar la barra y
besar a Gina como no la habían besado nunca, o al menos le obligase a empujar
la puerta con entereza y entrar con semblante serio y melancólico para sentarse
en una de las banquetas de la barra, frente a ella.
Sus carcomidos
nervios comenzaron a hacerle temblar las manos mientras las colillas se
amontonaban a sus pies, y Gin empezó a tener claro que lo mejor sería
marcharse.
- Sólo uno
más. – se dijo a sí mismo mientras
empalmaba el encendido de otro cigarrillo.
Sentado entre la
basura, con la mente divagando por recuerdos tristes y felices y los ojos
clavados en la cristalera negra del bar, a Gin casi le parecía ver la silueta
de Gina bailando entre copas y hombres a través del humo condensado con olor a
tabaco que se amontonaba delante de su cara.
Podía
imaginársela dejándose querer por la multitud de borrachos de todos los colores
que habitaban en la cutre modernez de su local: jóvenes y viejos, guapos y
feos, ricos y pobres, idiotas en su mayoría… Recordaba los tiempos del
principio, las noches frías en las que solía ir a buscarla antes de la hora del
cierre y cómo cuando él aparecía todos agachaban la cabeza odiándole por tener
a la chica más bonita de la ciudad.
Tiempos felices.
- Sólo uno más,
ya deben ser las dos de la madrugada.
– volvió a repetir para sí mismo mientras encendía otro cigarro.
Tirado en la
acera, Gin emprendió la destructiva tarea de imaginar si ella sería tan infeliz
como lo era él desde que todo se rompió.
Imaginó un chico rubio, fuerte y guapo, sentado al otro lado de la barra
esperando a que ella terminase su turno para ir a casa a follar como salvajes y
después a dormir como ángeles.
Imaginó también que ella ya no trabajaba allí, que se había despedido
hacía dos semanas y había regresado a Alemania sin decir adiós a nada ni a
nadie. Imaginó por último su
estilizado cuerpo agitándose entre los vapores del alcohol propios de los bares
nocturnos, sus enormes ojos brillando por el abatimiento, sus labios rellenos
de carne dulce temblorosos mientras servía cerveza, su tristeza.
- Sólo uno
más. – pensó mientras sacaba el
último cigarrillo del paquete y arrugaba con rabia el cartón para después
lanzarlo contra la cristalera tintada del bar.
Fumó aquel
cigarro como si fuese lo último que iba a hacer en la vida, despacio, con
calma, extraviado en el torrente de pensamientos incomprensibles y actos
inexplicables que se habían apoderado de él desde el momento en que el agua
fría le hubo sacudido en la ducha.
Disfrutó cada calada como cuando era niño, jugando con el humo, soñando
formas mientras lo miraba.
Cuando el
cigarro estaba ya casi quemándole los labios Gin se decidió a tirarlo, se puso
en pie y lo apagó pisándolo. Se
quedó inmóvil durante unos instantes frente a la oscuridad que parecía reinar
en el interior del bar y pensó en Gina, en su sonrisa, por última vez. Y sonrió. Permaneció con una mueca de felicidad idiota en el rostro
durante por lo menos un minuto entero, y cuando vio que otra persona, un chico
negro joven muy alto iba caminando por la otra acera se dirigió hacia él y le
gritó:
- Amigo, ¿sabes
dónde puedo comprar tabaco a estas horas?
© D.A.S 2010
Recomendación literaria: Las tres balas de Boris Bardin - Milo Krmoptic
Después de la celebrada "Sorbed mi sexo", Milo Krmpotic se desmarca con esta excepcional novela corta en la que mezcla noir, western, y pura literatura desgarrada y emocionante. Narrada en un argentino casi histriónico (al final del libro incluso se incluye un glosario), la historia se ambienta en la Argentina de mediados de los 80, un país hundido en la hiperinflación y el "homo homini lupus", y cuenta la relación entre una famila de policías, los Bardin, con Boris a la cabeza, y el asalto de un furgón blindado y su posterior investigación a cargo de un agente llegado desde Buenos Aires. Con un estilo carnal y directo, Milo engancha al lector desde la primera página y le hace viajar a la desolación de un país que representa a la perfección la caída en desgracia del ser humano y la celebración de sus miserias: egoísmo, aislamiento, muerte, tristeza... todo ello aderezado por una trama intrigante y mágica, que desemboca en un final que conmueve y da rabia al mismo tiempo. Merece la pena.
Está editado por Caballo de Troya, pequeño reducto "indie" dentro de la gigantesca editorial Mondadori.
2 comentarios:
Hola,
Muchas gracias por tu comentario. Celebro que el libro haya sido de tu agrado.
Un saludo,
Daniel, me gustó tu relato... estaba impaciente leyendo hasta el final, llegué a pensar que a causa del tabaco el protagonista moriría de un ataque de tos.
Debería de haber entrado al bar y quemar los barcos. Con las pibas merece la pena. Quemar los barcos, siempre.
Un abrazo
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