lunes, 9 de noviembre de 2009

FAMILY










Cuando salí a la calle sentí un tremendo golpe de frío en el rostro, suspiré profundamente y el vapor se acumuló frente a mis ojos: por fin había llegado el invierno. No podría decir con seguridad si llevaba colocados o no los auriculares ni si el reproductor de música portátil estaba conectado, pero recuerdo perfectamente escuchar música en mi cabeza mientras comenzaba a andar bajo aquel cielo insultantemente azul con las manos metidas en los bolsillos. Los niños caminaban en dirección a sus respectivas escuelas dando saltos por las aceras, gritando y riendo, insuflando vida a las estrechas y aletargadas callejuelas, hacía casi una hora que había amanecido y la ciudad empezaba a despertar. Entré en una cafetería de aspecto moderno y pedí un expresso. Lo tomé tranquilamente mientras ojeaba el periódico y llamé a Luka desde el teléfono móvil.


- ¿Davi?


- Luka te he dicho mil veces que no me cojas el teléfono cuando llamo por la mañana. Cuelga y llámame tú maldito tacaño, tu compañía no te cobra por hablar por las mañanas. – dije algo irritado.


- Está bien, está bien. Dame un minuto


A los pocos segundos mi móvil comenzó a sonar. Descolgué rápidamente y hablé.


- Hola Luka, ¿está tu padre despierto?


- Sí, acaba de levantarse, ¿cómo ha ido todo?


- Perfecto, no ha habido ningún problema, ha sido como robarle un caramelo a un niño.


- Lo celebro, papá se pondrá muy contento, te esperamos a la hora de comer, sé puntual.


- Descuida, hasta entonces.


Me sentía realmente bien, paseé sonriente hasta West Avenue y torcí en la segunda hacia Ryde Park. Caminé por aquella inmensidad verde durante un rato con la mirada dividida entre las traviesas ardillas y las caras de la gente, muchas de ellas todavía dormidas. Comencé a fijarme especialmente en los ancianos. Resulta llamativo el modo en el que envejecen los rostros de las personas: arrugas profundas e infinitas que parecen ser el recorrido vital de la persona en cuestión, grandes bolsas bajo los párpados que dan la impresión de querer indicar cuanto ha sufrido o no ha sufrido esa persona, horribles pelos que salen de los enormes y eternamente dilatados orificios nasales, dobleces por todos los rincones de las mejillas, orejas demasiado grandes, ojos demasiado pequeños… es el precio que tenemos que pagar por seguir viviendo, irnos estropeando sin remedio.


Observando a todos aquellos ancianos e intentando reconstruir fantasiosamente sus vidas no tardé en animarme con el ejercicio de vislumbrar como sería mi propia vejez. Intenté hacerme una imagen mental de cómo luciría mi apariencia cuando fuese un respetable anciano, pero no conseguí dibujar en mi mente ninguna figura que me resultase satisfactoria. No estaba acostumbrado a pensar en el futuro, el presente solía ser tan duro que intentar adivinar qué demonios sería lo que vendría después me bajaba la moral.


Continué caminando pensando en cientos de cosas, observando a los pájaros, contemplando a las personas, perdiéndome en la forma de las nubes, la altura de los árboles… desde niño había tenido una enorme facilidad para la ensoñación, los profesores y psicólogos siempre habían dicho de mí que era un chico muy despierto y que la inteligencia creativa era la que dominaba mi cerebro. Siempre andaba absorto en múltiples cavilaciones, ya estuviera caminando por la calle, masticando un filete en el comedor de la escuela, o tumbado en la cama con los ojos como platos, mi mente acostumbraba a andar perdida en mi pequeño mundo. Recuerdo que, cuando era muy pequeño, soñaba con ser bombero, tengo que decir que dista mucho de lo que he llegado a ser en realidad, pero en mi cabeza poseo una cantidad ingente de recuerdos extraordinariamente nítidos de la época en la que soñaba que apagaba fuegos y rescataba a personas de rascacielos ardiendo. Casi como si realmente hubiese ocurrido.


Lo mismo pasó cuando mis padres me apuntaron a clases de tenis, cuando gané el concurso de redacción del Instituto o la temporada que me dio por aprender a tocar la guitarra. Todos aquellos sueños se quedaron por el camino, pero mi cerebro está rebosante de recuerdos de grandes victorias en Wimbledon, Premios Nobel de Literatura o conciertos con más público que los Stones en los que yo era el guitarrista principal.


Estaba profundamente alegre, eufórico, la satisfacción del trabajo bien hecho me hacía sentirme orgulloso de mí mismo. Seguramente la cocaína también estaba ayudando, me encontraba algo inseguro esa mañana al levantarme de la cama y decidí darme un par de empujoncitos para terminar de animarme, no quería que me temblasen las piernas cuando llegase el momento.


Salí por la parte Oeste del parque y caminé durante unos minutos más. Fui a parar a Madison Garden y me acerqué hasta los viejos Cines Buñuel. Programaban “One, two, three” de Wilder en la sesión matinal. Compré una entrada sin dudarlo y entré en aquel destartalado y desierto cine. Me reí sonoramente durante dos horas y al salir cogí el metro hasta Permington, la parada sólo estaba a cinco minutos caminando de la casa de los Herzog.


Cuando llegué allí Luka salió a recibirme y nos fundimos en un abrazo.


- Sabia que todo iba a salir bien amigo, no lo dudé ni un solo instante. – dijo poniendo sus manos sobre mis hombros y dedicándome una gran sonrisa.


- Gracias hermano, yo tampoco lo dudé.


Aquella frase se fundió con una voz que gritaba mi nombre proveniente del interior de la casa.


-¿Davi Romunn? ¡Acércate aquí maldito cabrón, sabía que no nos fallarías! No era un trabajo fácil pero sabía que no ibas a fallarnos. Dime, ¿cómo ha sido? - preguntó expectante Carlo, el padre de Luka, el jefe, el señor, el dueño de todo, mientras se acercaba a mí con un gesto de aprobación en su rostro.


- Ha sido más sencillo de lo que esperaba señor Romunn. He llegado temprano, me he colado en su garaje y he esperado pacientemente a que bajara, cuando lo ha hecho he aparecido desde detrás de una columna y le he metido una bala entre los ojos, tal y como teníamos planeado. El garaje estaba desierto y estos silenciadores Benson funcionan como la seda, así que he salido de allí enseguida y me he marchado caminando tranquilamente, sin dejar rastro.


- Perfecto chico, perfecto. Trabajas con nosotros desde hace ya tres años pero ahora puedo decir que eres oficialmente uno más de la familia. Hacer negocios con cocaína es una cosa, hacerlos con la clase y rentabilidad que lo haces tú otra muy distinta, pero este tipo de encargos están reservados a gente de extrema confianza. Bienvenido hijo, vamos a comer.


Pasamos al gran salón en el cual la mesa estaba dispuesta de un modo tan fantástico que parecía un enorme bodegón antiguo. Luka levantó la copa en mi honor y todos brindaron enérgicamente. Pocas veces me he sentido mejor que en ese momento. No era el guitarrista de los Stones, ni el Nobel, ni siquiera eran unos octavos de final en Wimbledon, pero era mi triunfo, y me había ganado a pulso el derecho de saborearlo.


Devoré sin mesura blinnis con caviar, foie artesano, langosta y chocolate mexicano, bebí un champagne tan sabroso que debía ser la meada del mismo Dios y Carlo me invitó al puro más grande que había visto nunca. Hablamos y reímos hasta bien entrada la tarde. Cuando el sol comenzó a ponerse me despedí de ellos y me marché.


Las tiendas todavía estaban abiertas, así que en lugar de coger el metro a mi casa me acerqué hasta el boulevard de las boutiques con la intención de comprarle algo bonito a Michelle para celebrar la buena noticia. Deambulé bajo las farolas estilo años 20 de las cuales brotaba una luz naranja que llenaba todo de calma y sosiego mientras decenas de preciosas mujeres vestidas igual que las modelos de las revistas me dedicaban miradas que parecían decir “vamos, acércate, pregúntame si quiero follar contigo, contestaré que no, pero los dos sonreiremos”.


Ya sabía desde un principio lo que le iba a regalar a Michelle, pero a pesar de eso me paseé por varias de aquellas tiendas barrocas y aterradoramente caras por el simple hecho de sentirme a la altura de todos aquellos desgraciados a los que siempre había despreciado, aquella masa uniforme de gente podrida de billetes y vestida a la última moda.


Cuando mi ego estaba a punto de sobrepasarme me dirigí a Chanel y compré un pequeño bolso de color negro por un poco más de 2000 euros.


Anduve el camino a casa durante algo más de media hora observando cosas totalmente familiares con un aire de extrañeza. Los vagabundos, los pubs donde sirven cerveza las 24 horas del día, el viejo drugstore de la esquina de la calle Maine con la 55, los perros que siempre se reunían enfrente de mi edificio. No tardaríamos mucho en mudarnos y todo aquello se convertiría dentro de poco en nada más que recuerdos. Me entristeció pensar eso, pero para poder ir hacia delante con fuerza tienes que permitir que el suelo que dejas atrás se derrumbe a tu paso.


Al entrar en el patio y revisar el correo me di cuenta de que el nombre de Sonny no aparecía en la etiqueta del buzón. Cuando nos cambiásemos de casa escribiría también su nombre en la etiqueta, después de todo, ya estaba a punto de cumplir 5 años.


Subí corriendo las escaleras, siempre lo hacía, son mucho más rápidas que el ascensor, y ayudan a tener las piernas en forma para poder subir más rápido. Y a mí me gustaba subir rápido.


Recorrí el pasillo que llevaba hasta el loft con la chaqueta colgando del hombro. Llegué hasta la puerta y desde el mismo momento en el que empecé a abrirla y noté que toda la estancia estaba a oscuras sentí un terrible cosquilleo por la parte final de la columna. Los nervios comenzaron a aflorar, saqué la pistola y terminé de abrir la puerta muy despacio. Llamé a mi mujer dos veces.


- ¡Michelle! ¡Michelle!


Nadie contestaba, di dos pequeños pasos acercándome hasta el salón con la pistola empuñada firmemente con ambas manos, respirando cada vez más y más acelerado. Oí un ruido detrás del sofá, apunté y con la mano izquierda intenté activar el interruptor. No alcanzaba, así que di un pequeño paso hacia atrás sin dejar de apuntar y encendí la luz.


- ¡Bu! Jajaja ¡Te has asustado! ¡Te has asustado! ¡Papá se ha asustado!. – Sonny apareció de detrás del sofá muriéndose de risa y corriendo como un loco hacia mí.


El pequeño Sonny gritaba y reía, y creo que ni siquiera se percató de la pistola, lo subí en brazos y con cuidado me guardé el arma en la parte trasera del pantalón.


- ¿Te parece bonito asustar así a tu padre jovencito? ¡Podía haber sido un ladrón!


- No eras un ladrón, tus zapatos siempre hacen el mismo ruido cuando llegas por el pasillo. – contestó Sonny riendo, era un chico muy listo.


Sólo unos instantes después Michelle salió del baño con una diminuta toalla blanca enrollándole el torso y otra toalla también de color blanco que le sujetaba el pelo.


- Cariño te he llamado cuando he entrado, ¿no me has oído?


- Estaba en la ducha con el cassette, no te he escuchado entrar cielo.


Suspiré y me acerqué hasta ella con el pequeño Sonny colgando de mis brazos, la besé en los labios y sonrió profundamente.


- ¿Ha ido bien verdad?


- Ha ido perfecto cariño, vamos a preparar la cena.


Cenamos relajadamente una ensalada de pollo y al terminar nos tumbamos los tres en el sofá a ver una vieja película de Robert Mitchum que pasaban por el canal de cine.


En ella Mitchum interpretaba a un predicador corrupto recién salido de prisión que llega hasta un pequeño pueblo y consigue ganarse el favor de una joven viuda de la que sospecha tiene escondida una gran cantidad de dinero que su marido robó antes de morir.


Mitchum consigue engañar a la mujer pero no a sus hijos, que son los que terminan por desenmascararle y mandarle de nuevo a la cárcel. Hay algunos niños que son más listos que muchas personas adultas. El niño pequeño que protagonizaba la cinta me recordaba enormemente a Sonny, igual de pequeñito y avispado.


Cuando terminó la película acostamos al pequeño Sonny y Michelle y yo abrimos una botella de Riesling para celebrar el gran día.


Después de la segunda copa le di su regalo.


- ¡Davi! ¡Dios mío, es un Chanel auténtico, debe haberte costado una fortuna! - exclamó Michelle excitada.


- Todo es poco para mi chica. Y más vale que te vayas acostumbrando, ya somos parte de la familia, las cosas comenzarán a ir mucho mejor a partir de ahora.


- Me muero de ganas de ir a la cena de Navidad de casa de los Herzog. Dime cariño, ¿por dentro es tan bonita como por fuera? - preguntaba Michelle totalmente embriagada de la felicidad que prometían los nuevos tiempos.


- Mucho mejor. Tiene un salón enorme. Igual que las casas de las revistas que sueles comprar.


Terminamos la botella de vino y nos metimos en la cama. Hicimos el amor apasionadamente con los ojos cerrados. Fue uno de los mejores polvos de toda mi vida.


El sexo adquiere otra dimensión cuando supone una sublimación del momento y las circunstancias vitales, trascendiendo el simple acto de amor físico. Hay ocasiones en las que la felicidad y el entusiasmo exaltan al cuerpo de un modo mucho más agudo que la simple atracción sexual o la necesidad física. Un ascenso en el trabajo, un golpe de suerte, o una simple buena noticia hacen enardecer el interior de las personas de tal modo que el sexo no es más que la consecuencia lógica en la cual tiene que desembocar ese estado de emoción.


Durante más de media hora estuve en comunión con el cuerpo de Michelle como si me estuviera follando a mi futuro. La besaba pensando en los trajes italianos o en un nuevo coche, seguramente el último modelo que acababa de sacar Mercedes, un deportivo de 4 plazas absolutamente precioso. La familia Herzog tenía negocios con el distribuidor de Mercedes en la ciudad y disfrutaban de privilegios. Michelle giraba la cabeza a un lado mientras yo me movía arriba y abajo encima suyo, y casi podía sentir como ella hacía viajar a su mente al boulevard de las boutiques, después a Europa, haciendo turismo por las viejas capitales, y después mucho más lejos, a Japón, Estados Unidos, o al mismo fin del mundo.


Al terminar nos abrazamos y cada uno se apartó a un lado de la cama todavía casi sin abrir los ojos. Aquello no fue hacer el amor, nos acabábamos de follar salvajemente la etérea promesa de una vida mejor. No era sexo entre simples personas físicas, era un acto de unión entre Michelle, yo y nuestras respectivas mentes que dibujaban momentos de felicidad a golpes de cadera y sonidos jadeantes. Todos nuestros sueños estaban a punto de hacerse realidad.






Michelle se durmió enseguida, emitiendo su característico leve ronquido que al principio de nuestra relación yo aborrecía y al cual había acabado por acostumbrarme, llegando casi a resultarme agradable.


Yo, por mi parte, todavía estaba demasiado ensimismado como para conciliar el sueño y mi mente comenzó a trazar un recorrido imaginario por lo que predecía iba a ser mi vida a partir de entonces. Un hogar más grande, un crucero por Grecia, la Universidad de Sonny, una casa de campo en las montañas, mi retirada con honores… Sólo en una ocasión y por un segundo vino a mi mente que el precio que había tenido que pagar por todo eso y que a partir de entonces sería una cuota periódica era la muerte. Recordé al pobre desgraciado de aquella mañana derrumbado sobre el sucio suelo del garaje, con la boca y los ojos abiertos mientras los sesos se le iban escapando lentamente por el agujero que la bala había hecho en su cabeza. No sentí ni un mínimo atisbo de arrepentimiento. La muerte era un alto precio que estaba dispuesto a pagar, siempre que no fuera la mía. Seguramente aquello me convertía en una mala persona, pero ¿qué es exactamente ser una buena persona? ¿Quién demonios hoy en día puede decir con la cabeza alta que es una buena persona? Yo estaba luchando por darle a mi familia la mejor vida posible, no se me ocurría mejor actitud que aquella, y por lo que a mí respecta, la gente que esta lucha dejaba en el camino no existía, no los veía, no los conocía, y por lo tanto no formaban parte de mis pensamientos. Además, después de todo, se me ocurrían cientos, miles de cosas mucho más importantes que el ser buena persona, así que aparté aquella idea de mi cabeza.


Continué divagando, hasta que, casi sin darme cuenta, llegué por fin a una representación de mi yo anciano que me pareció absolutamente real, como nunca antes podía haber llegado a imaginar.


Las orejas grandes, los ojos brillantes y diminutos, los pelos de la nariz, la sonrisa amable y distraída, el tono de voz lastimoso y alegre… conseguí mantener esta imagen de mí mismo durante un buen rato, haciéndola viajar de visita a casa de sus nietos, conversar en la residencia con varios colegas de juventud compartiendo historias de la familia, tomar la medicación regularmente para conseguir una muerte dulce e indolora…


A la mañana siguiente desperté con una sonrisa en el rostro, escuchando de fondo los suaves ronquidos de Michelle. La cogí por el hombro, la agité suavemente, y contemplé como el rostro se le inundaba de cabellos rubios que caían desde su larga melena mientras, con los ojos todavía cerrados y el gesto ausente, se giraba hacia mí y me decía:


- ¿Qué hora es?


- Buenos días cariño, es hora de levantarse. ¿Has dormido bien?


- No, he tenido un sueño horrible.


© D.A.S 2009






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(Uno de los mejores discos de unos de los mejores artistas vivos)




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