Cuando
por fin F. consiguió reunir el valor suficiente para entrar, empujó con
decisión la puerta y esta se abrió sin apenas dificultad, mostrándole un largo
y estrecho pasillo del que era imposible saber con exactitud donde se
encontraba el final.
El
pasadizo era muy estrecho y desprendía un penetrante olor que a F. le resultaba
extrañamente familiar. Estaba
iluminado únicamente por dos neones cilíndricos de color violáceo, uno a cada
lado, que brillaban de modo muy tenue y actuaban a modo de barandilla infinita
que terminaba por perderse en la oscuridad. F. avanzó varios pasos pero continuaba sin poder vislumbrar
el final del pasillo, si es que lo tenía.
Aquello comenzaba a resultarle demasiado tétrico.
A
pesar de que F. siempre había sido un hombre bastante temerario la situación era
ya excesivamente atípica y una sensación de desconfianza invadió su ánimo. Luchó durante unos instantes contra el
mar de dudas que se agitaba salvaje en su cabeza y terminó por dar medio vuelta
apresuradamente con la idea de salir de allí cuanto antes. Sacudió el pestilente suelo con cuatro
largos pasos y cuando llegó hasta la puerta el miedo le inundó definitivamente
al comprobar que estaba cerrada.
Tiró del pomo con empeño y cuando el dolor en las manos empezaba a ser
insoportable se dejó dominar por el terror, soltó la empuñadura y comenzó a
atacar la vieja puerta con sonoras patadas llenas de rabia. Jadeante, tras observar que su esfuerzo
estaba siendo totalmente en vano, F. trató de calmarse apoyando su cuerpo
agotado sobre la superficie de la puerta.
Cuando hubo recuperado el aliento, alzó sus ojos y descubrió un cartel pegado
a la puerta en el cual se leía “ESTO NO ES UNA SALIDA”. Intentó controlar sus nervios y,
recuperando parte de su antiguo valor, comenzó a recorrer lentamente aquel lúgubre
pasadizo con la mirada fija en la oscuridad final, plena e inescrutable.
Caminaba
torpemente, con pasos cortos y temblorosos, las manos ligeramente por delante
del cuerpo, los ojos clavados en la negrura. Tras una docena de pasos comenzó a atisbar un ligero
destello de color rojo que se iba haciendo cada vez más fuerte, esto le
tranquilizó y sus pies volvieron al ritmo normal. Adivinó el marco de una puerta y se dirigió hacia él con la
cabeza alta, esperando encontrar a alguien y tratando de que su reciente ataque
de pánico hubiese pasado desapercibido.
Cuando cruzó la entrada se encontró absolutamente solo dentro de un
diáfano espacio circular sobre el que colgaba una bombilla de color rojo que
inundaba toda la sala. Alrededor
de aquella siniestra estancia no había nada más que puertas, y en cada una de
ellas un letrero idéntico al que ya había visto antes con la inscripción “ESTO
NO ES UNA SALIDA”.
Los nervios y el miedo afloraron de
nuevo, esta vez con una sensación de urgencia mucho mayor que en su anterior
brote de desasosiego. F. comenzó a
caminar trazando círculos observando una y otra vez las puertas, todas de
idéntico color y en similar estado de dejadez y suciedad. Entre dientes y con la mandíbula
temblorosa a causa del miedo, habló por primera vez desde que entró en aquel
siniestro lugar.
- ¿Hola? ¿Hay alguien?
Su voz rebotó por las paredes provocando
un eco sucio y entrecortado que devolvió las palabras con un extraño timbre muy
diferente al suyo. Esto le causó
aún más temor y decidió no volver a abrir la boca.
F. metió su mano derecha en el bolsillo y
sacó el teléfono móvil, no había cobertura, pero trató de hacer una llamada de
emergencia. No encontró respuesta.
F. era un tipo tranquilo, acostumbrado
por su trabajo a tomar decisiones importantes y a verse atrapado en situaciones
de cierto riesgo con bastante frecuencia, sabía aguantar la presión. No obstante, una cosa es estar
experimentado en entornos que implican tensión relacionados con tu profesión y
otra muy diferente verte enfrentado a un hecho ilógico que parece poner a
prueba tus nervios. El miedo a lo
desconocido es el más irracional y peligroso de todos los miedos que puede
sufrir el ser humano. Cuando un
hombre no sabe contra qué se enfrenta, cuando no conoce aquello con lo que
tiene que luchar, es cuando la desesperación y el terror se adueñan de él y le
llevan a cometer los actos más absolutamente idiotas e inesperados.
Pasaron unos minutos y F. tomó la
determinación de intentar abrir una de las puertas. Optó por la que tenía un aspecto más ajado y estropeado,
pensando que esto le daría ventaja para echarla abajo en el caso de que
estuviese cerrada. Agarró el pomo,
que estaba recubierto por una fina película de una sustancia grasosa y
desagradable al tacto y, sin demasiadas esperanzas, lo giró. La puerta se abrió sin ningún problema,
F. empujó y entró con decisión, escuchando como la puerta se cerraba a su
paso. En el interior de la
habitación había una cama vieja muy trillada iluminada por una bombilla de
color amarillo, tras esta un pequeño bidet y al lado del bidet una chica joven
sentada en una silla diminuta que miraba directamente hacia él. F. se detuvo y la miró. La muchacha no debía de tener más de 20
años y estaba vestida únicamente con un conjunto de lencería extremadamente
atrevido incluso para una puta. Aletargado y confundido, F. se quedó
petrificado delante de aquella hermosa mujer hasta que por fin ella dijo:
- Hola cariño, me llamo Vega, acércate.
© D.A.S 2009
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