Raymond permaneció en silencio unos instantes sintiendo una profunda sensación de frío glacial sobre toda la superficie de su cuerpo, como si estuviera perdido en un lejano bosque en pleno invierno sin ningún signo de vida en kilómetros a la redonda. Era capaz de ver a la doctora Bracco frente a él, sentía la ropa pegada a su piel, la luz dura y penetrante de la lámpara del techo, los muebles, el azul del cielo filtrado por el cristal de la ventana, pero lo úni real que existía para él en ese momento era el frío, una sucesión de gélidos espamos que se recreaban en su interior y trascendían lo meramente físico.
- Bueno, es la
primera vez que acudo a un especialista, no sé muy bien qué se supone que debo
hacer. – contestó Raymond
después de respirar hondo varias veces, intentando excusarse.
La doctora
Bracco trató de romper el hielo alternando temas banales con preguntas más
personales, pero sin llegar a tocar directamente el tema del suicidio de Rita. Finalmente, tras veinte minutos, la
doctora se lanzó.
- Bien Raymond,
escúcheme, le echaré una mano ¿de acuerdo? Creo que la base inicial de esta terapia debe residir en
depurar los motivos por los que Rita se suicidó. Opino que hasta que usted no tengo esto claro y pueda
sentirse fuera de culpa no encontrará la tranquilidad. Voy a preguntarle algo acerca de Rita
que quizá le resulte incómodo, le pido disculpas, pero espero que entienda que
es necesario. Como supongo que
imaginara, conozco bien su caso, me enviaron un informe desde la comisaría de
Permington. Me gustaría
preguntarle, ¿alberga actualmente sentimientos de culpa respecto a lo que le
ocurrió a su esposa? - inquirió
tratando de resultar lo más hermética posible.
Raymond se quedó
en silencio unos instantes, algo afectado por la pregunta.
- Supongo que
sí. Podría decirse que siento
cierto grado de culpabilidad. –
contestó apresuradamente.
La doctora se
mantuvo observándole fijamente, sin hablar. Raymond comenzó a tomar consciencia de que la dinámica de
todo aquello no iba a ser fácil, así que trató de poner todo el interés posible
por su parte y continuó.
- Escuche, tengo
la conciencia muy tranquila, pero es evidente que no puedo dejar de sentirme
culpable. Era mi esposa, vivíamos
juntos, compartíamos todo. Supongo
que si alguna persona influía en ella a la hora de tomar decisiones esa era yo,
pero nunca habría imaginado que pudiera llegar a hacer lo que hizo. Soy incapaz de encontrar ni un solo
motivo coherente.
- ¿Tenía
problemas en el trabajo? ¿Con la
familia o amigos?
- Nada que yo
sepa. – contestó Raymond
sinceramente.
- ¿Cómo era la
relación entre ustedes los meses antes del suceso?
- Éramos una
pareja perfectamente normal.
Salíamos a cenar, al teatro, al cine, escuchábamos música, leíamos
juntos, hacíamos el amor, nos reíamos, discutíamos. Nos peleábamos y nos reconciliábamos, como cualquier
matrimonio. Es posible que las
últimas semanas no estuviéramos en nuestro mejor momento, pero no había nada
que no hubiésemos superado antes una y mil veces.
- ¿Rita había
intentado suicidarse antes? ¿Había
hablado de esa posibilidad con usted en algún momento?
- Por dios,
no. Nunca. Nunca habló de aquello.
- ¿Su mujer
salía con amigos distintos últimamente o frecuentaba lugares diferentes a los
que acostumbraban ustedes? ¿Se
ausentaba sin previo aviso o recibía llamadas extrañas?
- No. Yo diría que no. Teníamos una relación bastante liberal,
ella no me atosigaba y yo tampoco lo hacía, nos dejábamos nuestro espacio. – dijo Raymond tratando de justificar
que no sabía con certeza si su mujer había variado sus hábitos durante los
últimos tiempos.
- ¿Algún
detonante inesperado que la empujara a hacer lo que hizo? ¿Alguna mala noticia o circunstancia
personal adversa que quizá usted desconocía?
- Nada fuera de
lo normal. Al menos que yo sepa.
- ¿Recuerda si
notó que su mujer actuaba de un modo extraño el día que ocurrió? ¿Se comportaba normalmente? ¿Todo fue bien entre ustedes la noche
del suceso?
- No recuerdo
nada especial de aquella noche la verdad.
Yo limpiaba el salón, ya habíamos cenado…
- Entiendo. – respondió algo decepcionada la
doctora Bracco.
- Espere. Es posible que… recuerdo algo. -
dijo Raymond llevándose una mano a la cabeza con gesto nervioso.
- La noche que
ocurrió. Yo estaba pasando la
aspiradora cuando sonó el teléfono.
Ella acudió a cogerlo.
Apagué la música pero continué aspirando. El ruido del aparato no me permitía oír lo que decía mi
mujer, percibía palabras sueltas, pero nada con un mínimo de coherencia. Cuando colgó se marchó del salón y
cerró la puerta. Yo volví a
encender la música y seguí pasando la aspiradora. Sólo unos minutos después sucedió todo.
- ¿Insinúa que
la llamada pudo tener algo que ver con el suicidio de su mujer? - preguntó la doctora.
- No lo había
pensado, pero parece posible, ¿no cree?
Resulta demasiado casual que después de que suene el teléfono, ella lo
coja, mantenga una conversación, y después, como si tal cosa, se tire por la
ventana. – contestó Raymond
convencido de verás de lo que decía.
- Es
posible. ¿Cree que aquella llamada
pudo ser la causa de que su mujer tomase la decisión de quitarse la vida? ¿Sabe con quién habló?
- Sí. Habló con su madre. Recuerdo preguntarle cuando colgó el
teléfono. Dijo que era su madre.
- ¿Vio a la
madre de Rita después del suceso?
- Por
supuesto. Estuvimos juntos en el
velatorio y el funeral.
- ¿Le comentó
algo ella de esa conversación?
- No, no la
nombró en ningún momento.
Ambos se
quedaron en silencio durante un momento que pareció una eternidad. Finalmente la doctora Bracco habló.
- Entiendo. Escuche señor Carter, lo siento pero se
ha terminado el tiempo. Me
gustaría que viniese a verme mañana por la mañana a primera hora. Y si es tan amable, hable con su
suegra, me gustaría saber que pudieron comentar ella y Rita en aquella
conversación telefónica.
- Descuide,
llamarla será lo primero que haga en cuanto llegue a casa. Esto me ha dejado muy intranquilo. – contestó Raymond.
- Relájese señor
Carter, ha sido un placer conocerle.
Nos veremos mañana. – dijo
la doctora mientras estrechaba suavemente la mano de su nuevo paciente.
Raymond salió de
la consulta ligeramente conmocionado, imaginando qué pudieron haber hablado
Rita y su madre aquella noche.
Deshizo el camino que había seguido para llegar al gabinete de la
doctora Bracco como un alma en pena.
Los ojos apenas con fuerza para parpadear una o dos veces por minuto, la
boca abierta de par en par, los brazos caídos. Llegó a casa y subió las escaleras en un estado de febril
excitación, entró en su apartamento y llamó a su suegra, con la que no había
vuelto a cruzar palabra desde su espantada en la iglesia el día del funeral de
Rita.
- ¿Diga? ¿Quién es?
- ¿Marla? Soy Raymond. – contestó Raymond tímidamente.
- ¿Ray? Chico, no tienes vergüenza. Mira, entiendo que aquello te estuviese
resultando duro, pero me pareció una falta de respeto que te marcharas de la
iglesia así. ¿Fue porque eres judío?
- Renuncié a la
fe judía hace tiempo Marla, ya lo sabes.
– contestó Raymond algo irritado.
- Al menos
podías haber llamado. Richard y
Nick te pusieron verde, pero yo aprecio demonios, sé que no tuvo nada que ver
con vuestra relación. Estaba
preocupada, dime, ¿cómo estás?.-
preguntó Marla interesada de verás.
- Sólo tirando
Marla, esto está siendo muy difícil.
– contestó Raymond.
- ¿Y te crees
que para mí es fácil? Richard ya
era un amargado, pero yo todavía estaba intentando disfrutar de la vida. Esto me está matando. – se quejó Marla entre suspiros.
- Escucha Marla,
necesito preguntarte algo. La
noche que ocurrió la tragedia Rita y tú hablasteis por teléfono. ¿Que fue lo que hablasteis? - preguntó Raymond intentando controlar
su ansia.
Se hizo el
silencio durante unos segundos en los que Raymond pensó que su suegra estaría
tratando de hacer memoria, de recordar la conversación.
- Esa noche no
hablé con ella Ray. Hacía casi una
semana que no hablábamos. Ya sabes
que Rita no era de llamar mucho. –
respondió Marla.
- ¿Qué? ¿No habló contigo por teléfono aquella
noche? ¿Estás segura? – volvió a preguntar Raymond, a punto de sufrir un ataque
de pánico.
- ¡Claro que
estoy segura demonios! ¡Esa noche
no hablé con ella! ¿Se puede saber
que mosca te ha picado?
Pero él ya no
estaba allí. El teléfono se había
escurrido de sus manos y había ido a parar directamente al suelo. Ray permaneció inmóvil, sin fuerzas
para mover ni uno solo de sus músculos.
- ¿Ray? ¿Ray? ¿Sigues
ahí? ¿Qué ocurre? - insistió Marla.
Al cabo de unos
minutos Raymond volvió en sí.
Caminó lenta y torpemente hacia el sofá, se sentó, clavó los codos en
las piernas con las palmas de la mano hacia arriba y apoyó su cabeza sobre
ellas.
Paul salió del
trabajo algo más tarde de lo habitual.
Se quedó hablando sobre la traducción del último libro de Cormac McCarthy
con un par de compañeros de la oficina, tomando una copa. Cuando ya habían rellenado el vaso un
par de veces y las palabras comenzaban a trabarse Paul decidió que era
suficiente, fue al garaje a buscar su moto y se dirigió hacia casa.
Hacía tiempo que
había decidido ser un conductor prudente, no conducía si había bebido en
exceso, ya no deslizaba la moto frenéticamente entre los coches ni se saltaba
semáforos, se había hecho mayor.
Cuando estaba a media docena de manzanas de su casa sintió como el
teléfono móvil le vibraba dentro del pantalón. Aprovechó el siguiente semáforo y lo sacó del bolsillo, en
la pantalla aparecía el nombre de Elliot.
Apartó la moto ligeramente hacia la acera para no interceder en la
circulación y descolgó, introduciendo el teléfono por el hueco de su casco,
encajándolo entre este y su oreja.
- ¿Hola? - dijo Paul lidiando con los extraños
sonidos que le llegaban desde el otro lado.
- Hola
Paul. Escúchame, es muy
urgente.
- ¿Elliot? Casi no te oigo. – dijo Paul frunciendo el ceño y
moviendo la cabeza intentando escuchar.
- Estoy en el
coche, voy por el túnel de Elks, hay poca cobertura. – le contestó una voz lejana luchando por abrirse camino
entre las interferencias.
- Apenas te oigo
Elliot. ¿Qué ocurre?
- ¿Paul? Paul te llamaré luego. - intentó decir
Elliot, peleando por hacerse entender.
Paul permaneció
durante unos breves instantes más hablando solo, apartado del tráfico. Cuando por fin se dio cuenta de que
Elliot había colgado guardó el teléfono en el bolsillo, se quedó pensativo un
par de minutos y los nervios comenzaron a aflorarle. Arrancó la moto y se dirigió hacia su casa a toda velocidad,
espoleado por la sensación de intranquilidad que le había provocado la llamada
supuestamente urgente de Elliot.
Esquivó coches, apuró el ámbar de los semáforos, aceleró como hacía
tiempo que no lo hacía, y cuando por fin giró la esquina de la calle 21 detuvo
la moto casi en seco, conmocionado por la imagen que tenía ante sí.
Una espesa
columna de humo se amontonaba a la altura de su apartamento estirándose hasta
el infinito y fundiéndose con los vapores rosados y contaminados que cubrían el cielo nocturno de Machine. Paul apartó la moto a un lado de la
calzada y caminó hipnotizado por la visión, incapaz de apartar los ojos de la
ventana centelleante que escupía sin parar borbotones de efluvios oscuros con
olor a quemado. Conforme iba
avanzando, el resto del apocalíptico cuadro fue abriéndose ante él: el camión
de bomberos, los coches de policía con las sirenas activadas que inundaban la
calle con su desconcertante sonido, la ingente multitud que se agolpaba debajo del
edificio con la cabeza inclinada hacia el cielo, un mar de brazos en alto señalando
tristemente hacia arriba. Paul
reconoció enseguida la ventana de la cual salía el humo. Era la casa de Raymond.
Cuando por fin
Paul llegó a donde se encontraba el gentío una voz que repetía su nombre una y
otra vez comenzó a retumbarle en la cabeza de un modo difuso.
Por fin, el
inspector Chalmers apareció frente a Paul como un fantasma, agarrándole del
brazo y haciéndole llegar la brumosa voz que escuchaba anteriormente con
claridad y fuerza.
- ¡Seor
Auschner! ¿Está usted sordo? - gritó irritado Chalmers.
- ¿Dónde…dónde
está Raymond? - preguntó Paul
tomando conciencia por primera vez de que la casa de su amigo estaba en llamas.
- No se
preocupe, el señor Raymond no se encontraba en la casa cuando ocurrió el
incendio. El fuego ya está
apagado. La casa ha quedado
destrozada, pero el señor Carter no estaba en ella. De hecho, no hay ni rastro de él, no conseguimos
localizarle.
Paul comenzó a
volver en sí conforme iba escuchando las palabras del inspector, sus ojos
dejaron de abrirse al máximo y su gesto comenzó a relajarse.
- Yo lo
llamaré. – dijo Paul decididamente.
Lo intentó una,
dos, tres, y hasta cuatro veces, pero el teléfono de Raymond respondió en todas
las ocasiones de la misma manera.
Apagado.
- Está
apagado. Probaré a llamar a su
suegra, al trabajo y al bar dónde solemos ir. Dígame, ¿cómo demonios ha ocurrido? - preguntó Paul.
- Es complicado
decir esto señor Carter, pero el incendio ha sido provocado. – respondió Chalmers.
- ¿Qué? ¿Qué coño significa que ha sido
provocado? ¿Qué pruebas tienen
parar sostener esa afirmación? -
respondió Paul incrédulo, superado por la situación.
- La puerta no
fue forzada y estaba abierta cuando llegamos. Fueron los vecinos quienes avisaron de que el pasillo se
estaba llenando de humo. El jefe
de bomberos dice que en la entrada de la casa había dos garrafas de gasolina
vacías. ¿Le parece
suficiente? - replicó el inspector
hablando lentamente, como si quisiese amortiguar la impresión que sabía iba a
causarle a Paul escuchar todo aquello.
- ¿De qué coño
está hablando? - respondió Paul
con voz renqueante.
- Escuche señor
Auschner, seré franco. El
apartamento de su amigo se ha convertido en cenizas porque alguien lo ha
incendiado premeditadamente. Siento
decirle que creemos que el señor Carter es el principal sospechoso.
Las pupilas de Paul se encendieron y la sangre en su interior pareció convertirse en un torrente desbocado de algún líquido tóxico y abrasador que le recorría velozmente todos los rincones del cuerpo provocandole una angustia que le impedía articular palabra.
© D.A.S 2009
Jaako & Jay son un joven dúo que
viene de la gélida Finlandia y practican un folk-punk de estar por casa
altamente incendiario, uno a la guitarra acústica y otro a las percusiones,
consistentes estas en un plato chatarrero, una caja y un pequeño bombo. Canciones urgentes, inmediatas y
directas, deudoras del mejor garage de los 90 y con el aire auténtico del
primer punk de los 70. Con un
background consistente en el “Punk in Drublic” como Biblia, la pesca, la
cerveza y los paseos con los amigos, estos nórdicos consiguen lo que muchos
grupos de su generación son incapaces de lograr a pesar de dedicarse con ahínco
a devorar influencias y escupirlas sin gracia después: personalidad. Música divertida y enérgica a partes
iguales, capaz de sacarte una sonrisa en un día triste (“Walls & Bars,
“Walking smiling”), de darte ganas de cambiar el mundo una mañana que te
levantas con la vena revolucionaria hinchada (“Money Fest”, “Battle”) , o de hacer
que te acuerdes de tu última novia con alegría esperando encontrar pronto a la
siguiente (“No need to think”, “Keep in touch”). Un gran disco de un grupo nuevo, original e interesante, con
un directo absolutamente desbocado del que disfrutaremos en breves (vienen a España dentro de nada) y del que
podemos de momento dar fe a través del todopoderoso youtube.
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