martes, 9 de febrero de 2010

GRACIAS RAYMOND, GRACIAS PAUL (VI)



Raymond permaneció en silencio unos instantes sintiendo una profunda sensación de frío glacial sobre toda la superficie de su cuerpo, como si estuviera perdido en un lejano bosque en pleno invierno sin ningún signo de vida en kilómetros a la redonda.  Era capaz de ver a la doctora Bracco frente a él, sentía la ropa pegada a su piel, la luz dura y penetrante de la lámpara del techo, los muebles, el azul del cielo filtrado por el cristal de la ventana, pero lo úni real que existía para él en ese momento era el frío, una sucesión de gélidos espamos que se recreaban en su interior y trascendían lo meramente físico.
- Bueno, es la primera vez que acudo a un especialista, no sé muy bien qué se supone que debo hacer.  – contestó Raymond después de respirar hondo varias veces, intentando excusarse.
La doctora Bracco trató de romper el hielo alternando temas banales con preguntas más personales, pero sin llegar a tocar directamente el tema del suicidio de Rita.  Finalmente, tras veinte minutos, la doctora se lanzó.
- Bien Raymond, escúcheme, le echaré una mano ¿de acuerdo?  Creo que la base inicial de esta terapia debe residir en depurar los motivos por los que Rita se suicidó.  Opino que hasta que usted no tengo esto claro y pueda sentirse fuera de culpa no encontrará la tranquilidad.  Voy a preguntarle algo acerca de Rita que quizá le resulte incómodo, le pido disculpas, pero espero que entienda que es necesario.  Como supongo que imaginara, conozco bien su caso, me enviaron un informe desde la comisaría de Permington.  Me gustaría preguntarle, ¿alberga actualmente sentimientos de culpa respecto a lo que le ocurrió a su esposa?  - inquirió tratando de resultar lo más hermética posible.
Raymond se quedó en silencio unos instantes, algo afectado por la pregunta. 
- Supongo que sí.  Podría decirse que siento cierto grado de culpabilidad.  – contestó apresuradamente.
La doctora se mantuvo observándole fijamente, sin hablar.  Raymond comenzó a tomar consciencia de que la dinámica de todo aquello no iba a ser fácil, así que trató de poner todo el interés posible por su parte y continuó.
- Escuche, tengo la conciencia muy tranquila, pero es evidente que no puedo dejar de sentirme culpable.  Era mi esposa, vivíamos juntos, compartíamos todo.  Supongo que si alguna persona influía en ella a la hora de tomar decisiones esa era yo, pero nunca habría imaginado que pudiera llegar a hacer lo que hizo.  Soy incapaz de encontrar ni un solo motivo coherente.
- ¿Tenía problemas en el trabajo?  ¿Con la familia o amigos? 
- Nada que yo sepa.  – contestó Raymond sinceramente.
- ¿Cómo era la relación entre ustedes los meses antes del suceso?
- Éramos una pareja perfectamente normal.  Salíamos a cenar, al teatro, al cine, escuchábamos música, leíamos juntos, hacíamos el amor, nos reíamos, discutíamos.  Nos peleábamos y nos reconciliábamos, como cualquier matrimonio.  Es posible que las últimas semanas no estuviéramos en nuestro mejor momento, pero no había nada que no hubiésemos superado antes una y mil veces.
- ¿Rita había intentado suicidarse antes?  ¿Había hablado de esa posibilidad con usted en algún momento?
- Por dios, no.  Nunca.  Nunca habló de aquello.
- ¿Su mujer salía con amigos distintos últimamente o frecuentaba lugares diferentes a los que acostumbraban ustedes?  ¿Se ausentaba sin previo aviso o recibía llamadas extrañas?
- No.  Yo diría que no.  Teníamos una relación bastante liberal, ella no me atosigaba y yo tampoco lo hacía, nos dejábamos nuestro espacio.  – dijo Raymond tratando de justificar que no sabía con certeza si su mujer había variado sus hábitos durante los últimos tiempos.
- ¿Algún detonante inesperado que la empujara a hacer lo que hizo?  ¿Alguna mala noticia o circunstancia personal adversa que quizá usted desconocía?
- Nada fuera de lo normal.  Al menos que yo sepa.
- ¿Recuerda si notó que su mujer actuaba de un modo extraño el día que ocurrió?  ¿Se comportaba normalmente?  ¿Todo fue bien entre ustedes la noche del suceso?
- No recuerdo nada especial de aquella noche la verdad.  Yo limpiaba el salón, ya habíamos cenado…
- Entiendo.  – respondió algo decepcionada la doctora Bracco.
- Espere.  Es posible que… recuerdo algo.  -  dijo Raymond llevándose una mano a la cabeza con gesto nervioso.
- La noche que ocurrió.  Yo estaba pasando la aspiradora cuando sonó el teléfono.  Ella acudió a cogerlo.  Apagué la música pero continué aspirando.  El ruido del aparato no me permitía oír lo que decía mi mujer, percibía palabras sueltas, pero nada con un mínimo de coherencia.  Cuando colgó se marchó del salón y cerró la puerta.  Yo volví a encender la música y seguí pasando la aspiradora.  Sólo unos minutos después sucedió todo.
- ¿Insinúa que la llamada pudo tener algo que ver con el suicidio de su mujer?  - preguntó la doctora.
- No lo había pensado, pero parece posible, ¿no cree?  Resulta demasiado casual que después de que suene el teléfono, ella lo coja, mantenga una conversación, y después, como si tal cosa, se tire por la ventana.  – contestó Raymond convencido de verás de lo que decía.
- Es posible.  ¿Cree que aquella llamada pudo ser la causa de que su mujer tomase la decisión de quitarse la vida?  ¿Sabe con quién habló?
- Sí.  Habló con su madre.  Recuerdo preguntarle cuando colgó el teléfono.  Dijo que era su madre.
- ¿Vio a la madre de Rita después del suceso?
- Por supuesto.  Estuvimos juntos en el velatorio y el funeral.
- ¿Le comentó algo ella de esa conversación?
- No, no la nombró en ningún momento.
Ambos se quedaron en silencio durante un momento que pareció una eternidad.  Finalmente la doctora Bracco habló.
- Entiendo.  Escuche señor Carter, lo siento pero se ha terminado el tiempo.  Me gustaría que viniese a verme mañana por la mañana a primera hora.  Y si es tan amable, hable con su suegra, me gustaría saber que pudieron comentar ella y Rita en aquella conversación telefónica.
- Descuide, llamarla será lo primero que haga en cuanto llegue a casa.  Esto me ha dejado muy intranquilo.  – contestó Raymond.
- Relájese señor Carter, ha sido un placer conocerle.  Nos veremos mañana.  – dijo la doctora mientras estrechaba suavemente la mano de su nuevo paciente.
Raymond salió de la consulta ligeramente conmocionado, imaginando qué pudieron haber hablado Rita y su madre aquella noche.  Deshizo el camino que había seguido para llegar al gabinete de la doctora Bracco como un alma en pena.  Los ojos apenas con fuerza para parpadear una o dos veces por minuto, la boca abierta de par en par, los brazos caídos.  Llegó a casa y subió las escaleras en un estado de febril excitación, entró en su apartamento y llamó a su suegra, con la que no había vuelto a cruzar palabra desde su espantada en la iglesia el día del funeral de Rita.
- ¿Diga?  ¿Quién es?
- ¿Marla?  Soy Raymond.  – contestó Raymond tímidamente.
- ¿Ray?  Chico, no tienes vergüenza.  Mira, entiendo que aquello te estuviese resultando duro, pero me pareció una falta de respeto que te marcharas de la iglesia así.  ¿Fue porque eres judío? 
- Renuncié a la fe judía hace tiempo Marla, ya lo sabes.  – contestó Raymond algo irritado.
- Al menos podías haber llamado.  Richard y Nick te pusieron verde, pero yo aprecio demonios, sé que no tuvo nada que ver con vuestra relación.  Estaba preocupada, dime, ¿cómo estás?.-  preguntó Marla interesada de verás.
- Sólo tirando Marla, esto está siendo muy difícil.  – contestó Raymond.
- ¿Y te crees que para mí es fácil?  Richard ya era un amargado, pero yo todavía estaba intentando disfrutar de la vida.  Esto me está matando.  – se quejó Marla entre suspiros.
- Escucha Marla, necesito preguntarte algo.  La noche que ocurrió la tragedia Rita y tú hablasteis por teléfono.  ¿Que fue lo que hablasteis?  - preguntó Raymond intentando controlar su ansia.
Se hizo el silencio durante unos segundos en los que Raymond pensó que su suegra estaría tratando de hacer memoria, de recordar la conversación.
- Esa noche no hablé con ella Ray.  Hacía casi una semana que no hablábamos.  Ya sabes que Rita no era de llamar mucho.  – respondió Marla.
- ¿Qué?  ¿No habló contigo por teléfono aquella noche? ¿Estás segura? – volvió a preguntar Raymond, a punto de sufrir un ataque de pánico.
- ¡Claro que estoy segura demonios!  ¡Esa noche no hablé con ella!  ¿Se puede saber que mosca te ha picado?
Pero él ya no estaba allí.  El teléfono se había escurrido de sus manos y había ido a parar directamente al suelo.  Ray permaneció inmóvil, sin fuerzas para mover ni uno solo de sus músculos.
-  ¿Ray?  ¿Ray?  ¿Sigues ahí?  ¿Qué ocurre?  - insistió Marla.
Al cabo de unos minutos Raymond volvió en sí.  Caminó lenta y torpemente hacia el sofá, se sentó, clavó los codos en las piernas con las palmas de la mano hacia arriba y apoyó su cabeza sobre ellas.


Paul salió del trabajo algo más tarde de lo habitual.  Se quedó hablando sobre la traducción del último libro de Cormac McCarthy con un par de compañeros de la oficina, tomando una copa.  Cuando ya habían rellenado el vaso un par de veces y las palabras comenzaban a trabarse Paul decidió que era suficiente, fue al garaje a buscar su moto y se dirigió hacia casa.
Hacía tiempo que había decidido ser un conductor prudente, no conducía si había bebido en exceso, ya no deslizaba la moto frenéticamente entre los coches ni se saltaba semáforos, se había hecho mayor.  Cuando estaba a media docena de manzanas de su casa sintió como el teléfono móvil le vibraba dentro del pantalón.  Aprovechó el siguiente semáforo y lo sacó del bolsillo, en la pantalla aparecía el nombre de Elliot.  Apartó la moto ligeramente hacia la acera para no interceder en la circulación y descolgó, introduciendo el teléfono por el hueco de su casco, encajándolo entre este y su oreja.
- ¿Hola?  - dijo Paul lidiando con los extraños sonidos que le llegaban desde el otro lado.
- Hola Paul.  Escúchame, es muy urgente. 
- ¿Elliot?  Casi no te oigo.  – dijo Paul frunciendo el ceño y moviendo la cabeza intentando escuchar.
- Estoy en el coche, voy por el túnel de Elks, hay poca cobertura.  – le contestó una voz lejana luchando por abrirse camino entre las interferencias.
- Apenas te oigo Elliot.  ¿Qué ocurre?
- ¿Paul?  Paul te llamaré luego. - intentó decir Elliot, peleando por hacerse entender.
Paul permaneció durante unos breves instantes más hablando solo, apartado del tráfico.  Cuando por fin se dio cuenta de que Elliot había colgado guardó el teléfono en el bolsillo, se quedó pensativo un par de minutos y los nervios comenzaron a aflorarle.  Arrancó la moto y se dirigió hacia su casa a toda velocidad, espoleado por la sensación de intranquilidad que le había provocado la llamada supuestamente urgente de Elliot.  Esquivó coches, apuró el ámbar de los semáforos, aceleró como hacía tiempo que no lo hacía, y cuando por fin giró la esquina de la calle 21 detuvo la moto casi en seco, conmocionado por la imagen que tenía ante sí.
Una espesa columna de humo se amontonaba a la altura de su apartamento estirándose hasta el infinito y fundiéndose con los vapores rosados y  contaminados que cubrían el cielo nocturno de Machine.  Paul apartó la moto a un lado de la calzada y caminó hipnotizado por la visión, incapaz de apartar los ojos de la ventana centelleante que escupía sin parar borbotones de efluvios oscuros con olor a quemado.  Conforme iba avanzando, el resto del apocalíptico cuadro fue abriéndose ante él: el camión de bomberos, los coches de policía con las sirenas activadas que inundaban la calle con su desconcertante sonido, la ingente multitud que se agolpaba debajo del edificio con la cabeza inclinada hacia el cielo, un mar de brazos en alto señalando tristemente hacia arriba.  Paul reconoció enseguida la ventana de la cual salía el humo.  Era la casa de Raymond.
Cuando por fin Paul llegó a donde se encontraba el gentío una voz que repetía su nombre una y otra vez comenzó a retumbarle en la cabeza de un modo difuso.
Por fin, el inspector Chalmers apareció frente a Paul como un fantasma, agarrándole del brazo y haciéndole llegar la brumosa voz que escuchaba anteriormente con claridad y fuerza.
- ¡Seor Auschner!  ¿Está usted sordo?  - gritó irritado Chalmers.
- ¿Dónde…dónde está Raymond?  - preguntó Paul tomando conciencia por primera vez de que la casa de su amigo estaba en llamas.
- No se preocupe, el señor Raymond no se encontraba en la casa cuando ocurrió el incendio.  El fuego ya está apagado.  La casa ha quedado destrozada, pero el señor Carter no estaba en ella.  De hecho, no hay ni rastro de él, no conseguimos localizarle.
Paul comenzó a volver en sí conforme iba escuchando las palabras del inspector, sus ojos dejaron de abrirse al máximo y su gesto comenzó a relajarse.
- Yo lo llamaré.  – dijo Paul decididamente. 
Lo intentó una, dos, tres, y hasta cuatro veces, pero el teléfono de Raymond respondió en todas las ocasiones de la misma manera.  Apagado.
- Está apagado.  Probaré a llamar a su suegra, al trabajo y al bar dónde solemos ir.  Dígame, ¿cómo demonios ha ocurrido?  - preguntó Paul.
- Es complicado decir esto señor Carter, pero el incendio ha sido provocado.  – respondió Chalmers.
- ¿Qué?  ¿Qué coño significa que ha sido provocado?  ¿Qué pruebas tienen parar sostener esa afirmación?  - respondió Paul incrédulo, superado por la situación.
- La puerta no fue forzada y estaba abierta cuando llegamos.  Fueron los vecinos quienes avisaron de que el pasillo se estaba llenando de humo.  El jefe de bomberos dice que en la entrada de la casa había dos garrafas de gasolina vacías.  ¿Le parece suficiente?  - replicó el inspector hablando lentamente, como si quisiese amortiguar la impresión que sabía iba a causarle a Paul escuchar todo aquello.
- ¿De qué coño está hablando?  - respondió Paul con voz renqueante.
- Escuche señor Auschner, seré franco.  El apartamento de su amigo se ha convertido en cenizas porque alguien lo ha incendiado premeditadamente.  Siento decirle que creemos que el señor Carter es el principal sospechoso.
Las pupilas de Paul se encendieron y la sangre en su interior pareció convertirse en un torrente desbocado de algún líquido tóxico y abrasador que le recorría velozmente todos los rincones del cuerpo provocandole una angustia que le impedía articular palabra.
          © D.A.S 2009  


Jaako & Jay son un joven dúo que viene de la gélida Finlandia y practican un folk-punk de estar por casa altamente incendiario, uno a la guitarra acústica y otro a las percusiones, consistentes estas en un plato chatarrero, una caja y un pequeño bombo.  Canciones urgentes, inmediatas y directas, deudoras del mejor garage de los 90 y con el aire auténtico del primer punk de los 70.  Con un background consistente en el “Punk in Drublic” como Biblia, la pesca, la cerveza y los paseos con los amigos, estos nórdicos consiguen lo que muchos grupos de su generación son incapaces de lograr a pesar de dedicarse con ahínco a devorar influencias y escupirlas sin gracia después: personalidad.  Música divertida y enérgica a partes iguales, capaz de sacarte una sonrisa en un día triste (“Walls & Bars, “Walking smiling”), de darte ganas de cambiar el mundo una mañana que te levantas con la vena revolucionaria hinchada (“Money Fest”, “Battle”) , o de hacer que te acuerdes de tu última novia con alegría esperando encontrar pronto a la siguiente (“No need to think”, “Keep in touch”).  Un gran disco de un grupo nuevo, original e interesante, con un directo absolutamente desbocado del que disfrutaremos en breves (vienen a España dentro de nada) y del que podemos de momento dar fe a través del todopoderoso youtube. 

 Te gustarán si te gustan: The misfits - Satanic surfers - Descendents - NOFX - The Adicts - Dead Kennedys - Ramones

 

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