lunes, 14 de diciembre de 2009

SWEET BIRDS





Abrí los ojos y únicamente vi un techo enfermizamente blanco, salpicado por decenas de manchas de humedad tan pronunciadas que si me hubiera quedado allí mirándolas no me habría costado ningún esfuerzo imaginar cientos de formas imposibles siguiendo el camino de sus carcomidos márgenes.  Me levanté de la cama y sólo cuando estaba a punto de salir de la habitación fui consciente de que había alguien más entre las sábanas.  Sin querer mirar atrás salí de la habitación y recorrí tambaleante el estrecho pasillo que separaba mi cuarto del salón.  Una vez allí fui directo hacia el gran ventanal, clavé los codos en la repisa, reposé mi cabeza o lo que quedaba de ella sobre las palmas de las manos y comencé a atravesar la inmensidad blanca del cielo con la mirada.  Vivía en un ático, y simplemente con enfocar la mirada ligeramente hacia arriba conseguía una panorámica en la que lo único que se veía era el cielo.  Aquel mediodía era especialmente frío, y el cielo no tenía ni rastro de su color habitual, el inocente azul había mutado a una interminable y marchita inmensidad de color blanco.  Mi vista comenzó a perderse en aquella desmesurada blancura y enseguida sentí un profundo mareo debido al todavía latente efecto de las drogas y el alcohol de la noche anterior.  Mi mente comenzó a nublarse lentamente hasta entrar en un alucinógeno estado de aletargamiento.  Me fui dejando llevar por extrañas y alucinadas visiones hasta que, súbitamente, un pájaro negro comenzó a recorrer la imponente mancha de color blanco que era el cielo rompiendo el halo de infinita pureza que impregnaba todo mi campo de visión.  La figura del pájaro se me enquistó en la retina y mis ojos intentaron seguir el rastro de su vuelo de un modo impreciso y torpe.  Finalmente, el pájaro terminó adhiriéndose a una gran bandada que cruzaba súbitamente el cielo en dirección opuesta.  Yo no podía despegar los ojos de aquel extraño espejismo y mi cerebro comenzó a viajar por él de un modo febril e hipnótico, espoleado histéricamente por el frenético agitar de las alas de los pájaros, hasta que por fin, llegó a mi subconsciente, del que extrajo una reminiscencia que al principio me resultó demasiado difusa y oxidada.  Me centré en aquel pensamiento y mi memoria se centró conmigo, las formas comenzaron a cuajar, los colores se veían cada vez con mayor nitidez, enseguida empecé a entender todo cuanto tenía delante, y, como si estuviera observándome a mí mismo dentro de alguna extraña película, comencé a recordar.


Estaba en un autobús camino a quién sabe dónde, recostado en mi asiento, con el ordenador portátil en mis rodillas, mirando una película.  Es extraño, pero recuerdo con total certeza que la cinta que estaba viendo era una de mis películas favoritas, “Corredor sin retorno”.  Justo cuando los títulos de fin asomaban por la pantalla el vehículo giró bruscamente hacia el lado derecho y nos detuvimos en una estación de servicio.  El conductor avisó groseramente por el altavoz de que todo aquel que no estuviese dentro del autocar exactamente 20 minutos después se quedaría en tierra.  Bajé de allí todavía aturdido por el efecto de la película, caminé unos pasos con la cabeza agachada intentando mantenerme firme, luchando contra un viento huracanado y feroz, y, cuando por fin levanté la mirada el estómago y todo cuanto había en su interior comenzó a bailar agitadamente.  El cerebro desplegó brutalmente todo el arsenal de sustancias que supongo acostumbra a segregar cuando los ojos le mandan información de algo tan tremendamente sobrecogedor como lo que yo estaba presenciando.  El cielo era una enorme paleta infinita de diferentes tonos encarnados: rojo sangre, toda una gama de amarillos, desde el más claro hasta el fosforito, marrones anaranjados, suaves matices granotas, naranjas penetrantes y definitivos.  Desde el suelo, a modo de réplica, surgían enormes cipreses de color verde que violaban el cielo con sus puntas redondeadas.  A la izquierda de aquella apocalíptica visión se encontraba una gasolinera cuyos tonos brillantes y formas confusas contribuían a que la imagen tuviese un aspecto todavía más opiáceo y decadente.  Pero todo aquello era sólo el contexto, el simple escenario, los verdaderos protagonistas eran los pájaros.  Cientos, miles de pájaros divididos en no más de media docena de bandadas se agitaban convulsamente surcando a toda velocidad la vasta extensión de tonos cálidos que era el cielo.  El viento, con una fuerza desmesurada, los golpeaba sin descanso deshaciendo violentamente sus ordenadas agrupaciones una y otra vez.  Los pájaros se dispersaban a lo ancho y a lo largo y sólo unos segundos más tarde volvían a retomar su profundo concepto de unidad, bailando de un lado a otro del paisaje con las montañas de fondo, incapaces de hacer frente a aquella corriente de aire implacable y endemoniada.  Caminé unos pasos hasta dónde pensé tenía la mejor perspectiva de todo el panorama y me apoyé en unas grandes vallas de obra de color amarillo.  Permanecí inmóvil con la boca abierta viendo aquellas gigantescas hordas de pájaros hacer cabriolas y piruetas al son que les marcaban las ráfagas de aire y tuve una extraña sensación que sólo había experimentado una vez anteriormente.  Sentí calma y felicidad, un profundo sentimiento de paz extrema conmigo mismo y con todo lo que había a mí alrededor.
Las bandadas se diluían una y otra vez, había algunas enormes, otras no tan grandes, y finalmente un puñado de pájaros solitarios y perdidos que eran a los que el viento maltrataba con mayor fiereza.  Algunos de estos descarriados tenían suerte y conseguían, tras muchos intentos, unirse a uno de los clanes que pasaban por su lado, pero otros se mantenían ajenos y solitarios a la generalidad, dando tumbos de un extremo a otro sin pausa ni descanso.  Por encima de la música que sonaba en mi reproductor portátil escuchaba los silbidos del viento, penetrantes y estremecedores, y acompañando a los silbidos un sonido constante y hueco, el que provenía de los cientos de pájaros que se movían agitando sus alas psicóticamente frente a uno de los cipreses que estaba a mi lado, originando un aleteo sordo que unido a su graznido suave e irregular producía una cacofonía que provocaba un trance profundo y etéreo.
Me mantuve allí quieto a pesar del horrible frío con la boca abierta y el gesto torcido, apoyado en las vallas de obra de color amarillo.  Hoy en día ya no hay obras, recuerdo que hace muchos años todas las ciudades, barrios y carreteras estaban siempre plagadas de ellas.  Creo que antes aún teníamos la esperanza de poder mejorar el mundo, por eso había tantas reformas y reconstrucciones, hoy ya nos hemos dado por vencidos, no sé si esto es mejor o peor, pero ya no se ven obras por ninguna parte.
Repentinamente, un sonido familiar y grave, a lo lejos, me sacó de mi embelesamiento: era el conductor del autobús, agitando sus brazos como señal de que debía volver inmediatamente a mi asiento si no quería quedarme allí.  Le pedí perdón y fui corriendo al baño, miccioné, me lavé las manos y subí al autocar.  Antes de subir observé a una mujer china de mediana edad, con gorro y bufanda, paralizada al lado de la puerta de entrada del autobús exactamente en la misma posición y con el mismo gesto en los que me encontraba yo hacía sólo unos instantes.
- ¿Qué coño haces chico?  Tú y esta tarada de china sois los únicos que habéis bajado del autobús.  ¡Sube de una vez, coño!  - gritó de nuevo el conductor.
Recorrí el pasillo sintiendo como los ojos de todos los pasajeros se clavaban en mí.  Me instalé de nuevo en mi asiento y apoyé la cabeza en la ventana.  Tuve la convicción de que había experimentado algo realmente místico, algo que trascendía mi capacidad de entendimiento y que seguramente nunca llegaría a comprender del todo. 
El autobús arrancó y dejamos atrás todo aquello, cerré los ojos y cuando los volví a abrir vi una calle llena de gente, alcé la mirada y observé de nuevo el gran cielo de color blanco que había visto sólo unos minutos atrás.  Respiré profundamente, despegué los codos de la repisa de la ventana y caminé hacia la nevera.  Abrí la puerta de color blanco y bebí un largo trago de leche agria y posiblemente caducada, el líquido se me derramó por las comisuras de los labios y varios gotas de color blanco mancharon el suelo, ennegrecido por la suciedad.  


Regresé a la habitación y vi que el chico que había en la cama se había despertado.  Se incorporó, me miró a los ojos y me habló:
- ¿Estás bien?  No tienes buena cara.  ¿por qué no vienes a dormir un rato más?  Apenas hemos descansado.
Me tumbé a su lado y pude sentir como se quedaba dormido casi al instante.  Alcancé la caja de cigarrillos de la mesilla de noche y encendí uno.  Fumé tumbado boca arriba con la mirada fija en las grandes manchas de humedad del techo.  El humo se fundía con sus líneas formando figuras y creando extraños símbolos y excéntricas alegorías.  Mantuve los ojos clavados en aquel amalgama de imágenes bizarras y trozos de pintura carcomida hasta que poco a poco y casi sin darme cuenta, terminé quedándome dormido.
        © D.A.S 2009




Recomendación musical:  Daniel Johnston - 1990
http://rs359.rapidshare.com/files/300951593/Daniel_Johnston_-_1990__90_.zip
(Cantautor norteamericano esquizofrénico, original, ególatra, enfermizo, obsesivo, atrevido, brillante, divertido y tremendamente genial)  

Muy recomendable el documental "The devil and Daniel Johnston", trailer aquí:
http://www.youtube.com/watch?v=5ucN4DActxA




Recomendación literaria:  "El Imperio".  Ryszard Kapuscinski.
El mejor libro de "el periodista del siglo", una increíble representación del Imperio Ruso fruto de millones de kilómetros recorridos, cientos de viajes y de jugarse la vida por conocer, experimentar, vivir, aprender, y escribir para contárnosolo.

- Uno de los libros del siglo, uno de los libros con los que remata este siglo de muerte gigantesca, este continuo apocalipsis... una de las cumbres de la literatura contemporánea - (Arcadi Espada)



 


2 comentarios:

Luis Borrás dijo...

Desde el blog de la AAE he llegado hasta aquí.
Interesante descubrimiento.
Gracias por tu comentario.
La siguiente visita espero hacerla con más calma.

The singermorning dijo...

Mil gracias. Aquí siempre serás bien recibido.
Un saludo y una sonrisa.

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