Abrí los ojos y únicamente vi un techo enfermizamente blanco, salpicado por decenas de manchas de humedad tan pronunciadas que si me hubiera quedado allí mirándolas no me habría costado ningún esfuerzo imaginar cientos de formas imposibles siguiendo el camino de sus carcomidos márgenes. Me levanté de la cama y sólo cuando estaba a punto de salir de la habitación fui consciente de que había alguien más entre las sábanas. Sin querer mirar atrás salí de la habitación y recorrí tambaleante el estrecho pasillo que separaba mi cuarto del salón. Una vez allí fui directo hacia el gran ventanal, clavé los codos en la repisa, reposé mi cabeza o lo que quedaba de ella sobre las palmas de las manos y comencé a atravesar la inmensidad blanca del cielo con la mirada. Vivía en un ático, y simplemente con enfocar la mirada ligeramente hacia arriba conseguía una panorámica en la que lo único que se veía era el cielo. Aquel mediodía era especialmente frío, y el cielo no tenía ni rastro de su color habitual, el inocente azul había mutado a una interminable y marchita inmensidad de color blanco. Mi vista comenzó a perderse en aquella desmesurada blancura y enseguida sentí un profundo mareo debido al todavía latente efecto de las drogas y el alcohol de la noche anterior. Mi mente comenzó a nublarse lentamente hasta entrar en un alucinógeno estado de aletargamiento. Me fui dejando llevar por extrañas y alucinadas visiones hasta que, súbitamente, un pájaro negro comenzó a recorrer la imponente mancha de color blanco que era el cielo rompiendo el halo de infinita pureza que impregnaba todo mi campo de visión. La figura del pájaro se me enquistó en la retina y mis ojos intentaron seguir el rastro de su vuelo de un modo impreciso y torpe. Finalmente, el pájaro terminó adhiriéndose a una gran bandada que cruzaba súbitamente el cielo en dirección opuesta. Yo no podía despegar los ojos de aquel extraño espejismo y mi cerebro comenzó a viajar por él de un modo febril e hipnótico, espoleado histéricamente por el frenético agitar de las alas de los pájaros, hasta que por fin, llegó a mi subconsciente, del que extrajo una reminiscencia que al principio me resultó demasiado difusa y oxidada. Me centré en aquel pensamiento y mi memoria se centró conmigo, las formas comenzaron a cuajar, los colores se veían cada vez con mayor nitidez, enseguida empecé a entender todo cuanto tenía delante, y, como si estuviera observándome a mí mismo dentro de alguna extraña película, comencé a recordar.
Estaba en un autobús camino a quién sabe
dónde, recostado en mi asiento, con el ordenador portátil en mis rodillas, mirando
una película. Es extraño, pero
recuerdo con total certeza que la cinta que estaba viendo era una de mis
películas favoritas, “Corredor sin retorno”. Justo cuando los títulos de fin asomaban por la pantalla el
vehículo giró bruscamente hacia el lado derecho y nos detuvimos en una estación
de servicio. El conductor avisó
groseramente por el altavoz de que todo aquel que no estuviese dentro del
autocar exactamente 20 minutos después se quedaría en tierra. Bajé de allí todavía aturdido por el
efecto de la película, caminé unos pasos con la cabeza agachada intentando
mantenerme firme, luchando contra un viento huracanado y feroz, y, cuando por
fin levanté la mirada el estómago y todo cuanto había en su interior comenzó a
bailar agitadamente. El cerebro desplegó
brutalmente todo el arsenal de sustancias que supongo acostumbra a segregar
cuando los ojos le mandan información de algo tan tremendamente sobrecogedor
como lo que yo estaba presenciando.
El cielo era una enorme paleta infinita de diferentes tonos encarnados:
rojo sangre, toda una gama de amarillos, desde el más claro hasta el fosforito,
marrones anaranjados, suaves matices granotas, naranjas penetrantes y
definitivos. Desde el suelo, a
modo de réplica, surgían enormes cipreses de color verde que violaban el cielo
con sus puntas redondeadas. A la
izquierda de aquella apocalíptica visión se encontraba una gasolinera cuyos
tonos brillantes y formas confusas contribuían a que la imagen tuviese un
aspecto todavía más opiáceo y decadente.
Pero todo aquello era sólo el contexto, el simple escenario, los
verdaderos protagonistas eran los pájaros. Cientos, miles de pájaros divididos en no más de media
docena de bandadas se agitaban convulsamente surcando a toda velocidad la vasta
extensión de tonos cálidos que era el cielo. El viento, con una fuerza desmesurada, los golpeaba sin
descanso deshaciendo violentamente sus ordenadas agrupaciones una y otra vez. Los pájaros se dispersaban a lo ancho y
a lo largo y sólo unos segundos más tarde volvían a retomar su profundo
concepto de unidad, bailando de un lado a otro del paisaje con las montañas de
fondo, incapaces de hacer frente a aquella corriente de aire implacable y
endemoniada. Caminé unos pasos
hasta dónde pensé tenía la mejor perspectiva de todo el panorama y me apoyé en
unas grandes vallas de obra de color amarillo. Permanecí inmóvil con la boca abierta viendo aquellas gigantescas
hordas de pájaros hacer cabriolas y piruetas al son que les marcaban las
ráfagas de aire y tuve una extraña sensación que sólo había experimentado una
vez anteriormente. Sentí calma y
felicidad, un profundo sentimiento de paz extrema conmigo mismo y con todo lo
que había a mí alrededor.
Las bandadas se diluían una y otra vez,
había algunas enormes, otras no tan grandes, y finalmente un puñado de pájaros
solitarios y perdidos que eran a los que el viento maltrataba con mayor
fiereza. Algunos de estos
descarriados tenían suerte y conseguían, tras muchos intentos, unirse a uno de
los clanes que pasaban por su lado, pero otros se mantenían ajenos y solitarios
a la generalidad, dando tumbos de un extremo a otro sin pausa ni descanso. Por encima de la música que sonaba en
mi reproductor portátil escuchaba los silbidos del viento, penetrantes y
estremecedores, y acompañando a los silbidos un sonido constante y hueco, el
que provenía de los cientos de pájaros que se movían agitando sus alas psicóticamente
frente a uno de los cipreses que estaba a mi lado, originando un aleteo sordo
que unido a su graznido suave e irregular producía una cacofonía que provocaba
un trance profundo y etéreo.
Me mantuve allí quieto a pesar del
horrible frío con la boca abierta y el gesto torcido, apoyado en las vallas de
obra de color amarillo. Hoy en día
ya no hay obras, recuerdo que hace muchos años todas las ciudades, barrios y
carreteras estaban siempre plagadas de ellas. Creo que antes aún teníamos la esperanza de poder mejorar el
mundo, por eso había tantas reformas y reconstrucciones, hoy ya nos hemos dado
por vencidos, no sé si esto es mejor o peor, pero ya no se ven obras por
ninguna parte.
Repentinamente, un sonido familiar y
grave, a lo lejos, me sacó de mi embelesamiento: era el conductor del autobús,
agitando sus brazos como señal de que debía volver inmediatamente a mi asiento
si no quería quedarme allí. Le
pedí perdón y fui corriendo al baño, miccioné, me lavé las manos y subí al autocar. Antes de subir observé a una mujer
china de mediana edad, con gorro y bufanda, paralizada al lado de la puerta de entrada
del autobús exactamente en la misma posición y con el mismo gesto en los que me
encontraba yo hacía sólo unos instantes.
- ¿Qué coño haces chico? Tú y esta tarada de china sois los
únicos que habéis bajado del autobús.
¡Sube de una vez, coño! -
gritó de nuevo el conductor.
Recorrí el pasillo sintiendo como los
ojos de todos los pasajeros se clavaban en mí. Me instalé de nuevo en mi asiento y apoyé la cabeza en la
ventana. Tuve la convicción de que
había experimentado algo realmente místico, algo que trascendía mi capacidad de
entendimiento y que seguramente nunca llegaría a comprender del todo.
El autobús arrancó y dejamos atrás todo
aquello, cerré los ojos y cuando los volví a abrir vi una calle llena de gente,
alcé la mirada y observé de nuevo el gran cielo de color blanco que había visto
sólo unos minutos atrás. Respiré
profundamente, despegué los codos de la repisa de la ventana y caminé hacia la
nevera. Abrí la puerta de color
blanco y bebí un largo trago de leche agria y posiblemente caducada, el líquido
se me derramó por las comisuras de los labios y varios gotas de color blanco
mancharon el suelo, ennegrecido por la suciedad.
Regresé a la habitación y vi que el chico
que había en la cama se había despertado.
Se incorporó, me miró a los ojos y me habló:
- ¿Estás bien? No tienes buena cara.
¿por qué no vienes a dormir un rato más? Apenas hemos descansado.
Me tumbé a su lado y pude sentir como se
quedaba dormido casi al instante.
Alcancé la caja de cigarrillos de la mesilla de noche y encendí
uno. Fumé tumbado boca arriba con
la mirada fija en las grandes manchas de humedad del techo. El humo se fundía con sus líneas
formando figuras y creando extraños símbolos y excéntricas alegorías. Mantuve los ojos clavados en aquel
amalgama de imágenes bizarras y trozos de pintura carcomida hasta
que poco a poco y casi sin darme cuenta, terminé quedándome dormido.
© D.A.S 2009
Recomendación musical: Daniel Johnston - 1990
http://rs359.rapidshare.com/files/300951593/Daniel_Johnston_-_1990__90_.zip
(Cantautor norteamericano esquizofrénico, original, ególatra, enfermizo, obsesivo, atrevido, brillante, divertido y tremendamente genial)
Muy recomendable el documental "The devil and Daniel Johnston", trailer aquí:
http://www.youtube.com/watch?v=5ucN4DActxA
Recomendación literaria: "El Imperio". Ryszard Kapuscinski.
El mejor libro de "el periodista del siglo", una increíble representación del Imperio Ruso fruto de millones de kilómetros recorridos, cientos de viajes y de jugarse la vida por conocer, experimentar, vivir, aprender, y escribir para contárnosolo.
- Uno de los libros del siglo, uno de los libros con los que remata este siglo de muerte gigantesca, este continuo apocalipsis... una de las cumbres de la literatura contemporánea - (Arcadi Espada)
© D.A.S 2009
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- Uno de los libros del siglo, uno de los libros con los que remata este siglo de muerte gigantesca, este continuo apocalipsis... una de las cumbres de la literatura contemporánea - (Arcadi Espada)
2 comentarios:
Desde el blog de la AAE he llegado hasta aquí.
Interesante descubrimiento.
Gracias por tu comentario.
La siguiente visita espero hacerla con más calma.
Mil gracias. Aquí siempre serás bien recibido.
Un saludo y una sonrisa.
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