A las 8 y 16 minutos K. se levantó de la cama, totalmente aturdido y todavía flotando en el mundo de los sueños, incapaz de distinguir si realmente estaba preparándose café o, como acostumbraba a pasarle en los prolegómenos del despertar, lo estaba soñando. Desde que vivía con M., su novia, K. había adoptado la mala costumbre de marcar pequeños retrasos en la alarma del despertador antes de levantarse definitivamente. Anteriormente él era una persona decidida, que sintonizaba el reloj a una hora y en el mismo momento que este emitía la primera señal de alarma se despertaba de un salto de la cama, sin ninguna tentación de volverse a tumbar. Antes, la voluntad de K. solía ser más fuerte que su cuerpo, ahora cada vez tenía más tendencia a evitar cualquier cosa que le supusiese un esfuerzo.
Este hábito tan arraigado le provocaba unos amaneceres llenos de confusión. La alarma sonaba a las 8 en punto, y K. enseguida la retrasaba cinco minutos, después cuatro, después tres, dos, uno… hasta que por fin se levantaba de la cama. Esos escasos minutos los pasaba en un estado de enfermiza duermevela en los que siempre se veía a sí mismo levantarse y realizar las tareas habituales: iba al servicio, preparaba café, leía el periódico digital… pero cuando, por fin, llegaba la hora de levantarse de verás, se daba cuenta de que todo había ocurrido en su imaginación y que ahora tenía que repetirlo en el mundo real. Aquello le agotaba profundamente, y le hacía amanecer de mal humor.
Eran las 8 y 39 minutos y k. estaba saliendo de la ducha, luchando por escapar del estado de embriagador letargo en el que se encontraba. La noche anterior se había acostado tarde, muy tarde. Quería impresionar a su jefe presentándole un estudio acerca de las posibilidades de la última película de la productora en el mercado latinoamericano, y prácticamente no había dormido. Le tocaría recibir las felicitaciones y las palmadas en el hombro con una cara y un aspecto lamentables, pero después de todo no por ello dejarían de ser felicitaciones. K. salió de casa a toda prisa, el sueño había hecho disminuir su velocidad normal de acción e iba con el tiempo más justo que de costumbre. El ascensor estaba ocupado, por lo que optó por bajar las cuatro plantas de escaleras que llevaban hasta el garaje corriendo. Cuando llegó al coche se dio cuenta de que había olvidado su maletín, así que dio media vuelta y subió de nuevo las escaleras. Cuando estuvo frente a la puerta, y tras mirar en el bolsillo dónde siempre guardaba las llaves, cayó en la cuenta del terrible suceso. Las había olvidado dentro de casa. No podía creerlo, los nervios y la presión estaban a punto de devorarle. Totalmente derrotado, superado por la situación, k. entró en el ascensor y bajó a la calle, se sentó en uno de los bancos que había bajo su casa y llamó desde el teléfono móvil.
Eran las 8 y 39 minutos y k. estaba saliendo de la ducha, luchando por escapar del estado de embriagador letargo en el que se encontraba. La noche anterior se había acostado tarde, muy tarde. Quería impresionar a su jefe presentándole un estudio acerca de las posibilidades de la última película de la productora en el mercado latinoamericano, y prácticamente no había dormido. Le tocaría recibir las felicitaciones y las palmadas en el hombro con una cara y un aspecto lamentables, pero después de todo no por ello dejarían de ser felicitaciones. K. salió de casa a toda prisa, el sueño había hecho disminuir su velocidad normal de acción e iba con el tiempo más justo que de costumbre. El ascensor estaba ocupado, por lo que optó por bajar las cuatro plantas de escaleras que llevaban hasta el garaje corriendo. Cuando llegó al coche se dio cuenta de que había olvidado su maletín, así que dio media vuelta y subió de nuevo las escaleras. Cuando estuvo frente a la puerta, y tras mirar en el bolsillo dónde siempre guardaba las llaves, cayó en la cuenta del terrible suceso. Las había olvidado dentro de casa. No podía creerlo, los nervios y la presión estaban a punto de devorarle. Totalmente derrotado, superado por la situación, k. entró en el ascensor y bajó a la calle, se sentó en uno de los bancos que había bajo su casa y llamó desde el teléfono móvil.
- Hola, querría que me pusiera en contacto con algún servicio de cerrajeros de urgencia, por favor. – dijo K. con un tono entre la más resignada tristeza y la más triste resignación.
- Un momento. – respondió la operadora.
Al cabo de unos minutos, le pasaron con una mujer.
- Buenos días, Key Central servicios urgentes, ¿en qué puedo ayudarle?
- He olvidado las llaves dentro de mi casa, necesitaría abrir la puerta urgentemente, por favor.
- Muy bien, ¿conoce el modelo de su puerta?
- No, no exactamente. La puerta es blindada, bastante gruesa, la llave tiene aspecto de antigua. Vivo en los bloques de al lado del Edificio Diagonal que fueron inaugurados el año pasado.
- No me diga más, conozco el modelo de puerta de esas casas, no es el primero que nos llama. Debe usted ponerse en contacto directamente con la compañía, lo siento. Si quiere puede darle el teléfono.
K. llamó a la compañía, pero andaban
escasos de técnicos y no podrían atenderle hasta última hora del día. Abatido, k. hundió la cara en sus manos
y se dejó llevar por la impotencia.
Cuando abrió los ojos no sabía con
seguridad si habían pasado unos minutos o unas horas. Miró su reloj, habían sido sólo unos minutos.
Llamó por teléfono a m.. Vivían juntos, pero tenían horarios
diferentes, en teoría ella ya llevaba más de una hora trabajando.
- Cariño no puedo hablar ahora, llámame
más tarde, por favor. – contestó
m. nada más descolgar.
- Escucha, escúchame demonios, dame un
minuto. He olvidado las llaves
dentro de casa y el cerrajero no puede venir hasta la noche, necesito tus
llaves, he olvidado el informe de Latinoamérica dentro de casa.
- Cielo, estoy en el aeropuerto, hoy
tenía que coger el puente aéreo, lo hablamos anoche, en la cena,
¿recuerdas? Llegaré a casa
alrededor de las 9, te veré entonces.
k. colgó el teléfono y volvió a hundir el
rostro en sus grandes manos, cerrando los ojos.
A los pocos segundos los abrió, miró
hacia el frente y lanzó el teléfono móvil con todas sus fuerzas contra el
suelo, haciéndolo saltar en mil pedazos.
Se levantó y se dirigió hacia la parada de metro más cercana.
Hacía meses que no cogía el metro,
normalmente sus días consistían en ir en coche de casa al trabajo, de allí al
restaurante que había debajo de la productora, de nuevo al trabajo y por fin a
casa. Los fines de semana
transcurrían entre comidas en sitios de moda, cenas en casas de amigos, copas
caras en bares snobs y algún polvo ocasional y de compromiso. En resumen, K. vivía en una burbuja.
Pasó las 6 paradas que separaban su casa
del centro agarrado a una barandilla sonriendo como un idiota, observando a
todo el mundo con una mueca de asombro.
Adolescentes camino del Instituto, ancianos que leían el periódico, una
multitud de inmigrantes, personas desaliñadas, personas con traje y corbata,
personas gordas, personas flacas.
Personas.
- Así que esto es la gente normal, casi
lo había olvidado. – pensó k. para
sí mismo.
Cuando llegó a su parada la masa humana
le fue deslizando de un modo casi imperceptible hasta la superficie, k. tenía
la impresión de que se desplazaba sin tocar el suelo, como si formase parte de
algo mucho más grande que él que se movía sin pausa arrastrándole sin remedio.
Al salir a la calle se colocó sus gafas
de sol y comenzó a caminar entre la multitud con la mirada perdida. Recorrió las estrechas calles del
Barrio Gótico disfrutando del ajetreo y la prisa que destilaba la ciudad igual
que solía hacer en sus tiempos de estudiante. K. era una persona inevitablemente urbana, cuando era más
joven, solía salir solo a dar largos paseos caminando de un barrio a otro,
fijándose en las personas, en los edificios, los bares, los parques… y en la
conjunción mágica y romántica que este conglomerado de cosas creaba: la ciudad.
Se sintió feliz de reencontrarse con
aquellos antiguos sentimientos que ya creía perdidos, antes consideraba estas
pequeñas excursiones como una de sus prioridades, uno de los pocos momentos en
los que tenía la oportunidad de estar a solas consigo mismo y hacer balance de
la vida, y el hecho de estar recuperando aquella vieja tradición le provocaba
una ilusión semejante a viajar hacia atrás en el tiempo, a ser joven otra vez.
Pero el tiempo había pasado, y de qué
manera. Cuando k. estaba en la Facultad
soñaba con ser un gran guionista, amaba el cine más que ninguna otra cosa, y
gran parte de su tiempo lo dedicaba a escribir historias. Ahora trabajaba en el departamento de
financiación de una gran productora, ganaba mucho dinero y estaba metido dentro
del mundo del cine, pero aquello distaba mucho de lo que k. siempre había
deseado.
Se sorprendió a sí mismo pensando en todo
aquello. Normalmente, su vida iba
tan deprisa que no tenía tiempo para pensar en ella. Su existencia se limitaba a una concatenación de
acontecimientos, la mayoría de ellos rutinarios y repetitivos, pero k. nunca
tenía tiempo para reflexionar acerca de estos e intentar siquiera sacar
conclusiones, simplemente ocurrían, nada más, todo funcionaba demasiado deprisa
como para pararse a pensar si las cosas estaban yendo bien o mal. Hacia ya mucho tiempo que su vida
parecía habérsele ido de las manos, daba la impresión de que nada ni nadie, ni
siquiera él, era capaz de pararla, un ente con autonomía propia que funcionaba
independientemente respecto de su propia persona. En plena calle, rodeado de gente, tuvo la sensación de que
por primera vez en mucho tiempo, tenía tiempo para pensar en sí mismo.
A mitad de estos pensamientos tuvo la
tentación de llamar al trabajo, ni siquiera había avisado de que no iba a
ir. Pero no lo hizo.
Cuando sus piernas comenzaron a sentirse
cansadas k. decidió parar a tomar un café. Se sentó en la barra y comenzó a leer la prensa. No recordaba cuando fue la última vez
que tuvo un periódico en las manos, normalmente leía varios, pero sólo las
ediciones digitales. Ojeando aquel
diario cayó en la cuenta de algo ¿hacía cuanto que no leía un libro? Salió de la cafetería y se dirigió
hacia una vieja librería que solía visitar años atrás. Estaba cerrada. Continuó caminando y finalmente
encontró una librería mucho más moderna que la que buscaba, era una franquicia
que tenía repartidas varias sucursales por Barcelona. Dio varias vueltas hasta que casualmente encontró una
edición de bolsillo de “El viejo y el mar”, uno de sus libros favoritos. Lo compró y fue paseando hasta el
Parque de la Ciudadela. Al llegar
allí se sentó en un banco frente a la fuente y lo leyó de un tirón.
Tenía algo de hambre, así que pensó que
quizá ya sería la hora de comer.
Cruzó Vía Laietana, dejó atrás la Plaza Sant Jaume, bajó la calle Ferrán
y llegó hasta el Raval. Se decidió
por un restaurante vegetariano decorado de un modo muy alegre. Nunca había estado en ninguno y le
pareció que ese era el día perfecto para probarlo. Se sentó en la barra y pidió la carta a una preciosa
camarera bastante joven que tenía un extraño aro colgando de la nariz, igual
que si fuera una vaca, le pareció muy gracioso. K. pasó más de diez minutos mirando la carta, incapaz de
decidirse por nada. Al fin, la
camarera regresó a donde él estaba sentado.
- ¿No lo tienes claro? Si quieres puedo recomendarte
algo. – preguntó con gesto amable.
- No, la verdad es que no logro
decidirme. Es la primera vez que
estoy en un restaurante vegetariano ¿sabes? - contestó k. sonriente, llevaba toda la mañana con mil
sensaciones fluyéndole en la cabeza y tenía ganas de hablar.
- Entiendo. Si quieres mi opinión, te recomiendo la lasaña de queso de
cabra, es mi plato favorito, está buenísima. Y para beber, si te gusta el vino, pide una copa de
Barbazul, es un vino de Cádiz muy poco conocido, a mí me encanta.
- Me has convencido, tomaré lasaña. Y también probaré ese vino, creo que
nunca he bebido un vino de aquella zona y Cádiz es una ciudad que me gusta
mucho. – contestó k. sonriente.
- Buena elección, a mí también me fascina
Cádiz, con sus playas, la gente… es un buen lugar para perderse.
Cuando la camarera estaba a punto de dar
media vuelta se fijó en el libro que K. había dejado encima de la barra.
- ¡Vaya! ¿Te gusta Hemingwey?
“El viejo y el mar” es uno de mis libros preferidos. – dijo la chica sorprendida.
- Mucho, es uno de mis escritores
favoritos.
- ¡Qué sorpresa! Precisamente en la compañía estamos
ensayando la adaptación de uno de sus textos cortos “Hombres sin mujeres”, ¿lo
conoces?
- Por supuesto. No me digas que eres actriz.
- Lo intento. Termine la carrera de Historia hace ya un par de años,
incluso hice un máster, pero creo que mi verdadera vocación es actuar. Sé que es un mundo complicado, pero uno
tiene que luchar por lo que de verdad quiere ¿no?
- Desde luego. – contestó K. ensimismado por el entusiasmo de aquella
joven. Yo estudié Cine, trabajo en
una productora bastante grande desde hace un par de años.
- ¿De verás? ¡Qué emocionante!
Tiene que ser fantástico estar dentro de aquel mundo tan apasionante.
- No te creas, no todo es tan bonito como
parece visto desde fuera. –
replicó k. mirando hacia el suelo.
- Me llamo Clara, ¿y tú? - preguntó muy risueña, con cierto tono
de flirteo.
- Yo soy K., encantado de conocerte Clara. – respondió K.
La chica se marchó y continuó trabajando,
K. comió la lasaña y bebió tres copas de vino más. Cuando terminó, llamó a la joven y le pidió la cuenta. Intercambiaron un par de sonrisas y K.
decidió lanzarse.
- Escucha Clara, ¿a qué hora acaba tu
turno? Me gustaría invitarte a un
café, ¿te apetece? - preguntó K.
muy decidido, espoleado por el vino y la belleza de la chica.
- Termino en menos de diez minutos, me
encantaría. – contestó ella.
Clara se dio la vuelta y continuó
atendiendo. K. estaba totalmente
sorprendido. Si aquella preciosa
chica había terminado la carrera de Historia e incluso había hecho un máster
significaba que no debían llevarse más de dos o tres años, ¿cómo podía ser
posible que ella tuviera un aspecto tan juvenil y K. a su lado se viera tan
viejo? Los años no caen igual a
todo el mundo, pensó.
K. observó a Clara discretamente desde la
barra mientras la chica se movía ágilmente de un lado a otro con platos en las
manos. No recordaba la última vez
que había hablado con una desconocida.
Solía tratar con cientos de personas que pasaban por la productora y
conocer a montones de amigos de amigos, pero nada parecido a un encuentro como
aquel. Él, solo, hablando con otra
persona sin ningún nexo aparente más allá que la atracción y la conversación
espontánea.
A los pocos minutos Clara apareció sin el
delantal y vestida con otra ropa diferente. Llevaba unos pantalones negros muy apretados y un estiloso
jersey gris oscuro con el cuello muy ancho, estaba guapísima.
Se sentaron en una mesa y enseguida les
llevaron los cafés. Hablaron un
poco de Cine, otro poco de Literatura, y K. enseguida comenzó a hacer preguntas
más personales, interesado de verás en aquella chica.
- Y dime Clara, ¿cómo decidiste ser
actriz? A priori, no parece que
tenga mucho con ver con la Historia ¿no?
- preguntó
- No mucho, tienes razón. Siempre me ha encantado actuar, así
que, cuando entré en la facultad, pasé a formar parte del grupo de teatro de la
Universidad. Nos juntábamos a
menudo, ensayábamos, e incluso representamos varias obras. El tercer año ganamos un concurso y
viajamos actuando por varias Universidades de España, fue algo increíble.
- Suena fantástico, debió ser muy
divertido.
- Muchísimo, no te puedes imaginar. La cosa es que cuando terminé la carrera
mis padres se empeñaron en que hiciera un máster en el que da clase un amigo de
mi padre, yo acepté, pero también continué en contacto con mis antiguos
compañeros. Uno de ellos logró
acceder a una compañía muy joven que dirige un amigo suyo, y cuando me ofreció
ingresar no me lo pensé dos veces.
Tuve que dejar el trabajo de profesora que tenía en una academia para
niños porque me ocupaba todo el día, conseguí este trabajo a media jornada y
por las tardes voy a los ensayos.
- Vaya, eres muy valiente, te
admiro. – dijo K. sinceramente
- ¿Hay qué luchar por lo que se quiere
no? - respondió Clara mirando a
los ojos de K.
Cuando terminaron los cafés salieron a la
calle, se intercambiaron los teléfonos y se dijeron adiós. K. le prometió ir a ver uno de sus
ensayos a cambio de que ella aceptase una invitación para cenar. Clara aceptó.
La conversación y el vino parecían haber
hundido la mente de K. en un confuso estado entre el miedo y la emoción, se
quedó parado en la puerta del restaurante viéndola marchar mientras sentía que
su cerebro empezaba a hacer cosas extrañas. Unos segundos después comenzó a caminar sin rumbo fijo y
justo antes de doblar la esquina de la calle se giró y vio la silueta de Clara
alejándose entre la multitud.
Cuando finalmente la perdió de vista dio media vuelta y reemprendió la
marcha con una descabellada idea martilleándole la cabeza como si fuera el
mayor axioma del universo: podría enamorarse de aquella chica sin ningún tipo
de esfuerzo.
Se dejó llevar durante un rato por las
calles y plazas del Raval y súbitamente recordó que había visto en el periódico
que proyectaban una de sus películas favoritas en los cines Meliès. Recorrió ágilmente aquellas calles con
olor a humo y especias hasta llegar al eterno jaleo de Plaza Universitat,
después subió la calle Aribau y recordó como, cuando comenzó a salir con M. y
acostumbraban a hacer inesperadas salidas nocturnas, se colocaban en el
principio de la calle y jugaban a decir un número al azar, tras esto recorrían
el número de pasos que indicaba dicho número y entraban a cenar al restaurante
más cercano. Hacía meses que no lo
hacían. Cuando llegó al cruce con
Aragó giró a la izquierda y caminó viendo como comenzaba a ponerse el sol, finalmente,
cogió la calle Villaroel y entró a ver “En la ciudad” en los viejos cines
Meliès.
El efecto del vino ya había pasado y la
película le dejó un amargo poso de tristeza. Paseó lentamente hasta la parada de metro para volver a
casa, el sol se había puesto hacia ya un par de horas y comenzaba a hacer
frío. Durante el camino de regreso
a casa K. comenzó a plantearse cosas que no le habían venido a la cabeza en el
resto del día, ¿qué pensaría M. cuando le explicase lo que había hecho? ¿qué iban a decirle en la oficina a la
mañana siguiente? Pasó el viaje en
metro sentado con el rictus muy serio dándole vueltas a estos
pensamientos. Él siempre había
pensado que se enamoraría de una chica alegre que compartiría su pasión por el
cine y sería su compañera de viaje hacia lugares extraños, una chica dulce y
sincera con la que pasar las noches bebiendo vino tinto y hablando de sus
sueños. K. solía fantasear con
vivir en un ático abuhardillado pequeño y acogedor, con una gran librería que
tuviese adosada una escalera para poder llegar a los libros que estuviesen más
altos. Su casa actual tenía más de
150 metros y no tenía librería. De
joven se imaginaba a sí mismo como un guionista vividor y despreocupado al que
nunca le faltaban ideas fantásticas sobre las que escribir, un creador de
historias como los que él admiraba desde que era un niño. No conseguía entender en que parte del
camino las cosas se habían torcido tanto como para acabar así. Tenía una novia guapa y seria con un
gran trabajo, una casa de lujo y un trabajo de éxito, se suponía que había
llegado lejos, pero ¿Por qué demonios había llegado hasta allí si él quería ir
a otro lugar? Esta pregunta
retumbaba en su cabeza una y otra vez.
Bajó del metro con las manos en los
bolsillos caminando con pasos deliberadamente cortos, con miedo de llegar a
casa y tener que volver a enfrentarse con su vida real.
Merodeó lentamente cambiando a menudo de
acera, intentando tomar consciencia de lo que le había pasado a lo largo de
aquel día, estaba volviendo en sí y los hechos parecían superarle. Era como si, por unas horas, se hubiera
tomado vacaciones de su propia vida, como si hubiera huido a un lugar en el que
poder fascinarse como si todo fuera nuevo y desconocido, un sitio muy lejano
donde nadie lo conociera y tuviese carta blanca para volver a empezar de cero.
Al llegar al portal de su casa se
encontró con el portero, que estaba sacando la basura del edificio, K. le miró
amablemente y le saludó:
- Buenas noches, abríguese bien, parece
que por fin ha llegado el frío.
- El frío es bueno, le hace a uno
sentirse vivo. ¿Cómo está? La señora M. me ha preguntado por usted
cuando ha llegado. – contestó
sonriente el portero.
- ¿Hace mucho rato que ha llegado? - preguntó K. algo nervioso.
- Una media hora más o menos.
- Gracias, buenas noches.
K. cogió el ascensor, no tenía fuerzas
para subir por las escaleras, llevaba todo el día caminando y se sentía
cansado.
Cuando llegó frente a la puerta de su
casa metió la mano en la chaqueta, buscando las llaves por inercia. No las encontró y por puro impulso
probó en el bolsillo de al lado.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo de arriba abajo y después sacó las
llaves del bolsillo. Se quedó unos
minutos observándolas, totalmente paralizado, sintiendo como el corazón comenzaba
a agitarse a velocidad de vértigo dentro de su pecho. Levantó la cabeza, respiró profundamente y abrió la puerta
de su casa. Nada más hacerlo, M.
salió de la cocina y acudió a su encuentro.
- ¿Se puede saber qué te ha pasado? Tu jefe me ha llamado, ha dicho que no
has ido a trabajar y que tu teléfono ha estado apagado todo el día. ¿Dónde demonios te has metido? ¿De dónde vienes? - preguntó M. acelerada y
nerviosamente.
- Se acabó. – contestó K. muy serio.
- ¿Qué? ¿De qué coño estás hablando? ¿Qué quiere decir “se acabó”? ¿Qué es lo que se acabó? - respondió M. gritando.
- Todo. Se acabó.
© D.A.S 2009
Recomendación musical: Mùm - Finally we are no one
http://rapidshare.com/files/88082085/Mum_-_Finally_We_Are_No_One.rar
(Indietrónica islandesa reposada y envolvente, una maravilla de disco)
* Recomendación literaria: "Sida mental" de Lionel Tran. Novela experimental que juega con el tiempo cronológico y la estructura gramática. Nihilista, suicida, macabra, dura, sucia, barriobajera y realista. Su autor es guionista de cómics y dirige Terrenoire, uno de los talleres de edición underground más importantes de Francia.
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