“¿Cuánto
tiempo llevas intentando hacer algo decente? ¿Crees que por escribir poesía barata, media docena de
relatos con un poco de gracia y una novela que no le interesa a nadie puedes
llamarte escritor? Para ser
escritor hay que levantarse cada día de la cama pensando en que se ES escritor
antes que ninguna otra cosa, no es una maldita profesión, es una manera de
vivir, no eres escritor fichando a las 9 de la mañana y saliendo a las 6 de la
tarde, eres escritor las 24 horas del día, sin descanso. Si un escritor tiene un trabajo éste no
merece siquiera que le llamen así, es simplemente una ocupación que le permite
disponer de dinero para sobrevivir en este asco de mundo en el que es imposible
funcionar sin billetes en los bolsillos, es únicamente un modo de mantenerse
vivo para poder escribir, lo único real y verdaderamente importante. No se es escritor levantándose cada día
a la hora de comer, devorando libros y viendo sin parar todas esas películas
francesas snobs y aburridas. ¿Te
crees que por beberte una botella de vino diaria y saberte de memoria el Ulises
de Joyce eres un escritor bohemio y libertino? Pues no amiguito, te falta lo más importante, escribir. Y para escribir hace falta tener ideas,
pensar, estar vivo. ¿Qué coño me
ha ocurrido? ¿En qué momento
desapareció la seguridad y el empuje de mis tiempos de estudiante? Antes tenía
la cabeza llena de ideas. Ahora
soy incapaz de llevar una sola de ellas a buen puerto, y cuando por fin consigo
empezar con alguna el desánimo me invade ante la más mínima adversidad y
termino por dejarla olvidada para siempre. Un padre muerto y una novia que se marcha no son motivos para
dejar de tener ideas, Rimbaud acabó siendo traficante de armas y murió por una
pierna mal amputada, pero nunca dejó de escribir. Las desgracias ocurren continuamente pero las ideas siguen
surgiendo, ellas son las que mueven el mundo. Tengo que pensar, tener una idea, antes tenía cientos, tengo
que tener una idea, pero antes tengo que dormir, debe ser tarde, mañana me
levantaré temprano y trabajaré desde que salga el sol, se acabó dormir tanto,
durmiendo no se tienen ideas.
Mañana será un gran día.”
La
mañana siguiente el despertador de F sonó a las 8 en punto, lo atrasó y giró
sobre sí mismo, abrazando con fuerza la almohada. Cinco minutos después el despertador sonó de nuevo, lo apagó
y se levantó de la cama. Acudió
ritualmente al servicio y orinó clavando la mirada en su pene. No le gustaba, menos aún recién
levantado. Aquel trozo de carne
arrugado y pequeño siempre le había resultado grotesco, solía preguntarse si
todos los penes serían así. Preparó
café y se sentó frente a su ordenador portátil. Saboreó lentamente el café, estaba exquisito. Su padre, típico hombre del norte
madrugador y trabajador, siempre le decía que el café tomado antes de las 9 de
la mañana era un regalo de Dios, y que a partir de esa hora pasaba a ser
simplemente café. Se preparó otra
taza y divagó durante casi una hora entre el correo electrónico, la prensa
digital y las redes sociales.
Cuando ya comenzaba a resultarle complicado esquivar el momento por más
tiempo, abrió el procesador de textos y apareció frente a él un impoluto
rectángulo de color blanco.
“Antes
esta mierda te motivaba, ¿recuerdas?
El mero hecho de tener delante de ti una hoja en blanco te hacía
sentirte bien. Tener el poder de
transformarla en algo maravilloso simplemente pulsando las teclas te parecía
una idea romántica, igual que debían pensar los escritores antiguos cuando
escribían todos aquellos pomposos poemas con plumas de oca bañadas en tinta
china. Los tiempos cambian.
Tienes
que tener una idea, sabes que dentro de tu cabeza hay cientos, miles, miles de
millones, sólo tienes que esforzarte un poco y encontrarla. ¿Hace cuanto que no te esfuerzas? Desde que te echaron de la revista no
te has esforzado. E incluso los
dos últimos meses que estuviste trabajando allí no puede decirse que pusieras
lo mejor de ti mismo. Eso es lo que
debes hacer, dar lo mejor de ti mismo, volcarlo sobre esta maldita hoja en
blanco, impregnarla con tu puta esencia.
Tienes talento, de eso no hay duda. Desde que ganaste el concurso de redacción del Instituto
hasta que te contrataron en la puta revista has sabido que tienes talento. Pues bien, ha llegado la hora de
demostrarlo.”
F
se levantó y fue a la cocina a preparar más café. Cuando llegó el momento de mezclarlo con la leche se dio
cuenta de que no quedaba más que un dedo.
No tenía ninguna gana de vestirse y bajar a comprar más, le repelía
enormemente salir de casa por la mañana, hacía semanas que no lo hacía. Mezcló el dedo de leche con dedo y
medio de agua y se lo agregó al café.
Era la primera vez que lo hacía, de hecho, a decir verdad, si asociamos
el acto al tema económico, jamás había tenido la necesidad de hacerlo. No recordaba dónde lo había
aprendido. Le parecía algo
bastante ridículo, estaba seguro que no era algo que se le hubiera ocurrido a
él conscientemente, debía de haberlo visto en alguna parte. Continúo agitando este pensamiento en
su cabeza y cuando estuvo de nuevo sentado frente a la hoja en blanco recordó
como había aprendido a mezclar la leche con agua en tiempos de escasez.
Todos
los veranos cuando F era niño su padre elegía un pueblo perdido en las
cordilleras del norte del país y padre e hijo acampaban en sus montes durante
varios días realizando largos paseos y excursiones. En una de aquellas excursiones su padre se desorientó y
terminaron sin remedio dando vueltas en círculo, perdidos en la ladera de una
pequeña montaña. Cuando cayó la
noche su padre le tapó con su jersey, a pesar de que era verano en los pueblos
de montaña acostumbra a refrescar cuando se marcha el sol. Continuaron caminando trazando círculos
sin saberlo, hasta que, como un ángel, un hombre muy mayor apareció en la
lejanía iluminado tenuemente por la luz de la luna y las estrellas. El hombre les llevó hasta su humilde
cabaña y les dio cobijo y una todavía más humilde cena. Durmieron allí junto al viejo y un
encantador perro pastor con el que F estuvo jugando durante toda la noche y al
día siguiente desayunaron leche con agua y café.
Cuando hubo
terminado de ordenar todos aquellos recuerdos en su memoria cayó en la cuenta
de que estaba llorando. Rimbaud
podía haber perdido una pierna pero él había perdido a su padre, si le hubieran
dejado elegir habría preferido una pierna antes que su padre, seguramente
incluso habría preferido las dos. Aquello
le inspiró enormemente y los dedos comenzaron a bailar sobre el teclado
frenéticamente, era el swing de los años 20 haciendo literatura en su
ordenador. Las palabras brotaban
de su mente a velocidad de vértigo y el enmarañado camino de nervios y músculos
que hacía viajar las ideas desde el cerebro hasta el brazo y desde allí hasta
las yemas de los dedos estaba más despejado que nunca y la historia fluía,
fluía como un río salvaje imparable y embravecido.
Cuando
llevaba casi una hora sin apartar la vista de la pantalla y ya comenzaba a
sentir calambres en los dedos, su estómago se quejó con varios rugidos
consecuencia del café y F se levantó apresuradamente para ir al baño. Terminó todo lo rápido que pudo, tiró
de la cadena y se lavó las manos.
Cuando estaba a punto de salir del servicio se fijó en que algo raro
ocurría en el inodoro. Subió la
tapa y ahí estaba. El water se
había embozado y una bobina de papel higiénico y mierda nadaba sobre aguas
asquerosamente marrones. Resopló
amargamente y sintió como su entusiasmo se desvanecía irremediablemente. Regresó a la habitación y guardó en la
memoria del ordenador lo que había escrito, no quería perderlo, eso no. Fue a la cocina a buscar un
desatascador, pero sabía, sobradamente, que no iba a encontrar ninguno. Vivía en un pequeño apartamento de
soltero, no era una casa familiar.
El desatascador, al fin y al cabo, es sólo una más de las millones de
cosas que se pierden cuando uno se emancipa, y ni siquiera era de las
importantes. Desenroscó el palo de
la fregona y marchó decidido hacia el baño como un excéntrico lancero al campo
de batalla, ya lo había hecho otras veces. La escena le resultaba extremadamente aprensiva así que, en
un ataque de locura, se puso sus gafas de sol con la idea de disminuir la claridad
de la visión sin perderla del todo y así verse obligada a observar nítidamente
el asqueroso espectáculo de tener que ver la mierda bailando ante sus ojos en
technicolor. Así que, con esa
extravagante apariencia, se peleó durante unos instantes con aquel océano de
heces como si fuera un picador ciego fuera de sí que estuviese intentando matar
a un toro de color marrón. Al cabo
de unos cuantos cientos de embestidas la marea de tonos castaños descendió
considerablemente. Tiró de la
cadena de nuevo y aquel torrente descontrolado de aguas fecales y trozos de
mierda ascendió vertiginosamente hasta el mismo borde del inodoro ante la
atónita mirada de F. El estómago
se le revolvió desgarradoramente y giró la cabeza temiendo lo peor. Tras unos segundos miró de nuevo, pero
aquel tsunami de excrementos no había sobrepasado su última frontera, gracias
al cielo. Aturdido, se lavó la
cara con agua fría y se mantuvo unos instantes frente al espejo, cruzando una
mirada fija y profunda con su yo del otro lado. Las dos parejas de ojos brillaban de un modo infantil, tenía
ganas de llorar. Sólo hacia
alrededor de una hora que había derramado lágrimas por el recuerdo de su padre
y ahora estaba a punto de dedicar idéntico gesto al hecho de que la mierda
fuera a invadir su casa. Era
repugnante.
Salió
del baño con la cabeza agachada llena de malos pensamientos y se sentó frente
al televisor. Cogió el mando a
distancia pero no lo encendió, se quedó con él en las manos recostado sobre el
viejo y estropeado sofá, desanimado y triste, dudando en si llamar a un
fontanero o volver a meterse en la cama.
Estaba muy cansado, hacia mucho que no se levantaba tan temprano.
Tras
unos minutos en la misma postura dejó el mando de la televisión de nuevo sobre
la mesa y se tumbó, totalmente vencido por el abatimiento. Comenzó a pensar y su mente viajó entre
viejos y nuevos fantasmas, recorriendo con desasosiego sus miedos más
arraigados.
“Escritor. Un escritor no se deja vencer tan
fácilmente. ¿Qué escribirás en tus
memorias? ¿Qué no escribiste tu
gran obra porque te venció un ejército de zurullos acuáticos? Eres patético, ni siquiera has sido
capaz de encontrarle un nombre adecuado al protagonista de tu nueva historia.”
F comenzaba a
tener grandes problemas con eso, y le parecía un hecho totalmente revelador
acerca de su creciente incapacidad para crear. Era un melómano, leía mucho, y tenía tendencia a la
teatralidad más icónica. Para él
los nombres de sus personajes debían expresar todo lo que ellos contenían, y no
ser capaz de darles el adecuado era señal de que no los conocía bien, y un escritor que no
conoce perfectamente a sus personajes no es un buen escritor.
“¿Ya
no te acuerdas de anoche?
Estuviste horas dándole vueltas a la cabeza mientras estabas tumbado en
la cama, y ¿para qué?. Mírate,
tocado y hundido, igual que siempre.
Si te viera papá. O si te
viera aquel viejecito encantador que rebajaba el agua con la leche porque no
contaba con tener invitados y su pobre pensión sólo le dejaba vivir con lo
justo. Incluso aquel maldito perro
pastor tan simpático sentiría vergüenza.
¿Cómo demonios se llamaba aquel perro? ¿Ringo?
¿Djingo? ¿Django? ¡Eso es! ¡El perro se llamaba Django! ¡El protagonista de mi historia tiene que llamarse
Django! ¡Voy a terminar con toda
esta mierda ahora mismo!
F
se levantó del sofá a toda prisa, se vistió con lo primero que encontró en el
armario y bajó a la calle. Hacía
un frío matutino seco y bonito, el típico frío de invierno con el termómetro
cercano al cero y el cielo muy azul.
A F le encantaba el frío.
Recorrió sonriente un par de manzanas y entró en un comercio chino. Cuando consiguió que la amable chinita
entendiese lo que pedía (¡ disatascadol !), regresó corriendo a casa y se puso
el uniforme de combate. Se vistió
con la ropa más vieja que tenía, se enfundó unos grandes guantes de látex muy
gruesos que también había conseguido en el comercio chino, volvió a ponerse sus
gafas de picador ciego y agarró con fuerza el desatascador (¡ disatascadol !),
se dirigió al servicio y en menos de un minuto había solucionado el problema
sin manchar un ápice del baño, y menos aún de su cuerpo. El desatascador sacudió el agua
enérgicamente y el tapón que obstruía la normal circulación del tráfico fecal
se rindió. El inodoro recuperó su
aspecto y funcionamiento habituales y F sintió una sensación de gloria como si
fuera un viejo general de las grandes batallas.
Regresó
frente al ordenador, abrió de nuevo el archivo y la primera palabra que
escribió fue “Django”. Retomó su
anterior estado de embriaguez creativa y la historia continuó con el mismo tono
deslumbrante que había conseguido en su primera acometida. Permaneció así un par de horas más,
hasta que su tranquilidad se vio rota por el sonido del teléfono móvil. F se sintió molesto con quién quiera
que fuese por interrumpirle en aquel momento, miró la pantalla irritado y ahí
estaba mi nombre. Descolgó
enseguida.
-
¡Danny no te lo vas a creer!
¡Llevo toda la mañana escribiendo!
La inspiración ha vuelto, estoy tan excitado que casi no puedo ni
hablar. ¿Sabes cuanto llevaba
esperando este día? ¡No puedo
creer que por fin haya llegado, es fantástico!
-
Habíamos quedado para comer en “Revrac”, ¿recuerdas?
-
Mierda, ¿qué hora es?
-
Llevo casi media hora esperándote.
-
Escucha Danny, lo siento mucho, lo siento de verás, he perdido la noción del
tiempo. Además, no he terminado,
no me puedo levantar de la silla, compréndelo. Espero que lo entiendas.
-
Lo entiendo, cálmate, claro que lo entiendo, de hecho debo ser la única persona
en el mundo que te entiende, por algo soy tu mejor amigo, te conozco mejor que
nadie. Intentaré cambiar la
reserva para la cena, ¿te parece?
-
Perfecto Danny, eres un ángel.
Esta noche invitaré yo, y habrá champagne, te lo aseguro, hoy es un gran
día amigo mío. Te veré por la
noche.
-
A las diez en punto.
-
Sin problema, genial.
-
Ni un minuto más.
-
Eso está hecho.
-
Hasta la noche entonces, suerte con las letras.
-
Hasta la noche
F
pasó la tarde entera escribiendo hasta que tuvo entre sus manos un
extraordinario relato de 29 páginas.
Lo releyó media docena de veces para corregir algunos pequeños detalles
y lo imprimió para que yo pudiera leerlo por la noche.
Aquella
noche le vi más contento de lo que podía recordar. Cenamos foie y pedimos hasta
tres botellas de champagne.
Continuamos la celebración visitando los bares de la zona vieja de la
ciudad hasta que nos echaron de todos.
Debían ser las 6 de la mañana.
Al
despedirnos, F me dio un larguísimo abrazo y me agradeció sinceramente que
siempre estuviese a su lado. Me
besó en la mejilla y me dio la copia de su relato, confiaba en mi criterio más
que en ninguna otra cosa, si su historia sobrevivía a mi crítica, el éxito
estaba asegurado.
La
mañana siguiente no fui a trabajar, me desperté hacia el mediodía con una
resaca espantosa y me tumbé en el sofá a ver una vieja película de Anna
Karina. Comí algo ligero y cuando
me sentí con la cabeza suficientemente despejada como para dedicarla por
completo a la lectura me puse con el relato de F.
Nada
más terminarlo, emocionado, le llamé al teléfono móvil.
-
Es una de las cosas más bonitas que he leído en toda mi vida.
-
¿De verás te ha gustado?
-
No te hagas el modesto, no es lo tuyo, sabes que es muy bueno.
-
Ya, pero, ¿tanto?
-
Sí amigo mío. Tanto. Es realmente soberbio.
-
No sabes lo que me alegra escuchar eso.
-
¿De verás todo esto os pasó de verdad a tu padre y a ti?
-
No, no, qué va. – contestó
riendo. Nosotros simplemente nos
perdimos y un anciano muy amable nos acogió en su casa y nos dio de comer. Dormimos allí y a la mañana siguiente
nos marchamos, nada más.
-
Tienes una imaginación deslumbrante.
Y talento, mucho talento, me he cansado de repetírtelo desde que ganaste
aquel concurso de redacción en el Instituto.
-
Gracias Danny, quiero que sepas que sin tu apoyo no habría sido capaz de recobrar
de nuevo la inspiración.
-
No hay de qué, soy tu amigo ¿recuerdas?
-
Desde luego. Y, como eres mi
amigo, mi mejor amigo, voy a contarte algo, algo gracioso, ¿de acuerdo?
-
Adelante. Soy todo oídos.
-
Ayer, después de empezar el relato, estuve a punto de dejarlo, igual que
siempre. Casi abandono, en serio,
estaba totalmente hundido en el desánimo, ya sabes, tirado en el sofá pensando
en nada, cuando de repente, algo
me agitó dentro. Me senté durante
más de 7 horas delante de mi ordenador y lo terminé.
F comenzó a
reírse nerviosamente. Intentaba
hablar pero la risa se confundía con sus palabras creando un amalgama de
sonidos confusos e ininteligibles.
-
Se puede saber qué demonios te pasa?
-
Perdona, perdona. Es que
pensándolo ahora me parece tan gracioso.
No lo había recordado hasta ahora.
– dijo todavía riendo.
-
Vamos, continúa maldita sea, ¿hay algo más?
-
Sí, lo hay. ¿Quieres que te cuente
que fue lo que me dio las fuerzas para escribir?
F
me contó toda la historia acerca de la mierda y de cómo pensaba que aquellas
heces simbolizaban sus demonios y él había conseguido enfrentarlos y vencerlos,
y ahora que habían desaparecido ya no habría nada que pudiera pararle. Me pareció una fábula absolutamente
increíble. Intenté convencerle para
que escribiera un relato acerca de los acontecimientos que le convirtieron en
héroe en aquella Gran Guerra contra su propia mierda pero me dijo que le daba
cierto reparo escribir acerca de todo aquello. Pensaba que era demasiado escatológico.
Cuando
colgué el teléfono pasé casi media hora tirado en el sofá desternillándome de
la risa. Una vez me hube calmado
fui hasta la bodega, escogí una botella de vino, y me senté a escribir este
relato.
© D.A.S 2009
Recomendación musical: The jayhawks - Smile
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